martes, 24 de mayo de 2022

CAPITALES PERUANAS QUE CONOZCO (1948 – 1982)

A punto de completar ocho décadas, en uno de los tantos recuentos que puedo hacer de mi vida, he comprobado que en todas esas décadas he viajado. Si bien fue en agosto de 1964 que hice mi primer viaje al extranjero, mis recuerdos sobre viajes en el Perú se remontan a 1948 o 1949 cuando la tía Teresa -hermana de mi padre y mi madrina de bautizo- me llevó a Chiclayo a visitar a su hermano Armando, su esposa Laura y sus ocho hijos, mis primos hermanos.

En todos estos años he conocido veinticuatro de las veinticinco capitales de departamentos, si incluimos al Callao, provincia que constitucionalmente tiene atribuciones de departamento.

CHICLAYO: LA PRIMERA CAPITAL QUE CONOCÍ

Chiclayo fue la primera capital a la que llegué partiendo de Lima la ciudad en que nací y vivo. A mis seis o siete años, el viaje -que calculo duró alrededor de catorce horas- se me ocurrió larguísimo a pesar de que dormí gran parte del recorrido que fue de noche. Por cierto, que antes había estado varias veces en el Callao -trasladándonos unos veinte minutos en tranvía- visitando a unos parientes que allí vivían.

Como mi tío Armando -ingeniero agrónomo de profesión- trabajaba en Tumán una importante hacienda azucarera, su vivienda estaba en el campo, a unos 15 kilómetros de Chiclayo. Por esa razón en esa mi primera visita a esa ciudad prácticamente no la conocí, salvo el trayecto de ida y vuelta desde la empresa de ómnibus que nos trasladó. Creo que se llamaba Expreso Noroeste y estoy seguro de que sus vehículos tenían a ambos lados de la carrocería el dibujo de la silueta de un galgo corriendo, símbolo que mucho después descubrí que era de una importante cadena de buses en el extranjero.

Puedo decir que caminé por las calles de Chiclayo -capital del departamento de Lambayeque- recién en agosto de 1952, cuando viajé con mi padre que acompañó a una delegación de escolares del último año de secundaria (Ver crónica “Cuando las lecciones se reciben en casa” del 29 de octubre de 2012). En esa ocasión me llamó la atención que la plaza principal fuera rectangular y no cuadrada como las plazas de armas de Lima o Trujillo y las de las fotografías que había visto en periódicos o libros. En los siguientes cuarenta años, estaría de visita en esa ciudad unas 15 o 18 veces más, casi todas debidas a mis actividades políticas como ocurrió también con otras ciudades del país…

Muy pocos días antes había estado en Trujillo, capital del departamento de La Libertad. Al observar su Plaza de Armas, me enteré de que es considerada la más grande del país y de la más antiguas, considerando que existe desde la época de la fundación española de la ciudad. El hecho que en algunas oportunidades partiera de Lima a las doce de la noche para llegar a las siete u ocho de la mañana, pasar el día en reuniones partidarias y regresar en el mismo horario, sin gastar en alojamiento, hizo que Trujillo fuera una de las ciudades que visité con más frecuencia hasta 1990, unas 25 o 30 veces.

IDA Y VUELTA HASTA LA FRONTERA SUR

Seis años después, a fines de julio de 1958 -junto con los compañeros con los que estudiábamos en la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma de la cual meses después egresaríamos- inicié nuestro viaje de promoción (Ver crónica “A paso de tortuga de Lima a Arica” del 16 febrero de 2013) que nos llevó a conocer cuatro capitales que tenían todas el mismo nombre del respectivo departamento: Arequipa, Moquegua, Tacna e Ica.

A la ida conocimos Arequipa, denominada “Ciudad Blanca” por sus construcciones de ladrillos blancos de lava volcánica conocidos como sillar. Treinta y dos escolares quedamos impresionados por los majestuosos volcanes que rodean la ciudad. Cuando caminábamos por las calles empedradas y subíamos a sus tranvías que, a diferencia de los de Lima, tenían sus carrocerías de madera, nos apenaba ver los restos de algunas construcciones destruidas por el terremoto de enero de ese año. También descubrimos que los labios se podían cuartear al estar en una ciudad que se encuentra a 2335 metros sobre el nivel del mar. Esa fue la primera experiencia en altura para prácticamente todos los que conformábamos esa delegación escolar.

