No habían sido muchas horas, pero sí bastante
agitadas las de la mañana del 3 de marzo de 1989. Levantarnos antes de las 6 de
las mañana, entregar las maletas y tomar desayuno en el elegante hotel de Praga
para salir al aeropuerto. Después de un viaje de unos 35 minutos, aterrizar a
las 10 de la mañana en Schönefeld, el aeropuerto de Berlín Este, es decir de la
capital de la ahora desaparecida República Democrática Alemana. Una grata conversación
acompañada de una merienda en el aeropuerto con funcionarios del Partido Socialista Unificado Alemán, PSUA, que habían sido nuestros anfitriones por casi cuatro
semanas en una visita que en otra oportunidad relataré. Allí recoger dos
maletas que habíamos dejado ya listas y embarcarlas para Lima junto con la que
traíamos desde la capital de la entonces Checoslovaquia, país que ahora tampoco existe. Cerca de la una de
la tarde nuevamente sentados en un avión de Interflug -línea aérea también hoy
desaparecida- para un trayecto también corto hasta Milán desde donde saldríamos
en un viaje de unas 15 horas hasta nuestro país.
Viajaba con Ana María, mi esposa, y habíamos sido invitados por el PSUA para visitar la RDA, al final de la cual habíamos pasado tres días a Checoslovaquia invitados por el Partido Comunista de ese país. Después de un mes estábamos extrañando a nuestros hijos, a nuestras familias y a nuestro país. Al aterrizar faltaba poco para las tres de la tarde. Al salir del avión y cruzar los controles nos dimos cuenta que éramos los únicos pasajeros de ese vuelo que nos quedábamos en tránsito hacia Lima. Sabíamos que todavía nos quedaban más de diez horas de aburrida espera en uno de los aeropuertos de Milán: Malpensa.
DE INCÓMODOS ASIENTOS DE MADERA A SALÓN VIP
Se nos ocurrió que podíamos aprovechar para ir
a recorrer la ciudad y buscamos los avisos informativos. Los buses salían cada
hora. Tendríamos que esperar hasta las cuatro de la tarde para llegar más o
menos a las 5 y 30 a Milán y un par de horas después regresar al paradero para
tomar el último bus de las 8 de la noche. Desistimos y nos instalamos con
nuestros maletines de mano y abrigos en unos incómodos asientos de madera. La
sala lucía desolada. Apenas vi algunas personas en un mostrador aproveché para
hacer el chequeo y tener los pases de embarque listos. El italiano que me
atendió, miró su reloj y expresándose con las manos me dio a entender que tenía
muchas horas por delante por lo menos 8 hasta que llamaran a pasar a la sala de
embarque.
La siguiente hora nos pasamos conversando
sobre el último mes que había sido de descanso, independientemente de algunas
pocas conversaciones políticas, y sobre la
atención que en todo momento habíamos tenido. En el aeropuerto milanés
comentamos sonriendo ya no éramos VIP sino simples pasajeros en tránsito. Y en
ese momento justamente recordé que en algún momento esa mañana nuestros amigos
alemanes nos habían dicho que nuestro pasaje en Alitalia era en Clase
Ejecutiva.
Minutos después de hacer la consulta del caso
estábamos pasando migraciones y nos dirigimos al Salón VIP del aeropuerto. Era
un acogedor lugar donde tendríamos acceso a bebidas y comidas, además de
confortables sillones, revistas y periódicos de distintos idiomas además de
televisores. El salón estaba prácticamente vacío cuando nos instalamos y una
amable señora que hablaba algo de español nos indicó cómo servirnos y se
ofreció a traernos un par de cafés expresos que saboreamos satisfechos.
No habíamos terminado de tomar el café cuando
un empleado de Alitalia ingresó y algo le preguntó a la señora. Luego ambos se
dirigieron a nosotros. Nos informaron que el vuelo de esa noche hacia Lima
había sido cancelado, porque había problemas para aterrizar en Caracas por
disturbios políticos. Por esa razón saldríamos en el siguiente vuelo, 24 horas
después del vuelo en que estábamos programados. Por ser pasajeros de Clase Ejecutiva
tendríamos alojamiento y comida en un
hotel del centro de Milán y no en un hotel cerca del aeropuerto como los
pasajeros de clase turista. Un taxi nos llevaría y otro nos recogería para
devolvernos al aeropuerto. Como felizmente no había llegado ningún otro
pasajero fue fácil que nos entregaran
una de nuestras maletas para llevarla al hotel, justamente la que habíamos
llevado a Praga con ropa para más de los tres días que allí habíamos estado.
