viernes, 16 de diciembre de 2016

NIEBLA EN ODESSA RETRASÓ REGRESO DE MOSCÚ (1988)

Si alguna ciudad me resultó difícil de visitar sin duda fue Odessa, puerto ucraniano del Mar Negro, a cuyo aeropuerto Ana María, mi esposa, y yo debimos llegar a las cinco de la tarde del domingo 3 de enero de 1988 y terminamos arribando más de seis horas después. Nuestra salida desde ese mismo aeropuerto estaba prevista para el miércoles 6, pero se adelantó 24 horas con salida en tren. La hermosa vista del Mar Negro desde la ciudad nunca tuvimos oportunidad de disfrutarla y de la famosa Escalera Potemkin, pisamos un par de escalones en la parte baja y otros tantos en la parte alta… pero no la pudimos ver.

Llegamos desde el balneario de Sochi, también situado al borde del Mar Negro. Habíamos pasado alrededor de tres semanas en un sanatorio. En realidad era un hotel de descanso con actividades recreativas y algunos servicios ambulatorios como fisioterapia y odontología. Todo ello como parte de un programa de invitaciones inicialmente para partidos comunistas, pero en los últimos años extendidas también para partidos socialistas de distintos signos, incluyendo no marxistas leninistas como era el caso del Partido Socialista Revolucionario, cuyo secretario general era yo. Esas invitaciones normalmente para la época del verano europeo, en nuestro caso había llegado inusualmente cuando comenzaba el frio invierno ruso y a menos de una semana de haber regresado de un importante Encuentro Internacional de representantes de partidos y movimientos realizado justamente en Moscú. Las razones de la invitación, así como el programa para esas semanas, incluyendo Sochi y Odessa me la había explicado Anatoly K. funcionario del departamento Internacional del Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS en los días iniciales de esa visita (Ver crónica “Moscú - Surmenage - Moscú” del 21 de agosto de 2015).

UNA ESPERA QUE DESESPERA

Los problemas con Odessa los comenzamos a sentir en Sochi. Nos habían indicado que entregáramos las maletas a mediodía porque un vehículo llevaría el equipaje de todos los huéspedes que esa tarde dejaríamos el sanatorio para dirigirnos a distintos destinos. Éramos tres los que viajábamos a Odessa: nuestro traductor Andrei, Ana María y yo. El vuelo debía salir a las 3:30 de la tarde, por lo que nosotros dejaríamos el sanatorio una hora antes. No necesitábamos más tiempo ya que eran veinte minutos hasta el aeropuerto, nuestro equipaje estaría embarcado y nuestros boletos chequeados. Sólo tendríamos que subir al avión.
La jefe de protocolo del sanatorio, Galina -con quien hicimos buena relación pese a que conversábamos sólo a través de Andrei- almorzó con nosotros y cuando estábamos a punto de despedirnos un funcionario se acercó e informó que el vuelo tenía un par de horas de retraso. Y casi al cumplirse el plazo, nos avisaron de dos horas más. El motivo fue el mismo: mal tiempo, lo cual nos intrigó ya que otros huéspedes habían estado saliendo al aeropuerto. La explicación nos las dio Andrei: el problema era en Odessa donde la niebla estaba muy cerrada.

Pasamos varias horas caminando bastante abrigados por las afueras de los edificios del sanatorio, conversando -traductor mediante- con otros huéspedes, tomando té con Galina, cuando por tercera vez comunicaron que seguía el vuelo en suspenso. Acabábamos de terminar la comida cuando dijeron que teníamos que irnos porque en una hora saldría nuestro vuelo. Salimos inmediatamente y a las 9 de la noche estábamos en el aeropuerto. Veinte minutos después subimos al avión y en otros 20 minutos comenzó nuestro vuelo.
Cuando una hora después el avión para no más de 60 pasajeros comenzó a descender, solo se distinguía espesas nubes en las ventanas. Cuando dieron las indicaciones para aterrizar pensamos ver las luces de la ciudad o de los barcos si es que estábamos ingresando desde el mar. No fue así. Sólo veíamos la neblina hasta que sentimos que el avión había tocado la pista de aterrizaje. Hubo un prolongado silencio mientras la nave iba frenando y luego aplausos y suspiros de alivio cuando finalmente frenó.
