sábado, 14 de septiembre de 2013

EL VOLKSWAGEN ROJO (1976/1998)

Ana María y yo sólo hemos tenido tres autos en los más de 41 años de haber formado nuestra familia. Con el que más nos sentimos identificados nosotros y nuestros hijos es con el Volkswagen rojo del año 1976, el único que compramos nuevo y que llegó a nuestras manos el 19 de agosto 1976 y nos dejó a fines de 1998, en ambos casos entre llantos. La tristeza por desprenderse del vehículo que acompañó distintos episodios de nuestra vida puede explicarse, pero ¿cómo entender lágrimas bastante más sentidas el primer día al momento de subir a un flamante auto nuevo?

El auto me lo entregaron en una de las tiendas que tenía la distribuidora TASA en la avenida La Marina en la esquina con Escardó, al costado de un grifo en el mismo sitio en que hoy hay otro. Llegué al final de la tarde con Ana María y los dos hijos que en ese momento teníamos. Bajamos del primer auto que tuvimos, nuestro viejo Volkswagen 1965 –viejo más que por tener 11 años por haber pasado por cuatro dueños antes que nosotros- y cuando los dos niños vieron que sus bártulos eran sacados del auto para pasarlos al nuevo comenzaron a hacer “pucheros” y se desataron en llanto cuando los pasamos a ellos. El llanto de ambos se convirtió en alaridos cuando arrancamos y vieron que “su” carro se quedaba allí estacionado. De allí seguimos a Bellavista en el Callao a la casa de mis suegros para enseñarlo y luego a la casa de mi hermana Hilda, en la Urbanización Aurora, entre Surquillo y Miraflores, para mostrarlo a mi madre y pedirle a mi hermana que me acompañara para recoger en San Miguel el otro auto.

UN VOLKSWAGEN CLANDESTINO

Ya con los dos autos en casa de mi hermana, y como estaba seguro que no me habían seguido, decidimos que el nuevo se quedaría ahí. Había que mantenerlo en reserva dado que ese mes había sido particularmente intenso, con detenciones e interrogatorios (ver crónica "Interrogatorio en San Quintín” del 23 de agosto) y podría no ser conveniente mostrar aun mi nuevo carro particularmente al llegar a mi oficina en DESCO, desde donde varias veces habían intentado seguirme. De hecho, en los primeros días de “clandestinidad” del auto, lo recogía tomando todas las preocupaciones posibles y lo utilizaba para ir a algunas reuniones.  Semanas después, el 6 de setiembre llegaría con auto nuevo a mi oficina porque no había ya razón para ocultarlo, pero esa es otra historia.

Ese auto no sólo pasó a clandestinidad en sus primeras semanas de circulación. Estaba programado para ser entregado en mayo y terminó siendo entregado en agosto porque la parte final de su ensamblaje se paralizó por una huelga de los trabajadores de Motor Perú que duró más de 60 días.

El Volkswagen costaba 195 mil soles. Como yo ganaba poco menos de 20 mil soles y Ana María 14 mil, recurrimos a un préstamo de mi suegro, a la liquidación que había recibido por haber sido despedido del diario “Expreso”, poco más de tres meses después de haber ingresado en planilla como editorialista y algunos ahorros. Así logramos lo necesario para comprar el auto al contado y pagamos con un cheque nuestro en los últimos días de mayo.

LA EXISTENCIA DEL AUTO ESTUVO ASOCIADA A LOS “PAQUETAZOS”

Cuando nos avisaron –casi dos meses después de haberles entregado el cheque- que podíamos pasar a recogerlo en dos o tres semanas y que deberíamos pagar la diferencia, ya que el nuevo precio era de 297 mil soles, es decir 102 mil soles más, superando el 50% de incremento. Fui a donde los concesionarios y me señalaron que a fines de junio el gobierno había dado una serie de medidas económicas, entre otras la elevación del dólar de 45 a 65 soles, más del 44 %, que incidía directamente en los costos de la fabricación de vehículos. En realidad se trataba de lo que posteriormente se conocería como “paquetazo”.

