El Partido Socialista Revolucionario fue fundado el 23 de noviembre de
1976 y en más de una docena de años ese día, o alguno cercano, rememoramos en
actos públicos dicho acontecimiento. Se decidió que esa fecha apareciera en el
manifiesto de fundación que firmamos 60 personas. Sin embargo, militantes de
otras agrupaciones y observadores políticos, e incluso la mayoría de quienes
luego fueron los primeros adherentes del PSR, recién se enteraron de la
decisión de constituirlo seis días después. Es que fue el 29 de noviembre cuando
se publicó el documento en el diario La
Prensa luego de casi una semana de dificultosa negociación con la
administración de ese periódico.
La mayoría de quienes habían aceptado aparecer como firmantes, lo
habían hecho en conversaciones reservadas con los integrantes de la dirección
nacional provisional realizadas desde inicios de noviembre y sabían que en las
siguientes semanas se publicaría el manifiesto. Considerando, como lo he relatado
en otra ocasión, que desde unos seis meses antes diversos grupos integrados por
quienes habían apoyado abierta o críticamente al régimen del general Juan
Velasco habían acelerado sus afanes de encontrar un canal de expresión política,
no sólo se había conversado con personas sino también con ese tipo de
colectivos de discusión política, casos en que habían decidido entre ellos cuáles
de sus integrantes podría aparecer. El desarrollo de ese tipo de colectivos,
así como la constitución de la primera dirección nacional del PSR ya lo he
contado en detalle en otra oportunidad (Ver crónica “Nace un nuevo partido” del 21 de noviembre de 2014).
¿FUE EL MEJOR NOMBRE EL QUE SE ESCOGIÓ?
Para algunos de los contactados el nombre que tendría la nueva
organización les llamó la atención, particularmente a aquellos que no tenían
experiencia política previa y cuyo acercamiento al quehacer gremial o a la
inquietud social se había producido a partir de algunas medidas del gobierno
del general Juan Velasco. Aunque entendían lo revolucionario vinculándolo con
la revolución de la Fuerza Armada, lo de socialista revolucionario los hacía
pensar en algunas posiciones ultraizquierdistas que justamente se habían
opuesto a Velasco. Para quienes habían militado en movimientos estudiantiles o
partidos de izquierda, el nombre les resultaba cómodo ya que los reafirmaba en
sus orientaciones pero desde una perspectiva heterodoxa. Para quienes habíamos
estado en el Partido Demócrata Cristiano nos traía el recuerdo de nuestra
ruptura con ese partido más de cinco años atrás, después de sostener en el
último congreso en que participamos, nuestra tesis de un socialismo
comunitario.
Algunos compañeros totalmente identificados con las posiciones
iniciales del PSR nos indicaron en esa época
y también años después, que tácticamente hubiesen preferido un nombre más
inocuo considerando que los sectores sociales a los que pensábamos dirigirnos
para desarrollar el partido eran poco politizados. Ciertamente que la intención
de quienes fundamos el PSR no era atraer a militantes de partidos de izquierda.
Y si lo hubiésemos querido resultaba imposible, considerando que la más de una
docena de partidos existentes tenía beligerantes posiciones contrarias al
gobierno de Velasco, muchas de cuyas posiciones nosotros asumíamos y que el
único que lo había respaldado, el Partido Comunista Peruano, tenía una
militancia de muy sólida identificación con su partido.