Después de visitar Arequipa nos dirigimos en el vetusto ómnibus que habíamos contratado rumbo a Tacna, la capital situada al extremo sur de nuestro país. En el camino abandonamos por un par de horas la carretera Panamericana para, luego de recorrer unos siete kilómetros, ingresar a Moquegua, una ciudad muy tranquila y con poca gente por sus calles. Nos impresionó la forma de las fachadas de gran parte de las casas situadas en las calles principales y alrededor de la también apacible Plaza de Armas, cuya pileta ornamental -nos dijeron- fue diseñada por el famoso arquitecto francés Gustavo Eiffel. Se trataba de construcciones de un piso que tenían techo a dos aguas, pero con el vértice plano, una especie de triángulo trunco que años después me enteraría que se llamaban techos en mojinete.

Aunque llegamos a Tacna de noche, tuvimos todo el día siguiente para recorrer la ciudad y sentirnos impresionados por su Paseo Cívico alargado, que en su primera parte tiene un gran arco parabólico -inaugurado un año antes- en cuyas bases se encuentran las estatuas de los héroes Miguel Grau y Francisco Bolognesi y al final muestra la catedral cuyo diseño también es de Eiffel. A diferencia de Moquegua, sentimos que estábamos en una ciudad con mucho movimiento. Nos impresionó encontrar muchos apellidos italianos junto con la presencia de visitantes chilenos, algo lógico por ser ciudad fronteriza.

Unos días después, en el octavo y último día de ese viaje, conocimos también de paso la ciudad de Ica y lo que más nos impresionó -quizás por el hambre que traíamos en un viaje ininterrumpido ya de 30 horas- fue la excelente fruta producida en su campiña.

Por razones políticas fundamentalmente, aunque también laborales, en los treinta y cinco años siguientes debo haber viajado a Ica o Arequipa entre quince a veinte veces, mientras que a Moquegua y a Tacna unas cinco o seis veces.

CAMPAÑA ELECTORAL HACE SESENTA AÑOS

Con ocasión de la campaña electoral para las elecciones generales de 1962, entre mayo de 1961 y abril de 1962 conocí otras cuatro capitales de departamento: Huancayo, Abancay, Ayacucho y Cusco, ciudades situadas en los Andes peruanos.

Cruzar la cordillera a cerca de cinco mil metros, me permitió en mayo de 1961 antes de cumplir 20 años, asumir que no tendría mayores problemas con la altura. Ocurrió al cruzar Ticlio mientras fumaba -que con 4818 metros sobre el nivel del mar es el punto más alto de la carretera central- cuando me dirigía a Huancayo -capital del departamento de Junín- junto con otros jóvenes para cumplir tareas de preparación del mitin con que se iniciaba la campaña electoral del Partido Demócrata Cristiano y su candidato presidencial, el diputado Héctor Cornejo Chávez. Los 3249 metros de altura y el frío de esa ciudad que sus habitantes califican como “la incontrastable”- motivaron tener la idea de echarse en sábanas mojadas cuando totalmente agotados, intentábamos dormir luego de hacer pintas en muros durante la madrugada. A Huancayo, una de las capitales más importantes del Perú, regresaría por razones políticas al menos veinte veces antes que terminara el siglo.

Las dificultades para dormir fueron de otro tipo y tuvieron que ver con los hoteles cuando, a fines de agosto de 1961 en una gira de la ya mencionada campaña electoral, viajamos a realizar siete u ocho mítines en los departamentos andinos de Apurímac y Ayacucho, con capitales -Abancay y Ayacucho con alturas de 2377 y 2761 metros, respectivamente- en que no sentía el agotamiento por la altura. A Abancay donde intenté infructuosamente que la policía me detenga (Ver crónica “¡Ni en la comisaría se podía dormir!” del 1 de noviembre de 2012) no regresaría durante el siglo pasado, mientras que en Ayacucho viviría en buena parte de los años 1963 y 1964 y luego regresaría cuatro o cinco veces en los siguientes 25 o 30 años.

En marzo de 1962, en la etapa preparatoria de una reunión nacional de la Juventud DC -para el impulso final de la campaña electoral- hice un viaje por tierra por cinco departamentos y, debido a los retrasos acumulados en los viajes por carretera, llegué finalmente a una ciudad que se distinguía más que como capital del departamento con idéntico nombre, como capital del imperio incaico: Cusco. De allí me embarcaría de regreso a Lima en lo que sería mi primer viaje en avión. Pese a estar muy pocas horas, pude observar la impresionante Plaza de Armas y conocer la Fortaleza de Sacsayhuamán, guiado por el entonces dirigente juvenil DC, ex presidente de la federación universitaria y candidato a diputado Valentín Paniagua (Ver crónica “Café en palacio, desayuno en la avenida Abancay” del 19 de junio de 2015). Regresaría al Cusco unas seis o siete veces durante el resto del siglo XX.

