Creo que
tengo memoria clara de la tercera casa en que viví. Quedaba en el jirón Virú
228 en el Rímac. De las dos anteriores no recuerdo nada. Supe años después que
había nacido en el jirón Loreto cuando esa zona de Chacra Colorada pertenecía
el Cercado de Lima, pero antes del año mis padres se mudaron al jirón Virú,
pero a la cuadra 4, a unos treinta metros de la pequeña iglesia de Las Cabezas que
quedaba en la también pequeña plazuela del mismo nombre y donde una vecina me
encontró poco antes que cumpliera yo dos años, avanzando endeble pero decidido no
se sabe dónde aparentemente como medida de protesta por el nacimiento de mi
hermana.
Desde esa
plazuela se llegaba por una calle estrecha y corta al Malecón Rímac justamente llamado
así porque daba al río. A esa altura había una precaria conexión con Lima por
un puente de madera (Ver crónica
“El Puente de Palo” del 1° de noviembre de 2012). La casa de la cuadra 2 de Virú sí la tengo en la memoria calculo
desde que tenía unos cinco años y puedo incluso hacer un plano de ella.
Pero así
como tengo certeza sobre esa casa, también estoy seguro que en esos mis cinco
años mi primer medio colectivo de transporte fue el tranvía. Más aun calculo
que fue el medio de transporte que más utilicé hasta que a fines de 1965, cuando
el Congreso aprobó una ley que cancelaba las concesiones que tenía la Compañía
Nacional de Tranvías, para el servicio de pasajeros con tranvías eléctricos,
urbanos a interurbanos, en Lima, Callao y Balnearios.
Los
tranvías transitaban sobre rieles de fierro y en la parte superior un artefacto
parecido a una antena con una especie de resorte en la base la conectaba a los
cables eléctricos. Se llamaba el trole. Cuando llegaban a un punto final se
jalaba ese artefacto y se le daba la vuelta para que el tranvía avanzara en
sentido contrario. Y los respaldares de los asientos también se corrían en uno
u otro sentido. Por lo tanto a ambos extremos tenía la cabina del conductor. Era
una plataforma por donde bajaban los pasajeros cuando estaba el conductor,
mientras la que no se usaba en cada viaje servía para subir y para que
se apiñaran los pasajeros cuando había muchos o se concentraban los que no
querían pagar, popularmente conocidos como “gorreros”, porque querían viajar
“de gorra”. En el tranvía al Callao era más difícil “gorrear” porque tenía una
diferencia con los de las otras líneas: había puertas que se cerraban
totalmente.
DESAPARECIERON
PARA CONSTRUIR EL METRO… HACE CASI 50 AÑOS
Quizás
porque se pensaba que los tranvías iban a ser una rémora para la modernización
del transporte, ya en esos momentos -¡hace casi 50 años!- se reservó para el
transporte subterráneo las vías usadas por el tranvía desde el Paseo de La
República hasta Chorrillos, por un lado, y hasta San Miguel, por otro, así como
desde la Plaza Dos de Mayo hasta La Punta. Y para que no quedara dudas en que se
pensaba en la construcción de algún metro o transporte masivo se estableció que
el poder Ejecutivo, convocara a licitación, dentro del plazo de 120 días, el
establecimiento del servicio de transporte subterráneo de pasajeros en esas
rutas, o cualquier otro medio “moderno, conveniente y recomendable”.
Con recién
un año de funcionamiento de la línea 1 del tren eléctrico o Metro de Lima –por
distritos como Villa El Salvador, Villa María del Triunfo, San Juan de
Miraflores, San Borja y San Luis que no existían en esos tiempos o por zonas de
Surco o Surquillo que en esa época aun no estaban urbanizadas- y en plena
realización del estudio de preinversión de la línea 2 entre Ate y el Callao y el
tramo de la línea 4 del Metro de Lima, que llevará al aeropuerto, podemos decir
que quedaron cortos los 120 días calculados por los legisladores en diciembre
de 1965.
