viernes, 24 de abril de 2015

LLEGUÉ A 20 PAÍSES EUROPEOS, ESTUVE EN 23 (1964-1990)

Entre fines de agosto de 1964 y noviembre de 1990, debido a mis actividades políticas tuve unos quince viajes hacia países europeos, incluyendo dos veces de paso al Medio Oriente y una de regreso de Asia. Podía decir a finales de 1990 que en esos viajes, en poco más de un cuarto de siglo había estado en 20 países. Sin embargo, si alguien me pregunta ahora en cuantos países europeos he estado, tendría que decir que en 23.

Como no he viajado a Europa en los últimos 25 años… ¿qué pasó?

LA CAÍDA DE LOS REGÍMENES DE EUROPA ORIENTAL

Como se recuerda entre finales de los años ochenta e inicios de los noventa se produjo el colapso de los gobiernos encabezados por los partidos comunistas de los países de Europa oriental. Si bien hubo varios indicios en los años anteriores, particularmente las posiciones reformistas del líder soviético Mijaíl Gorbachov, tratando de flexibilizar un sistema que él estaba seguro se encontraba en declive sin remedio. Lo que dio inicio a un camino sin retorno fue el triunfo en las urnas en una votación parlamentaria en junio de 1989 de los polacos agrupados en el sindicato “Solidaridad” -pese a todas las restricciones impuestas por el régimen- que luego de una obstinada resistencia de ocho años, obligaron al gobierno de Jaruzelski a abandonar el poder poco después.

Pero visualmente, en momentos en que ya los medios de comunicación podían trasmitir en vivo los acontecimientos desde cualquier parte del mundo, lo más impactante ocurrió en la noche del 9 al 10 de noviembre de ese mismo año cuando los alemanes de las dos partes divididas de Berlín se juntaron en abrazos y llantos después de derribar literalmente con sus manos y pies el muro que los separaba desde hacía 28 años.

No será en esta crónica que me refiera al proceso político que algunos denominaron el “El Otoño de las Naciones” y que determinó la caída de los regímenes comunistas en la República Democrática Alemana, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, Hungría y Rumanía en el otoño de 1989 y que posteriormente continuara con la disolución de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría que había tenido en tensión al mundo desde cuatro décadas atrás. Otros hablaron de la desaparición de la “cortina de hierro”, como se denominaba a la frontera entre esos países de Europa Oriental y Europa Central con el resto de países europeos, o con los países de Europa Occidental. En esta crónica va a primar la visión del viajero sobre el analista.

LA CORTINA DE HIERRO EXISTÍA…

Aprovecho esta oportunidad para preguntarme si dicha cortina era una forma de señalar la separación de regímenes de distinto signo o algo más. Por un lado, fue un término acuñado para señalar la separación de sistemas entre los países de Europa del Este, bajo la influencia soviética y por eso podía pensarse que era una forma de expresar las grandes diferencias que existían con los países de Europa Occidental, que incluso se manifestaban militarmente con los pactos militares con hegemonía de los Estados Unidos, por un lado, y la Unión Soviética, por otro que se denominaban, respectivamente la Organización del Tratado del Atlántico Norte y el Pacto de Varsovia.

Efectivamente, era un término que graficaba bien la tensa situación que se vivía en la división entre Europa Occidental y Europa del Este. Pero además la “cortina de hierro” físicamente existía y era de hierro pero también de cemento. No puedo atestiguar si cubría totalmente la extensión entre el mar Báltico y el mar Mediterráneo, es decir si partía en dos Europa pero sí que en algunas fronteras existía. Yo la vi por primera vez entre Austria y Checoslovaquia en octubre de 1964.

Como he contado en otra oportunidad, viajé a Europa por primera vez en 1964 por cerca de cincuenta días a un seminario en varios países para unos 25 dirigentes demócratas cristianos de unos catorce países de América Latina. Parte del grupo estuvimos en Viena, capital de Austria, unos cinco o seis días. A la hora del almuerzo, un día que teníamos libre la tarde, Heinz un simpático alemán que era nuestro traductor y guía nos dijo ¿quieren visitar Checoslovaquia? Los más jóvenes del grupo, un paraguayo, Ángel José Burró y yo, aceptamos de inmediato y poco después los otros cuatro o cinco se plegaron a la idea, luego de algunas averiguaciones. Estábamos a una hora de distancia de Bratislava, podíamos ir en el minibús en que nos desplazábamos, no era necesaria la visa para entrar por unas horas e incluso si no deseábamos, no sellarían los pasaportes.

