sábado, 16 de febrero de 2013

VOLANDO HACIA LA GUERRA IRAQ-IRÁN (1987)

La mayoría dormía y el silencio era total. Yo tenía dentro de mi cabeza dos interrogantes simultáneos: ¿qué diablos hacía dirigiéndome a Bagdad en plena guerra de ese país con Irán?, era uno. El otro me preocupaba mucho más: ¿cuántos segundos pasarían entre que distinguiera por la ventanilla una luz vertiginosa dirigiéndose hacia nosotros y que el misil estallara destrozando el avión?

Miré mi reloj y calculé que diez mil metros más abajo ya era territorio iraquí, puesto que sólo faltaba poco más de media hora de viaje. La oscuridad afuera era total. Dentro del avión también. Apenas algunos focos con luz indirecta en la parte baja de los asientos para aquellos que iban al baño por los pasillos. Eran poco menos de las dos de la mañana del lunes ya en esa zona, aunque para los viajeros embarcados en Madrid estaba a punto de terminar el domingo.

 CON LOS IRAQUÍES DE HACE UN CUARTO DE SIGLO
 
Estando invitado a una reunión sobre los derechos del pueblo palestino, en la sede de las Naciones Unidas en Ginebra, para los días 7, 8 y 9 de setiembre, en mi calidad de secretario general del Partido Socialista Revolucionario, desde Venezuela representantes del Partido Bath de Iraq me habían contactado para indicarme que tenían instrucciones de invitarme a su país desde Madrid, ciudad donde además me tendrían la visa en el caso de aceptar realizar el viaje.
 
Ambas invitaciones las puse en consideración de la comisión política del PSR. En el primer caso, la reunión de la ONU en apoyo a los palestinos, era posición del partido desde 10 años atrás el apoyo a sus reivindicaciones. De hecho la primera organización política peruana con la que se habían conectado era la nuestra, incluso antes de instalar oficina en Lima, cuando parte de nuestros dirigentes estaban exiliados en México.
 
En el caso iraquí, no hay que tomar en cuenta lo que sucedería en los siguientes años, como la invasión a Kuwait, que esa época no estaba en la imaginación de nadie. En 1987 se estaba viviendo los últimos años de la guerra entre Iraq e Irán, iniciada en 1980 por los iraquíes, debido a antiguas disputas territoriales en una zona rica en petróleo. Iraq recibió el apoyo de la mayoría de los países árabes, con excepción de Siria y Libia, ya que tenía que ver con el histórico enfrentamiento entre árabes y persas. No sólo eso, sino que además esa posición fue vista con simpatía tanto por los Estados Unidos como la entonces Unión Soviética ya que resultaba un enfrentamiento al peligroso fundamentalismo del islamismo radical de los líderes religiosos, que gobernaban Irán.
 
El Partido Bath, gobernante en Iraq, desde unos años atrás había iniciado un acercamiento a los partidos socialistas latinoamericanos, agrupados en la Coordinación Socialista Latinoamericana, considerándolos como “no alineados” y partidarios en sus respectivos países de posiciones que no fueran “calco ni copia” de las existentes en los países de Europa del Este y Asia. Hay que señalar que desde sus inicios décadas atrás, ese partido se refería al socialismo árabe, adoptando posiciones de movimientos socialistas pero ligadas a las estructuras culturales propias de los pueblos árabes, de su nación común.
 
En los últimos ocho años, ya bajo el liderazgo de Saddam Hussein, a diferencia de otros países árabes, Iraq era laico, sin liderazgo político de los religiosos musulmanes en ninguna de sus principales vertientes –shiítas y sunitas- e incluso recuerdo que el canciller era cristiano. El país había avanzado significativamente en reconocer derechos a las mujeres, independientemente de las estructuras mentales de sus habitantes. Tenía una economía sólida, por cierto que basada en su petróleo, pero con significativos avances de desarrollo social.
 
