Retrocedo casi 45 años, a mediados de 1980. Se habían realizado las elecciones generales el 18 de mayo y Fernando Belaunde Terry -derrocado doce años antes por la Fuerza Armada, encabezada por el general Juan Velasco Alvarado- había sido elegido nuevamente como presidente de la república. Estaban previstos el cambio de gobierno el 28 de julio y las elecciones municipales en noviembre. La izquierda cuya presencia electoral para la Asamblea Constituyente, sólo dos años antes, llegó al 30% había disminuido a menos de la mitad, al 14% de los votos.
Hubo
cinco listas de partidos de izquierda que se presentaron para las elecciones
constituyentes de 1978 y fue un sentimiento generalizado que se debía buscar la
unidad para llevar un solo candidato presidencial, una sola lista para el
Senado y también listas unificadas para diputados en cada uno de los
departamentos en 1980. Hubo múltiples conversaciones entre los dirigentes izquierdistas,
pero al final se llegaron a presentar seis candidatos presidenciales. Solo dos
de los siete partidos de izquierda legalmente habilitados para participar en
las elecciones lograron concretar una alianza. Ante los resultados de las
elecciones generales, varios comentaristas políticos sostuvieron que la
significativa disminución de los votos de la izquierda era un “castigo” por la
incapacidad demostrada para lograr la unidad.
LA
UNIDAD ERA IMPERATIVA EN 1980
Junto con el Partido
Comunista Peruano, PCP, el Partido Socialista Revolucionario, PSR, había registrado ante el Jurado Nacional de Elecciones una
alianza electoral que se denominó Unidad de Izquierda y que integraron también -aunque no
tenían inscripción legal- el Partido Vanguardia Revolucionaria, PVR, el MIR por
el Socialismo y el Comité de Orientación Revolucionaria, COR. Inicialmente la
alianza también la conformó el Frente Obrero,
Campesino, Estudiantil y Popular, FOCEP, pero la abandonó menos de 45 días
después de fundada. Esa alianza de sólo dos partidos fue la única que
participó las elecciones generales. Debo recordar que en los cuatro o cinco
meses que duró la alianza electoral, salvo algunas fricciones al momento de
definir las listas de parlamentarios, no hubo mayores conflictos internos. La
crisis mayor se produjo con el inesperado abandono de la alianza por parte del
FOCEP, que rápidamente superamos (Ver
crónica “Candidato nos avisó por los diarios que se iba” del 29 de noviembre de 2019).
Conocido
el resultado de las elecciones, la mayoría de los dirigentes de las distintas agrupaciones
izquierdistas fuimos conscientes del mensaje del electorado y, antes que
terminara ese mes de mayo, comenzaron los contactos entre las distintas
agrupaciones, iniciándose conversaciones para coordinar algunas acciones de
protesta en la parte final de la “segunda fase” del gobierno militar que
encabezaba el general Francisco Morales Bermúdez, así como para intentar organizar
conjuntamente el trabajo parlamentario en el cual prácticamente no se tenía
experiencia y buscar la mejor forma para enfrentar los comicios municipales que
Belaunde convocó para el 23 de noviembre.
En otras crónicas he relatado mis
experiencias en las reuniones que culminaron en la
fundación de Izquierda Unida, IU, en el mes de septiembre. Visto más de cuatro
décadas después el logro más recordado de la existencia de este frente político fue el
triunfo en las elecciones municipales de 1983, que llevó a la alcaldía de Lima
a Alfonso Barrantes Lingán, el indiscutible líder de IU (Ver crónica “Barrantes triunfante en Lima” del 25 de noviembre de 2018).