EN EL PERÚ SÍ QUE HAY CIUDADES ALTAS

Unos tres años y medio después, recordé con añoranza los 3399 metros de altura de Cusco cuando llegamos con Rafael -Rafo-Roncagliolo a una ciudad bastante más alta, que es la capital del departamento de Puno y tiene ese mismo nombre. Sentimos la altura, por lo que nos dirigimos caminando despacio desde el terminal del bus al hotel Ferrocarril. Después de registrarnos, nos sentamos a aclimatarnos casi una hora -mientras bebíamos varios mates de coca- y conversábamos sobre el seminario para jóvenes DC en que participaríamos como ponentes horas después. El mayor recuerdo de ese día lo tengo del momento que dejamos el hotel. Es el rostro desencajado de Rafo que muy preocupado decía “Flaco, tenemos que irnos de Puno inmediatamente…”, mientras que con su brazo derecho se tocaba el corazón y con el otro brazo señalaba un letrero que decía “Lago Titicaca, 3812 metros, el lago más alto del mundo”. A la ciudad situada a las orillas del lago regresaría por lo menos cinco veces antes que acabara el siglo pasado.

Desde abril de 1971 hubo un periodo de fuertes discrepancias de un sector -básicamente juvenil- con la nueva dirigencia del Partido Demócrata Cristiano, que culminó con nuestra renuncia colectiva al partido el 6 de junio. En los viajes realizados en esa etapa a varios departamentos, tuve oportunidad de conocer dos otras capitales departamentales: Huánuco capital de Huánuco y Cerro de Pasco, capital de Pasco. Recuerdo haber llegado a la primera de esas ciudades en avión cuatrimotor y asustarme de su giro final para “zambullirse” a la pista de aterrizaje, así como sorprenderme al caminar por las veredas y observar el casi perfecto trazado de sus principales calles y avenidas. Desde los 1898 metros de altura de esta ciudad -donde en todo momento percibí que estaba acercándome a la selva- pasé a los 4380 de Cerro de Pasco, la capital más alta del Perú. Aunque sólo hay 100 kilómetros de distancia entre ambas ciudades, el incómodo viaje en un destartalado bus duró casi cuatro horas.

Al bajar del bus en Cerro sentí la falta de oxígeno al mismo tiempo que intenso frío. Eran las cinco de la mañana y trataba de caminar para entrar en calor y cuando lo hacía después de unos veinte metros me quedaba sin aire. Pero si me paraba unos minutos sentía que me helaba. La hora de llegada se debía a que el dirigente pasqueño con quien debía reunirme me había citado a las siete de la mañana, una hora insólita para reuniones políticas, que no pude variar por dificultades de comunicación. Mientras tomábamos desayuno, mi interlocutor me explicó que la reunión era tan temprano porque a las 9 debía partir hacia Lima y me dijo que iría en su Volkswagen. Al escucharlo aproveché para pedirle que me llevara hasta La Oroya, desde donde me dirigiría a Huancayo. Sentía que no aguantaría la altura ni la temperatura si esperaba hasta alrededor de mediodía en que saldría mi bus...

A Cerro no regresé más el resto del siglo pasado, aunque pasé muy cerca en algún traslado terrestre a Huánuco donde sí estuve por lo menos un par de veces más.

DESDE EL CIELO CAE LLUVIA Y ALGO MÁS…

Por razones laborales conocí en mayo de 1972 la ciudad de Tumbes, capital del departamento del mismo nombre en el extremo norte de la costa peruana. El recuerdo más intenso de esa oportunidad fue el descubrimiento del “matacojudos”, un fruto parecido al coco, de unos 3 a 4 kilos que, al desprenderse de lo alto del árbol, podía caer sobre la cabeza de algún desprevenido transeúnte en la Plaza de Armas. Era una costumbre de los tumbesinos, cuando había buena cantidad de turistas paseando por su plaza principal, esperar en qué momento alguno de los pesados frutos caía sobre cabeza o cuerpo de un “cojudo”. Regresaría unas tres veces más a Tumbes el siglo pasado.