En realidad lo que teníamos en mente era incorporar a sectores que
antes no habían tenido militancia y cuyas primeras actividades políticas las
realizaron en agrupaciones como las ligas y federaciones campesinas que se
agruparon en la Confederación Nacional Agraria, CNA, o las comunidades
industriales agrupadas en federaciones y en la Confederación Nacional de
Comunidades Industriales, CONACI, así como en comunidades pesqueras o mineras,
pero también en las comunidades industriales tan especializadas como las de los
diarios. Por cierto que se trataba de incorporar al partido naciente a
individuos, no a instituciones, aunque la
experiencia de esas personas se hubiese desarrollado en organizaciones. ¿Quizá
para algunos integrantes de estos sectores, los términos socialista y
revolucionario podían resultar palabras muy radicales? Evidentemente que
cuarenta años después no hay forma de comprobarlo…
Lo que sí podemos decir es que la búsqueda del nombre que se adoptó
por consenso en la flamante dirección nacional provisional alrededor de un mes
antes, no fue por insistencia de médicos conocidos por sus posiciones
izquierdistas desde su época de estudiantes, como Antonio Meza Cuadra o Ernesto
Velit o un veterano periodista como Francisco Moncloa, también reconocido
hombre de izquierda. Tampoco por ex demócratas cristianos radicalizados como
Manuel Benza, José María Salcedo o yo. Hasta donde me acuerdo, aun cuando el
resto todavía pensábamos si bastaba sólo con el término socialista en el
nombre, fueron los generales Leonidas Rodríguez Figueroa y Arturo Valdés Palacio
quienes consideraron que las posiciones desarrolladas en el manifiesto de
fundación debían ser identificadas como las de un partido socialista
revolucionario. Y es que para ellos esta última palabra suponía una claro lazo
con el proceso revolucionario que el gobierno de Francisco Morales Bermúdez
estaba traicionando…
TIRA Y AFLOJA PARA LOGRAR PUBLICACIÓN
Pero regresemos a los últimos días de noviembre de 1976. Los que
conocían ya del manifiesto estaban a la espera de enterarse de la fecha de
publicación, porque se les había dicho que se les trataría de advertir el día
anterior a su publicación, para verlo publicado, comenzar con ese documento a
captar adhesiones e incluso para comprobar si finalmente sus nombres figuraban,
ya que se les había advertido que si había un problema de exceso de firmas,
algunos nombres podrían no aparecer. Me parece que inicialmente consideramos
que fueran 50 los nombres que aparecieran, pero trabajando con más de 100
nombres sólo llegamos a reducir la lista a sesenta. Hay que añadir además que,
pensando en una posible represión, se consideró que se hicieran públicos los
nombres básicamente de aquellas personas que harían sus actividades políticas
hacia afuera, en medios de comunicación, en reuniones con otras fuerzas
políticas, incluso eventualmente en gestiones ante autoridades, pero también
algunas otras personas que servirían a la imagen de una fuerza política nueva
con representantes de diversos sectores sociales.
Pero la espera para quienes integrábamos la menciona dirección
provisional fue muy tensa. Unos días antes se averiguó el costo de lo que se
denomina “roba página” en el diario. Es decir un aviso que tenía más o menos 26
centímetros de ancho por 39 de altura, en una página que medía 37 por 53. Se
juntó entre todos el dinero necesario y el lunes 22 en la mañana se
constituyeron en el periódico el general Arturo Valdés y José María Salcedo,
apresuradamente hicieron el contrato respectivo, realizaron en efectivo el pago
correspondiente para que se publicara al día siguiente y dejaron el documento
para que pudiera ser trabajado en los talleres del diario.
Mientras estaban en las oficinas administrativas, alguna de las
personas se percató de quiénes eran y subió hacia las oficinas de la gerencia
para informarlo. Mientras que Arturo y José María estaban terminando los
trámites, una llamada telefónica a quien los había atendido hizo que el
empleado tartamudeara y le expresara a su interlocutor: “No se preocupe señor,
ahora mismo lo hago…”. Y que luego del colgar el teléfono les dijera a nuestros
compañeros ya a punto de retirarse: “señores devuélvanme el contrato, no vamos
a publicar su aviso…”. Arturo fue tajante: “no voy a devolver nada, lo hemos
firmado ambos y tengo el comprobante de haber pagado”.
Se inició un diálogo áspero con el empleado y con un subgerente que
bajó para sumarse al pedido que devolviera el contrato. Arturo dijo que no
encontraba ninguna razón para hacerlo y pidió hablar con el gerente y le
dijeron que no estaba. A una nueva solicitud, dijeron que tampoco se encontraba
el director del diario. En tal caso, indicó, nos retiramos y esperamos ver
mañana nuestro aviso en las páginas de su periódico. Y él y José María salieron
presurosos fuera del local y se dirigieron por el jirón de la Unión hacia el
estacionamiento donde estaba el auto de Arturo.
La gestión que habían hecho nuestros dos compañeros no respondía al
azar. En la dirección nacional provisional habíamos hecho previamente una
evaluación del comportamiento de los diarios desde mediados de marzo en que el
gobierno había cambiado a los directores. En el diario La Prensa se habían reproducido varias entrevistas a dirigentes
políticos de oposición del corresponsal en el Perú del diario Excélsior de México y también publicado
algunos comunicados de gremios de posiciones contrarias al gobierno. Dentro de
lo estrecho de los márgenes impuestos por el régimen de Morales Bermúdez, La Prensa era prácticamente el único
diario que podía publicar nuestro manifiesto.