EN
TRANVÍA SE IBA A TODAS PARTES
Pero
volvamos a mi infancia. Recuerdo los viajes con mis padres que se iniciaban a
pocos metros de mi casa, en la línea 2 del tranvía urbano, que partía de la
avenida Francisco Pizarro, en la cuadra 5 o 6, cruzaba el Puente de Piedra,
atravesaba el centro de Lima, bordeaba el Paseo de la República, recorría toda
la avenida España, ingresaba una cuadra a la avenida Alfonso Ugarte, bordeaba
la Plaza Bolognesi e ingresaba a la a la avenida Brasil hasta la cuadra 24, en
el cruce con la avenida Vivanco, más conocido como el ovalo de la avenida
Brasil. De allí regresaba hacia el Rímac, al igual que la línea 1. La
diferencia entre ambas era que, después de cruzar el Puente de Piedra, detrás
de Palacio de Gobierno, hoy conocido como el puente Trujillo, ingresaban
justamente al jirón Trujillo y dos cuadras después la línea 1 volteaba a la
derecha y luego a la izquierda para dirigirse hasta el inicio de la Alameda de
los Descalzos, mientras la línea 2 avanzaba una cuadra más hasta llegar a la
Iglesia San Lázaro y voltear a la izquierda por Francisco Pizarro hasta su
paradero inicial.
Ya
mudados al jirón Marañón en octubre de 1948 era exactamente igual para mi
familia usar cualquiera de las dos líneas. Mientras que la otra línea urbana,
la 3, que cruzaba desde Barrios Altos hasta la zona de la Plaza Unión, muy poco
la utilizábamos salvo cuando por alguna razón visitábamos a algún compadre de
mis padres que tenía su casa y consultorio por la Plaza Italia.
Las
líneas 1 y 2 incluso la usábamos para trasladarnos desde el centro cuando, en
1961, nos mudamos al distrito Pueblo Libre. Para esa ruta también podíamos usar
una línea interurbana, la que partía desde el costado de la Catedral, a pocos
metros de la Plaza de Armas y utilizaba los mismos rieles de la 1 y la 2, pero
que luego de llegar a la 24 de Brasil seguía hasta el final de esa avenida, que
alrededor de la cuadra 30 transcurría ya por el distrito de Magdalena y al
finalizar la extensa avenida volteaba a la derecha hasta terminar el distrito
y, en algunos casos, continuar hasta el paradero final en San Miguel.
Como
teníamos unos parientes que vivían en el Callao, en varias oportunidades en los
años cincuenta utilizábamos el tranvía que salía desde Colmena Derecha, a pocos
metros de la Plaza San Martín siguiendo primero por esa avenida y luego de
rodear la Plaza Dos de Mayo seguía por toda la avenida Colonial. en esos
tiempos con sembríos por ambos lados -interrumpidos por algunas fábricas
industriales y un par de unidades vecinales- hasta que se llegaba al Callao,
pasando por la Iglesia de la Virgen del Carmen, primero, los cementerios Baquijano
y Carrillo y Británico, después, para ingresar a la ciudad misma por su avenida
principal, la Sáenz Peña, hasta llegar al Real Felipe y volteaba la derecha
hasta la Plaza Grau donde uno podía ver los muelles para paseos de pasajeros y
al fondo grandes barcos. Desde esa misma plaza, se iniciaba el regreso, aunque
algunos tranvías continuaban hasta La Punta.
SEIS
VIAJES CON UN SOLO BOLETO
El
interurbano que más recuerdo es el que partía cerca de la Plaza San Martín, en
la calle Cueva, e iba hasta Miraflores y Barranco, aunque algunos continuaban hasta
Chorrillos. Salían del centro por el Paseo de la República y, más o menos a
altura de la avenida 28 de julio, cuando ese paseo se desviaba algo hacia la
izquierda continuaba por Reducto hasta llegar a la avenida Grau de Barranco y
luego de rodear la Plaza de Armas regresar o dirigirse por la avenida Pedro de
Osma a Chorrillos.
Recuerdo
los pasajes de ida y vuelta que permitían tomar la 1 o 2 y luego el
interurbano, incluyendo el “urbanito” pequeño bus de madera que salía del
parque Marsano al final de la avenida Larco en su ruta 1 y hasta el final de la
Alameda Pardo en su ruta 2. Eran tres viajes de ida y también tres de vuelta. A
diferencia de los tranvías, los pequeños buses no tenían paraderos fijos y se
avisaba con un timbre al chofer en la esquina en que uno se quería bajar.
Mientras que los tranvías urbanos eran pequeños, los interurbanos eran grandes,
incluso muchas veces “acoplados”, es decir un tranvía jalaba otro.
TRANVÍAS
Y RECUERDOS
A los
distintos tranvías de antaño están unidos muchos de mis recuerdos infantiles y
juveniles.
Hay tranvías
en mis recuerdos familiares…
A veces
iba caminando unas diez cuadras desde mi casa en la primera cuadra de Marañón
en el Rímac hasta la esquina de la avenida Tacna con el jirón Ica para tomar el
ómnibus Tacna Trípoli y bajarme en la Alameda Pardo de Miraflores y caminar
unas seis cuadras hasta Túpac Amaru 150, la casa de cuatro profesoras, las
hermanas solteras de mi padre. Pero otras veces tomaba a media cuadra la línea
1 o 2 del tranvía para bajarme en la calle Cueva y embarcarme en el interurbano
hasta el parque Marsano de Miraflores, a tomar el urbanito 2, que me dejaba a
media cuadra de la casa de las tías Mercedes, Teresa, Carmela y Corina.
Para la
casa de mi tío Ricardo, hermano de mi padre, y de su esposa la tía Palmira y
mis tres primos, primero en Buenaventura Aguirre y luego en Grau en Barranco y en
mi adolescencia en la cuadra 15 de Reducto en Miraflores pero muy cerca de la
quebrada de Armendáriz –desde hace por lo menos cuatro décadas conocida como la
bajada a la Costa Verde-, el tranvía era el único vehículo que nos trasladaba.
Para
acompañar a mi madre o a mi padre en ir y regresar a nuestra casa del Rímac o al centro de Lima,
durante los veranos de mi niñez en que nos trasladábamos a vivir al colegio
particular “Armando Filomeno”, en la primera cuadra de la calle Porta en
Miraflores, propiedad de mi tía Teresa, donde en colchones en el piso y
utilizando carpetas para sentarnos a conversar o a comer, pasábamos enero y
febrero para estar cerca de la playa.
Hay tranvías
en mis recuerdos escolares…
Todos
los sábados en que se salía temprano, me parece que a las 10 y media de la
mañana, nos íbamos en bicicletas –llevando cada conductor a un invitado- y los
que no alcanzaban en tranvía hasta el parque de Barranco –actualmente el
estadio Gálvez Chipoco- donde habían algunas lozas de cemento para jugar
fulbito los que lo hacían bien y también los que éramos bastante torpes.
Jugábamos hasta el cansancio, es decir hasta que el hambre apretaba cerca de
las dos de la tarde. De allí yo tomaba mi tranvía, que atravesaba zonas casi
totalmente pobladas de Barranco y Miraflores con plantíos de algodón o maíz en
el mismo Miraflores y San Isidro y los barrios de las afueras de Lima en Lince
y La Victoria. Terminada la travesía por el Paseo de la República y luego de
pasar el Palacio de Justicia, después de recorrer tres o cuatro cuadras del
jirón Lampa –antes que volteara a la calle Cueva para regresarse- me bajaba
para esperar cualquiera de las dos líneas que me llevaban al Rímac.
Aunque
cuatro o cinco veces al año hasta cinco jugadores se sumaban a los partidos
casi al final, incluso pasada la una de la tarde. Me parece que en todas las
unidades escolares de esa época ocurría lo mismo, aunque sólo puedo estar
seguro de lo que ocurría en la mía. En turnos de cinco, los alumnos se quedaban
a limpiar sus salones. Carpetas afuera, harto aserrín para refregar los pisos,
periódicos pasados para limpiar ventanas, el reto era dejar flamante el aula a
la que volveríamos el siguiente lunes. Al fondo de cada salón había una especie
de closet muy pequeño. Allí el colegio ponía escoba, recogedor, balde de fierro
y estropajos. En la primera semana de clases, los alumnos ponían una cantidad
ínfima –serían unos 50 centavos- y con lo juntado se compraba varios pomos de
cera que generalmente duraban por lo menos un semestre y se hacia otra colecta
en agosto o setiembre si faltaba…
Pero
volviendo a los tranvías en los años 50, mis visitas a las casas de mis amigos,
que vivían en Barranco, Surquillo o Miraflores terminaban con mi regreso en
tranvía a mi casa en el Rímac. Las reuniones generando dinero para la excursión
hasta Arica, visitando radios para conseguir la colaboración de artistas para
nuestros festivales, terminaban en el Palermo de Colmena Izquierda, donde
nuestro compañero de salón Santiago Kuniyoshi –no sé si autorizado por su padre
o a espaldas de él- se encargaba de invitarnos un buen café con su respectivo
pan con jamón del país. A una cuadra de allí me despedía de Ricardo Delgado que
tomaba su tranvía a Barranco, mientras yo tomaba uno de los iba al Rímac.
NUNCA
SUPE “GORREAR” TRANVÍAS
Hay
tranvías en mis recuerdos de “mataperradas”.
