A punto de completar ocho décadas, en uno de los tantos recuentos que puedo hacer de mi vida, he comprobado que en todas esas décadas he viajado. Si bien fue en agosto de 1964 que hice mi primer viaje al extranjero, mis recuerdos sobre viajes en el Perú se remontan a 1948 o 1949 cuando la tía Teresa -hermana de mi padre y mi madrina de bautizo- me llevó a Chiclayo a visitar a su hermano Armando, su esposa Laura y sus ocho hijos, mis primos hermanos.
En todos
estos años he conocido veinticuatro de las veinticinco capitales de departamentos,
si incluimos al Callao, provincia que constitucionalmente tiene atribuciones de
departamento.
CHICLAYO:
LA PRIMERA CAPITAL QUE CONOCÍ
Chiclayo fue la primera capital a la que llegué partiendo de Lima la ciudad en que nací y vivo. A mis seis o siete años, el viaje -que calculo duró alrededor de catorce horas- se me ocurrió larguísimo a pesar de que dormí gran parte del recorrido que fue de noche. Por cierto, que antes había estado varias veces en el Callao -trasladándonos unos veinte minutos en tranvía- visitando a unos parientes que allí vivían.
Como mi
tío Armando -ingeniero agrónomo de profesión- trabajaba en Tumán una importante
hacienda azucarera, su vivienda estaba en el campo, a unos 15 kilómetros de Chiclayo. Por esa
razón en esa mi primera visita a esa ciudad prácticamente no la conocí, salvo
el trayecto de ida y vuelta desde la empresa de ómnibus que nos trasladó. Creo que
se llamaba Expreso Noroeste y estoy seguro de que sus vehículos tenían a ambos
lados de la carrocería el dibujo de la silueta de un galgo corriendo, símbolo
que mucho después descubrí que era de una importante cadena de buses en el
extranjero.
Puedo
decir que caminé por las calles de Chiclayo -capital del departamento de
Lambayeque- recién en agosto de 1952, cuando viajé con mi padre que acompañó a
una delegación de escolares del último año de secundaria (Ver crónica “Cuando las lecciones se reciben en casa” del 29 de octubre de 2012). En esa ocasión
me llamó la atención que la plaza principal fuera rectangular y no cuadrada
como las plazas de armas de Lima o Trujillo y las de las fotografías que había
visto en periódicos o libros. En los siguientes cuarenta años, estaría de visita
en esa ciudad unas 15 o 18 veces más, casi todas debidas a mis actividades
políticas como ocurrió también con otras ciudades del país…
Muy pocos días antes
había estado en Trujillo, capital del departamento de La Libertad. Al observar su
Plaza de Armas, me enteré de que es considerada la más grande del país y de la más antiguas, considerando que existe desde la época de la fundación
española de la ciudad. El hecho que en algunas oportunidades partiera de Lima a
las doce de la noche para llegar a las siete u ocho de la mañana, pasar el día
en reuniones partidarias y regresar en el mismo horario, sin gastar en
alojamiento, hizo que Trujillo fuera una de las ciudades que visité con más frecuencia hasta
1990, unas 25 o 30 veces.
IDA Y VUELTA HASTA
LA FRONTERA SUR
Seis años después, a fines de julio de 1958
-junto con los compañeros con los que estudiábamos en la Gran Unidad
Escolar Ricardo Palma de la cual meses después egresaríamos- inicié nuestro
viaje de promoción (Ver crónica
“A paso de tortuga de Lima a Arica” del 16 febrero de 2013) que nos llevó a conocer cuatro
capitales que tenían todas el mismo nombre del respectivo departamento:
Arequipa, Moquegua, Tacna e Ica.
A la ida conocimos Arequipa, denominada “Ciudad Blanca” por
sus construcciones de ladrillos blancos de lava volcánica conocidos como sillar.
Treinta y dos escolares quedamos impresionados por los majestuosos volcanes que
rodean la ciudad. Cuando caminábamos
por las calles empedradas y subíamos a sus tranvías que, a diferencia de los de
Lima, tenían sus carrocerías de madera, nos apenaba ver los restos de algunas construcciones destruidas por el terremoto de
enero de ese año. También descubrimos que los labios se podían cuartear al estar en una ciudad que
se encuentra a 2335 metros sobre el nivel del mar. Esa fue la primera
experiencia en altura para prácticamente todos los que conformábamos esa
delegación escolar.
Después de visitar Arequipa nos dirigimos en
el vetusto ómnibus que habíamos contratado rumbo a Tacna, la capital
situada al extremo sur de nuestro país. En el camino abandonamos por un par de
horas la carretera Panamericana para, luego de recorrer unos siete kilómetros, ingresar
a Moquegua, una ciudad muy tranquila y con poca gente por sus calles. Nos
impresionó la forma de las fachadas de gran parte de las casas situadas en las calles
principales y alrededor de la también apacible Plaza de Armas, cuya pileta
ornamental -nos dijeron- fue diseñada por el famoso arquitecto francés Gustavo Eiffel.
Se trataba de construcciones de un piso que tenían techo a dos aguas, pero con
el vértice plano, una especie de triángulo trunco que años después me enteraría
que se llamaban techos en mojinete.
Aunque llegamos a Tacna de noche, tuvimos todo
el día siguiente para recorrer la ciudad y sentirnos impresionados por su Paseo
Cívico alargado, que en su primera parte tiene un gran arco parabólico -inaugurado
un año antes- en cuyas bases se encuentran las estatuas de los héroes Miguel Grau
y Francisco Bolognesi y al final muestra la catedral cuyo diseño también es de
Eiffel. A diferencia de Moquegua, sentimos que estábamos en una ciudad con
mucho movimiento. Nos impresionó encontrar muchos apellidos italianos junto con
la presencia de visitantes chilenos, algo lógico por ser ciudad fronteriza.
Unos días después, en el octavo y último día
de ese viaje, conocimos también de paso la ciudad de Ica y lo que más nos
impresionó -quizás por el hambre que traíamos en un viaje ininterrumpido ya de 30
horas- fue la excelente fruta producida en su campiña.
Por razones políticas fundamentalmente, aunque
también laborales, en los treinta y cinco años siguientes debo haber viajado a Ica
o Arequipa entre quince a veinte veces, mientras que a Moquegua y a Tacna unas
cinco o seis veces.
CAMPAÑA ELECTORAL HACE SESENTA AÑOS
Con ocasión de la campaña electoral para las elecciones
generales de 1962, entre mayo de 1961 y abril de 1962 conocí otras cuatro capitales
de departamento: Huancayo, Abancay, Ayacucho y Cusco, ciudades situadas en los
Andes peruanos.
Cruzar la cordillera a cerca de cinco mil metros,
me permitió en mayo de 1961 antes de cumplir 20 años, asumir que no tendría mayores
problemas con la altura. Ocurrió al cruzar Ticlio mientras fumaba -que con 4818
metros sobre el nivel del mar es el punto más alto de la carretera central- cuando
me dirigía a Huancayo -capital del departamento de Junín- junto con otros jóvenes
para cumplir tareas de preparación del mitin con que se iniciaba la campaña electoral
del Partido Demócrata Cristiano y su candidato presidencial, el diputado Héctor
Cornejo Chávez. Los 3249 metros de altura y el frío de esa ciudad que sus habitantes
califican como “la incontrastable”- motivaron tener la idea de echarse en sábanas
mojadas cuando totalmente agotados, intentábamos dormir luego de hacer pintas
en muros durante la madrugada. A Huancayo, una de las capitales más importantes
del Perú, regresaría por razones políticas al menos veinte veces antes que terminara
el siglo.
Las
dificultades para dormir fueron de otro tipo y tuvieron que ver con los hoteles
cuando, a fines de agosto de 1961 en una gira de la ya mencionada campaña electoral,
viajamos a realizar siete u ocho mítines en los departamentos andinos de Apurímac
y Ayacucho, con capitales -Abancay y Ayacucho con alturas de 2377 y 2761 metros,
respectivamente- en que no sentía el agotamiento por la altura. A Abancay donde
intenté infructuosamente que la policía me detenga (Ver crónica
“¡Ni en la comisaría se podía dormir!” del 1
de noviembre de 2012) no regresaría durante el siglo pasado, mientras que en
Ayacucho viviría en buena parte de los años 1963 y 1964 y luego regresaría
cuatro o cinco veces en los siguientes 25 o 30 años.
En marzo de 1962, en la etapa preparatoria de una
reunión nacional de la Juventud DC -para el impulso final de la campaña electoral-
hice un viaje por tierra por cinco departamentos y, debido a los retrasos
acumulados en los viajes por carretera, llegué finalmente a una ciudad que se
distinguía más que como capital del departamento con idéntico nombre, como capital del imperio incaico: Cusco.
De allí me embarcaría de regreso a Lima en lo que sería mi primer viaje en avión.
Pese a estar muy pocas horas, pude observar la impresionante Plaza de Armas y conocer
la Fortaleza de Sacsayhuamán, guiado por el entonces dirigente juvenil DC, ex presidente
de la federación universitaria y candidato a diputado Valentín Paniagua (Ver crónica “Café en palacio, desayuno en la avenida Abancay” del 19 de junio
de 2015). Regresaría al Cusco unas seis o siete veces durante el resto del siglo XX.
EN EL PERÚ SÍ QUE HAY CIUDADES ALTAS
Unos tres años y medio después, recordé con
añoranza los 3399 metros de altura de Cusco cuando llegamos con Rafael -Rafo-Roncagliolo
a una ciudad bastante más alta, que es la capital del departamento de Puno y tiene
ese mismo nombre. Sentimos la altura, por lo que nos dirigimos caminando despacio
desde el terminal del bus al hotel Ferrocarril. Después de registrarnos, nos
sentamos a aclimatarnos casi una hora -mientras bebíamos varios mates de coca-
y conversábamos sobre el seminario para jóvenes DC en que participaríamos como
ponentes horas después. El mayor recuerdo de ese día lo tengo del momento que
dejamos el hotel. Es el rostro desencajado de Rafo que muy preocupado decía “Flaco,
tenemos que irnos de Puno inmediatamente…”, mientras que con su brazo derecho se
tocaba el corazón y con el otro brazo señalaba un letrero que decía “Lago
Titicaca, 3812 metros, el lago más alto del mundo”. A la ciudad situada a las orillas
del lago regresaría por lo menos cinco veces antes que acabara el siglo pasado.
Desde abril de 1971 hubo un periodo de fuertes
discrepancias de un sector -básicamente juvenil- con la nueva dirigencia del
Partido Demócrata Cristiano, que culminó con nuestra renuncia colectiva al
partido el 6 de junio. En los viajes realizados en esa etapa a varios departamentos,
tuve oportunidad de conocer dos otras capitales departamentales: Huánuco capital
de Huánuco y Cerro de Pasco, capital de Pasco. Recuerdo haber llegado a la
primera de esas ciudades en avión cuatrimotor y asustarme de su giro final para
“zambullirse” a la pista de aterrizaje, así como sorprenderme al caminar por las
veredas y observar el casi perfecto trazado de sus principales calles y avenidas.
Desde los 1898 metros de altura de esta ciudad -donde en todo momento
percibí que estaba acercándome a la selva- pasé a los 4380 de Cerro de Pasco,
la capital más alta del Perú. Aunque sólo hay 100 kilómetros de distancia entre
ambas ciudades, el incómodo viaje en un destartalado bus duró casi cuatro horas.
Al bajar del bus en Cerro sentí la falta de oxígeno
al mismo tiempo que intenso frío. Eran las cinco de la mañana y trataba de
caminar para entrar en calor y cuando lo hacía después de unos veinte metros me
quedaba sin aire. Pero si me paraba unos minutos sentía que me helaba. La hora
de llegada se debía a que el dirigente pasqueño con quien debía reunirme me
había citado a las siete de la mañana, una hora insólita para reuniones políticas,
que no pude variar por dificultades de comunicación. Mientras tomábamos
desayuno, mi interlocutor me explicó que la reunión era tan temprano porque a
las 9 debía partir hacia Lima y me dijo que iría en su Volkswagen. Al escucharlo
aproveché para pedirle que me llevara hasta La Oroya, desde donde me dirigiría
a Huancayo. Sentía que no aguantaría la altura ni la temperatura si esperaba
hasta alrededor de mediodía en que saldría mi bus...
A Cerro no regresé más el resto del siglo
pasado, aunque pasé muy cerca en algún traslado terrestre a Huánuco donde sí
estuve por lo menos un par de veces más.
DESDE EL CIELO CAE LLUVIA Y ALGO MÁS…
Por razones laborales conocí en mayo de 1972
la ciudad de Tumbes, capital del departamento del mismo nombre en el extremo
norte de la costa peruana. El recuerdo más intenso de esa oportunidad fue el
descubrimiento del “matacojudos”, un fruto parecido al coco, de unos 3 a 4 kilos
que, al desprenderse de lo alto del árbol, podía caer sobre la cabeza de algún
desprevenido transeúnte en la Plaza de Armas. Era una costumbre de los
tumbesinos, cuando había buena cantidad de turistas paseando por su plaza
principal, esperar en qué momento alguno de los pesados frutos caía sobre cabeza
o cuerpo de un “cojudo”. Regresaría unas tres veces más a Tumbes el siglo pasado.
