viernes, 16 de enero de 2015

UN ABRIGO MODESTO PERO HONRADO (1964 -1979)

Había llegado a Alemania Federal a fines de agosto de 1964 para participar en un seminario para dirigentes demócratas cristianos de América Latina organizado por la Fundación Konrad Adenauer. Estábamos alojados en un instituto cercano a Bonn. Allí tomábamos desayuno, almorzábamos y comíamos. También en ese amplio local se dictaban las conferencias. Las actividades terminaban alrededor de las cinco y una hora después se servía la cena. Varias veces transitábamos unas cuatro o cinco cuadras por una zona medio rural hasta una estación de un tranvía que nos llevaba a Bonn en unos 5 minutos o en unos 20 a Köln donde preferíamos ir.

Köln traducido al español era Colonia por lo que preferíamos usar esta última denominación. Era más grande y caminábamos conociendo distintos lugares aunque lo más representativo de la ciudad era su imponente catedral. Además encontrábamos surtidas tiendas donde la mayoría descubrió unas camisas de cuello que eran fáciles de lavar por nosotros mismos, secaban con rapidez y no requerían planchado, lo que nos alivió enormemente porque recurriendo al servicio del lavado del instituto necesitábamos tener muchas camisas.

La catedral de Colonia no solamente era la más importante construcción alemana sino el monumento más visitado del país. Su construcción de estilo gótico se había demorado más de 600 años en terminarse y en el siglo XIX al inaugurarse, fue por breve tiempo el monumento más alto del mundo. Tuvimos ocasión de hacer una visita al templo que duró largas horas y nos mantuvo boquiabiertos.

La catedral era una referencia que hacía imposible que alguno del grupo de 25 latinoamericanos se perdiera. De hecho cerca de allí, nos esperaba el bus cuando íbamos con movilidad puesta por los organizadores del curso y también estaba la estación para tomar el tren de regreso a nuestro alojamiento.

En los últimos días en la República Federal de Alemania, antes de viajar a Austria, Bélgica, Luxemburgo e Italia donde continuaría el seminario, acompañé a comprar a Juan José Sotuyo, simpatiquísimo dirigente uruguayo, arquitecto de profesión y padre de familia por vocación. Yo tenía 22 años y calculaba que él tendría alrededor de 40. En ese momento era padre de siete hijos varones, aunque en los años siguientes, por compañeros uruguayos, me fui enterando que su familia iba creciendo y la única ocasión en que pasó por Lima a inicios de los 70 me enteré que había llegado a once o doce hijos varones y finalmente una hija mujer. Ir de compras con Sotuyo resultaba divertido. Se trataba de encontrar las ofertas más atractivas de ropa para niños y escoger cuatro, seis u ocho unidades. “busca lo más barato, no importa la talla porque a alguno de mis hijos  le quedará”, me decía.

ENTRE ROPA DE NIÑOS ENCONTRÉ MI PRIMER ABRIGO

Y fue justo buscando ropa para niños que pasé por una vitrina en que se veía un impermeable con forro interior a un precio de regalo a causa de alguna pequeña falla. No me acuerdo cincuenta años después si se trataba de una pequeña rasgadura o un leve desteñido de una parte. Lo que sí me acuerdo es que el color no me gustó, pero los de otros colores no tenían fallas y costaban 6 u 8 veces más, y yo en esos días algo de frío había comenzado a sentir. Cuando me di cuenta que aun sin la enorme rebaja por sus fallas era barato, no dudé en comprarlo. Me parece que me costó menos que una camisa. Salí de la tienda ayudando a mi amigo uruguayo a cargar sus compras y vistiendo un abrigo ligero de color entre oro viejo y marrón algo abrillantado, que me llegaba a la altura de las rodillas. El forro trataba de parecer de piel aunque era de material sintético y se podía sacar porque estaba abotonado. No era elegante ni caro, pero era mi primer abrigo. No lo había buscado sino prácticamente encontrado mientras buscaba ropa para niños…

El impermeable me sirvió el resto de esa visita europea, incluido mi paso de cinco días por España (Ver crónica “Llegué a Madrid con ocho dólares” del 19 de julio de 2013). Ese abrigo me acompañó más de diez años y muy poco lo utilicé en el Perú, salvo algunas veces para las lluvias en Ayacucho, Huancayo o Cusco. También prácticamente todos los días que salíamos a partir de las seis de la tarde durante otro seminario en que participé justamente cerca de Colonia en diciembre de 1970.

