lunes, 28 de febrero de 2022

CAMBIO DE PLANES EN AEROPUERTOS (1964 - 1988)

En estos días tan lamentables para la vida de los habitantes de Ucrania, vienen a mi mente los recuerdos de la visita que hice a ese país en la primera semana de enero de 1988. Quizás lo más impactante fue estar más de una vez al inicio y al final de la famosa escalera Potemkin, pero sólo ver dos o tres metros hacia arriba o hacia abajo, debido a una niebla tan espesa que cubría toda la ciudad.

LA NIEBLA NO PERMITÍA VER NADA

Estábamos en el puerto de Odessa, la tercera ciudad de Ucrania, y no pudimos ver la escalera que se hizo famosa en 1925 por la película soviética “El acorazado Potemkin”, considerada como una de las mejores de toda la historia del cine. La imponente escalera de ciento noventa escalones es la edificación de Odessa más famosa en el mundo y se dice que produce sensaciones ópticas disímiles, dependiendo desde dónde se observa. Tampoco en ningún momento pudimos ver el mar Negro a pesar de pasear a menos de diez o quince metros de distancia de la orilla.

Visitábamos la República Socialista Soviética de Ucrania, que era una de las integrantes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS. No podíamos sospechar que poco después de tres años y medio -en agosto de 1991- esa república se desligaría de la URSS, dejaría de denominarse socialista y soviética y se convertiría en Ucrania. Y mucho menos podíamos imaginar que pocos meses después, en los últimos días del año 1991, la propia URSS se disolvería.

Como he contado en otra oportunidad, la niebla sobre Odessa hizo que una visita que debía durar entre las tardes de un domingo y un miércoles, se redujera del domingo a las 11 de la noche hasta el martes a inicios de la tarde. Después que en el aeropuerto de Odessa se comprobó que en dos días seguidos no hubo vuelos de ingreso o salida, se cambiaron los planes- El viaje a Moscú ya no fue en avión sino en tren y duró casi 23 horas. El cambio fue por precaución, ya que no había forma de asegurar la salida a tiempo de Odessa para no perder el vuelo ya programado de Moscú a Lima (Ver crónica "Niebla en Odessa retrasó regreso de Moscú" del 16 de diciembre de 2016).

Considerando lo desarrollado del transporte en trenes en Europa, fueron muy pocas las oportunidades que utilicé este eficiente medio de comunicación en más de una docena de veces que estuve en ese continente. Y el viaje de Odessa a Moscú no fue el único que sirvió para cubrir retrasos de vuelos en avión.

VARIOS AVIONES VOLABAN DEBAJO NUESTRO

En mi primer viaje Europa, desde fines de agosto de 1964, para participar de un seminario organizado por la Fundación Konrad Adenauer para dirigentes políticos demócratas cristianos latinoamericanos, después de un mes en la República Federal de Alemania, un grupo de ocho de los veinticinco debimos trasladarnos a Austria el 29 o 30 de septiembre. El itinerario previsto era volar de Köln o Colonia a Múnich y luego de una breve escala seguir hacia Viena.

El avión salió con retraso y cuando llevábamos algún tiempo en el aire, uno de mis compañeros -el paraguayo Ángel José Burró- me comentó que había pasado bastante más tiempo del previsto para ese vuelo, aunque aparentemente no había ningún problema con el avión. Poco después, el mismo Burró me indicó que mirara por la ventanilla y descubrí que había seis o siete aviones volando en círculos más abajo. Nos tranquilizamos. No era que nuestro avión estuviese gastando gasolina por alguna emergencia, ya que era imposible que lo mismo sucediera simultáneamente con varios aviones más. Le preguntamos a Heinz Göhring, nuestro acompañante alemán que era el coordinador y traductor del grupo, quien luego de averiguarlo con algún miembro de la tripulación nos dijo que el problema había sido que horas antes el aeropuerto había estado cerrado por algún percance menor y que se habían retrasado la llegada de varias decenas de aviones que circulaban por ese importante aeropuerto alemán. Esa era la razón por la que varios aviones volaban haciendo tiempo mientras esperaban su nuevo turno para tomar tierra.

Cuando aterrizamos en Múnich ya estaba avanzada la tarde y habíamos perdido nuestro vuelo de conexión a Viena. Göhring hizo todas las consultas en el aeropuerto y tendríamos que esperar hasta la tarde del día siguiente. El coordinador del viaje decidió cambiar de planes. Encontró que la única forma de recuperar en algo el tiempo era viajar esa medianoche en tren y llegar a primera hora de la mañana a Viena. De esa forma no perderíamos el programa que se iniciaba en las primeras horas del día. Göhring arregló el cambio de pasajes, dejamos nuestras maletas en la estación del tren y nos dedicamos las horas de finales de la tarde y principios de la noche para pasear, comer y hacer un par de brindis con enormes jarras de cerveza en la conocida cervecería Bürgerbräu Keller, famosa por que allí se inició un golpe fallido de Hitler en 1923.

El cansancio y los brindis fueron suficientes para que el viaje en tren, que no recuerdo si duró 6 o 7 horas, lo hiciéramos dormidos en distintos coches cama y donde se podía coincidir con cualquier pasajero, incluidos algunos muy mal encarados. Varios pasajeros al comprobar que éramos latinoamericanos, aunque genéricamente se referían a nosotros como mexicanos, no dejaban de intentar tomar algo de distancia de nosotros.

