martes, 28 de junio de 2022

¿CÓMO ERA LA MILITANCIA DÉCADAS ATRÁS?

A principios de este mes de junio cumplí 80 años. Al completar ocho décadas, he recordado algunos hechos claves de mi existencia. Tengo que retroceder 66 años para evocar una charla con mi padre que marcó mi vida. “Cuando creas tener la razón, no temas enfrentarte a tu propio padre” fueron las palabras que le escuché aproximadamente a las ocho de la noche del 2 o 3 de julio de 1956.

Estábamos sentados alrededor de la mesa a la hora de la comida, mi padre, mi madre, mis tres hermanas menores y yo. Acababa de mencionarle las razones por las que -junto con otros alumnos de mi salón- había encabezado esa tarde la paralización estudiantil en mi colegio. No recuerdo si mis argumentos eran sólidos, pero eran “mis” razones.

TEMPRANO ENFRENTAMIENTO A DICTADURA

Estudiaba el tercero de secundaria en la Gran Unidad Escolar Tomás Marsano, que un año después se llamaría Ricardo Palma. Con la medida nos sumábamos a los alumnos de varios otros colegios nacionales de Lima y Callao que desde esa mañana habían iniciado la paralización protestando por la subida del pasaje escolar y manifestándose contra el presidente de la república (Ver crónica “Cuando las lecciones se reciben en casa” del 29 de octubre de 2012).

El general Manuel A. Odría, elegido presidente seis años atrás después que hizo encarcelar al otro candidato presidencial, en su último mes en el poder ya no aparecía tan fuerte. La “revolución de Arequipa” a fines de diciembre de 1955, logró la caída del temible ministro de Gobierno y Policía de entonces, Alejandro Esparza Zañartu. En febrero de 1956 se había sublevado en Iquitos el general Marcial Merino, denunciando que Odría pretendía continuar en el poder. Y el 17 de junio, el candidato oficialista Hernando de Lavalle perdió las elecciones presidenciales, siendo elegido presidente Manuel Prado Ugarteche, con los votos del Partido Aprista Peruano, proscripto por Odría y cuyos dirigentes estaban presos o se encontraban en la clandestinidad o en el destierro. Pero además, la segunda votación la había alcanzado el arquitecto Fernando Belaunde Terry, quien había conseguido su inscripción por presión popular contra los designios del gobierno.

En esos días finales de su gobierno, Odría no terminaba de recuperarse de la fractura de cadera y fémur debido a una estrepitosa caída ocurrida poco antes, cuando según algunos se encontraba en una gran borrachera.

UNA CONVERSACIÓN QUE MARCÓ MI VIDA

En esas sus últimas semanas, la subida del pasaje escolar motivó la protesta de los escolares, que incluyó movilizaciones y paralizaciones como la que yo había estado propiciando ese día. Pero la conversación de esa noche en mi casa no obedecía sólo a la natural preocupación que un padre podía tener por la temprana actividad política de su hijo, que recién había cumplido 14 años hacia menos de un mes. Había un detalle más, que no era poco significativo. El director de la gran unidad había renunciado un mes antes del cambio de gobierno y como director interino desde ese día estaba… justamente mi padre.

En más de una oportunidad he señalado que, aunque ninguno de los dos podía saberlo en ese momento, las palabras de mi padre marcarían los siguientes treinta y cinco años de mi vida, ya que en la práctica apoyaron mis impulsos de comprometerme en la acción política.

Dos años y medio después de esa tensa cena familiar, en febrero de 1959 cuando tenía 16 años, me convertí en el más joven militante del Partido Demócrata Cristiano, PDC, y más de doce años después, en junio de 1971, junto con un sector de la izquierda partidaria -integrado básicamente por jóvenes- renunciamos colectivamente a ese partido, después de intentar vanamente que el PDC asumiera las tesis del socialismo comunitario. En el ínterin, además de cargos distritales y departamentales, había sido secretario general nacional de la Juventud DC, integrante del Comité Ejecutivo Nacional del partido por cuatro años, presidente de la Juventud Demócrata Cristiana de América Latina, JUDCA, casi un año e, integrante del Comité Mundial de la Unión Internacional de Jóvenes Demócratas Cristianos. En 1976, con buena parte de ese grupo ex demócrata cristiano y sectores de otros orígenes ideológicos formaríamos el Partido Socialista Revolucionario, PSR, al que dejamos también colectivamente quince años después en 1991.