PASAMOS VARIAS VECES POR IMPRESIONANTE ESCALERA Y NO LA VIMOS
En el automóvil, uno de los funcionarios encargados de nuestra visita nos explicó que el programa de visitas hasta el mediodía del miércoles se había estrechado por el retraso en seis horas de nuestro arribo que anuló un par de actividades previstas para el domingo. Era casi la medianoche cuando llegamos a una casa de huéspedes muy peculiar ya que además de dos o tres dormitorios con sus respectivos baños, una amplia sala de estar y un pequeño comedor donde nos servirían el desayuno en los días siguientes, observamos dos o tres salas con muchas vitrinas que exhibían juegos de copas y de vajilla, así como algunos adornos de porcelana.
Cuando a las 9 de la mañana del día siguiente salimos, una impresionante niebla cubría toda la ciudad. No tiene sentido relatar las visitas y conversaciones que tuvimos a lo largo del día, salvo indicar que en distintos momentos estando en la parte antigua de la ciudad pasamos por una plaza pequeña en un bulevar desde donde se baja al puerto por la Escalera Potemkin. Nos indicaron dónde estaba, dejamos el vehículo, pisamos un par de escalones pero no se veía nada más allá de uno o dos metros adelante. Horas después nos ocurrió lo mismo en la parte baja. La edificación de Odessa más famosa en el mundo y que se dice que produce distintas sensaciones ópticas, según sea vista desde arriba o desde abajo pero, debido a la espesa niebla, no nos mostró en cada oportunidad más de dos o tres escalones de los más de 190 que tiene.
Construida siglo y medio antes de nuestra visita a Odessa y reconstruida cien años después, la escalera se hizo famosa en 1925 por la película soviética “El acorazado Potemkin”, considerada como una de las mejores de toda la historia del cine. Relata la rebelión de tripulantes de un buque de guerra de la armada zarista contra sus oficiales. Una de las escenas de mayor impacto se desarrolla en esa escalera cuando las fuerzas represivas disparan al pueblo desarmado por apoyar a los rebeldes.
Regresemos a la niebla de ese lunes en Odessa. Al final de un día intenso de visitas, después de comida salimos para asistir a un teatro donde se presentaba una ópera. A pesar de ser negado para la música, me pasé casi toda la función compartiendo la vista del impresionante espectáculo que se desarrollaba sobre el escenario con la vista del foso de la orquesta. Es que desde nuestro palco veíamos con nitidez esa parte debajo de la parte delantera del escenario. Mientras la orquesta tocaba, había al final de todos los músicos un viejito, bajo, gordo y calvo que parecía dormir sobre un pequeño banco. De pronto tomó sus platillos y ejecutó un único sonido e inmediatamente volvió a su posición anterior. Lo hizo cada vez que le correspondía intervenir, pero yo al ver la forma en que reposaba esperaba que en algún momento se durmiera de verdad, lo que por cierto nunca ocurrió.
LA NIEBLA REDUJO PROGRAMA A LA MITAD
A la mañana siguiente cuando estábamos desayunando, llegaron casi una hora antes de lo previsto los dos funcionarios a cargo de nuestra visita. Se notaban preocupados y nos explicaron la situación. Ustedes deben salir mañana a mediodía a Moscú para seguir a Perú al día siguiente, nos dijeron. Sin embargo, ayer no hubo ni entradas ni salidas de nuestro aeropuerto y los pronósticos indican que hoy y mañana puede pasar lo mismo, añadieron. También nos comentaron que el domingo con menos niebla sólo pudieron aterrizar dos vuelos, uno de ellos el nuestro desde Sochi. Ante esto nos propusieron que viajáramos ese mismo día. Intentar hacerlo en avión a las 12 del día y si no se realizaba ese vuelo, salir a las 3:18 de la tarde en el tren que viajaba directamente a Moscú. En este último caso llegaríamos a las dos de la tarde del miércoles, más o menos la misma hora prevista en el programa original.
Aunque formalmente nos estaban consultando, era claro que no había alternativa. Si al día siguiente fallaba el avión igual podíamos salir en tren pero con el riesgo de llegar el jueves casi a la hora que debíamos salir para el aeropuerto internacional. “Salimos hoy, en avión o tren, pero hoy” fue mi respuesta. Significaba que terminado el desayuno preparáramos el equipaje. Como a las 9 y media de la mañana salimos a pasear por la ciudad sabiendo que a las 11 tendríamos que dirigirnos al aeropuerto… si es que había vuelo. Algo le dijo uno de ellos al otro, al despedirse y subir a otro vehículo. Hemos quedado en que poco más de una hora nos da el encuentro y me ha sugerido que nuevamente intentemos una buena vista de la escalera. Por cierto que no tuvimos ni buena ni mala vista. Al igual que el día anterior no tuvimos ninguna vista.
