domingo, 29 de octubre de 2023

DUPLICAMOS EL ARMAMENTO (1988)

Hace 65 años disparé por primera vez un arma y hubo decenas que me vieron. Hace 35 años colaboré en la desaparición de un arma y no hubo nadie que se diera cuenta…

Era un día algo frío de mediados del año 1988. Alrededor de las seis de la tarde llegué al local del Partido Socialista Revolucionario, PSR, frente a la zona sur del Parque de la Reserva. Antes de apagar mi auto miré al compañero sentado en el lugar del copiloto quién, después de mirar cuidadosamente a todos los lados, levantó el maletín que estaba en el piso y me lo entregó con una sonrisa nerviosa.

EN DOS HORAS DOBLAMOS NUESTRO ARMAMENTO

Bajamos, me acompañó hasta la oficina de la secretaría general y noté que por fin el joven respiraba tranquilo. Como se encontraba en el local el dirigente encargado de guardar el armamento del partido, abrí el maletín, le mostré el contenido y le dije con sorna: “esto también queda a tu cargo, en un par de horas hemos duplicado el armamento del partido”.

A las cuatro de la tarde había llegado al local de Izquierda Unida, IU, en la segunda cuadra de la avenida Grau. Era secretario general del PSR y por tanto miembro titular del comité directivo nacional de IU y tenía una corta reunión de coordinación. Al terminar de subir las escaleras, se me acercó un compañero y me hizo una seña indicando que iba a estar en el amplio salón que daba a la calle por si necesitaba que hiciera alguna tarea. Era un joven estudiante que iba a servir de apoyo por si se necesitaba trasmitir algún encargo desde un teléfono público o sacar algunas fotocopias. Tareas menores para jóvenes que entregaban varias horas a su partido, pero que además aprovechaban para hablar de las posiciones partidarias con sus dirigentes. En esos momentos retrocedí casi tres décadas y me vi a los 16 años conversando con Javier Correa Elías semanas después de inscribirme en el Partido Demócrata Cristiano (Ver crónica "Mis primeros años en política" del 21 de febrero de 2019).

En el salón adonde ingresó mi compañero se encontraba un miembro de la seguridad de otro partido que lo miró con arrogancia, mientras que me veía a mí con cierta conmiseración ya que estaba seguro de que ese joven no podría protegerme.

Aunque algunos de los integrantes del CDN - IU solían llegar acompañados de uno o dos integrantes de su seguridad, yo no lo hice en ningún momento desde que se fundara IU ocho años antes. Sólo en movilizaciones en que era necesario desplazarse entre mucha gente me acompañaban algunos compañeros que eran una seguridad amateur. A la seguridad de otros partidos sí se le podía llamar profesional.

NUESTRO EXIGUO ARMAMENTO

Poco después de iniciadas las tareas de la Asamblea Constituyente, en agosto de 1978, y después que prácticamente se desligara todo el equipo de seguridad del partido, tanto el general Leonidas Rodríguez, presidente del partido como Antonio Meza Cuadra, secretario general, habían organizado un pequeño pero eficiente equipo de seguridad a cargo de “Nicolás Sánchez”, de cuya capacidad he hablado en otras oportunidades (Ver crónica “Culmina sacrificada huelga magisterial” del 19 de junio de 2015). Pero desde abril o mayo de 1982 ese equipo también se desvinculó del partido… En el primer equipo todos tenían armas para su defensa personal, mientras que en el segundo quizás los siete u ocho integrantes compartían tres o cuatro armas.

Desde inicios de 1982, en los contados casos que había que demostrar que un dirigente estaba protegido, el partido tenía a su disposición… un revólver. El arma era calibre 32 y había pertenecido más de veinte años atrás al padre de uno de los dirigentes. Las veces que era necesario que algún militante lo portara, el responsable de custodiar el arma le advertía que no debía disparar salvo que hubiese necesidad apremiante y que no debía hacer tiros al aire… para no gastar balas.

No puedo afirmar cuántas fueron las armas que militantes del PSR portaban en momentos tensos -como cuando las marchas en que participábamos eran amenazadas por Sendero Luminoso- considerando que algunos compañeros poseían sus propias armas. Sin embargo, no creo que hayan sido muchas. Los que sí caminaban con armas porque era normal para ellos eran los generales Leonidas Rodríguez, presidente del partido, y Jorge Fernández Maldonado, uno de los senadores del PSR. Pero el partido sólo tenía un arma a disposición. Sin embargo, en movilizaciones los encargados de seguridad sabían siempre poner cara y pecho para hacerse respetar

UN HALLAZGO POCO COMÚN

Volvamos a esa tarde de julio o agosto del 88. Como se había quedado en una reunión corta, varios dirigentes estaban apurados e incluso uno ya había abandonado la habitación donde nos reuníamos aludiendo que tenía que estar en el parlamento. Cuando faltaba poco para terminar la reunión, se entreabrió la puerta y mi compañero me hizo una seña mostrando cara de preocupación por lo que avisé que me retiraba unos instantes y salí a ver de qué se trataba. El joven me hizo gestos para que lo acompañara mientras miraba a todos lados. En silencio señaló en el fondo de un sillón un revólver envuelto en una cartuchera de cuero muy delgado. Y en voz apenas audible me preguntó ¿qué hacemos? Demoré pocos segundos en reaccionar. Como su dueño no regresará, nos lo llevamos, le dije.

Siéntate al lado ocultando el revólver para que si alguien entra no lo vea, indiqué y añadí que en pocos minutos terminaría mi reunión y nos iríamos. ¿Y si regresa? me preguntó muy preocupado. Dejas que levante su arma y te muestras sorprendido…, le dije, pero remarqué “No te preocupes, te aseguro que no regresará por lo menos en unos tres cuartos de hora, si es que regresa…”.

Cuando salí de mi reunión unos diez minutos después sólo se encontraba en el salón el joven compañero. Me acerqué y abrí mi maletín frente a él y le hice una seña para que guardara el revólver. Salimos de local de IU, avanzamos unos cien metros hasta donde estaba estacionado mi Volkswagen y subimos. Le pasé el maletín, lo puso en el suelo del auto y nos encaminamos al local partidario a unas 15 cuadras de distancia. Traté de conversar en el trayecto, pero mi acompañante permanecía callado y se ponía muy nervioso cuando parábamos en los semáforos. Era evidente que quería llegar al local lo más rápido posible. Cuando llegamos a nuestro local, mi acompañante respiró aliviado.

HABÍA RAZONES PARA ESTAR TRANQUILOS

Como quedó dicho en párrafos anteriores, mostré al dirigente que custodiaba la única arma partidaria el maletín que bajamos del auto, ya abierto completamente, y le dije en tono burlón que desde ese día duplicaría su responsabilidad ya que tendría a su cargo dos revólveres en lugar de uno… Le conté lo ocurrido en el local de IU y el joven estudiante añadió algunos detalles y dijo que mientras me esperaba sentado al costado del arma lo tranquilizó que le asegurara que su propietario no regresaría al local de IU para recogerlo.

Trato hoy de acordarme de mi racionamiento al final de esa tarde, que justificaban mi seguridad en que quien perdió el arma no regresaría demasiado pronto. Conociendo la disciplina casi militar de ese equipo de seguridad, era muy difícil que cuando se dirigiera al parlamento acompañando a su dirigente se detuviera y le dijera que tenía que regresar al local de IU porque se había olvidado de su arma. Era arriesgarse a una sanción partidaria de todas maneras. Incluso era muy probable que tuviera otra arma consigo para cumplir con eficiencia su encargo de proteger al dirigente. Por tanto, sólo después de haberlo llevado a su punto de destino podría encontrar alguien que lo reemplace para ir en búsqueda del arma perdida al local de IU.

El problema era que si regresaba llegaría pasadas las 6 de la tarde, en momentos en que habría comenzaba la afluencia de militantes y el salón estaría lleno de gente. Por tanto, me atreví a pensar que incluso no iría al local, dando por perdido el revólver porque tampoco era posible ponerse a buscar entre sillones en presencia de distintos dirigentes medios o incluso de base que a esa hora repletarían el local central. Peor aún al no encontrarlo, era absurdo preguntar en voz alta si alguien había hallado un revólver perdido.

No me equivoqué. Ni en esos días ni en los siguientes meses hubo nada que hiciera pensar que había alguna sospecha sobre intervención del PSR en la desaparición del arma. Me imagino incluso que quien la perdió no lo informó y la repuso, por lo que nadie de su partido se enteró del asunto. Como lo había remarcado el día que nos hicimos del revólver: no hubo ningún testigo.

ESTÁBAMOS EN VÍSPERA DE RUPTURA

Aunque en esa época las discrepancias internas en Izquierda Unida se mantenían, se sabía que Alfonso Barrantes, ex alcalde de Lima y ex presidente de IU, en diferentes sondeos era considerado como el aspirante a la presidencia de la república con mayores posibilidades de triunfar en 1990. Estaba claro para varios dirigentes de partidos de IU que era muy improbable tener unidad para gobernar. Incluso meses antes, el propio Barrantes me había manifestado su temor a llegar al gobierno teniendo al ultra izquierdismo” dentro de las filas de IU (Ver crónica “Con Barrantes en Moscú” del 20 de enero de 2017).

Hay que considerar que cinco o seis meses después, en enero de 1989, durante el Primer Congreso Nacional de IU, mientras los integrantes de un amplio sector pensábamos que IU estaba en condiciones de ganar las elecciones generales y gobernar democráticamente, otros mantenían como posición central que había que asegurar el poder por lo que no descartaban el uso de la fuerza. Como he señalado en otras oportunidades, las diferencias culminaron con la ruptura de IU y la posterior formación de Izquierda Socialista con la candidatura presidencial de Barrantes (Ver crónica “Cuando la unidad no fue posible” del 29 de enero de 2019).

Regresemos una vez más a julio o agosto de 1988, mientras conversábamos en la oficina le dije a mis interlocutores que la desaparición de ese revólver era un secreto, que no debían comentarlo a nadie. Lo conversé una vez, pero con el dirigente que había quedado a cargo del arma. Fue justamente en el congreso de IU cuando vimos al compañero que perdió su revólver gritando a todo pulmón consignas ultra radicales. Espero que no le encarguen a ese compañerito la custodia de ningún arsenal, nos dijimos.

ARMA QUE NO COMPRÉ Y ARMA QUE DISPARÉ

Para las elecciones de 1990 ante la violencia generalizada, el gobierno asignó un par de policías para todos los candidatos al parlamento y ofreció facilidades para vender armas y municiones para defensa personal (Ver crónica "Elecciones: cercados por el terror" del 22 de febrero de 2018). Como era una decisión personal, no me preocupé en saber cuántos de los candidatos de Izquierda Socialista habían aprovechado de esa facilidad de compra. En todo caso creo que prácticamente ninguno del PSR lo hizo. Yo ni siquiera me plantee la posibilidad. Como he dicho en otras oportunidades, un arma es de defensa personal si quien la empuña tiene la certeza que disparará a quien lo ataque y yo nunca tuve seguridad que lo pudiera hacer, por lo que resultaría más bien un incentivo para que el agresor sea más violento y en vez de recibir un golpe recibiera un balazo.

Mi primera experiencia disparando ocurrió en 1958 en el antiguo Polígono Muñiz, instalación del Ejército en el distrito del Rímac. Disparé un fusil Mauser antiguo, conocido como MOP -modelo oficial peruano- como practica obligatoria del curso de Instrucción Pre Militar de todos los alumnos del último año de secundaria. De cómo el fuerte golpe a mi hombro me hizo retroceder, fueron testigos buena cantidad de los cien escolares que habían acudido a la instalación militar hoy conocida como Fuerte Rímac.

Hace 65 años, cuando utilicé el viejo fusil, fue la primera ocasión en que disparé un arma y… también la última.


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