domingo, 29 de diciembre de 2024

SALUDOS NAVIDEÑOS DÉCADAS ATRÁS (1980-1990)

En esta Navidad en que después de varios años nos hemos reunido para recibirla con mis tres hijos y sus familias, he recordado cómo nos movilizábamos Ana María, mi esposa, ellos y yo las noches del 24 y las tardes del 25 de diciembre. Y esos recuerdos están asociados a nuestro “escarabajo” -de color rojo mandarín según la tarjeta de propiedad- que acompañó a la familia por más de 20 años (ver crónica “El Volkswagen rojo” del 14 de setiembre de 2013).

Retrocedo unos cuarenta años para recordar cuáles eran las visitas que con Ana María, mi esposa, y mis tres hijos aun colegiales o asistentes a centros de educación inicial realizábamos con ocasión de las fiestas navideñas en los años ochenta del siglo pasado. Cena cerca a las once de la noche en casa de mi suegros en Bellavista, a medianoche intercambio de saludos entre todos y regalos para los menores. Quince o veinte minutos después viaje de más de media hora con dirección a Surco o Surquillo. Intercambios de saludos y probada de chocolate en la primera hora del día 25 con mi madre, en casa de alguna de mis hermanas donde además de ellas estaban sobrinos y cuñados. Horas después considerando que nos acostábamos muy tarde, un desayuno-almuerzo, salida en la tarde para ir a saludar a Leonidas Rodríguez y la Nena su esposa, de allí a la casa de mis tías paternas para intercambiar abrazos y conversar con tíos y primos hermanos, y terminar pasando por casa de Henry y Mary Pease.

REUNIONES FAMILIARES

Desde que nos casamos en 1972, la Navidad la recibíamos en casa de mis suegros y poco después nos dirigíamos a casa de mis padres. Fallecido mi padre en 1975, la Navidad de ese año la pasamos en casa de mi hermana Hilda, dónde años después mi madre se construiría un departamento en los altos. En algunas oportunidades nuestra reunión familiar por Navidad se realizó en casa de mis otras dos hermanas, Vilma o Silvia aunque ésta y su esposo se trasladarían a vivir en Iquitos desde el año 87 u 88. Fallecida mi madre en un accidente automovilístico en 1995, ese año nos reunimos en mi casa e incluso vino desde Estados Unidos mi hermana Hilda, residente en ese país desde 1990. Fue la última vez que estuvimos los cuatro hermanos juntos para Navidad.

Ese año 1995 en nuestra casa no sólo se reunieron mis hermanas y sus familias. Como mi suegra vivía con nosotros desde que enviudó en 1993, también acudían a mi casa para recibir la Navidad mis dos cuñados y sus familias.

En la década de los ochenta, además de intercambiar saludos con la familia cercana participábamos en la reunión anual de la familia Filomeno. Visitar la casa de las tías en Navidad era para mí habitual desde que tuve uso de razón. Desde que recuerdo a finales de los años 40 el almuerzo con tíos y primos en la casa de las cuatro hermanas solteras de mi padre era un rito que cumplíamos junto con mis padres y hermanas (Ver crónica “La casa de las tías: refugio de los Filomeno” del 20 de abril de 2013). Desaparecida en 1961 la tía Teresa el rito familiar se mantuvo por algunos años. Cuando la familia fue creciendo primero por matrimonios y luego por nacimientos de sobrinos nietos se pasó a los lonches familiares que se mantuvieron incluso cuando en el año 1979 falleció la tía Mercedes o Merce como le decíamos. En los 80 la casa de las tías se mantuvo como lugar de encuentro anual de los Filomeno. Recluida en cama la tía Carmela en los noventa, ya no había el lonche preparado por las tías, pero los sobrinos seguíamos yendo, llevando algo para compartir. No nos encontrábamos todos juntos sino llegábamos a lo largo de la tarde. Después de la muerte de Carmela, todos seguimos acudiendo hasta que la tía Corina falleció en agosto de 2007 cuando estaba a punto de cumplir 99 años. La última reunión masiva de sobrinos y sobrinos nietos con Corina fue en febrero de 1998 en nuestra casa.

ENCUENTROS POR MÁS DE DIEZ AÑOS

En agosto de 1974 había ingresado a trabajar en DESCO, una importante ONG cuyo director desde año y medio antes era Henry Pease. Después de haber dejado conjuntamente la militancia en la Democracia Cristiana y compartido el esfuerzo infructuoso por buscar propuestas más amplias, manteníamos una muy buena amistad que era más sólida por el hecho de la muy buena relación entre Ana María y Mary, esposa de Henry. En diciembre de ese año 74 en la reunión por Navidad que se realizaba en DESCO, Henry me preguntó qué planes tenía para esos días y le conté que recibiría la Navidad con mis suegros primero y luego con mis padres, y que en la tarde del 25 iría como todos los años a la reunión de los Filomeno. Como comenté que la casa de mis tías estaba cerca de la suya, me dijo que pasáramos un rato por su casa para conversar un rato.