Al momento de
fundarse se instituyó el Comité Directivo Nacional de Izquierda Unida, CDN-IU,
con un representante por cada partido y dos por cada frente. Los fundadores
fueron cuatro partidos: FOCEP, el PCP, el Partido Comunista
Revolucionario (PCR) y el PSR, junto con dos frentes: Unidad Democrático
Popular, UDP, y Unión de Izquierda Revolucionaria, UNIR. Por el PSR integraba
ese comité el diputado Antonio Meza Cuadra, secretario general del partido, y
yo era su alterno. Desde marzo de 1982 lo relevó el senador Enrique Bernales, nuevo
secretario general del partido, y se me mantuve como alterno. Años después en
julio de 1986, al ser electo como secretario general del PSR, asumí como
miembro titular del CDN-IU.
ME ESPECIALICÉ EN DIALOGAR CON OTROS PARTIDOS
Como en noviembre de 1976, al momento de la
fundación del PSR, con mis 34 años era uno de los que más experiencia política tenían
-había sido militante del Partido Demócrata Cristiano desde 1959 hasta 1971,
integrando su comité ejecutivo nacional durante cuatro años- fue casi natural
que desde las primeras oportunidades en que hubo que buscar coordinar con otras
fuerzas políticas se me considerara para integrar la delegación partidaria.
Esto se realizó con mayor asiduidad cuando se estaba organizando el paro
nacional del 19 de julio de 1977 (Ver crónica “Izquierda: encuentros y desencuentros” del 20 de
febrero de 2015). Los otros dirigentes del PSR
consideraban que tenía capacidad de dialogar para buscar consensos, además de
bastante paciencia para pasarme horas escuchando a otros, a pesar de mi total
discrepancia con lo que sostenían. Por otro lado, en la etapa inaugural de IU una
cierta incomodidad para participar en reuniones con otros partidos, junto con
una total confianza en mi desempeño por parte de Meza Cuadra, hizo que muchas
veces fuera yo el que firmara acuerdos multipartidarios, incluyendo la
fundación del frente izquierdista.
Para todos los efectos en las conversaciones posteriores
a las elecciones presidenciales, participamos como PSR y no como integrantes de
Unidad de Izquierda, que quedó legalmente disuelta concluido ese proceso
electoral. Desde inicios de junio hasta la segunda semana de setiembre en que
se fundó IU asistí a no menos de cuarenta reuniones en que algunas veces
participaron cerca de treinta organizaciones. Considerando que en algunos casos
se trataba de frentes con varios integrantes e iban representantes de todos. Algunas
veces acompañé a Meza Cuadra, otras veces asistí con otro dirigente nacional
del PSR, Manuel Benza, alguna otra con Enrique Bernales y gran parte de las ocasiones
asistí solo. Con varios de los partidos tuvimos reuniones bilaterales en la que
participamos además de los nombrados otros dirigentes del PSR. Pero en general
todas las conversaciones bilaterales sirvieron para llegar al acuerdo de fundar
IU como en más de una ocasión he narrado (Ver crónica “Dialogar para buscar la unidad”
del 21 de agosto de 2015).
TOMAR TIEMPO PERDIDO CON BUEN HUMOR
En esta oportunidad quiero referirme a una
insistencia inexplicable que percibí para que participaran en las reuniones tres
organizaciones trotskistas:
el Partido Revolucionario de los Trabajadores, PRT, el Partido Obrero Marxista
Revolucionario, POMR, y el Partido Socialista de los
Trabajadores, PST.
Habían ido juntas en las elecciones presidenciales llevando a sus principales
líderes en la fórmula presidencial. A Hugo Blanco (PRT) como candidato a la
presidencia y a Ricardo Napurí (POMR)
y a Enrique Fernández Chacón (PST) como candidatos a las vicepresidencias.
Habían logrado elegir dos senadores (Napurí e Hipólito Enríquez del PRT) y tres diputados: Blanco
y Fernández Chacón por Lima y Emeterio Tacuri (PRT) por Puno.
La mayoría de los
convocados en las reuniones para analizar la participación en las elecciones
municipales, ya a inicios de agosto, insistía que había que intentar la
participación de los agrupaciones trotskistas. Nosotros evitábamos tocar el
punto en las reuniones porque con nosotros ni siquiera intercambiaban palabras.
