viernes, 19 de septiembre de 2014

BARRANCO EN LOS AÑOS CINCUENTA (1952/58)

A Barranco solíamos llegar los sábados decenas de estudiantes de la Gran Unidad Escolar “Ricardo Palma” aproximadamente a las once de la mañana para jugar interminables partidos de fulbito, salvo cuando a alguno les llegaba el turno de la limpieza semanal del aula (Ver crónica “Buenos en estudios, malos en deporte” del 26 de noviembre de 2013)  Pero en esas oportunidades sólo pisábamos una zona de Barranco: el entonces llamado Parque Confraternidad. Allí llegábamos en bicicleta o tranvía y salíamos rumbo a nuestras casas alrededor de las 2 de la tarde. El hambre nos sacaba literalmente del apacible distrito.

Pero en esa época, a partir de los 12 años, no sólo visitaba el distrito para los partidos sabatinos, sino en bastantes más oportunidades pude recorrerlo y conocerlo verdaderamente. Y Barranco me parecía un lugar tranquilo hecho para descansar. Por eso, no me resultó extraño comprobar que a partir de los años 70 y 80 se le señalara como barrio de poetas y que en los 90 y en los años trascurridos de este siglo se caracterizara como barrio bohemio pues particularmente los jóvenes lo han escogido para las diversiones de fines de semana.
 
MIS COMPAÑEROS BARRANQUINOS
 
En la Gran Unidad Escolar “Ricardo Palma” del distrito de Surquillo había muchos alumnos barranquinos. De hecho en mi promoción seguramente habría unos diez. Y entre mis compañeros de clase, varios de mis amigos como Óscar Álvarez, Ricardo Delgado, Walter Chuquisengo Martínez, Jorge Garrido Rondón, Petronio Tam Yi y Antonio Dueñas. En algunos casos estuve en casa de alguno con ocasión de cumpleaños, en otros conocí la casa al pasar por la de alguno para irnos a otro lado. En el caso de Óscar Álvarez en más de una ocasión incluso me quedé a dormir en su casa.
 
Es justamente vinculado a la casa de la familia Álvarez que tengo los mejores recuerdos de una hermosa zona de Barranco: la Bajada de los Baños. Prácticamente peatonal, porque sólo en muy contados casos ingresaban autos para ser estacionados en la puerta de las casas o en improvisados garajes, eran cuatro cuadras con casas antiguas a ambos lados  que se extendía unos cincuenta metros más hasta llegar a una especie de terraza desde donde  se podía ver el mar a unos doscientos metros más abajo. A la derecha se iniciaba una rampa de piso, baranda y techo que luego de unos ochenta metros pasaba a ser una escalera que llevaba hasta la playa. Allí se ingresaba a unas instalaciones de madera con pasadizos donde había pequeños cuartos que se alquilaban para que los veraneantes se cambiaran.
 
LA BAJADA DE LOS BAÑOS DE BARRANCO
 
Además de la entrada principal, la Bajada de los Baños tenía por lo menos dos escaleras de más de varias decenas de escalones, una de ellas en una parte se proyectaba hacia el puente de madera –ya muy gastado en esos años- y que sería ampliamente conocido gracias a la canción de la inolvidable autora Chabuca Granda: “Puente de los Suspiros”.
 
Era una zona habitada por familias de clase media baja, la mayoría con hijos en edad escolar y que, por el uniforme que los distinguía, eran estudiantes de colegios estatales. Durante la mayoría de los meses resultaba normal los días sábados en la tarde o domingos ver muy buena cantidad de niños y jóvenes jugando en los corredores que daban ingreso a las casas, en las veredas, en los pequeños jardines y en las escaleras. Una “canchita” de cemento situada debajo del Puente de los Suspiros era un mini estadio donde se disputaban con ardor partidos de fulbito teniendo como público a familiares de todos. Algunos jugaban también los días de semana a las 7 u 8 de la noche, como yo mismo lo hacía cuando visitaba la casa de Óscar Álvarez, aunque la iluminación era tan mala que alguna vez jugando un partido de fulbito terminé con un par de puntos suturándome la cabeza rota después que confundí una lata de leche con la pelota de trapo. (Ver crónica “Oscar Álvarez se fue muy pronto” del 27 de noviembre de 2012). En esa ocasión, además de Oscar y algunos de sus hermanos estábamos con Ricardo Delgado, quien vivía cerca de la plaza Raimondi y fue mi compañero de caminatas en 1957 y en 1958 haciendo gestiones para conseguir fondos que ayudaran a concretar el viaje de nuestra promoción. Lamentablemente Óscar y Ricardo ya fallecieron, el primero en un accidente de aviación en abril de 1978 y el otro de un aneurisma cerebral en julio de 2005.
 
Pocas veces después de los partidos nocturnos, cuando teníamos algunas monedas, nos íbamos a tomar unas gaseosas en una fonda de quedaba en la avenida Grau a cuadra y media del Parque Municipal de Barranco. Un par de veces llegamos a un antiguo local, el del Bar-Bodega Piselli en una esquina de la avenida Pedro de Osma pero sus precios eran algo más altos lo que nos inhibía. Aunque por esos años ya existía el famosísimo Bar Juanito frente al Parque Municipal, pasarían aun varios años para que mis bolsillos alcanzaran a cubrir el costo de sus famosos panes con jamón del país, que nunca fueron caros pero sí inalcanzables por mi exigua propina semanal.
 
En el verano el panorama cambiaba totalmente, ya que eran numerosas las personas que solas, en parejas o en familia bajaban hasta la playa. Los días sábados y domingos el tránsito de grupos de personas se intensificaba notablemente. Había también una bajada medio rudimentaria por la denominaba “Quebrada de Armendáriz” que quedaba en el límite mismo del distrito con Miraflores con Barranco y varios de sus matorrales servían de refugio a mendigos, drogadictos y ladronzuelos. Por eso los pocos jóvenes que por ahí bajaban lo hacían de día y en grupo.
 
DE BARRANCO HACIA EL MUNDO
 
Si bien fue la casa de Óscar Álvarez la que más visité en ese distrito, más de una vez estuve en la casa de otros dos compañeros de colegio con ocasión de sus cumpleaños. En la calle Buenaventura Aguirre el 14 de julio de dos o tres años un buen grupo de amigos disfrutamos la comida preparada amorosamente por la madre de Walter Chuquisengo Martínez y varios 6 de setiembre asistimos  también en grupo a la granja de la familia de Petronio Tam Yi, situada donde hoy se junta la avenida República de Panamá con la entrada sur de la Vía Expresa del Paseo de la República. Ambos viven ahora en el extranjero.
 
Walter es un prestigioso médico neurólogo e investigador en los Estados Unidos, que trata de visitar en la casa barranquina a su anciana madre cada vez que puede dejar su intenso ritmo profesional y que cuando lo hace aprovecha para ofrecer conferencias y conversatorios sobre el Alzheimer y así brindar su conocimiento y su experiencia a colegas y estudiantes en el Perú. Como alguna vez lo conversamos, él lo siente como un deber para su país cuya educación pública escolar y universitaria le sirvieron de base para su posterior desarrollo profesional.
 
Petronio después de una excelente carrera profesional y académica en el Perú, los Estados Unidos y Colombia, además de consolidar una posición empresarial, hace más de dos décadas se dedica a la investigación y desarrollo de la espiritualidad sin contexto religioso en particular y dirige desde Cali, donde reside, la Fundación para la Formación Evolutiva de La Humanidad.
 
Otro de mis amigos barranquinos aunque no vive en el extranjero, como ingeniero ha trabajado por varias largas temporadas fuera del país y en especial en Israel. Se trata de Jorge Garrido del que aún recuerdo su casa en la avenida Bolognesi y muchas conversaciones juveniles por asuntos tan distintos como cuál sería nuestro futuro y cuándo dejaríamos estar entre los “bajitos” de la promoción. Con Jorge me he visto varias veces desde 1983. (Ver crónica “¡Cómo has crecido Alfredito!” del 20 de enero de 2013). Con Walter pocas veces en las primeras décadas de egresar del colegio y quizás aproximadamente una vez cada año en los últimos siete u ocho. A Petronio lo vi no más de tres veces desde que dejamos el colegio. Una hace alrededor de diez o doce años y un par de veces el 2012 cuando después de varios años pasó dos meses o tres meses en Lima. A Antonio Dueñas lamentablemente no lo he visto desde 1958.
 
EL MONSTRUO DE ARMENDÁRIZ Y EL LINCHAMIENTO MEDIÁTICO
 
Escribir sobre Barranco y pasar por la zona hace unos días, me llevó a recordar que justamente 60 años atrás la habitual tranquilidad de Barranco fue interrumpida por un hecho que por esa época también conmovió a los pobladores de todo el país. En setiembre de 1954 una señora que pasaba sobre un puente  que cruzaba esa inhóspita quebrada divisó lo que parecía ser un cuerpo escondido entre los matorrales y dio la voz de alarma a quienes pasaban por allí. El crimen se achacó al "Monstruo de Armendáriz". No se trata de extenderse sobre este tema, pero me resisto a dejar de decir que fue el primer caso que recuerdo de “linchamiento mediático”.
 
Los periódicos alertaban a los padres para que cuidaran a sus hijos mientras aseguraban la existencia del monstruo, al mismo tiempo que exigían prontos resultados de las pesquisas policiales. Se insistía en la necesidad de capturar a un violador -aunque la necropsia del menor indicó que no había signos de violación- y la policía acicateada por los titulares interrogaba a cuanto vecino de la zona podía encontrar. Finalmente, un heladero identifico a un vago, medio retardado, drogadicto, al que le arrancaron una confesión bajo tortura que sirvió para un proceso en que se le condenó a muerte. Desde su captura hasta su condena, pasando por el juicio que resultó asombrosamente rápido, los titulares de los periódicos ya habían dictado su sentencia y era tal el estado de convencimiento de la gente por lo que leían que hubiese resultado incomprensible y rechazado cualquier otro tipo de sentencia. Cuando tres años después fusilaron a Jorge Villanueva Torres se dice que entre lágrimas juró su inocencia. En los años posteriores las pocas veces que se ha hablado del caso es para poner en duda su culpabilidad.
 
Esa quebrada es hoy el tramo final de la Vía Expresa del Paseo de la República cuando baja hacia la playa. Al momento del crimen faltaban más de diez años para que se comenzara a construir la primera etapa de esa Vía que terminaba poco después de la avenida Javier Prado y cerca de veinte años para que se inaugurara su extensión hasta la Costa Verde. Hace 60 años Armendáriz se asociaba a una quebrada y a un crimen allí cometido. Hoy el nombre se asocia a la alegría de quienes van hacia la playa o a recorrer la hermosa costa limeña.

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