Esa noche que nos reunimos en el consultorio de Velit una sola cosa
estaba segura: no se publicaría nuestro manifiesto al día siguiente. De lo
conversado se desprendía que había que hablar personalmente con el director del
periódico Luis Jaime Cisneros, respetado intelectual y maestro universitario, a
quien Arturo y José María conocían pero contando también con otro integrante de
la dirección, Francisco Moncloa, quien tenía más antigua relación con Cisneros.
DOS LUIS CISNEROS VIZQUERRA
Producto de dos o tres cordiales conversaciones iniciadas el martes
23, finalmente el viernes Luis Jaime les garantizó que el comunicado se
publicaría. Y ante la pregunta si sería sábado o domingo -días de mayor
lectoría- indicó que sería el lunes 29. Era el día de la semana de menor tiraje
del diario, pero no había lugar a réplica, ya que aunque nada había dicho, resultaba
obvio que era un logro de Cisneros vencer la resistencia de los duros censores
de la Oficina Central de Informaciones, pese a que en ningún momento de las
conversaciones la sigla OCI se había pronunciado como tampoco se había
mencionado al Sistema Nacional de Informaciones, ente rector de la OCI.
Hay que destacar que así como tres días después que un Luis Cisneros
Vizquerra empeñó su palabra, los lectores del diario que dirigía vieron el
texto del documento de fundación, las siguientes semanas otro Luis Cisneros
Vizquerra sería el principal vocero del gobierno de Morales Bermúdez en contra
del naciente PSR, particularmente cuestionando a aquellos dirigentes que eran
militares en retiro. Luis Jaime era el director de La Prensa y Luis Federico, su hermano cinco años menor, general de
brigada y ministro del Interior.
Como muestra de lo anterior, encontramos que el general Cisneros
declaró el 10 de diciembre que el pronunciamiento del PSR no hacía sino
confirmar que durante la primera fase del Gobierno de la Fuerza Armada “hubo
personas que quisieron distorsionar los objetivos del proceso…”, aunque evitó decir
si se refería a los generales Rodríguez Figueroa y Valdés Palacio, firmantes
del manifiesto. Pero tres días después sin embargo, preguntado sobre si existía
alguna ley que restringía a los militares retirados afiliarse a un partido,
respondió que no pero añadió: “Yo creo que la ética profesional sí contempla
algunas restricciones”.
ACELERADO PROCESO DE ORGANIZACIÓN
Publicado el manifiesto, comenzaron los contactos en todo el país para
iniciar la organización. Desde la publicación del manifiesto fueron unos 10
días frenéticos de comunicaciones de ida y vuelta para poder plasmar hacia el 8
de diciembre nuestra primera directiva “…destinada exclusivamente a los
responsables de organizar el PSR a nivel departamental, por lo tanto tiene
carácter reservado…”. La comunicación entre los distintos núcleos se volvió
vital.
Vale el ejercicio de imaginación de retroceder cuarenta años para
ubicarnos en los esfuerzos de comunicación en esos días. Los teléfonos fijos no
eran fáciles de conseguir -en mi casa lo habíamos pedido en agosto de 1973 y
aún faltaban unos 12 años para que lo instalaran- y nadie imaginaba que unos 15
o 16 años después llegarían al Perú los teléfonos celulares. Los documentos
tenían que escribirse sin fallas, ya que no podían corregirse en pantalla
porque… no había pantalla. Claro que había errores y decenas de papeles rotos
por tener que escribir los textos de nuevo. Los mensajes rápidos no eran los
correos electrónicos enviados desde computadoras personales porque nadie se
imaginaba que existirían, tampoco se podían enviar por fax porque faltaban unos
6 u 8 años para que esos aparatos se conocieran en nuestro país. Había
telegramas que se despachaban de las oficinas de Correos y que no podían tener
más de unas 15 o 20 palabras ya que se pagaba por palabra. Y si se quería
enviar a 20 personas distintas no había envío múltiple, eran 20 despachos
distintos. Para enviar un documento urgente pero reservado era mejor hacerlo
enviando a una persona de confianza.
Paralelamente a los esfuerzos organizativos que ocupaban buena parte
de nuestras reuniones, dos fueron los puntos que nos dedicamos a examinar en
esos primeros días de diciembre de 1976: las repercusiones políticas de nuestro
surgimiento, incluyendo formas de responder al concertado ataque de los medios
de comunicación controlados por el gobierno, por un lado, y definir algunas medidas
de seguridad frente a la previsible acción represiva del gobierno, por otro.