Es decir que además de los fuertes “paquetazos” del gobierno de Fernando Belaunde y los graves “paquetazos” que con Alán García se sucedieron cada vez con mayor intensidad en la década del 80, hubo precedentes en los que lanzó el gobierno de Morales Bermúdez desde el año 1976 con medidas en enero, mayo y junio, y en los años siguientes hasta que terminó su gestión.  Y luego de García habría un aterrador “paquetazo” de Alberto Fujimori el 8 de agosto de 1990, cuando el Presidente del Consejo de Ministros Juan Carlos Hurtado Miller en cadena nacional anunció una reestructuración de precios, que en su conjunto fueron tan fuertes que se conocieron como “Shock” y que en algunos casos significó más de dos mil por ciento de aumento. Una medida de la dureza de las medidas económicas anunciadas fue la frase que Hurtado Miller pronunció al terminar su alocución: “Que Dios nos ayude”…

Volvamos a mi conversación con la distribuidora de autos. Tenían otro argumento, bastante gráfico: mi cheque. Me lo mostraron para demostrar que no lo habían cobrado y por lo tanto no estaba el auto aun pagado. Les dije que algo más de dinero tenía para darles. Me devolvieron el cheque y me dijeron que podía aumentar lo que había pagado en mayo y financiar con letras la diferencia. Les pedí dos o tres días para definir lo que haría. Para mis recuerdos personales, ese día comenzó la gran inflación en el Perú.

Luego de hablarlo con Ana María decidimos buscar cómo pagarlo siempre al contado. Sospechando que algún incremento tendría el precio del auto, no teníamos gastos previstos con el importe de nuestras gratificaciones de fiestas patrias. Además, quizá sólo inconscientemente, estábamos casi seguros que los autos comenzarían a subir cada tres meses primero, cada dos después hasta llegar a hacerlo todas las semanas, tal como efectivamente pasó durante casi los quince años siguientes. Pocos días después le anuncié al distribuidor que pagaríamos al contado. Teníamos la base de nuestras gratificaciones. El resto se lo pedí por unas semanas a mi madre, quien felizmente en ese momento tenía unos ahorros.

En setiembre después nos preocuparíamos en comenzara a pagar. Una vez más recurrimos a la Cooperativa Santa Rosa de Lince, que nos había facilitado los préstamos para nuestro matrimonio en 1972 y para la cuota inicial de nuestra casa en 1973. Habrá oportunidad de contar todo lo que nos facilitó la vida esa cooperativa…

TRANSPORTE FUNDAMENTALMENTE FAMILIAR

Pero olvidémonos de la huelga que postergó la entrega del VW y de la clandestinidad de sus primeras semanas en nuestras manos, para hacer hincapié en el significado para la vida de la familia durante más de 20 años.

Era el auto que todas las mañanas salía con los cuatro miembros de la familia durante 30 meses y con los cinco –luego del nacimiento de mi hija menor- para dejar en el trabajo a mi esposa y en la guardería a los niños. Posteriormente el vehículo que transportó a mis tres hijos para dejarlos en el colegio hasta que terminaron sus estudios secundarios. El auto en que íbamos a trabajar mi esposa y yo y muchas veces también regresábamos.

Nuestro VW tenía ciertamente las ventajas que ese carro económico le dio a muchísimas familias peruanas desde los 70 hasta bien entrados los 90. Había lugar para todo. Coche de paseo, corralito, cuna portátil, asiento para acomodar a los niños, además de maletines con ropa, repletaban el auto entre finales de la década del 70 e inicios de la siguiente. Y en el transcurso de los 80, mochilas y loncheras de mis hijos en las idas al colegio y de mis hijas y algunas amigas cuando podía recogerlas repletaban los asientos y el “hueco” que el auto tenía detrás del asiento posterior.

Fue el auto de las primeras fiestas de mis hijas, cuando al buscarlas podía acomodar más de una docena de chiquillas de regreso a sus casas, dos en el hueco, 5 en el asiento de atrás, 4 sobre ellas y 1 ó 2 en el asiento de adelante en las faldas de Ana María. Era la época en que seguramente todas demoraban en decidirse por la ropa a usar y terminaban invariablemente vestidas con polo negro y pantalón jean.

Sólo serían unas seis o siete las que acomodaríamos en el VW en las épocas de los “quinceañeros” en que lucían ya trajes que no podían arrugar mucho, aunque de este tipo de fiestas gozó más María Katia que Aby debido a que los 15 años de las amigas de ésta se celebraron entre 1990 y 1991 cuando el “toque de queda” era habitual.

Por cierto que también fue el auto para academias de preparación o de inglés o de computación, para recogidas de entrenamientos de vóley acompañadas de otras chiquillas, alguna de las cuales sería un par de décadas después Primera Dama. También fue el de los traslados a los exámenes de ingreso, escondiendo nerviosismos y de recojo con mechones cortados. Y de traslado algunas veces a los primeros días de trabajo y en el caso de Aby prácticamente todos los años en que trabajó en el país.