Poco después de las cinco de la tarde
estábamos embarcados en el taxi que nos llevaba al hotel, un moderno Mercedes
Benz. Mientras avanzábamos recordé que la anterior oportunidad en que había
estado en Milán, 25 años atrás, curiosamente había sido también
involuntariamente debido igualmente a un problema de la línea aérea (Ver crónica “En Suiza el taxi costó cinco centavos” del 29 de octubre de 2012).
NO PIDAS NI COCA COLA
Cuando llegamos al Hotel Principe di Savoia quedamos impresionados por la elegancia de
un hotel clásico. En un lugar visible del mostrador de la recepción se veía el
signo *****L, algo que no había visto antes. Yo sabía que los hoteles tenían
entre una y cinco estrellas. Allí me enteré que era un cinco estrellas
Luxe, es decir de lujo. Nos llevaron a nuestra habitación, cama matrimonial con
un par de veladores una mesita con dos
pequeños sillones acolchados y una cómoda con espejo, todos muebles muy
elegantes, además de un frigobar. Dos puertas comunicaban con el baño y un
closet grande. La habitación era pequeña pero acogedora y el baño moderno. Al
cerrar la puerta vimos un cartel con las indicaciones habituales y el precio en
liras, ya que faltaban aun más de diez años para que se instaurara el Euro.
Eran alrededor de 550 mil liras que equivalían a 416 dólares bastante más que
mi sueldo mensual por esa época. Cuando hice la conversión, Ana María me miró
alarmada y me dijo: acá no pedimos ni una coca cola.
Bajamos con la idea de pasear por un buen
rato, por supuesto que a pie. Sin embargo antes de salir quise averiguar sobre
los servicios a los que teníamos derecho.
Me indicaron que teníamos comida esa noche y desayuno, almuerzo y comida el día
siguiente y que la habitación la podíamos dejar libre al momento que tuviéramos
que salir al aeropuerto. No había un menú fijo sino podíamos comer a la carta
en el restaurante. También bebidas, no sólo agua y gaseosas, sino también vino
y otros licores El recepcionista que me atendió remarcó, entre señas y palabras
en italiano, que todo lo pagaría Alitalia. Y me remarcó varias veces: tutti, tutti, tutti.
Tuvimos un par de horas para pasear por los
alrededores del hotel, ver algunas de las estrechas calles cercanas y apreciar
que estando a finales del invierno el frio era soportable cuando se sale
abrigado. Además disfrutábamos de una sensación de autonomía, ya que después de
unos treinta días no teníamos al lado ninguna traductora o guía, apoyo que
siempre se agradece pero que en alguna oportunidad un par de años antes me
resultó atosigante.
COMPARTIENDO RESTAURANTE CON FAMOSOS ACTORES
A las 9 de la noche regresamos al hotel.
Subimos a la habitación para dejar abrigos, gorras y bufandas y asearnos un
poco. Estamos vestidos bastante informalmente pero nos pareció ridículo
cambiarnos para bajar al comedor. Cuando ingresamos caímos en cuenta que nos
habíamos equivocado. Aunque a esa hora no había ya muchas mesas ocupadas,
muchos de los comensales lucían elegantes vestidos pieles incluidas ellas y
elegantes trajes ellos. Felizmente había una pareja de turistas norteamericanos
vestidos de cualquier manera que hacía que nuestras vestimentas no lucieran tan
mal…
Mientras comimos con tranquilidad en
determinado momento nos pareció ver a un tipo conocido en medio de un grupo de
unos ocho o diez comensales. Era Lando
Buzzanca, actor que había participado en muchas comedias italianas
principalmente en las décadas del 70 y 80. Como lo comprobaríamos al día
siguiente estaba realizando alguna producción que estaba utilizando el propio
hotel como una de sus locaciones.
Al día siguiente después de desayunar acudimos
a una oficina cercana de Alitalia para poder asegurarnos que en Lima empleados
de esa línea se comunicaran con mis suegros, en cuya casa se habían quedado mis
hijos, para avisarles que llegaríamos 24 horas después.
