Era el 11 de setiembre de 1973 pero no podía suponer que esa fecha sería trágicamente recordada en las cinco décadas siguientes, no sólo en todo el continente, sino en todo el mundo. En las primeras horas de la mañana me encontraba en el local del SINAMOS. Una buena cantidad de funcionarios teníamos pasado -o incluso presente- con militancia política. En algún momento un rumor se extendió y puso a todos a la expectativa.
A las nueve de la mañana estaba confirmado:
se estaba produciendo un golpe militar en Chile.
BOMBARDEO A PALACIO QUE DEBIERON DEFENDER
Si nos costaba comprobar que las fuerzas armadas
consideradas ejemplares en América Latina, habían traicionado su compromiso constitucional,
nos pareció imposible lo que observaríamos horas después en las pantallas de
televisión: aviones de la Fuerza Aérea chilena bombardeando la sede del
gobierno, el Palacio de la Moneda, donde se encontraba el presidente de la
república, Salvador Allende, elegido tres años antes cuando era candidato de la
Unidad Popular, UP, frente integrado por varios partidos de izquierda.
Había llegado poco antes de las ocho de la
mañana al local del SINAMOS -Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social-
situado en el flamante Centro Cívico de Lima. Allí quedaba el local de las dependencias
nacionales del sistema. Trabajaba en la Dirección General del Área Laboral, que
encabezaba José Luis -Pepe Lucho- Alvarado y estaba yo a cargo de la jefatura
de asuntos sindicales. José Luis había convocado al equipo de dirección del
área para intercambiar opiniones. Arranca tu Flaco que eres quien más conoce sobre
la política chilena ya que has estado en Chile hace menos de un año, me dijo.
DIRIGENTES QUE CONOCÍAMOS DESDE AÑOS ATRÁS
Pepe Lucho hacía alusión al viaje que había
realizado a principios de diciembre del año anterior para participar en el II
congreso nacional del Movimiento de Acción Popular Unitario, MAPU, uno de los partidos
integrantes de la UP. Asistimos invitados Rafael Roncagliolo y yo, ambos
dirigentes del Movimiento Socialista Comunitario, efímera organización que en julio
de 1971 habíamos formado los renunciantes al Partido Demócrata Cristiano
-mayoritariamente de la Juventud DC- para intentar infructuosamente construir en
pocos meses, una agrupación más amplia pero que para muchos de nosotros finalmente
recién se concretaría cinco años después cuando nació el Partido Socialista Revolucionario
(Ver crónica “Nace un nuevo partido” del 21 de noviembre de 2014). El MAPU se había fundado en mayo de 1969,
cuando gran parte de los integrantes de la Juventud DC renunció al PDC de Chile.
En esa visita a Santiago habíamos podido conversar
principalmente con el sector del MAPU que resultaría vencido en ese congreso en
el fuerte enfrentamiento con un sector cercano a posiciones de ultraizquierda y
que en marzo siguiente se denominaría MAPU - Obrero Campesino, casi nada habíamos
dialogado con quienes quedarían con la dirigencia del MAPU y muy poco habíamos
hablado con dirigentes de Izquierda Cristiana, otra agrupación de la Unidad
Popular, conformada por el llamado sector “tercerista” del PDC, especialmente de
la Juventud DC, renunciante a ese partido a mediados de 1971. Se definía como
"un destacamento revolucionario de inspiración cristiana y humanista",
por lo que se sumó un sector del MAPU, incluyendo su primer secretario general
Jacques Chonchol y los cinco parlamentarios que tenía en esos momentos, que discrepaban
de la definición marxista leninista que había adoptado.
POSIBILIDAD DE ACUERDO UP Y DC FRACASÓ
Después de ese viaje, había tratado de seguir
la política chilena. Aunque tenía claro que la UP no tenía el respaldo de la
mayoría del pueblo, en el último mes de marzo había constatado el crecimiento
electoral del frente gobernante que había pasado del 36% de respaldo a Allende en
la elección presidencial de setiembre de 1970, al 44% de respaldo en las
elecciones parlamentarias a los candidatos de UP. En agosto se informó de conversaciones
a solas entre Allende y Patricio Aylwin, quien había presido el Senado y era
presidente del PDC en la búsqueda de una solución democrática que evitara la
posibilidad de una interrupción de la vida constitucional.
Hay que recordar que el PDC había participado
dentro de la Confederación de la Democracia, que obtuvo el 55% en esas
elecciones parlamentarias, pero era el partido más importante de ese frente electoral
al tener 29%, más de la mitad de los votos. Para muchos, algún entendimiento entre
la UP y el PDC podía significar el acuerdo de quienes representaban más del 63%
de los votantes chilenos. Lamentablemente las conversaciones no llegaron a un acuerdo.