Cerca de la once de la mañana el otro funcionario nos alcanzó para informarnos que no habría vuelos ese día y que, tal como habíamos quedado, iría a hacer los arreglos para nuestra salida en tren en la tarde. Antes de irse hizo un pequeño aparte con Andrei. Luego nos enteraríamos que era para saber cuáles eran nuestras preferencias en comida y como habíamos quedado en almorzar a la 1:45 de la tarde asumimos que era para escoger restaurante.
Los problemas de transporte habían hecho que se anularan las visitas previstas para esa mañana por lo cual seguimos paseando, pero convinimos que como pese a la niebla no había tanto frío, camináramos por la avenida Deribasobskaya, la principal arteria comercial de la ciudad. Algo nos dijeron del origen español de esa calle, en realidad un bulevar peatonal, pero por las idas y vueltas sobre el viaje de regreso no lo tuve en cuenta. En todo caso, me dije, Deribasobskaya suena eslavo y no español.
Sin embargo, como pude averiguar después, en realidad el nombre de la calle es en honor de un almirante considerado como uno de los fundadores de la ciudad a fines del siglo XVIII Iósif Mijáilovich Deribas, quien adoptó ese nombre cuando ingresó muy joven al servicio del ejército del zar, pero cuyo nombre original era José de Ribas, nacido en Nápoles cuando su padre era el cónsul español.
Durante el almuerzo, los funcionarios ucranianos se disculparon porque no habíamos cumplido ni la mitad del programa previsto y reiteraron que la solución encontrada era la única que garantizaba que llegáramos a Moscú prácticamente a la misma hora del día previsto. Mientras tanto uno de los vehículos se llevó las maletas para irlas acomodando.
VIAJE CON MUCHA COMIDA Y POCOS CIGARRILLOS
A las tres de la tarde estábamos en la estación del tren que lucía muy bien mantenido, aunque definitivamente antiguo. Mientras conversábamos antes de subir a nuestro vagón, un joven se acercó al grupo portando una caja de cartón bastante grande y uno de los funcionarios dijo algo e inmediatamente Andrei guió hacia el vagón al joven y ambos regresaron ya sin caja. Es la comida para el viaje, nos dijo. Y como nuestros anfitriones notaron nuestra extrañeza explicaron que viaje era de casi 24 horas y no había vagón comedor, sólo servicio de té.
Nos despedimos, nos ubicamos en un apartado con dos asientos-cama, donde ya estaban acomodadas nuestras maletas, mientras que Andrei se instalaba en el suyo. Minutos después nos tocó la puerta y nos hizo un recuento de las cosas que tenía la caja que estaba depositada: panes, frutas, galletas, salame, pollo asado, aguas gaseosas, pero todo en exceso. Parecía que no éramos tres los viajeros, sino por lo menos media docena.
Sentados los tres, conversamos sonrientes y nos dimos cuenta que el tren avanzaba a unos 50 kilómetros por hora, lo que explicaba por qué demoraría tanto -más o menos 22 horas con 45 minutos- para 1150 kilómetros de recorrido. Y el movimiento que se sentía junto con la lentitud me hizo recordar al viejo ferrocarril central del Perú, en el cual viajé en alguna oportunidad de Lima a Huancayo. Estábamos en pleno invierno pero había calefacción no sólo en los compartimientos sino en el pasadizo por donde se podía dirigir a los baños o a una pequeña repisa donde se encontraba té y agua hirviendo, que era repuesta permanentemente.
Bueno nos dijimos, todo está bien ya que tenemos comida, bebida y lectura para matar el tiempo. Andrei, quien decía que en ese mes con nosotros nos conocía más que a sus padres diplomáticos (Ver crónica “Una Navidad lejos de casa” del 19 de diciembre de 2014), reparó en los letreros muy explícitos que no se podía fumar en los apartados, ni en los baños o pasadizos. Salió un rato y regresó diciendo que había averiguado que terminando el pasadizo se abría una puerta que daba a la plataforma por donde subían los pasajeros a los vagones y también desde donde se abría una puerta para pasar al siguiente vagón. Una plataforma cerrada de unos tres metros de ancho por metro y medio de largo. Una especie de tierra de nadie luego de la subida de los pasajeros y por la que sólo transitaban los empleados del tren que se desplazaban de vagón en vagón. Era el único sitio que se podía fumar aunque tenía un inconveniente: no había calefacción y una ventanilla en el techo permanecía abierta.