Por mi carácter
siempre me resultó difícil “gorrear” tranvía como algunos de mis compañeritos
de colegio, alguno de los cuales viajaban virtualmente colgados de los estribos
con medio cuerpo afuera en una zona donde los cobradores no podían llegar y era
evidente que los así colgados no tenían posibilidad de sacar el dinero. Había
un pacto tácito: quédate colgado y no te cobro, pero si pretendes acomodarte en
la plataforma te cobro de todas maneras.
Alguna
vez vi cómo un joven escolar demostró su habilidad para lucirse con una
chiquilla de su edad que, pese a correr, no alcanzó a subir al tranvía. El
muchacho jaló el trole y desconecto el tranvía del cable eléctrico. Mientras
que cobrador se bajaba presuroso a arreglar el problema, la chica subió tranquilamente
al tranvía sonriéndole al joven galán.
Yo no era
nada atrevido. Cuando quería ahorrarme el pasaje, trataba de quedarme en la
parte de atrás y cuando llegaba el cobrador le decía que me estaba bajando en
el siguiente paradero… ¡Y me bajaba! Y esperaba el siguiente para hacer lo
mismo. Algunas veces tuve que bajarme tres veces entre Surquillo y el centro de
Lima y una más luego de cambiarme al tranvía chico…
Hay
tranvías en mis recuerdos políticos…
Del
local de la Democracia Cristiana de la primera cuadra de la avenida Guzmán
Blanco avanzaba cien metros para tomar mi tranvía hacia mi casa entre 1959 y
1960. En 1961, cambiados de local a la última de la avenida Alfonso Ugarte,
sólo atravesaba la avenida para tomar el tranvía al Rímac y cuando nos mudamos
a Pueblo Libre lo tomaba en la misma vereda. Cuando decidíamos escuchar algún
debate parlamentario un tranvía pequeño nos dejaba en Lampa con Junín a tres
cuadras de la Plaza Bolívar.
En
tranvía nos trasladábamos en los años 59 y 60 con César Carmelino para mantener
ciclos de conferencias en el local partidarios DC de Surquillo, situado muy
cerca del Paseo de la República, en la calle Gonzales Prada o Colina.
Creo incluso
que para una importante movilización que hizo la Juventud DC en julio de 1965, (Ver crónica “El baile de debutantes” del 27
de noviembre de 2012) una
buena cantidad de participantes se trasladó del local partidario a una cuadra
de la Plaza San Martín en…tranvía.
MALOS Y
BUENOS RECUERDOS
Hay
tranvías en mis recuerdos vergonzosos, como cuando en un verano me querían
cobrar pasaje completo y mi madre insistió que me midieran. En cada tranvía
cerca de la puerta corrediza que separaba a los pasajeros del conductor y que
éste poco utilizaba, había una plaquita gastada por los años que marcaba 1.40
m., quien estaba por debajo pagaba medio pasaje. El cobrador quiso que pagara
pasaje entero, pero la insistencia de mi madre sirvió para que fuera patente
que me faltaban un par de centímetros para sobrepasar la valla, lo cual fue
positivamente recibido por quince o veinte pasajeros que estaban a la
expectativa. La insistencia de mi madre le hizo ahorrar 50 centavos, si no
hubiera insistido yo me hubiera ahorrado la vergüenza…
Hay
tranvías incluso en mis recuerdos amorosos. Más de una vez llegué en tranvía a
Bellavista, distrito del Callao, a visitar a quien años después sería mi
enamorada y novia y hace 40 años mi esposa.
No creo
ser una excepción, en la gente de mi edad, de varios años más o de algunos
menos, cuando digo que los tranvías pertenecen a nuestros mejores recuerdos.
ALFREDO:
ResponderBorrarME ACUERDO DE JORGE............, QUE ERA DIRIGENTE TRANVIARIO Y QUe, VIVÌA O TENÌA FAMILIARES EN LA CALLE TUMBES A UN LADO DEL MERCADO DEL LIMONCILLO EN EL RÌMAC.
CON EL ZANJÒN LOS TRANVÌAS COMO DICE UNA PELÌCULA ITALIANA, COMO LA CLASE OBRERA, SE FUERON AL PARAÍSO,ABRAZOS, MANOLO
Manolo: Efectivamente el "flaco" Jorge Castro vivía en el Rímac y era un combativo dirigente tranviario. A inicios de los 60 fue delegado de los obreros al Comité Ejecutivo Nacional de la Democracia Cristiana, En esa época había un comité de obreros y otro de empleados. Poco después, por impulso de este "flaco" Jorge y su tocayo, el "gordo" Jorge Gallardo, junto con muchos más se creó un único Comando Laboral.
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