EN MILÁN HICIMOS CÁLCULOS DE NUESTRAS CUENTAS DOMÉSTICAS
Inmediatamente después pasamos por un banco para cambiar 70 dólares porque ya que estábamos en Italia queríamos comprar algo para nuestros hijos. Aquí vale la pena hacer un paréntesis. En esa
época no se podía tener cuentas en dólares. No estaba penado tener dólares,
pero no se podían comprarlos en los bancos, salvo cuando se justificaba por un
viaje al extranjero. Prácticamente habían desaparecido las casas de cambio
aunque en el jirón Ocoña, al costado del hotel Bolívar había crecido un mercado
informal de cambistas callejeros que prácticamente ya fijaba la tasa de cambio
del día. Ana María trabajaba en la representación palestina en el Perú y le
pagaban en dólares en efectivo. Al embarcarnos hacia Europa el primero de
febrero lo hicimos prácticamente con todo su sueldo de enero, considerando que
si bien íbamos invitados con todos los gastos pagados, algo podríamos comprar
en los aeropuertos y en tiendas para turistas en los dos países que
visitaríamos.
Habíamos salido de Lima con cerca de 380
dólares y cuando desembarcamos en Milán teníamos 261. Por los 70 dólares nos
dieron 93650 liras. No me sentí abrumado al escuchar de miles como cuando
cambié algo 25 años atrás. En 1964 el dólar era equivalente a unos 27 soles y a
más de 600 liras. Esta vez las mil
trescientos y algo de liras era menos de los 1400 intis en que había dejado el
cambio en Lima y con seguridad bastante menos del cambio que encontraría al día
siguiente.
Después de haber visto algunas vitrinas de
tiendas en nuestro paseo del día anterior teníamos claro que todos esos precios
nos resultaban prohibitivos. Pero también habíamos visto que relativamente
cerca del hotel que quedaba en la Piazza
della Repubblica había una galería bastante parecida a nuestro Polvos
Rosados cercano al Ovalo Higuereta. Por lo tanto intuíamos que los precios
estarían más acordes con nuestras posibilidades. Y fue así. En menos de media
hora gastamos todo casi todo nuestro pequeño capital. Las chompas para nuestros
tres hijos nos costaron 59000 liras, 20000 unos zapatos para Ana María y un
plato decorativo 5000. Salimos felices aunque con menos de diez mil liras en los bolsillos.
EL TURISMO A PIE ES MEJOR
Nos dirigimos a caminar unas quince cuadras
por amplias avenidas para terminar llegando al Parco Sempione al que rodeamos hasta tener al frente el Arco de la
Paz, imponente portada de estilo neoclásico de unos 25 metros de altura.
Destacan sus cuatro columnas acanaladas. En realidad se trata de tres arcos uno
al centro y dos más pequeños a los lados. En la parte más alta, se encuentra
una figura de bronce de una diosa llevada por varios caballos, todo en bronce.
Después de ver ese impresionante monumento regresamos con tranquilidad aunque
en el camino entramos a descansar en una cafetería donde se nos fueron 2400 liras de nuestro exiguo presupuesto.
Al regresar al hotel para almorzar tuvimos una
sorpresa. Lando Buzzanca estaba
grabando escenas en una terraza al costado del comedor del hotel y tuvimos casi
la certeza que una bella mujer que se lucia ante las cámaras en el frío todavía
invernal era Ornella Mutti. Otra sorpresa nos esperaba cuando le sirvieron a
Ana María los espaguetis al pesto
que había pedido. Pensábamos en unos tallarines verdes de mucho mejor sabor que
los nuestros y el mozo le sirvió unos fideos salteados en ajo con algunas
hojitas de albahaca encima y unos piñones, mientras que rayaba algo de queso
parmesano sobre el plato…
DE VUELTA AL DUOMO, 25 AÑOS DESPUÉS
Subimos
a dejar nuestras compras en la habitación y bajamos casi de inmediato para
continuar aprovechando poder conocer más la ciudad. Escogimos un camino
distinto al de la mañana, ya no con avenidas amplias sino más bien estrechas. Teníamos
con objetivo llegar a la catedral de Milán -duomo di Milano, en italiano- que
quedaba frente a la plaza del mismo nombre. En el camino nos comenzamos a
cruzar con varios grupos de turistas japoneses. Todos tenían algo en común: los
hombres llevaban cámaras fotográficas y las mujeres grandes bolsas con compras
que lucían los nombres de las tiendas donde habían hecho las compras. Vimos
también muchas elegantes tiendas, particularmente cerca de la calle Montenapoleone que en esa época ya comenzaba a ser conocida
como centro de la moda. También pasamos frente a la Scala de Milán y Ana María compartió conmigo la impresión que tuve
25 años antes: si uno no sabe que allí queda tan afamado anfiteatro, se puede
seguir de largo sin darse cuenta.