EL VOLKSWAGEN TAMBIÉN HIZO CAMPAÑAS

Los casi quince años que pasaron desde la fundación del Partido Socialista Revolucionario hasta cuando nos retiramos casi todos sus fundadores y dirigentes más caracterizados, los viví manejando mi utilitario auto, ya que no sólo era mi medio habitual de transporte diario para la oficina sino para las reuniones políticas, que en varias épocas eran todos los días. Pero no sólo me sirvió para reuniones sino para participar en las campañas electorales para la Asamblea Constituyente en 1978, así como en las campañas presidenciales y parlamentarias de 1980, 1985 y 1990. Y por cierto también las campañas electorales municipales de 1980, 1983, 1986 y 1989. De todas las campañas enumeradas, sin ninguna duda la que mejor nos hizo sentir fue la de 1983, la que hizo instalarse en la municipalidad de Lima a Alfonso Barrantes Lingán, el primer alcalde de izquierda que tuvo la capital peruana.

Un auto en campaña electoral no sólo era para transportar a su conductor y a pasajeros, muchas veces demasiados pasajeros. Servía además para transportar grandes cantidades de afiches o volantes para distribuir en varios locales partidarios o para dejar en empresas de transporte al interior del país. Pero también para la distribución de volantes en los sitios de concentración de personas como paraderos de transporte colectivo. Pero mucho antes, cuando el auto tenía sólo tres meses en nuestras manos y el olor a nuevo se sentía apenas uno ingresaba a su interior, a fines de noviembre de 1976 sirvió para cargar baldes de pintura y las respectivas brochas para realizar las “pintas” que anunciaban el nacimiento de una nueva agrupación política.

También el auto sirvió para giras aunque cortas, a Huacho, a Ica, a Cañete y, demostrando que un VW podía subir a la sierra sin ninguna preparación, en 1980 a Huaraz. En algunos casos acompañado de mi esposa y en otro con ella y mis hijos mayores. A Huacho en una ocasión viajé a una reunión con mi hijo de cinco años, ya que tenía la seguridad que un compañero tenía hijos de esa edad y podía dejarlo en su casa una tres horas. En otra oportunidad que me urgía ir a Huacho y no tenía dinero, pasamos por el Parque Universitario y recogimos dos chicas como pasajeras que nos ayudó para pagar la gasolina.

LOS ESTRAGOS DEL ESFUERZO DEL AUTO

El intenso trajín del auto desde el primer momento hizo que en los primeros años me encontrara con que había recorrido más de 30 mil kilómetros anuales como promedio. Es decir cerca de 100 kilómetros diarios. Me preocupé de lo más importante del mantenimiento: el motor. Pero en los años siguientes, aunque bajó el recorrido diario, los golpes recibidos mientras se participaba en manifestaciones, pequeños “topecitos” recibidos de otros autos y la falta de dinero para una pintura hizo que el carro rojo, tuviera partes de color verde u ocre producto de “planchadas” y pareciera un auto “camuflado”. Hubo ocasión en que, aprovechando que iba a realizar un largo viaje, logré dejarlo donde un pintor que me planteó un precio cómodo debido a que no lo iba a urgir porque terminara rápido.

No puedo decir que tuve algún choque con el auto, salvo los “topes” mencionados, sin embargo el desgaste se notaba en otras cosas. Por ejemplo, las incontables veces en que se rompía el cable del acelerador y que me obligaba a poner algún cartoncito en el pin respectivo del motor para mantenerlo acelerado y poder ir haciendo cambios mientras el auto desarrollaba velocidad. Más grave era cuando se producía la rotura de la palanca de cambios al meter segunda con fuerza, algo que me ocurrió unas tres veces por lo menos y en una ocasión sin tiempo de acudir a un taller de mecánica, por lo que me pasé yendo a tres o cuatro reuniones arrancando el auto “cascabeleando”, avanzando despacio y frenando pisando freno y embrague porque el motor se encontraba permanentemente en segunda. Y en épocas que no había tarjetas de crédito y las baterías costaban comparativamente bastante más que ahora fueron muchas las veces que toda la familia, acompañados incluso por vecinos, empujábamos el pequeño escarabajo por la avenida Ayacucho hasta que prendiera. Algunas veces quedó estacionado por casi todo el día, al rendirnos el cansancio al mismo tiempo que teníamos la urgencia de dirigirnos a nuestro destino.

Hacia 1996 el auto cada vez estaba más achacoso, no sólo porque la pintada barata de 8 años atrás estaba deteriorada sino porque el motor cada vez estaba peor. Compramos un motor semi armado –creo que así se llamaban- de un lote que el único ciudadano marroquí que conocía había importado de Brasil. Y en los meses siguientes sentimos que teníamos auto para unos años más.