Aunque no lo sabíamos ese día iniciamos una costumbre que se mantuvo hasta 1986: la visita de nuestra familia a los Pease. Todas las Navidades por más de diez años, con la sólo excepción de 1977 en que estuve en coordinaciones para asistir al día siguiente al traslado del féretro del general Velasco Alvarado desde la catedral de Lima hasta el cementerio el Ángel (Ver crónica "Velasco en hombros” del 18 de diciembre de 2017). En 1987 estuvimos con Ana María fuera del país y meses antes de las navidades de 1988, el 28 de agosto, falleció Mary, y como he escrito en otra oportunidad estuvimos muy cerca de Henry en los meses siguientes, pero ya no hubo Navidades que compartiéramos ambas familias. A pesar de algunas diferencias de apreciación de la situación interna de Izquierda Unida en esa época, no nos imaginábamos que luego del Congreso de IU en enero de 1989 estaríamos en posiciones tan distintas (Ver crónica "Setiembre tenso” del 27 de setiembre de 2018).

AMISTAD REFORZADA

Poco después de las navidades en 1976, el 31 de diciembre llegamos con Ana María a la casa del general Leonidas Rodríguez Figueroa flamante presidente del Partido Socialista Revolucionario, PSR, que se había fundado menos de cuarenta días antes. Se había decidido en la dirección nacional de la cual yo formaba parte que haríamos una fiesta en casa de Leonidas para recibir juntos el Año Nuevo. Esa reunión podría servir para intercambiar saludos entre los que públicamente habíamos aparecido en el manifiesto de fundación y algunos otros cuyos nombres habían sido reservados pero que ya integraban la incipiente organización partidaria. En esa ocasión Ana María inició una muy buena relación con Nena, esposa de Leonidas. Ocurrió que poco después de las 12 de la noche en que se habían compartido saludos entre los presentes, Ana María le pidió el teléfono a Nena. Quiero llamar a mis padres, le indicó y Nena sonriendo le dijo que la acompañara porque ella también iba a llamar a los suyos. Solamente una semana después Leonidas saldría deportado a Panamá y luego pasaría a México donde Nena le daría alcance (Ver crónica “40 días intensos, 40 años atrás” del 19 de noviembre de 2016).

En los primeros días de noviembre de 1977, me encontraría en Suecia con Leonidas así como con el general Arturo Valdés y Rafael Roncagliolo con quién habíamos compartido esfuerzos políticos desde 1960.  A ellos tres que vivían exiliados en México, me uní yo que viajaba desde Lima. En los cuarenta días que duró esa gira para presentar al PSR a partidos de izquierda europeos, mi relación política con Leonidas se consolidó y así se mantuvo hasta que en 1991 los fundadores, ex dirigentes nacionales y militantes significativos comprobamos que nuestro proyecto partidario se había agotado y renunciamos al PSR.

Regresando al Perú de su segunda deportación para integrar la asamblea constituyente, Leonidas se mantuvo como presidente del PSR.  Leonidas, José María Salcedo y yo fuimos los únicos que integramos la dirección nacional interrumpidamente desde la fundación en noviembre de 1976 y la renuncia en abril de 1991. Estuvimos en la dirección nacional provisional que fundó el PSR y fuimos elegidos en el I, el II y el III congreso nacional. Eso hizo que mantuviéramos con Leonidas permanente relación partidaria. Pero paralelamente, desarrollamos Ana María y yo una excelente trato personal con él y Nena. Esta relación se acrecentó cuando a inicios de 1979 nació mi tercera hija María Katia, muy pocos meses mayor que Ursulita, la primera nieta de ellos residente fuera del país. Fue natural que asociaran a ambas criaturas y fuera un motivo más para estrechar relaciones.

Desde la Navidad de 1980 nuestras visitas navideñas ya descritas aumentaron con la casa de los Rodríguez. Como para demostrar que se trataba de bastante más que identificación partidaria, estas visitas que realizamos con mis hijos se prolongaron incluso después de 1991 cuando renunciamos al PSR. Definitivamente la visita a ellos como a Henry y familia, iniciadas por cercanías políticas, eran prácticamente visitas familiares también…


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