sábado, 16 de febrero de 2013

PISCO SOUR SÍ, PERO CON PISCO CHILENO (1979)

En marzo de 1979, un grupo de dirigentes del Partido Socialista Revolucionario habíamos llegado a la capital de la República Democrática Alemana, la ciudad de Berlín, o a Berlín Este como era conocida en los medios periodísticos de todo el mundo, ya que en ese entonces la ciudad se hallaba dividida en dos.

Después de terminada la segunda guerra mundial, en 1945 el territorio de la derrotada Alemania nazi había sido dividida entre los cuatro aliados: Estados Unidos de América, Francia, Gran Bretaña y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En las zonas de las primeras tres potencias mencionadas, se crearía en 1949 la República Federal de Alemania, mientras que en la zona soviética se instauraría poco después la RDA. Berlín quedaba en el territorio de la RDA, pero tenía un estatuto especial ya que también estaba dividida en cuatro. La parte oeste bajo control francés, inglés y estadounidense aunque administrativamente unificada, estaba rodeada de un muro por todos lados construido desde el sector de control soviético en 1961 y con un corredor que la unía con el territorio de la RFA, por carretera y ferrocarril. Este muro caería por presión popular en noviembre de 1989 como demostración inminente del agotamiento de modelo de la RDA, que finalmente desapareció en 1990, dando paso a la reunificación alemana con la integración de los Estados del desaparecido país a la República Federal de Alemania.

Pero regresemos al final del invierno europeo de 1979. Estábamos invitados por el Partido Obrero Unificado Alemán, el partido comunista de ese país, con el cual teníamos muy buenas relaciones a pesar que no éramos un partido marxista leninista. Nuestra delegación la encabezaba Leonidas Rodríguez Figueroa, presidente del partido, y la integrábamos Manuel Benza, Guzmán Rivera, José María Salcedo, José Antonio Luna y yo.

De algunos aspectos de ese viaje, ya he escrito otra crónica (ver “Copa, café y puro en Madrid, Berlín y…Dresden” del 15 de diciembre de 2012), por lo que ahora sólo me ocuparé de la reunión que tuvimos con un grupo de dirigentes políticos chilenos, todos de la Unidad Popular, alianza política derrocada sangrientamente por el general Augusto Pinochet. Ellos y sus familias vivían exilados en Berlín, que al mismo tiempo era su base de operaciones desde la cual se desplazaban a distintos lugares del mundo organizando eventos de solidaridad y tratando de mantener unida a la oposición a la dictadura militar. Desde allí también alguno de ellos iniciaba un viaje, mejor si podían lograr algunos rasgos cambiados, para ingresar clandestinamente a su país, a pesar de los altísimos riesgos que se corría en caso de ser descubierto por los agentes del gobierno.

EN BERLÍN REUNIÓN DE CONFRATERNIDAD

Enterado de nuestra llegada, el ex canciller chileno y secretario general del Partido Socialista, Clodomiro Almeyda, el más importante de los dirigentes políticos chilenos en Berlín, nos invitó a una reunión para conversar sobre la situación en nuestros respectivos países. En el encuentro participaron, entre otros, Hernán del Canto, también dirigente del PS y ex ministro del Interior de Allende y Enrique Correa, sub secretario general del MAPU-OC, partido que había nacido de una escisión de la Democracia Cristiana en 1969.

Fue ocasión para que Almeyda y Leonidas Rodríguez se conocieran. Un año y medio antes, cuando habíamos estado en Berlín no fue posible realizar una reunión entre ambos. Yo sí me había reunido con el dirigente chileno, al quedarme un par de días más de lo previsto porque el ex canciller chileno se encontraba en otro país, pero Leonidas tenía que viajar a un seminario en Yugoslavia.

Con Enrique Correa nos conocíamos desde doce años atrás cuando él pasó por Lima al inicio de su gestión como presidente de la Juventud DC chilena, mientras yo estaba terminando mi mandato al frente de la JDC peruana. Tres meses después del golpe militar del 11 de setiembre había llegado al Perú y, entre otros, José María y yo lo habíamos ayudado en las tres o cuatro semanas que estuvo de paso. Incluso, el 1º de enero de 1974 lo habíamos pasamos él y yo con nuestras esposas recorriendo la Fortaleza de Pachacamac y el balneario de Pucusana. En esa ocasión también estuvieron con nosotros otros amigos chilenos y sus parejas: José Miguel Insulza, Ismael Llona, Juan Enrique Vega, Gonzalo Falabella y Martín Mujica. También Rafael Roncagliolo. Con Correa ya nos habíamos visto algunas veces después de ese su primer año nuevo en el exilio y nos veríamos otras veces en los años siguientes, incluyendo encuentros cuando los chilenos recuperaron la democracia y él integró el primer gabinete ministerial del presidente Patricio Aylwin además de varias ocasiones posteriores.

El ambiente de la reunión fue muy cordial y el intercambio de opiniones muy fructífero. Los peruanos teníamos la certeza que después de terminada la Asamblea Constituyente –que Leonidas integraba- el gobierno de Morales Bermúdez tendría que convocar elecciones. En realidad estaba claro que querían irse pronto, pero con la garantía de no terminar procesados. Los chilenos, en cambio, eran conscientes que su camino era mucho más difícil y que podía durar varios años, aunque no creo que calcularan que iban a ser tantos, ya que recién once años después podrían caminar tranquilos por las calles de su país.

Pero formal aunque muy cordial como era la reunión, hubo un momento de risas: ocurrió cuando se hizo un brindis de confraternidad. Nuestros anfitriones se habían esmerado en preparar un trago en honor a los peruanos. A falta de pisco, habían utilizado vodka y preparado una especie de vodka sour. Después de unas palabras de Almeyda brindamos. El sabor del trago era francamente raro, aunque nada dijimos los peruanos considerando que habían querido complacernos. Sin embargo, a alguno de los chilenos se le ocurrió decir: Esto está muy bueno, hasta parece un verdadero pisco sour. Esa afirmación ya fue considerara como excesiva por José María que retrucó: efectivamente podría ser un pisco sour, pero con pisco chileno…

A un breve silencio, siguieron grandes y fraternales risotadas de todos los presentes en una tácita aceptación de la calidad de nuestra bebida nacional.

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