De hecho para los trotskistas todo frente era “sin patrones ni generales” y el presidente
del PSR era el general Leonidas Rodríguez que había sido deportado por Morales
Bermúdez junto con otro dirigente del partido, el también general Arturo
Valdés, y otros militares retirados.
Los del PSR no entendíamos que se hiciera
esfuerzos para lograr la participación de agrupaciones que no estaban
dispuestas a trabajar unitariamente. Integrantes de otras agrupaciones como UDP
y UNIR así como también el PCR, nos habían comentado que el intento de formar
un gran frente para las elecciones presidenciales recientes, denominado Alianza
Revolucionaria de Izquierda, ARI, había estallado a fines de febrero por culpa
del juego desde dentro y desde fuera de los sectores trotskistas. Puedo decir
que por lo menos una tercera parte de las reuniones las hubiéramos ahorrado sin
la participación de partidos que prácticamente todos sabíamos no iban a quedar
hasta el final. Eran principalmente algunos de las agrupaciones que integraban
UDP dónde se insistía más en tratar de que se integraran a la alianza en
formación.
Los largos discursos, la oposición a cualquier
asomo de consenso o los vetos explícitos no los tomaba en serio, más bien con
buen humor. Debo admitir que en las reuniones en las que los trotskistas lanzaban
peroratas para justificar sus posiciones, señalando directamente que ellos no
podían estar en un frente con patrones o generales, yo sólo sonreía o hacía una
breve interrupción. Alguna vez pregunté si podía añadirse al lema de “sin patrones ni generales” la
frase “ni tampoco con sus hijos” haciendo referencia a algunos de los presentes
hijos de comerciantes de provincias o de integrantes de los altos mandos de las
fuerzas armadas o policiales. Mi tono fue siempre de frases burlonas aunque
respetuosas, como forma de manifestar que hablar con ellos era poco serio.
Incluso en alguna oportunidad, cuando uno de sus jóvenes dirigentes con acento
bonaerense reiteraba argumentos ya dichos, pedí hacerle una consulta y
señalándole su impecable vestimenta le pregunté por la dirección del sastre que
tan elegantemente lo vestía. Las carcajadas fueron generales.
Nunca entendí por qué perdíamos tanto tiempo
en dialogar con un sector que no estaba dispuesto al llegar a ningún acuerdo.
Más de una vez he recordado una madrugada, en que en un sector alejado de un
amplio salón donde se estaba debatiendo, conversábamos con Carlos Tapia
-dirigente de un MIR, integrante de la UDP- mientras al otro extremo un
dirigente trotskista alargaba una reunión. Alguien se nos acercó y nos comentó que eran incomprensibles los
“trotskos”, ya que parecía que no querían llegar a la unidad. De eso se trata
no se pueden juntar con nosotros, dijo Carlos y añadió “todos nosotros somos
distintos, incluso muy distintos pero de la misma clase de vertebrados, como
perro, gato, tigre, toro, conejo, elefante, caballo o jirafa, es decir todos
somos mamíferos. En cambio ellos son peces, son de otra clase…” Esa fue la mejor
explicación que escuché para el rechazo de los trotskistas a unirse con todas las
agrupaciones de izquierda…
DISTINTA SERÍA LA UNIDAD PARA GOBERNAR
Justamente en esos días, un comunicado firmado
por Tapia y yo junto con Manuel Dammert, secretario general del PCR,
proclamando la candidatura de Barrantes a la alcaldía de Lima había desatado
discusiones que en realidad desbloquearon las conversaciones que eran
repetidamente trabadas (ver crónica “Lanzamiento de Barrantes para forzar la unidad” del 28 de enero de 2014). Como dije en esa crónica, faltaban demasiados años para darnos
cuenta de que la unidad es relativamente más fácil para oponerse a un gobierno
-en la medida que hay diferencias que importan poco- que para intentar ser
gobierno, caso en que las diferencias importan mucho y pueden ser las que
determinen la inviabilidad de un proyecto…
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