Pese a que en Sochi asistimos a un programa de siete u ocho sesiones de acupuntura para dejar de fumar sólo nos sirvió para bajar de más de una cajetilla diaria de cigarrillos cada uno a menos de una cajetilla diaria entre los dos. Eso durante el viaje, ya que de regreso a Lima volvimos a nuestra ración habitual. En ese viaje en tren cada uno fumó por lo menos siete cigarrillos. Y cuando salíamos a fumar teníamos que vestirnos especialmente para ello. Nos poníamos saco o sacón, abrigo con el cuello levantado, bufanda, gorro de piel que nos cubría las orejas y guantes. Y salíamos con un cigarrillo en la mano y el encendedor en la otra para tratar de prender rápidamente el cigarrillo e intercambiar manos para ponerlo y quitarlo de la boca mientras la mano libre pero enguantada se guardaba en el bolsillo del saco. Sentíamos un frío infernal, pero estábamos tan bien abrigados que no sufrimos ninguna enfermedad respiratoria y fuimos tan cuidados que no quemamos ningún guante a pesar de exponerlos al fuego de encendedores y chispas de los cigarrillos.
Durante el viaje bromeábamos con nuestro traductor. ¿Qué vieron en Odessa? nos preguntábamos. “Nada” contestábamos. “No puedo ser, algo habrán visto”, replicábamos. “Niebla, sólo niebla…”, concluíamos…
NUESTRO ASPECTO OBLIGABA A POSTERGAR REGRESO
A las dos de la tarde llegó nuestro tren a Moscú, Andrei se encargó de regalar más de la mitad de los víveres que quedaron y ubicó rápidamente al auto que nos esperaba. Camino al hotel “Octubre” el chofer le dijo algo a Andrei quien nos dijo que después de instalarnos en nuestra habitación bajáramos al comedor porque Anatoly nos esperaba para almorzar a las tres.
Nuestro reencuentro fue muy cordial y amigable. Nos preguntó cómo habíamos sentido el viaje en tren. Algo lento pero era la forma de llegar a Moscú a la hora prevista, le dijimos. Lo que sí nos pasa comentamos Ana María y yo sonriendo es que todavía nos sentimos sobre el tren, parece que se nos moviera el piso por el zarandeo y en nuestros oídos aun escuchamos el traqueteo…
Ya me lo imaginaba nos dijo. Ustedes han venido a descansar y ahora mismo vienen de casi 24 horas en tren y mañana les espera 24 horas de viaje en avión. Quienes vayan a esperarlos al aeropuerto en su país, van recogerlos del suelo porque van a llegar totalmente desfallecidos. Y vuestros compañeros van a decir qué tipo de descanso ha tenido nuestro secretario general que estaba al borde del surmenage y regresa totalmente agotado.
Ante nuestro silencio, Anatoly continuó: les traigo una propuesta. El siguiente vuelo a Lima es el lunes. Tómense estos cuatro días de descanso aquí haciendo algunas visitas a lugares que aun no conocen pero sin ninguna premura, podemos tener otra reunión entre nosotros en estos días y cuando lleguen a Lima lo harán con otra cara. Y antes que se los dijéramos se nos adelantó: pueden en un rato comunicarse con su familia y con su partido para avisar la nueva fecha de llegada.
Nos miramos con Ana Maria, mientras aun sentíamos que el piso se movía como si estuviéramos en el tren y aceptamos…
Nos despedimos y le dijimos a Andrei que después de tantos días se fuera ya a su casa y luego a visitar a su novia. Sólo que dejara pedidas las llamadas para cinco de la tarde a la casa de mis suegros y para las siete de la noche a la oficina de Pepe Luna, nuestro encargado de Relaciones internacionales, que serían las 9 y las 11 de la mañana en Lima.
Dicho como paréntesis, cuando estuve invitado por los partidos de Europa Oriental siempre me cuidé de hacer llamadas internacionales sólo cuando resultaran indispensables porque sabía que eran de los pocos gastos que los hacían utilizar sus divisas.
Tranquilizamos a nuestros hijos que nos esperaban al día siguiente y le pedí a mi compañero que hablara con los otros dirigentes del partido. No les dije algo que, siendo esencialmente cierto, resultaba difícil de entender: nos demoraremos en salir de Moscú porque hubo niebla en Odessa.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario