Entre fines de agosto de 1964 y noviembre de 1990, debido a mis
actividades políticas tuve unos quince viajes hacia países europeos, incluyendo
dos veces de paso al Medio Oriente y una de regreso de Asia. Podía decir a
finales de 1990 que en esos viajes, en poco más de un cuarto de siglo había
estado en 20 países. Sin embargo, si alguien me pregunta ahora en cuantos
países europeos he estado, tendría que decir que en 23.
Como no he viajado a Europa en los últimos 25 años… ¿qué pasó?
LA CAÍDA DE LOS REGÍMENES DE EUROPA ORIENTAL
Como se recuerda entre finales de los años ochenta e inicios de los
noventa se produjo el colapso de los gobiernos encabezados por los partidos
comunistas de los países de Europa oriental. Si bien hubo varios indicios en
los años anteriores, particularmente las posiciones reformistas del líder
soviético Mijaíl Gorbachov, tratando de flexibilizar un sistema que él estaba
seguro se encontraba en declive sin remedio. Lo que dio inicio a un camino sin
retorno fue el triunfo en las urnas en una votación parlamentaria en junio de
1989 de los polacos agrupados en el sindicato “Solidaridad” -pese a todas las
restricciones impuestas por el régimen- que luego de una obstinada resistencia
de ocho años, obligaron al gobierno de Jaruzelski a abandonar el poder poco
después.
Pero visualmente, en momentos en que ya los medios de comunicación
podían trasmitir en vivo los acontecimientos desde cualquier parte del mundo,
lo más impactante ocurrió en la noche del 9 al 10 de noviembre de ese mismo
año cuando los alemanes de las dos partes divididas de Berlín se juntaron en
abrazos y llantos después de derribar literalmente con sus manos y pies el muro
que los separaba desde hacía 28 años.
No será en esta crónica que me refiera al proceso político que algunos
denominaron el “El Otoño de las Naciones” y que determinó la caída de los
regímenes comunistas en la República Democrática Alemana, Polonia, Checoslovaquia,
Bulgaria, Hungría y Rumanía en el otoño de 1989 y que posteriormente continuara
con la disolución de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría que había
tenido en tensión al mundo desde cuatro décadas atrás. Otros hablaron de la
desaparición de la “cortina de hierro”, como se denominaba a la frontera entre
esos países de Europa Oriental y Europa Central con el resto de países
europeos, o con los países de Europa Occidental. En esta crónica va a primar la
visión del viajero sobre el analista.
LA CORTINA DE HIERRO EXISTÍA…
Aprovecho esta oportunidad para preguntarme si dicha cortina era una
forma de señalar la separación de regímenes de distinto signo o algo más. Por
un lado, fue un término acuñado para señalar la separación de sistemas entre
los países de Europa del Este, bajo la influencia soviética y por eso podía
pensarse que era una forma de expresar las grandes diferencias que existían con
los países de Europa Occidental, que incluso se manifestaban militarmente con
los pactos militares con hegemonía de los Estados Unidos, por un lado, y la
Unión Soviética, por otro que se denominaban, respectivamente la Organización
del Tratado del Atlántico Norte y el Pacto de Varsovia.
Efectivamente, era un término que graficaba bien la tensa situación
que se vivía en la división entre Europa Occidental y Europa del Este. Pero
además la “cortina de hierro” físicamente existía y era de hierro pero también
de cemento. No puedo atestiguar si cubría totalmente la extensión entre el mar
Báltico y el mar Mediterráneo, es decir si partía en dos Europa pero sí que en
algunas fronteras existía. Yo la vi por primera vez entre Austria y
Checoslovaquia en octubre de 1964.
Como he contado en otra oportunidad, viajé a Europa por primera vez en 1964
por cerca de cincuenta días a un seminario en varios países para unos 25
dirigentes demócratas cristianos de unos catorce países de América Latina.
Parte del grupo estuvimos en Viena, capital de Austria, unos cinco o seis días.
A la hora del almuerzo, un día que teníamos libre la tarde, Heinz un simpático
alemán que era nuestro traductor y guía nos dijo ¿quieren visitar
Checoslovaquia? Los más jóvenes del grupo, un paraguayo, Ángel José Burró y yo,
aceptamos de inmediato y poco después los otros cuatro o cinco se plegaron a la
idea, luego de algunas averiguaciones. Estábamos a una hora de distancia de
Bratislava, podíamos ir en el minibús en que nos desplazábamos, no era
necesaria la visa para entrar por unas horas e incluso si no deseábamos, no sellarían
los pasaportes.
SALIDA A NINGÚN LADO Y ENTRADA DESDE ALLÍ MISMO
Debo mencionar que cuando saqué mi primer pasaporte poco antes de
emprender ese viaje, en la sexta página que servía para “Inclusiones,
modificaciones, limitaciones y observaciones”, había un sello que decía:
ESTE PASAPORTE NO ES VÁLIDO PARA VIAJAR A LA URSS, REPÚBLICA
DEMOCRÁTICA ALEMANA, REPÚBLICA POPULAR CHINA, CUBA, ALBANIA, BULGARIA, COREA
DEL NORTE, CHECOSLOVAQUIA, HUNGRÍA, MONGOLIA, POLONIA, RUMANÍA, VIETNAM DEL
NORTE
Había un espacio entre Cuba y Albania donde me enteré que
había estado antes el nombre de Yugoslavia. Posteriormente, me parece que en
una renovación del pasaporte en 1970 el sello ya no incluía a la URSS,
Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Rumanía. Y alguna de las
renovaciones siguientes de ese pasaporte, quizá en 1972 o 1977, el sello estaba
atravesado por otro que decía “Válido para viajar a todos los países”.
Pero ese mediodía en Viena, la prohibición estaba vigente
para los peruanos y con fórmulas parecidas para los ciudadanos de algunos otros
países. De allí que no sellaran los pasaportes era muy importante para varios de nosotros.
Estábamos muy cerca de la ciudad más importante de Eslovaquia que
incluso cuando estuvo bajo dominio húngaro llegó a ser la capital temporal del
antiguo Reino de Hungría. Pero después de la primera guerra mundial pasó a ser
parte de Checoslovaquia primero y luego de un breve periodo de autonomía a
fines de los años treinta, volvió a ser integrada con su país vecino como parte
de Checoslovaquia, república que quedó bajo la influencia soviética y con la
hegemonía del Partido Comunista de Checoslovaquia.
Calculo que salimos alrededor de las dos de la tarde y luego de unos
cuarenta minutos el chofer algo le dijo a Heinz y éste nos informó que nos
acercábamos al puesto fronterizo y al mismo tiempo nos señaló la división entre
ambos países. Una malla de fierro de un par de metros de alto se extendía a
ambos lados del puesto, en algunas partes con alambre de púas enrollado y
algunos bloques de cemento en zonas planas y sin obstáculos donde
eventualmente podían llegar vehículos.
“Es la cortina de hierro”, sentenció, mientras todos mirábamos en silencio.
Pasamos el puesto fronterizo austriaco rápidamente y al llegar al lado
checoeslovaco Heinz indicó quienes no podían tener sello en el pasaporte y se
nos dio una especie de pase sellado que teníamos que entregar al regresar.
Conforme pasaba cada uno de nosotros, el guardia nos miraba fijamente me
imagino que por unos 25 o 30 segundos a cada uno, pero que a mí me parecieron
un par de minutos.
Veinte minutos después llegamos a Bratislava, estacionamos en la plaza
principal que se veía con muy poca gente, pues a esa hora de la tarde podía
deberse a que la gente estaba trabajando. Caminamos un rato, entramos a una
tienda de recuerdos donde encontré una pequeña canulilla de madera para poner
cigarrillos -artesanalmente tallada- que aún conservo. Entramos a una iglesia
católica y por nuestro traductor nos enteramos que los eslovacos en su
gran mayoría eran –o habían sido-
católicos. En la misma plaza encontramos un café que años atrás seguramente
había lucido mejor y disfrutamos de un café, comentando en voz baja que
habíamos logrado atravesar “la cortina de hierro”.
Terminado el café alrededor de las 5 de la tarde emprendimos el viaje
de regreso, cruzamos la frontera, en el puesto fronterizo devolví la tarjeta
sellada y al otro lado entregué el pasaporte y pasé. Mientras viajábamos de
regreso a Viena revisé mi pasaporte, no había señas que había estado en
Checoslovaquia, pero había salido de Austria el 3 de octubre y regresado ese
mismo día sin que apareciera dónde había viajado.
QUINCE AÑOS DESPUÉS ENCONTRÉ UNA CIUDAD
TRANSFORMADA
Conversando con mis compañeros de viaje comentábamos cuán distinto era
el ambiente casi desértico en la plaza de Bratislava de cualquiera de las
calles de Viena. Y recordamos cómo semanas atrás al pasar de Berlín Occidental
a Berlín Este habíamos tenido idéntica sensación. En ambos casos, al otro lado
de la “cortina de hierro” poca gente en las calles, comercios muy poco surtidos
de productos y pocos atractivos en presentación, escasos autos circulando… Uno
tenía la impresión de estar en una ciudad después de la guerra y la guerra
había terminado casi veinte años antes.