Se contemplaron varias medidas incluso que algunos dirigentes
pasáramos a la clandestinidad. Sin embargo estaba claro que el objetivo
principal eran los generales. De hecho había vigilancia policial en las afueras
de sus casas y seguimiento sin disimulo cuando se desplazaban de un lugar a
otro. Tuvimos que tomar una serie de medidas, incluso alguna vez Leonidas se
desplazó a la casa de un familiar y dejó estacionado su auto en la puerta. Unos
noventa minutos después salió y los policías que habían salido del auto de
seguimiento se apresuraron a regresar para salir detrás del auto del general.
Los cuatro o cinco dirigentes convocados a una reunión con él esperamos unos
minutos para salir. Todos habíamos llegado bastante antes que Leonidas y
salimos después de él. No hubo policía para nuestra entrada ni para nuestro
retiro…
Las nuevas bases que se iban constituyendo, así como la flamante
dirigencia nacional iniciaron su intenso trabajo pese a que la segunda quincena
de diciembre y la primera de enero siempre ha reinado un ambiente festivo y de
holganza en nuestro país. Por cierto que se respetó el carácter familiar de la
Navidad y se aprovechó la noche del 31 de diciembre para realizar una festiva
reunión en casa de Leonidas en la que hubo reencuentros de gente que antes
había compartido proyectos políticos, sorpresa al conocerse algunos dirigentes
cuyos nombres no habían sido revelados, así como la posibilidad que muchos de
los firmantes recién se conocieran.
SÓLO LOGRAMOS TENER 40 DÍAS SIN SUFRIR REPRESIÓN
El viernes 7 de enero cuando se cumplieron cuarenta días de la
publicación de nuestro manifiesto, el ambiente en esa casa ya no tenía nada de
festivo. En las afueras había varios vehículos policiales y del Ejército. El
gobierno había decidido la deportación de Leonidas y Arturo. También del
contralmirante Jorge Dellepiani, así como el capitán de navío Manuel Benza
Chacón y su esposa María Luisa Pflücker de Benza, firmantes todos del
manifiesto.
Pese a la nutrida vigilancia, parte de la dirección nacional acudimos
a la casa de Leonidas para tener una reunión y tomar algunas decisiones
partidarias de emergencia, despedirnos de nuestro compañero y pasar a una
clandestinidad preventiva muy breve, debido a que llegamos a la conclusión que
por lo menos en esas semanas iniciales el objetivo del gobierno sólo era
impedir la actividad política de los militares retirados. Ese pase a la
clandestinidad que tuve no fue el único de 1977. Tendría por lo menos otro
cuando el paro del 19 de julio y cuando, por detención del secretario general
Antonio Meza Cuadra, quedé por un par de días al frente del partido a fines de
agosto. De las decisiones en casa de Leonidas y de esos episodios de
clandestinidad ya me ocupado anteriormente (Ver crónica “Durmiendo en camas ajenas” del 25 de julio de 2014).
Iniciábamos con esa deportación una larga etapa de enfrentamiento
político con el gobierno militar y fue el contundente paro nacional del 19 de
julio con participación de todas las fuerzas políticas opositoras lo que lo obligó
a convocar a una Asamblea Constituyente y ponerle fecha su alejamiento del poder:
el 28 de julio de 1980. Pero para llegar a esa fecha habría, además del Paro,
amnistía política aunque semanas después varios de los amnistiados estaban
perseguidos para volver a ser expatriados, también hubo elecciones para la
Constituyente con detenciones en los días previos y el mismo día de la
votación. Hubo una Asamblea Constituyente que funcionó con aciertos y errores.
Hubo finalmente una elección nacional que llevó nuevamente a la presidencia de
la república a don Fernando Belaunde Terry, justamente el mandatario derrocado
12 años atrás. De varios de estos hechos hemos
hablado ya en anteriores crónicas y de otros con seguridad hablaremos en el
futuro…
Los cuarenta días iniciales del PSR fueron muy intensos por el
esfuerzo en organizarse y el enfrentamiento político a los afanes autoritarios
del gobierno. La actitud represiva en siguientes tres años y medio continuó, lo
cual significó incluso una segunda deportación de Leonidas. Nuestra férrea
oposición al gobierno de Morales Bermúdez continuó hasta que dejó el poder el
28 de julio de 1980.
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