INTRANQUILIDAD ANTES DE VIAJAR
 
Todo lo anterior sirvió para que se aceptara la invitación, que por cierto ya había sido precedida por la visita varios años antes de Leonidas Rodríguez. Desde Caracas me informaron que de regreso de Ginebra, me comunicara con la embajada en Madrid para recoger mi visa y pasaje. Después de una reunión de tres días en la ciudad suiza, me trasladé a la capital española un jueves y hablé telefónicamente con un funcionario iraquí que un par de horas después me dio la visa y me indicó dónde estaba la oficina de la aerolínea que me entregaría los pasajes para que viajara, como me temía, recién el domingo.
 
Digo que me lo temía porque el domingo anterior, 6 de setiembre, estaba de tránsito en el aeropuerto de Barajas en Madrid en viaje a la reunión en Ginebra y cuando busque en las pantallas la salida de mi vuelo, vi que alrededor de las cuatro de la tarde salía un vuelo de Iraqi Airways hacia Bagdad. Me acerqué al mostrador de informaciones y pregunté cuántos vuelos realizaba esa línea a la semana y me indicaron que sólo había un vuelo semanal, justo el del domingo. ¿Qué otra línea viaja a Bagdad?, pregunté. Me miraron como si fuera medio loco y una de las chicas que atendía me dijo burlonamente: sólo a los iraquíes se les ocurre volar a su país en plena guerra…
 
Esto último lo recordé cuatro días después cuando recogí mi pasaje en las casi vacías oficinas de la línea iraquí y fui consciente que viajaba a un país en plena guerra y que desde hacía varios años era noticia principalmente por los ataques que propiciaba o recibía de Irán.
 
Tuve que buscar una pensión muy barata en un viejo edificio ubicado en la Plaza Callao y tratar de encontrar comida buena y barata en esos casi cuatro días. Como prácticamente todos mis viajes, en las etapas y lugares en que no estaba invitado los gastos corrían por mi cuenta y, para variar, había llegado con poco más de 200 dólares a Madrid. En esa ciudad me enteré por los diarios que en esos días Javier Pérez de Cuellar, en ese momento secretario general de las Naciones Unidas, visitaría Bagdad y Teherán, la capital de Irán, en el esfuerzo que venía realizando para lograr la paz entre ambos países. Eso me tranquilizó bastante, más aun cuando en el aeropuerto leí en una revista que se esperaba una tregua de hecho, mientras nuestro ilustre compatriota permaneciera en la zona.
 
Sin embargo, antes de subir al avión algunas medidas me intranquilizaron. Las maletas estaban al costado de la escalinata y antes de subir cada pasajero tenía que señalar la suya. Al terminar de subir se entregaba el equipaje de mano que era depositado en algún compartimento y uno se dirigía a su asiento sólo con un libro o revista. Precauciones no están de más, pensé en ese momento. Pero en las dos escalas del viaje de un total de más 7 horas, policías italianos en Roma y griegos en Atenas se posaron al inicio de la escalinata… ¿para imposibilitar que alguien intentara introducir algo al avión o para impedir que alguien bajara algo de la nave? Y en ambos casos a algunos metros del avión destacamentos policiales o militares mirando atentamente el avión y al poquísimo personal autorizado para bajar y subir, así como a los escasos pasajeros que abordaron en los aeropuertos de ambas ciudades.
 
NO PARECÍA UN PAÍS EN GUERRA
 
Cuando el avión comenzó a bajar me olvidé de mis temores. Después de un buen aterrizaje salí por una faja trasportadora a un modernísimo aeropuerto y, cuando vi las indicaciones en árabe e inglés, pensé que los días siguientes iba a depender completamente de un traductor. Aunque en ese momento no caí en cuenta, ver sólo letreros o avisos en árabe incluso iba a anular mi sentido de orientación que en otros países me había servido porque no podía pedir informaciones al no conocer otro idioma que no fuera el español.
 
Casi al mismo momento que estaba contemplando el aeropuerto, se me acercaron tres personas. Eran dos funcionarios del departamento de relaciones internacionales del Comando Nacional del Bath que me dieron la bienvenida. El otro, de nombre Farez, sería mi traductor en los siguientes cuatro días. Conversamos mientras esperaba mi maleta y cuando salimos al estacionamiento, dos autos se acercaron. En uno subieron los funcionarios que al despedirse me indicaron que almorzaríamos a mediodía. En el otro nos embarcamos con el traductor rumbo al hotel.
 
Mientras avanzábamos por la autopista en medio de una extensa zona desértica sólo por un instante pensé si no me había librado de un misil tierra-aire para recibir uno aire-tierra…
 
Cuando llegamos alrededor de las cuatro de la mañana al Hotel Al-Rashid me sentí impresionado. Era muy amplio y elegante. Al momento de registrarme, ayudado por Farez, sonreí cuando me dieron una especie de tarjeta en inglés para identificarme y poder firmar en los distintos establecimientos del hotel con el número de mi habitación y mi nombre: Al Fred. Recordé que muchas de las palabras de nuestro idioma que comienzan con “al” tienen su origen en el árabe: almohada, alcoba, almacén, almanaque, alfombra, alacena, alacrán, alambique, alarde, albóndiga, alcalde, alcantarilla, alcohol, aldea, alférez, alfil, alhaja, alquimia, sólo por citar algunas de ellas.
 
Quedé en verme con Farez a las once la mañana, así descansábamos ambos. Como yo algo había dormitado en el avión y estaba con hora europea, puse en la perilla de la puerta un letrero pidiendo desayuno árabe a las 9:30 de la mañana que era lo más tarde que servían.
 
Me desperté un poco antes y ya estaba bañado y en bata cuando tocaron la puerta con el carrito con el desayuno: café, pan pita, aceitunas negras, una especie de queso con yogurt, crema de garbanzos, aceite de oliva, pasas y creo que alguna mermelada.
 
A las diez y cuarto de la mañana, ya estaba recorriendo los amplios espacios del primer piso del hotel, con varias áreas con sofás para conversaciones, algunas vitrinas exhibiendo objetos que se vendían en elegantes tiendas situadas en un extremo de ese piso. Además se veía las ventanas de un par de restaurantes y alguna cafetería. Por cierto no había bares ni tampoco en el servicio a las habitaciones se servía licor.
 
Podía estar en cualquier elegante hotel europeo, sino fuera por la vestimenta. Con ojos occidentales vi que una parte de los huéspedes estaba vestida como podría estarlo en Madrid o Ginebra, pero varios hombres y mujeres estaban ataviados con sus vestimentas árabes. Con elegantes túnicas y turbantes, luciendo joyas, ellos. Amplios vestidos, cubierta la cabeza y también con joyas ellas. Y cuando dejé de ver personas individualmente y me concentré en grupos, vi pasar a un hombre alto y con barba, muy elegante, seguido por tres mujeres también elegantes y unos 14 o 15 jovencitos y niños. Al verlos caminar no necesité de traductor porque los gestos y tonos estaban claros: estaba mirando una familia árabe.
 
Cuando llega el traductor, me indica que ese día y el siguiente tendríamos algunos problemas con las conversaciones que debo tener debido a que la agenda política de todas las instancias del país está ocupada por la presencia de Pérez de Cuellar en la zona. De todas formas voy a la sede del partido a una primera reunión por una moderna avenida y tanto a la ida como a la vuelta veo que no hay ninguna huella física de un país en guerra. Se lo comento a Farez, quien me indica que en Bagdad no ha habido bombardeos y que las acciones de guerra son hacia el sur del país.
 
LAS DIFERENCIAS CULTURALES EXISTEN
 
De regreso al hotel almuerzo con uno de mis anfitriones en la reunión anterior y con el traductor. En el mismo restaurante compruebo mi apreciación de la mañana. En una mesa para 18 o 20 personas se encuentra la familia árabe que había visto en la mañana. Mirando el amplio comedor, compruebo además que en otras mesas también hay hombres sentados con dos o tres esposas y sus hijos. Es claro que estoy frente a otra cultura, como lo comprobaría esa misma noche al comentarlo con Farez, quien luego de darme su interpretación de la poligamia, señalando la posibilidad que una primera esposa no pueda tener hijos, termina calificando la monogamia como antinatural.
 
Esa tarde dedicamos varias horas para pasear por una ciudad moderna, con grandes edificios públicos y de vivienda, así como avenidas y parques de muy reciente construcción. También pasamos por la parte antigua que se me antoja parecida a Piura, quizás por ser una ciudad muy calurosa aunque en esos días la temperatura no estaba ya muy alta porque se acercaba el otoño.
 
En la parte antigua me doy cuenta de una ausencia de la que no había sido consciente cuando veíamos las modernas edificaciones: ¡las casas no tienen números! Se lo hago notar a Farez quien riéndose me muestra unos signos extraños al costado de las puertas de las casas. ¿Son esos? digo extrañado ya que no se parecen en nada a nuestros números arábigos. Es que desde hace algunos siglos que cambiamos y usamos los números hindúes me explica. Decido en ese momento que aunque tenga la oportunidad no saldré solo del hotel. Sin poder reconocer ningún letrero, aunque sea en otro idioma pero con letras conocidas, ni tampoco saber ningún número no hay forma de orientarse…
 
Después de la comida, Farez busca un teléfono y me comenta que el programa del día siguiente tiene cambios y que mi primera reunión será recién a las 8 de la noche. Mañana estaré a la diez para confirmar tu pasaje del jueves y programar alguna visita cultural, me dice.
 
EL DÓLAR VALÍA MUY POCO EN BAGDAD
 
Camino un rato por el vestíbulo del hotel y veo algo inusitado en otro país árabe: mujeres con pantalón y botas dentro de un grupo de militares que aparentemente han estado en alguna conferencia. Se notan extrañas en comparación con las esposas de muchos de los ocupantes del hotel. Camino hacia los ascensores, me detengo en una vitrina y veo un pequeño plato de loza con dibujos de Bagdad. Es muy bonito y el precio es de 75 dinares. En algún momento durante la comida averigüé por el cambio del dólar y Farez me dijo que era 3 por 1. Como tengo 27 dólares y desde Bagdad saldré a Lima sin ningún gasto que hacer, ya que los dos cambios de avión en Ginebra y Madrid los haré como pasajero en tránsito, decido que vale la pena comprar un plato más para mi colección, aunque la mayoría de los que tengo son más baratos y algunos de plástico. Pero el plato será de un país muy lejano, al que en ese momento creo que no regresaré…
 
Al día siguiente pedí a las ocho el desayuno y a las nueve de la mañana estaba paseando por los amplios espacios del primer piso. Entre a la tienda, en cuya vitrina había visto el plato. Encontré varios más e incluso uno que me gusto más costaba 60 dinares. Me acerque al vendedor, le señalé el plato, en un papel escribí el signo de dólares y le hice un gesto cómo para que me escribiera cuánto era en dólares. $ 180 me escribió en el papel. Frente a mi cara de extrañeza, volvió a tomar el papel y escribió $ ع.د 1 = 3. Agradecí, hice un gesto como que seguiría buscando algo que comprar y salí. Acostumbrado como estaba a que el dólar valiera más, había asumido que era equivalente a 3 dinares, cuando lo que Farez me había dicho cuando le pregunté por el cambio del dólar es que se necesitaban 3 para un dinar.
 
Aprovechando que no había demasiado calor, salí un rato a recorrer los jardines del hotel y al mirar a lo lejos los edificios sentí una sensación de paz. Irónicamente en Bagdad capital de un país que tenía siete años de guerra.
 
RUMBO AL SUR, PÁLIDO PERO SERENO
 
Llegó Farez. Vimos lo de mi pasaje de regreso. Entramos a una cafetería donde mi acompañante me dijo que comiera algo porque nuestro almuerzo iba seguramente a ser bastante tarde, ya que iríamos a conocer Babilonia. Pedí un buen café y algo de comida y a mediodía salimos hacia nuestro auto.
 
Al entrar al vehículo le comenté la sensación de paz que había sentido parado en el jardín en la mañana y, poco después, al recorrer las calles comenté una vez más que Bagdad no parecía la capital de un país en guerra. Ya te dije que la guerra es en el sur, me dijo Farez.
 
Unos quince minutos después de dejar el hotel estábamos ya saliendo de la ciudad, cuando le pregunté qué distancia recorreríamos. Habló en árabe con el chofer y me contestó: viajaremos alrededor de una hora hacia el sur…
 
No hablé nada en la siguiente media hora…

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