Incluso en el viaje retomamos una broma que le hicimos a Heinz a poco
de llegar a Viena, cuando comprobamos que se hablaba alemán y que físicamente
no había mayores diferencias entre austriacos y alemanes, salvo que en las
calles y establecimientos se notaban más sonrisas y se escuchaban risas. La República
Federal de Alemania, decíamos, tenía inicialmente 11 y no 10 Länder –estados
federales- pero cuando las autoridades notaron que en todo el país había algunas
personas alegres, decidieron juntarlos en un Land, independizarlo y llamarlo
Austria. En ese viaje de regreso le dijimos al traductor que los habitantes de
Bratislava si lograban salir de Checoslovaquia no se quedarían en Austria sino
seguirían a Alemania, por lo menos durante un periodo de adaptación hasta
recuperar la alegría…
Esa llegada a Berlín Este la había hecho pasando por debajo del muro.
Por cierto que no por algún túnel clandestino, sino por el metro que era el
único transporte que seguía uniendo las dos partes en que estaba dividida la
ciudad. Estoy casi seguro que la administración correspondía al lado oriental y
había dos o tres estaciones en lado occidental, en una de las cuales me
embarqué. Por cierto que cuando uno bajaba habían oficinas de aduana y
migraciones que lo chequeaban estrictamente. Evidentemente que la “cortina de
hierro” en esa ciudad enclavada en el territorio de la entonces República Democrática Alemana era el
muro que rodeaba la ciudad y que se convertiría en el símbolo del
enfrentamiento de la Guerra Fría.
Pero cuando llegué a Berlín Este en 1977 y 1979 el aspecto de la
ciudad había cambiado radicalmente. No hay que olvidar que a principios de esa
década, la RDA fue considerada por un corto período, la décima potencia
industrial en el mundo, debido principalmente a su productividad y mientras existió,
estuvo entre los 25 países más industrializados. Esa situación se evidenciaba
en sus calles, era una ciudad europea más, con el bullicio natural en las
diversas plazas y con mucha vida cultural. Los restaurantes lucían repletos y
en muchos se notaba la presencia de grupos de turistas. Incluso había un
restaurante giratorio en lo alto de la torre de televisión que permitía ver en
unos 45 minutos que duraba la vuelta –y se consumía la comida- la ciudad
completa, es decir los dos Berlín. Pero lo que más llamaba la atención era que
en plena “Guerra Fría” militares estadounidenses, franceses e ingleses pasaban
de Berlín Occidental donde estaban acantonados a Berlín Este para almorzar o
comer. Por cierto que los ciudadanos de la República Democrática Alemana estaban
impedidos de cruzar hacia el lado occidental.
ALGUNOS PAÍSES DESAPARECIERON Y OTROS SE INDEPENDIZARON
Pero volvamos a explicar cómo hasta 1990 llegué a 20 países
europeos y sin haber hecho ningún otro viaje, puedo decir ahora que estuve en
veintitrés.
Cuatro de los países visitados no existen más. La RDA
desapareció en octubre de 1990 cuando los estados que la integraban pasaron a
ser parte de la República Federal Alemana, la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas terminó de desintegrase en diciembre de 1991, la República Federal
Socialista de Yugoslavia después de enfrentamientos –muchos de ellos violentos-
entre las seis repúblicas que la conformaron, se disolvió en la práctica en
abril 1992 cuando pasó a llamarse República Federal de Yugoslavia, integrada
sólo por Serbia y Montenegro. Y Checoslovaquia acabó el último día de 1992.
Pero he estado en ciudades de siete países que se han
constituido como independientes después que estuve en ellos como Rusia,
Moldavia, Ucrania, Georgia, República Checa, Eslovaquia y Serbia. Las cuatro
primeras eran parte de la Unión Soviética y aunque ahora son repúblicas
independientes mantienen significativos conflictos entre ellos. En el año 2006 Serbia y
Montenegro se constituyeron como países independientes. Checoslovaquia se
dividió en 1993 entre República Checa y Eslovaquia y muchos ciudadanos de ambos
países añoran los tiempos en que eran un solo país. Hay que tomar en cuenta que
un año antes de disolverse hubo un plebiscito en que sólo un tercio de la
población estuvo a favor de hacerlo. Fue un separación amistosa que algunos
calificaron como “Divorcio de Terciopelo”.
La
crisis política de toda Europa del Este que en esta crónica sólo he tocado como
telón de fondo, explica cómo sin haberme desplazado a Europa en los últimos 25
años, he terminado por haber estado en un número de países mayor al de los
países donde había arribado hasta 1990.
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