Salí de Lima a finales de octubre de 1977 llevando ese abrigo. Mi destino era Europa pero al embarcarme no tenía idea de a qué país llegaría por las condiciones de precariedad  política que se vivía en el Perú gobernado por el general Morales Bermúdez (Ver crónica “Llegué a Lund en avión, bus, barco, tren y auto” del 20 de enero de 2013). Viajaba para presentar al recién formado Partido Socialista Revolucionario ante partidos de ese continente, acompañando a otros tres fundadores de la organización que vivían  exiliados en México, los generales Leónidas Rodríguez y Arturo Valdés y Rafael Roncagliolo, Rafo.

Casi al final de la gira cuando estábamos en París, miré mi abrigo y me dije que por más que me parecía cómodo era momento de pensar en cambiarlo. De material sintético, aunque no lo había usado prácticamente desde diciembre de 1970 lucía desgastado después de casi 30 días de ese viaje en que habíamos visitado Suecia, Dinamarca, la República Democrática Alemana, Yugoslavia, Italia, Bélgica, Holanda, Inglaterra y Francia, donde nos encontrábamos por esos días.

“EN BRUSELAS PUDISTE TENER ABRIGO NUEVO”

El deterioro del abrigo era más evidente al compararlo con el elegante que lucía un inesperado acompañante, el amigo cusqueño Vladimir quien nos había alojado en Bruselas donde nos habíamos alarmado por varios de los “recursos” que utilizaba para pasarla bien en Europa (Ver crónica “Complicada compañía en Bruselas” del 27 de diciembre de 2013) y que nunca pensamos que iba a desplazarse a París. Sentados en algún café donde había quedado en darnos el encuentro antes de regresarse a Bélgica y antes que llegaran mis otros compañeros, en algún momento comenté que en Madrid, nuestra siguiente y última escala en esa gira europea, buscaría una oferta para reemplazar mi raído impermeable o sobretodo. Hace siete años las ofertas en España significaban que la ropa resultara muy barata, comencé a decir cuando Vladimir me interrumpió diciendo: “en Bruselas pudiste tener abrigo nuevo”.

Y ante mi sorpresa me contó cómo había “adquirido” su abrigo. ¿Te acuerdas de la cafetería en la galería del edificio de la Comunidad Europea?, me dijo y ante mi asentimiento prosiguió: ¿Te acuerdas cómo tantas personas dejaban y recogían sus abrigos en el enorme guardarropa que servía para quienes se dirigían a oficinas, comercios o esa cafetería? Y ante mi nuevo asentimiento prosiguió. Lo primero que hay que hacer es sentase en una mesa cercana a la cafetería, pedir un café y pagarlo inmediatamente por si tienes que salir rápido y evitar que nadie piense que quieres irte sin pagar. Luego comienzas a escoger personas, ojo personas no abrigos. Y ante mi silencio continuó: una vez que ubicas una persona de tu misma talla y contextura, el segundo paso este fijarte si el abrigo que lleva es de tu agrado, por la calidad de la tela, el modelo y el color. Si es lo que estás buscando, el tercer paso es ver bien en que sitio del guardarropa lo deja colgado. El cuarto paso es seguir al tipo con la mirada. Si se sienta en la cafetería hay que comenzar de nuevo. Si no es así, viene el quinto paso. Si entra al restaurante contiguo esperas cinco minutos y entras como buscando un amigo, si no lo ves puede haber salido por otra puerta y vuelves a comenzar... Pero si está y ya le han puesto cubiertos y pan es que se va a quedar a comer, por lo que te diriges inmediatamente al guardarropa. O si entras al edificio y no lo ves mirando en el directorio significa que ha subido, en ese caso también te vas de frente al  guardarropa…