PUERTA SE CERRÓ DEJANDO A VARIOS FUERA

Seis años después, el 20 de diciembre de 1970, unos 12 o 15 latinoamericanos nos encontrábamos en los mostradores de la línea aérea Lufthansa del aeropuerto alemán de Colonia - Bonn. Éramos alrededor de la mitad de los participantes que habíamos terminado el día anterior un seminario de casi tres semanas para jóvenes demócratas cristianos latinoamericanos. La reunión promovida también por la Fundación Konrad Adenauer se había realizado en una casona en la localidad de Altenberg. Íbamos a abordar un vuelo corto que nos llevaría a Frankfurt de donde saldríamos en un vuelo intercontinental para llegar a Nueva York. Allí nos separaríamos para abordar vuelos con destino a distintos aeropuertos de Centro América y Sudamérica.

Cuando pasamos a la sala de espera, comprobamos que faltaban tres de los viajeros, entre ellos mi paisano y camarada Manuel Ruiz Huidobro. Tratamos de averiguar lo que pasaba, pero en esa zona no nos permitían regresar. Mientras esperamos que nos llamaran para subir al avión y ya en la nave, nuestra preocupación era qué pasaría con ellos. Teníamos la seguridad que los organizadores del seminario encontrarían alguna solución para lograr que estos latinoamericanos viajaran a sus países, particularmente estando en víspera de Navidad, aunque esa circunstancia justamente hacía más difícil conseguir nuevos pasajes.

Después de menos de una hora de vuelo, arribamos al aeropuerto de Frankfurt para tomar el siguiente vuelo y nos sentamos en la sala de tránsito todavía preocupados por la suerte de nuestros compañeros. Fue grande nuestra sorpresa cuando, a punto de embarcarnos, aparecieron nuestros compañeros sudorosos y agitados pero felices de poder embarcarse con nosotros. ¿Qué había pasado?

Con la puerta de embarque cerrada y sus equipajes aun no registrados, un ecuatoriano tomó la iniciativa. Hay que cambiar de planes, dijo. Si no se puede llegar a Frankfurt por avión habrá que llegar por tierra, pensó. Agarró maleta y maletín -que en esa época no tenían ruedas- y les dijo a los otros dos que hicieran lo mismo. Salió corriendo hasta encontrar un taxi dispuesto a ir a toda velocidad hasta Frankfurt, que estaba a unos 160 kilómetros. Negoció precio con el chofer al que le ofreció pago extra si llegaba a tiempo y partió con sus dos aun confundidos acompañantes, mientras los funcionarios de la Konrad Adenauer esperaban desconcertados. El ecuatoriano que salvó la situación tenía el nombre germano de Otto y había presumido frente a los que participamos en el semanario con sus conocimientos de autos y motores, carreteras y carreras. Es evidente que ese conocimiento generalmente escaso entre quienes estábamos comprometidos en tareas políticas, sirvió para salvar la situación…

POCO TIEMPO Y MUY POCO DINERO

Tres meses antes de la carrera en auto para alcanzar el avión, había participado en Roma en una reunión del comité mundial de la Unión Internacional de Jóvenes Demócratas Cristianos, UIJDC, de donde había salido en la tarde del jueves 10 de setiembre de 1970 rumbo a Bruselas. Allí vivía y estudiaba mi amigo y camarada Julio Da Silva. Con él habíamos transitado intensamente París el sábado y el domingo. Quedamos agotados pero satisfechos de haber caminado todo lo que pudimos por la capital francesa. Cuando nos despedimos, mientras subía al vagón que lo regresaría a Bruselas, nos reímos por haber estado en una ciudad que tenía una comida considerada la mejor del mundo y no habíamos comido un solo plato… (Ver crónica "En París sólo comí pan y queso” del 24 de marzo de 2014).

Dos días después en la noche del 15 de setiembre, me sentía fastidiado conmigo mismo por no haber cambiado de planes en mi ruta de regreso de Europa a Latinoamérica. En la mañana del lunes 14 debía viajar a Madrid desde el aeropuerto Le Bourget, muy cercano a París. O no me acuerdo o nunca supe por qué me lo asignaron cuando la mayoría de los vuelos salían del aeropuerto de Orly. Por una serie de circunstancias, mi vuelo se fue retrasando y terminé por llegar a Madrid a las 10 de la noche. No pude hacer nada ese día y la persona con quien debía entrevistarme en la capital española y de la cual sólo tenía un número telefónico, me resultó inubicable al día siguiente. Por eso en la noche cuando me embarcaba a San Juan de Puerto Rico, me sentía frustrado. Estando en París, pensé anular la escala en Madrid y embarcarme a Puerto Rico, pero las conexiones desde el aeropuerto en que me encontraba eran muy pocas. De haber estado en Orly hubiera podido hacerlo.

El lector podría decir que haber permanecido un día más en Europa no era tan grave. Sin embargo, cuando se viaja con muy poco dinero propio y ningún tipo de viáticos ni gastos de representación, un día puede ser bastante. En ese viaje después de estar en San Juan alojado en la casa de la familia de un camarada y en Santo Domingo en un hotel muy modesto, al aterrizar en el aeropuerto de Maiquetía el único dólar que tenía en el bolsillo valía 3 bolívares y medio, pero el precio del auto colectivo del aeropuerto a Caracas era de cuatro bolívares. Cómo me las arreglé en esa ciudad donde permanecí tres días, ya lo he contado en otra oportunidad (Ver crónica “A Caracas llegué con un dólar” del 20 de febrero de 2015). 

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