Después de ver la Catedral ingresamos a
la hermosa galería de Vittorio Emanuele, cubierta con grandes cúpulas de
vidrio mirando sus elegantes tiendas. Eran las 6 de la tarde y decidimos que era una
buena hora para regresar considerando que tendríamos que caminar una media hora
hasta nuestro hotel. Pero resolvimos que previamente deberíamos tomar otro
delicioso café en alguna de las cafeterías de la galería. Entramos a la menos
elegante, seguros que nos alcanzaría el dinero porque el café no tendría por
qué valer más de tres veces el que habíamos tomado al mediodía. Nos
equivocamos. Costaba 4300 liras cada uno y nosotros sólo teníamos 7250. Y
aunque inicialmente el camarero no lo quería, tuvo que aceptar que pagáramos
siete mil liras y un billete de dólar. Hasta hoy tengo como “souvenir” las 250
liras que sobraron.
Regresamos cansados al hotel. Descansamos un
par de horas. Nos pegamos un duchazo y bajamos al comedor para nuestra última
comida en el elegante hotel. Nuestra maleta quedó lista en la habitación,
lo que no costó mucho esfuerzo ya que nos habíamos cuidado de no desordenar
mucho lo que habíamos arreglado en Praga. Esa noche éramos muy pocos los comensales y ya no había ningún actor de cine. Al terminar
por tercera vez firme la boleta de pago que, al igual que la comida anterior y
el almuerzo, se acercaba a las ciento cincuenta mil liras. La suma de las tres
boletas también superaba mi sueldo mensual…
DE TRÁNSITO POR CARACAS EN PLENO “CARACAZO”
Poco después de las diez y media de la noche
salimos en otro elegante taxi al aeropuerto, para llegar 45 minutos después y
esperar subir a nuestro avión. A la 1:20 am la enorme nave de Alitalia
despegaba por fin. Cuando diez horas después aterrizamos en el aeropuerto de
Maiquetía en Caracas los pasajeros en tránsito no bajamos a estirar las piernas y
nos tuvimos que mantener dentro del avión la hora y media que duró la escala. El
día anterior nos habían informado de disturbios que impedían el vuelo hacia esa ciudad. Era bastante más…
Desde el 27 de febrero se habían producido fuertes protestas contra
el gobierno de Carlos Andrés Pérez que fueron repelidas violentamente. En
supermercados y comercios hubo saqueos. Las razones de la explosión popular fue
la grave crisis económica, que se expresaba principalmente en la escasez de
alimentos. Pero además se denunciaba la corrupción en el gobierno.
En la mañana de ese 5 de marzo que estuvimos
de tránsito todavía no terminaba lo que luego sería conocido como el “caracazo”,
recién se apaciguaría el desborde popular tres días después. Y aunque
extraoficialmente luego se habló de dos y hasta tres mil muertos, el gobierno
reconoció que fueron 276 los fallecidos, cifra igualmente alarmante que inició
un periodo de Inestabilidad política y la crisis del sistema partidario hasta
ese momento existente.
Tres horas y media después estábamos
aterrizando en Lima. Eran las diez y media de la mañana y tenía que irme a una
reunión con los integrantes de los partidos, movimientos y sectores que habían
cuestionado los resultados del Congreso de Izquierda Unida realizado en los
últimos días de enero. Previamente fuimos a casa de mis suegros en el Callao
donde Ana María se quedaría durante el día, ya que ese día su abuelita
cumpliría 95 años. Habíamos considerado que recién al día siguiente
trasladaríamos a nuestros hijos a la casa. Mi suegro y mis hijos habían ido al
aeropuerto a recibirnos. Cuando llegamos a la casa nos recibió mi suegra
vestida de negro. Su madre, la abuela de Ana María había fallecido un par de
semanas antes, pero esa es una historia íntima que no me pertenece.
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