Señalo como paréntesis, que nadie podía imaginar en esa época que Aylwin sería
el primero después de Allende, en asumir constitucionalmente la presidencia de
Chile… veinte años después.
Seguimos el desarrollo del golpe durante las
siguientes horas y días, incluyendo la dolorosa noticia de la muerte de Allende,
y comprendí que había terminado una etapa de la vida latinoamericana que habíamos
vivido con intensidad (Ver crónica “La del 60: una década intensa” del
20 de marzo de 2015). El
sentido de pertenencia a una generación latinoamericana se concretaría en los
siguientes meses y años en acciones de solidaridad con los amigos chilenos que
sufrieron persecuciones que los obligaron al exilio o, cuando lograban permanecer
en su país, a la más reservada clandestinidad.
GOBIERNO DE VELASCO AISLADO
Hay que recordar que en esos momentos
gobernaba el Perú el general Juan Velasco Alvarado, encabezando el Gobierno
Revolucionario de la Fuerza Armada, iniciado el 3 de octubre de 1968 que venía
realizando profundas reformas económicas y sociales en el Perú y que había
encontrado coincidencias con el gobierno de Unidad Popular en foros
internacionales, incluyendo posiciones similares con relación a la exportación de
cobre.
Con la caída de Allende, el gobierno peruano
se quedaba sin gobiernos amigos en países limítrofes. En Ecuador el gobierno
del general Rodríguez Lara, que comenzó con un golpe militar en febrero de 1972
y que después de iniciales expectativas sobre su progresismo, había derivado a
un gobierno dictatorial más. En Colombia, un integrante del Partido Conservador,
Misael Pastrana, encabezaba desde 1970 el último gobierno del Frente Nacional, pacto
político entre su partido y el Partido Liberal que permitió dieciséis años de
gobiernos sucesivos de cuatro presidentes, dos de cada partido. En Brasil, el general
Emílio Garrastazu era desde octubre de 1969 el tercer presidente de la
dictadura militar instaurada en 1964. Finalmente, en Bolivia gobernaba el
general Hugo Banzer Suárez después de un golpe militar en agosto de 1971.
Era claro entonces que la caída de Allende significaba
un aislamiento total del gobierno peruano, rodeado de gobiernos de derecha, e incluso
dictaduras de ultraderecha. El aislamiento era mayor si se consideraba la total
inestabilidad que se vivía en esos años en Argentina y la dictadura del general
Alfredo Stroessner en Paraguay, quien gobernaba desde hacía casi veinte años y
lo seguiría haciendo más de quince años después. Por si no fuera suficientemente
abrumadora la soledad del gobierno militar peruano, dos meses antes el presidente
de Uruguay Juan María Bordaberry, había disuelto las dos cámaras del Congreso, creado
un Consejo de Estado con funciones legislativas y dado poderes extraordinarios
a las fuerzas armadas y policiales.
ACCIONES SOLIDARIAS ERAN INDISPENSABLES
Disuelto en la práctica el Movimiento
Socialista Comunitario, los ex DC que nos manteníamos en contacto comenzamos a coordinar
actividades de apoyo a los exiliados que comenzaron a llegar. Coordinamos con
Roncagliolo y José María Salcedo algunas acciones que permitieron ayudar en
conseguir alojamiento no sólo para quienes llegaban huyendo sino también para
sus familias. Asimismo, logrando algunos contactos iniciales para buscar
empleos. Posteriormente consiguiendo algunos locales para sus reuniones partidarias,
incluso en alguna oportunidad brindando mi propia casa (Ver
crónica “Mis problemas de memoria” del 25 de noviembre de 2018).
Incluso algunos ex DC sirvieron de “correos” para trasladar información
entre dirigentes chilenos en el exilio residentes en distintos países. Entre
los muchos compañeros y amigos que ayudaron en las variadas acciones en esa
época, particularmente recuerdo el empeño sin pausa de Susana Bedoya en tareas
solidarias.