Resulta
oportuno señalar que “cojudo” es -creo- un peruanismo que equivale a lo que en
otros países de América Latina es “pendejo” como forma de calificar al tonto,
al fácil de engañar y del cual otras personas pueden burlarse. Sin embargo, en
el Perú curiosamente “pendejo” tiene un significado absolutamente contrario, es
decir es el vivo, el que se burla del resto o el que engaña a los otros.
También
por razones laborales en mayo de 1974 conocí Iquitos, capital del departamento de
Loreto y la más importante ciudad de la selva peruana. Me llamó mucho la
atención que los autos se estacionaran sin las ventanas cerradas debido al
intenso calor. En Iquitos vivía mi hermana menor y me alojé en su casa. La primera
mañana me desperté al sentir que me jalaban un brazo y, entre sueños, me imaginé
que era mi sobrino de tres años. Cuando abrí los ojos me sorprendí al ver que
se trataba de un pequeño mono que era uno los animales que se criaban en esa
casa. Recuerdo también una fortísima lluvia que obligó a que mi vuelo de
regreso previsto para las 8 de la noche se postergara varias veces para terminar
embarcándome a Lima alrededor de medianoche. El retraso hizo que llegara a mi
casa cerca de las tres de la mañana para desearle a mi esposa Ana María mi
saludo por su primer día de la madre, ya que nuestro primer hijo había nacido
sólo dos meses antes. En la década del 80 regresaría a Iquitos unas cinco o
seis veces, la mayoría debido a razones políticas, en mi condición de dirigente
nacional del Partido Socialista Revolucionario, PSR, del que había sido uno de
los fundadores en noviembre de 1976 (ver crónica
“Nace un nuevo partido” del 21 de noviembre de 2014).
CONOCIENDO
CAPITALES DE SIERRA Y SELVA
En
setiembre de 1978 tuve ocasión de conocer Moyobamba, capital del departamento de
San Martín, cuando llegué a esa ciudad después de un complicadísimo viaje desde
Tarapoto por la carretera marginal de la selva (Ver crónica “Costa, sierra y selva: viajes peligrosos” del 25
de enero de 2018). En las
pocas horas que estuve allí pude comprobar cómo se recordaba a mi tío abuelo Serafín
Filomeno, quien fue el primer director desde su fundación del colegio nacional
de allí, que desde 1939 lleva su nombre, así como también lo tienen algunos
otros lugares de la ciudad. No regresé otra vez a Moyobamba, aunque sí a Tarapoto
que la triplica en población y es la ciudad más importante del departamento desde
el punto de vista comercial y turístico.
También en viajes como dirigente del PSR, llegué
en abril o mayo de 1980 a otra ciudad selvática: Pucallpa -capital del departamento
de Ucayali- y me llamó la atención que no estando asfaltadas la mayoría de sus
avenidas y calles, estaban sin embargo planificadas para el explosivo crecimiento
poblacional que tendría después, previsión que no tuvieron la mayoría de las
otras ciudades capitales en el Perú. Regresé a Pucallpa un par de veces más en
lo que restaba del siglo. No volví a Huaraz, ciudad de la sierra que conocí por
la misma época. Capital del departamento de Ancash, de poco más de tres mil
metros de altitud, Huaraz mostraba aun huellas del violento sismo del 31 de
mayo de 1970, que tuvo el trágico saldo de más de 70 mil muertos. Tampoco regresé
el siglo pasado a otra ciudad de la sierra, situada a 2752 metros de altura:
Cajamarca, capital del departamento de idéntico nombre, que conocí en septiembre
de 1982 y que me impresionó verla desde la altura del mirador de Santa Apolonia
al que subí por una extenuante escalera de cerca de trescientos escalones.
UNA CAPITAL SIN CONOCER… AÚN
Al terminar el siglo pasado sólo me faltaban conocer tres capitales de los departamentos del Perú: Puerto Maldonado, capital de Madre de Dios, Huancavelica capital del departamento del mismo nombre y Chachapoyas capital de Amazonas. Ya en este siglo XXI, en febrero del 2005 en mi séptima década de vida, por razones laborales conocí Puerto Maldonado, la capital de los departamentos amazónicos en que me sentí más en la selva, y en mi octava década, en septiembre de 2015, por las misma razones llegué a Huancavelica y sus 3676 metros sobre el nivel del mar. En los próximos años, en mi novena década espero llegar a Chachapoyas, la única capital que me falta conocer para decir que he estado en todas las capitales del Perú…
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