¿PREFIEREN ESCUCHAR PRIMERO LA BUENA O LA MALA NOTICIA?

Un año después a fines de julio de 1997 viajamos con Ana María a Chile con ocasión de nuestras Bodas de Plata. Como íbamos a estar unos doce días fuera, recordé que el marroquí me había dicho que podía encargarse de la pintada del auto a un precio razonable y que podría hacerle en unas dos semanas. Optamos por dejarle el auto, ya que eso nos dejaría sólo unos pocos días sin auto.

Cuando regresamos y llegamos a la casa, nuestros hijos nos preguntaron si preferíamos primero escuchar la buena o la mala noticia. La buena, dijimos Ana María y yo. “La policía recuperó el auto”, nos dijeron. Obviamente la mala era que nuestro VW había sido robado.

Un par de días después que le dejamos el auto, el marroquí llevaba nuestro auto de su taller al de otra persona que se encargaría de pintarlo. Recordó que la tarjeta de propiedad la tenía en su casa y paró unos minutos en la puerta del edificio donde estaba el departamento en una avenida de San Borja y cuando salió el VW no estaba. Hizo la denuncia y, mientras esperaba respuesta, la policía encontró el auto desmantelado. Con el número de la placa encontraron el nombre del dueño y como en ese tiempo no aparecía el mío en la guía telefónica buscaron alguien con los mismos apellidos y localizaron a mi hermana quien se lo comunicó a mis hijos. Estos se comunicaron con el marroquí en busca de explicaciones y éste los acompañó con una grúa para que, luego de que se los entreguen, remolcarlo. El auto no tenía motor, ni llantas, ni asientos, ni espejo retrovisor, ni palanca de cambios, ni manijas, para abrir las puertas o bajar los vidrios de las ventanas, le faltaba de todo...

El marroquí se portó bien. Me dijo que le pagará sólo lo pactado por la pintura y que le comprara cuatro llantas, ya que las que tenía cuando se lo entregué estaban bastante desgastadas. Un par de semanas después me lo entregó flamante por fuera, pero precario por dentro. Nuestro auto no era el mismo. Le había puesto el único motor del lote que un año antes había importado que le había sido devuelto, ¡por no funcionar muy bien! Y todos los accesorios sin duda habían sido comprados no de segunda sino de quinta o sexta mano…

EL VOLKSWAGEN DURÓ HASTA EL DÍA QUE HUBO REEMPLAZO

Pero el auto anduvo, algunas veces penosamente como antes que le cambiara el motor,  pero transitaba… En realidad ya no era el mismo, funcionaba mal pero ni en eso se parecía al de años antes.

Meses después, en marzo de 1998, poco antes de viajar a residir fuera, mi cuñado nos dejó su Toyota Cressida de 1991, Las condiciones era que pagáramos el seguro unos días antes de recibirlo para que no perdiera la continuidad y que se lo diéramos cuando él o su esposa vinieran de visita por Lima, lo que ocurrió no más de dos semanas en total en los primeros años. Nuestro tercer auto, en más de cuarenta años de matrimonio, no lo compramos es también de segunda mano pero no tiene ningún punto de comparación con el primer gastado y precario VW que tuvimos en 1973.

El mismo día que recogí el Toyota, el VW rojo había arrancado empujado por la familia por segunda vez en una semana. En términos figurados parecía que estaba esperando que consiguiéramos reemplazo para plantarse definitivamente. Se quedó en el “car port” de la casa por unos meses. No teníamos dinero para hacerle un arreglo total ni ánimo para regalarlo como chatarra….

Un día el marroquí me ofreció comprármelo, ya que en su taller lo podría ir arreglando poco a poco para luego venderlo y que el fiel VW siguiera trabajando. Aceptamos, ya que era la mejor alternativa.

El día que vinieron a llevárselo, el Volkswagen salió de la familia tal como llegó: entre lágrimas.

1 comentario:

  1. Estimado Alfredo, te comento que en las últimas semanas me he vuelto uno de los mas fieles seguidores de tu blog, no solo leo con interés tus vivencias políticas, sino también aquellas que tienen que ver con tu trayectoria escolar en la GUE Tomas Marsano (ahora Ricardo Palma) o las referidas a tu vida familiar, mi admiración a tu persona no es solo como político y analista, sino también como esposo y padre de familia, labores estas particularmente difíciles y que tu las has desempeñado y desempeñas de manera excelente. Ayer lunes, antes de comenzar a trabajar, tuve la agradable sorpresa de constatar que habían cuatro nuevas entregas en tu blog, por supuesto ya todas las he leído.
    Un abrazo.
    Carlos Pflucker


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