RELACIONES FRATERNALES DE VARIOS AÑOS
En esos primeros años del exilio chileno participé en diversas
actividades, particularmente con el MAPU-OC. Y fue natural que luego de la fundación
del PSR, si
bien se desarrollaron relaciones con la mayoría de las organizaciones de la
izquierda chilena, fuese con ese mismo partido que se desarrollaran mayores
acciones de coordinación. Tuve ocasión de encontrarme en el Perú la mayoría de las
veces, pero también en el extranjero, con muchos de sus dirigentes, entre ellos
con Enrique Correa, José Miguel Insulza, Juan Enrique Vega, e incluso en Roma
con Jaime Gazmuri, su secretario general, quien permaneció clandestino en su
país durante más de tres años después del golpe. Y, por cierto, con Ismael Llona,
representante en Lima del MAPU-OC. En otra oportunidad, hice un relato bastante
extenso de cómo se desarrollaron esas relaciones en las décadas del 70 y del 80
(Ver crónica “La diáspora chilena” del
14 de septiembre
de
2013).
REGRESO
A SANTIAGO DESPUÉS DE AÑOS
En esta crónica que
escribo a los 50 años del cruento golpe militar de Pinochet, quiero dejar de
lado los brutales excesos del dictador para referirme principalmente a hechos que viví una vez restablecida la democracia en el vecino país. Para ello cito a
continuación tres párrafos de la última crónica mencionada:
“El 11 de marzo de 1990
quedó reinstaurada la democracia en Chile, luego que la Concertación por la Democracia
ganara las elecciones y se instalara el gobierno de Patricio Aylwin, destacado dirigente
del Partido Demócrata Cristiano que, junto con el Partido Socialista, el Partido
por la Democracia y el Partido Radical conformaban el frente político de centro
izquierda triunfante, denominado Concertación de Partidos por la Democracia, pero
comúnmente conocido como la Concertación.
En noviembre de ese mismo
año, tuve oportunidad de reencontrarme con la mayoría de los amigos del MAPU-OC,
el MAPU y la Izquierda Cristiana cuando todos ellos, a la par que terminaban de
disolver en la práctica sus propias organizaciones, se integraban en el Partido
Socialista, que a su vez dejaba de lado los problemas de facciones enfrentadas.
Todo ello ocurría en el primer congreso post Pinochet que realizaba el PS en el
local del Parlamento en la ciudad de Valparaíso. Esa importante reunión la presidió
Clodomiro Almeyda, a quien también había tenido oportunidad de tratar en Berlín
y Madrid.
Asistí a ese congreso
como secretario general del PSR. Fue mi última actividad de carácter internacional
antes de dejar la política activa. Mi presencia fue saludada por el aplauso fraterno
de los delegados al Congreso. Pero lo que resultó emocionante es que por lo menos
una docena de los nuevos miembros del Comité Central se levantaran para acercarse
a mí y abrazarme. Con todos esos amigos habíamos tenido oportunidad de compartir
acciones solidarias y de rechazo a la dictadura de Pinochet. En la mayoría de los
casos, las últimas veces que los había visto, estaban en situaciones difíciles para
ellos. Pero en esos momentos, poco antes de terminar 1990, varios eran parlamentarios,
ministros, embajadores o altos funcionarios de este primer gobierno de la Concertación
y tendrían posiciones de gran importancia en la política chilena y latinoamericana
en las siguientes dos décadas.”
FAMILIAS AMIGAS
A mediodía del día siguiente, después de la clausura del congreso, los
invitados extranjeros comenzamos a identificar nuestras maletas para dirigirnos
a Santiago. Señalé la mía y antes que un encargado la llevara a uno de los
buses, se escuchó una voz muy clara: deje ahí compañero la maleta del peruano, esa
la llevo yo. Inmediatamente identifiqué la voz y me acerqué a abrazar a mi
amigo Ismael Llona. Cuando llegues a
Santiago, me dijo, siempre mi casa será también la tuya. Y por cierto me alojé en
su casa, como siete años después lo haríamos con Ana María, mi esposa. En esa
oportunidad, pude conversar con Tomás, Andrea y Gastón, sus tres hijos que
habían llegado a Lima en 1973, de siete, seis y cuatro años después de estar
varias semanas en la embajada del Perú en Santiago donde ya se encontraba asilado
su padre. Me fue muy grato también reencontrarme
con su esposa Gladys. Las charlas con los Llona fueron largas. Nos parecía
imposible estar hablando libremente en Chile…
En los siguientes años, también vería algunas veces a Ismael y Gladys, e
incluso a algunos de sus hijos en Lima y en nuestra casa. Y cuando le pidieron
que colaborara con un artículo en un libro que por mis setenta años un grupo de
amigos generosamente publicó, Ismael no sólo envió su testimonio sino viajó acompañado
de su hija Andrea a la presentación del libro en septiembre de 2012 (Ver
crónica "Presentación de libro por mis 70 años” del
27 de noviembre de 2012).