Resulta oportuno señalar que “cojudo” es -creo- un peruanismo que equivale a lo que en otros países de América Latina es “pendejo” como forma de calificar al tonto, al fácil de engañar y del cual otras personas pueden burlarse. Sin embargo, en el Perú curiosamente “pendejo” tiene un significado absolutamente contrario, es decir es el vivo, el que se burla del resto o el que engaña a los otros.

También por razones laborales en mayo de 1974 conocí Iquitos, capital del departamento de Loreto y la más importante ciudad de la selva peruana. Me llamó mucho la atención que los autos se estacionaran sin las ventanas cerradas debido al intenso calor. En Iquitos vivía mi hermana menor y me alojé en su casa. La primera mañana me desperté al sentir que me jalaban un brazo y, entre sueños, me imaginé que era mi sobrino de tres años. Cuando abrí los ojos me sorprendí al ver que se trataba de un pequeño mono que era uno los animales que se criaban en esa casa. Recuerdo también una fortísima lluvia que obligó a que mi vuelo de regreso previsto para las 8 de la noche se postergara varias veces para terminar embarcándome a Lima alrededor de medianoche. El retraso hizo que llegara a mi casa cerca de las tres de la mañana para desearle a mi esposa Ana María mi saludo por su primer día de la madre, ya que nuestro primer hijo había nacido sólo dos meses antes. En la década del 80 regresaría a Iquitos unas cinco o seis veces, la mayoría debido a razones políticas, en mi condición de dirigente nacional del Partido Socialista Revolucionario, PSR, del que había sido uno de los fundadores en noviembre de 1976 (ver crónica “Nace un nuevo partido” del 21 de noviembre de 2014).

CONOCIENDO CAPITALES DE SIERRA Y SELVA

En setiembre de 1978 tuve ocasión de conocer Moyobamba, capital del departamento de San Martín, cuando llegué a esa ciudad después de un complicadísimo viaje desde Tarapoto por la carretera marginal de la selva (Ver crónica “Costa, sierra y selva: viajes peligrosos” del 25 de enero de 2018). En las pocas horas que estuve allí pude comprobar cómo se recordaba a mi tío abuelo Serafín Filomeno, quien fue el primer director desde su fundación del colegio nacional de allí, que desde 1939 lleva su nombre, así como también lo tienen algunos otros lugares de la ciudad. No regresé otra vez a Moyobamba, aunque sí a Tarapoto que la triplica en población y es la ciudad más importante del departamento desde el punto de vista comercial y turístico.

También en viajes como dirigente del PSR, llegué en abril o mayo de 1980 a otra ciudad selvática: Pucallpa -capital del departamento de Ucayali- y me llamó la atención que no estando asfaltadas la mayoría de sus avenidas y calles, estaban sin embargo planificadas para el explosivo crecimiento poblacional que tendría después, previsión que no tuvieron la mayoría de las otras ciudades capitales en el Perú. Regresé a Pucallpa un par de veces más en lo que restaba del siglo. No volví a Huaraz, ciudad de la sierra que conocí por la misma época. Capital del departamento de Ancash, de poco más de tres mil metros de altitud, Huaraz mostraba aun huellas del violento sismo del 31 de mayo de 1970, que tuvo el trágico saldo de más de 70 mil muertos. Tampoco regresé el siglo pasado a otra ciudad de la sierra, situada a 2752 metros de altura: Cajamarca, capital del departamento de idéntico nombre, que conocí en septiembre de 1982 y que me impresionó verla desde la altura del mirador de Santa Apolonia al que subí por una extenuante escalera de cerca de trescientos escalones.

UNA CAPITAL SIN CONOCER… AÚN

Al terminar el siglo pasado sólo me faltaban conocer tres capitales de los departamentos del Perú: Puerto Maldonado, capital de Madre de Dios, Huancavelica capital del departamento del mismo nombre y Chachapoyas capital de Amazonas. Ya en este siglo XXI, en febrero del 2005 en mi séptima década de vida, por razones laborales conocí Puerto Maldonado, la capital de los departamentos amazónicos en que me sentí más en la selva, y en mi octava década, en septiembre de 2015, por las misma razones llegué a Huancavelica y sus 3676 metros sobre el nivel del mar. En los próximos años, en mi novena década espero llegar a Chachapoyas, la única capital que me falta conocer para decir que he estado en todas las capitales del Perú…

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