SALIDA A NINGÚN LADO Y ENTRADA DESDE ALLÍ MISMO

Debo mencionar que cuando saqué mi primer pasaporte poco antes de emprender ese viaje, en la sexta página que servía para “Inclusiones, modificaciones, limitaciones y observaciones”, había un sello que decía:

ESTE PASAPORTE NO ES VÁLIDO PARA VIAJAR A LA URSS, REPÚBLICA DEMOCRÁTICA ALEMANA, REPÚBLICA POPULAR CHINA, CUBA, ALBANIA, BULGARIA, COREA DEL NORTE, CHECOSLOVAQUIA, HUNGRÍA, MONGOLIA, POLONIA, RUMANÍA, VIETNAM DEL NORTE
Había un espacio entre Cuba y Albania donde me enteré que había estado antes el nombre de Yugoslavia. Posteriormente, me parece que en una renovación del pasaporte en 1970 el sello ya no incluía a la URSS, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Rumanía. Y alguna de las renovaciones siguientes de ese pasaporte, quizá en 1972 o 1977, el sello estaba atravesado por otro que decía “Válido para viajar a todos los países”.

Pero ese mediodía en Viena, la prohibición estaba vigente para los peruanos y con fórmulas parecidas para los ciudadanos de algunos otros países. De allí que no sellaran los pasaportes era muy importante para varios de nosotros.

Estábamos muy cerca de la ciudad más importante de Eslovaquia que incluso cuando estuvo bajo dominio húngaro llegó a ser la capital temporal del antiguo Reino de Hungría. Pero después de la primera guerra mundial pasó a ser parte de Checoslovaquia primero y luego de un breve periodo de autonomía a fines de los años treinta, volvió a ser integrada con su país vecino como parte de Checoslovaquia, república que quedó bajo la influencia soviética y con la hegemonía del Partido Comunista de Checoslovaquia.

Calculo que salimos alrededor de las dos de la tarde y luego de unos cuarenta minutos el chofer algo le dijo a Heinz y éste nos informó que nos acercábamos al puesto fronterizo y al mismo tiempo nos señaló la división entre ambos países. Una malla de fierro de un par de metros de alto se extendía a ambos lados del puesto, en algunas partes con alambre de púas enrollado y algunos bloques de cemento en zonas planas y sin obstáculos donde eventualmente  podían llegar vehículos. “Es la cortina de hierro”, sentenció, mientras todos mirábamos en silencio.

Pasamos el puesto fronterizo austriaco rápidamente y al llegar al lado checoeslovaco Heinz indicó quienes no podían tener sello en el pasaporte y se nos dio una especie de pase sellado que teníamos que entregar al regresar. Conforme pasaba cada uno de nosotros, el guardia nos miraba fijamente me imagino que por unos 25 o 30 segundos a cada uno, pero que a mí me parecieron un par de minutos.

Veinte minutos después llegamos a Bratislava, estacionamos en la plaza principal que se veía con muy poca gente, pues a esa hora de la tarde podía deberse a que la gente estaba trabajando. Caminamos un rato, entramos a una tienda de recuerdos donde encontré una pequeña canulilla de madera para poner cigarrillos -artesanalmente tallada- que aún conservo. Entramos a una iglesia católica y por nuestro traductor nos enteramos que los eslovacos en su gran  mayoría eran –o habían sido- católicos. En la misma plaza encontramos un café que años atrás seguramente había lucido mejor y disfrutamos de un café, comentando en voz baja que habíamos logrado atravesar “la cortina de hierro”.

Terminado el café alrededor de las 5 de la tarde emprendimos el viaje de regreso, cruzamos la frontera, en el puesto fronterizo devolví la tarjeta sellada y al otro lado entregué el pasaporte y pasé. Mientras viajábamos de regreso a Viena revisé mi pasaporte, no había señas que había estado en Checoslovaquia, pero había salido de Austria el 3 de octubre y regresado ese mismo día sin que apareciera dónde había viajado.

QUINCE AÑOS DESPUÉS ENCONTRÉ UNA CIUDAD TRANSFORMADA

Conversando con mis compañeros de viaje comentábamos cuán distinto era el ambiente casi desértico en la plaza de Bratislava de cualquiera de las calles de Viena. Y recordamos cómo semanas atrás al pasar de Berlín Occidental a Berlín Este habíamos tenido idéntica sensación. En ambos casos, al otro lado de la “cortina de hierro” poca gente en las calles, comercios muy poco surtidos de productos y pocos atractivos en presentación, escasos autos circulando… Uno tenía la impresión de estar en una ciudad después de la guerra y la guerra había terminado casi veinte años antes.