AMIGOS EN LAS BUENAS Y EN LAS OTRAS
En ese mes de noviembre de 1990 en que me encontraba en Santiago después
de 18 años, tuve también una grata conversación
con José Miguel Insulza, quien había retornado al
ministerio de Relaciones Exteriores donde en 1973 se desempeñaba como asesor
del entonces canciller Clodomiro Almeyda. Aunque tenía altas
responsabilidades en el ministerio, no imaginábamos entonces que José Miguel
sería Canciller cuatro años después, ni que entre ese cargo y dos carteras más,
superaría los diez años como ministro, un verdadero récord en su país.
En 1996 o 1997 cuando José Miguel hizo una visita oficial al Perú, pidió
a su embajador que a la recepción que ofrecía la embajada fuéramos invitados Roncagliolo,
Salcedo y yo, además de otro gran amigo y también ex DC Federico Velarde. Después
de permanecer una media hora recibiendo a los invitados junto con el embajador
chileno en el Perú, José Miguel se acercó a nosotros y le dijo al diplomático: embajador
los primeros 30 minutos son para mis amigos, que han estado conmigo en las
buenas y en las malas y después me tienes a disposición para presentarme a
todos tus invitados. La conversación fue muy cordial recordando principalmente
momentos de tensión vividos en casi dos décadas de dictadura militar en Chile.
No me imaginaba en esa ocasión que diez años después visitaría a José Miguel en
Washington donde se desempeñaba como secretario general de la Organización de Estados
Americanos. Tampoco podía imaginar que en 2012 sería el encargado de escribir el prólogo del mencionado libro por mis 70 años.
DE ASILADO A MINISTRO
Aunque José Miguel todavía no estaba a cargo de ninguna cartera, en 1990
sí tuve ocasión de conversar con un ministro. Se trataba de Enrique Correa,
ministro secretario general de gobierno del primer gabinete de Aylwin. Diecisiete años
antes lo había recibido en el Jorge Chávez, el principal aeropuerto peruano, cuando
llegó asilado luego de permanecer bastante tiempo en la embajada peruana en Santiago
a la espera de salvoconducto. Enrique en momentos del golpe militar de Pinochet,
era el sub secretario general del MAPU-OC.
El 5 de abril de 1992, cuando hacía un año que había dejado yo la actividad política, se
produjo el autogolpe del presidente Alberto Fujimori. En la noche fue anunciada
la disolución del congreso y la intervención del Poder Judicial y el Ministerio
Público. Paralelamente, se ocuparon medios de comunicación, así como se disolvieron
marchas de protestas de manifestantes opositores. En la tarde del día siguiente,
recibí en mi casa una llamada telefónica. Una voz que sentí muy urgida preguntó
por Alfredo Filomeno y al identificarme me dijo “le comunico con el ministro Correa”.
No terminaba de recuperarme de la sorpresa, cuando escuché la voz de Enrique. Me
preguntó por mi situación personal y me dijo que si era necesario en la
embajada chilena tenían ya la indicación de recibirme si así lo solicitaba y
que en caso de tener que hacerlo, los amigos en Santiago me ayudarían a
conseguir empleo. Lo mismo me dijo estaba previsto para Roncagliolo, Salcedo y Velarde,
a quienes luego supe también había llamado. Le agradecí mucho y reconociendo la
importancia de lo ofrecido le dije que estaba seguro de que no era necesario.
PRIMER AÑO NUEVO EN EL EXILIO
Con Enrique me vería dos o tres veces en los años siguientes en Santiago
y Lima, con José Miguel nos veríamos varias veces en Santiago, Lima y Washington.
Con Ismael también varias veces en Santiago y en Lima, incluyendo como lo he
señalado en líneas anteriores a su familia. Y en más de una ocasión hemos
recordado que ellos pasaron su primer Año Nuevo en el exilio con Rafo y conmigo.
Estuvo también Juan
Enrique Vega, presidente de la Juventud DC en mayo de 1969, quien encabezó la ruptura
con la DC y era uno de los más significativos dirigentes del MAPU-OC. Participaron dos otros amigos chilenos, Gonzalo Falabella y Martín Mujica, militantes
también del mismo partido. Todos acompañados de esposas, visitamos la fortaleza
de Pachacamac en las afueras de Lima y pasamos unas horas en el balneario de Pucusana
el primero de enero de 1974
Varias décadas después, pude constatar que quedaron atrás los años malos
y se afrontaron sin ánimo de venganza ni actuando con resentimiento los retos
que se plantearon al final de la oscura dictadura.
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