Aunque no me agradaba lo que inevitablemente iba a escuchar dejé que Vladimir continuara. El sexto paso es ir directamente al sitio donde viste colgar el abrigo que te gusto, tomarlo, ponértelo y salir tranquilamente. Pero antes de salir revisas los bolsillos por si hay alguna cartera o un sobre con documentos. Si es así lo entregas en la consejería de la cafetería diciendo que lo encontraste en el suelo. “No se trata de perjudicar a nadie llevándose papeles que le puedan ser de mucha utilidad”, afirmo casi con solemnidad. Y luego añadió que las veces que realizó esos “cambiazos” había llegado con abrigo. De esa manera al final de la tarde, al cierre de la galería, cuando falte un abrigo pero sobra otro se atribuirá todo a una lamentable confusión de alguno de los concurrentes a la galería. Me quedé mudo y comenté que para mí resultaba imposible realizar algo así. Seguramente no utilicé las palabras más adecuadas ya que nuestro paisano cusqueño pensó que se trataba no de reservas morales sino reconocimiento de incapacidad operativa. No hubieras tenido necesidad de hacerlo tú, yo me hubiese encargado de todo, me contestó. Mentalmente agradecí que la compañía terminara en esa ciudad y no se prolongará porque nos tenía todo el tiempo en ascuas a Leónidas, a Arturo, a Rafo y a mi (Ver crónica “Trastadas de un cusqueño en París” del 25 de julio de 2014)-

ENTRE JUGUETES DE NIÑOS ENCONTRÉ MI SEGUNDO ABRIGO

Días después en Madrid, en los primeros días de diciembre visité cerca de la Plaza Callao las “Galerías Preciado” que por esa época me parece que era más importante que “El Corte Ingles” la otra cadena española de tiendas por departamentos que era su competencia. No podía imaginar que antes de 20 años esta última cadena adquiriría a aquella luego que “Galerías Preciado” pasara por sucesivas crisis financieras. Mi preocupación en ese momento era comprar juguetes para los dos hijos que en ese momento tenía. Como ya estaba muy cerca de comenzar el invierno en las vitrinas se exhibía ropa para esa temporada, así como juguetes considerando que faltaba un mes para la Pascua de Reyes, día que en España los niños reciben regalos.

Busqué los juguetes para mis hijos y finalmente compré un tren y una muñeca. Pagué 2965 pesetas, unos 38 dólares al cambio de entonces. Y al igual que en 1964, al dejar la zona para niños me encontré con las ofertas de ropa de otoño y una oferta inigualable: un impermeable a 1995 pesetas, es decir unos 25 dólares. Era un modelo que me gustaba, había de dos o tres colores y el único que era de mi talla era azul justamente el que prefería. De hecho era bastante mejor que el que hasta ese momento tenía incluso cuando estuvo nuevo. Era bastante sobrio y seguramente no serviría para el invierno que se avecinaba en España pero sí me permitía tener una especie de abrigo para viajes como el que en ese momento estaba haciendo: reuniones políticas en locales cerrados con calefacción y caminatas exclusivamente para ir a conseguir movilidad.

Ese sobretodo me serviría al final del invierno y comienzo de primavera de 1979 para un viaje por la República Democrática Alemana, Polonia, Holanda e Inglaterra y en otoño para otro viaje a España y la Unión Soviética. Se encontraba en muy buen estado cuando se lo presté a un dirigente de la Confederación Nacional Agraria quien viajó me parece que a Bucarest a inicios de los años 80. Varios días después de regresar y de evitarme, cuando no tuvo forma de eludirme, me confesó que se le había perdido el abrigo en una ciudad europea. Automáticamente pensé en Vladimir y sus “cambiazos” pero pronto deseché la idea ya que me di cuenta que era imposible una situación parecida a la que había contado que realizaba en Bruselas: mi abrigo azul no era elegante ni fino…

1 comentario:

  1. Alfredo:
    Todo lo que se vive por culpa del frío. En nuestra Lima no hay necesidad de estos cambiazos que comentas con tan buen sentido del humor. Culpas de la necesidad, para evitarnos otro tipo de sanción. Metido como tú en evocaciones muy distintas, el tiempo se me hace corto, pero aquí estamos para felicitarte y sentirnos orgullosos de tener amigos como Alfredo Filomeno.
    José Carlos.

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