Incluso en el viaje retomamos una broma que le hicimos a Heinz a poco de llegar a Viena, cuando comprobamos que se hablaba alemán y que físicamente no había mayores diferencias entre austriacos y alemanes, salvo que en las calles y establecimientos se notaban más sonrisas y se escuchaban risas. La República Federal de Alemania, decíamos, tenía inicialmente 11 y no 10 Länder –estados federales- pero cuando las autoridades notaron que en todo el país había algunas personas alegres, decidieron juntarlos en un Land, independizarlo y llamarlo Austria. En ese viaje de regreso le dijimos al traductor que los habitantes de Bratislava si lograban salir de Checoslovaquia no se quedarían en Austria sino seguirían a Alemania, por lo menos durante un periodo de adaptación hasta recuperar la alegría…

Esa llegada a Berlín Este la había hecho pasando por debajo del muro. Por cierto que no por algún túnel clandestino, sino por el metro que era el único transporte que seguía uniendo las dos partes en que estaba dividida la ciudad. Estoy casi seguro que la administración correspondía al lado oriental y había dos o tres estaciones en lado occidental, en una de las cuales me embarqué. Por cierto que cuando uno bajaba habían oficinas de aduana y migraciones que lo chequeaban estrictamente. Evidentemente que la “cortina de hierro” en esa ciudad enclavada en el territorio de la entonces República Democrática Alemana era el muro que rodeaba la ciudad y que se convertiría en el símbolo del enfrentamiento de la Guerra Fría.

Pero cuando llegué a Berlín Este en 1977 y 1979 el aspecto de la ciudad había cambiado radicalmente. No hay que olvidar que a principios de esa década, la RDA fue considerada por un corto período, la décima potencia industrial en el mundo, debido principalmente a su productividad y mientras existió, estuvo entre los 25 países más industrializados. Esa situación se evidenciaba en sus calles, era una ciudad europea más, con el bullicio natural en las diversas plazas y con mucha vida cultural. Los restaurantes lucían repletos y en muchos se notaba la presencia de grupos de turistas. Incluso había un restaurante giratorio en lo alto de la torre de televisión que permitía ver en unos 45 minutos que duraba la vuelta –y se consumía la comida- la ciudad completa, es decir los dos Berlín. Pero lo que más llamaba la atención era que en plena “Guerra Fría” militares estadounidenses, franceses e ingleses pasaban de Berlín Occidental donde estaban acantonados a Berlín Este para almorzar o comer. Por cierto que los ciudadanos de la República Democrática Alemana estaban impedidos de cruzar hacia el lado occidental.

ALGUNOS PAÍSES DESAPARECIERON Y OTROS SE INDEPENDIZARON

Pero volvamos a explicar cómo hasta 1990 llegué a 20 países europeos y sin haber hecho ningún otro viaje, puedo decir ahora que estuve en veintitrés.

Cuatro de los países visitados no existen más. La RDA desapareció en octubre de 1990 cuando los estados que la integraban pasaron a ser parte de la República Federal Alemana, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas terminó de desintegrase en diciembre de 1991, la República Federal Socialista de Yugoslavia después de enfrentamientos –muchos de ellos violentos- entre las seis repúblicas que la conformaron, se disolvió en la práctica en abril 1992 cuando pasó a llamarse República Federal de Yugoslavia, integrada sólo por Serbia y Montenegro. Y Checoslovaquia acabó el último día de 1992.

Pero he estado en ciudades de siete países que se han constituido como independientes después que estuve en ellos como Rusia, Moldavia, Ucrania, Georgia, República Checa, Eslovaquia y Serbia. Las cuatro primeras eran parte de la Unión Soviética y aunque ahora son repúblicas independientes mantienen significativos conflictos  entre ellos. En el año 2006 Serbia y Montenegro se constituyeron como países independientes. Checoslovaquia se dividió en 1993 entre República Checa y Eslovaquia y muchos ciudadanos de ambos países añoran los tiempos en que eran un solo país. Hay que tomar en cuenta que un año antes de disolverse hubo un plebiscito en que sólo un tercio de la población estuvo a favor de hacerlo. Fue un separación amistosa que algunos calificaron como “Divorcio de Terciopelo”.

La crisis política de toda Europa del Este que en esta crónica sólo he tocado como telón de fondo, explica cómo sin haberme desplazado a Europa en los últimos 25 años, he terminado por haber estado en un número de países mayor al de los países donde había arribado hasta 1990.

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