CON LA MILITANCIA POLÍTICA BUSCABA JUSTICIA SOCIAL

Regreso a 1956. Había comenzado tempranamente a interesarme sobre lo que pasaba en el país, y medio año después de esa conversación con mi padre cuando él estaba a un par de meses de jubilarse, a finales de diciembre de 1956, participé como entrevistador en un censo organizado por la municipalidad de Surquillo. Lo que se inició por un deseo de colaboración de tipo cívico se transformó en amargura por dolorosas imágenes de miseria que fui encontrando. Mi vieja casa en un segundo piso en el Rímac donde vivíamos -que se derrumbó en el terremoto que ocurriría en Lima diez años después- la imaginé comodísima y la austera vida familiar debido al siempre ajustado sueldo de profesor de mi padre, se me ocurrió más que suficiente comparándolas con los tugurios que censé y los niveles de pobreza que observé. Después de cuatro días, terminada mi labor en el censo, quedé impactado por la pobreza que había visto de cerca, particularmente la de los niños que lucían en total desamparo (Ver crónica "Censo en Surquillo despertó mi rebeldía” del 21 de febrero de 2014). 

Después de ese censo quedé convencido que era inaceptable la miseria de amplios sectores de la población peruana, que no debían existir las diferencias tan grandes entre la riqueza de unos pocos y la pobreza de tantos, que debía buscarse lo que había escuchado se denominaba justicia social y como me estaba enterando en esos meses el sector privilegiado que la impedía era la oligarquía, a ella se debía de combatir. Al mismo tiempo, las movilizaciones contra Odría a finales de su gobierno, conocer sus acciones represivas y las denuncias sobre su enriquecimiento ilícito, me hacían reafirmarme en que había que defender la democracia y luchar contra la corrupción.

Desde el cambio de gobierno y en los primeros años del régimen de Prado, escuchando las conversaciones de amigos de la familia y de profesores, pero también intercambiando opiniones con compañeros de colegio, fui testigo de las discrepancias que durante más de veinte años antes y más de cincuenta años después se dieron entre apristas y anti apristas. Pero me quedó claro que no era con la ciega indignación que se podía cambiar la realidad del país sino a través de la política, es decir que tenía que pensar en un partido político.

Se vivía una etapa muy especial en el segundo semestre de 1956, en 1957 y en 1958, con miles de apristas regresando a la vida pública, con una aureola justamente ganada de “martirologio” durante el ochenio de Odría. Sin embargo, tuve claro en ese momento que el Apra no era una opción. Es que su pacto con la oligarquía al apoyar la elección de Prado -que hasta podía ser explicado por la necesidad de lograr su vuelta a la legalidad- se había extendido -en el llamado gobierno de “convivencia”- a callar frente a los latrocinios de Odría como consecuencia del “pacto de Monterrico” entre el ex dictador y Prado.

LA TEMPRANA DECISIÓN DE PARTICIPAR EN UN PARTIDO

Me dediqué a buscar entre las otras opciones partidarias existentes en esa época, con la limitación de hacerlo casi exclusivamente a través de las informaciones de los periódicos. Y sentí una identificación creciente con el PDC,   fundado a inicios de 1956 y que en su tercer año de existencia ya tenía un segundo presidente, cuando los líderes de otras agrupaciones tenían jefes -Haya de la Torre, Belaunde, Odría y el propio Prado- ya que en ese partido encontré coincidencia con lo que en esos años sentía que era mi opción política: democrática, anti oligárquica, partidaria de la justicia social y de lucha contra la corrupción.

Semanas antes de terminar el colegio decidí inscribirme en el PDC. Un par de meses después en la tarde del 23 de febrero de 1959 cuando llegué a inscribirme al local partidario nunca había conversado con ningún dirigente, ni siquiera con algún militante, no conocía a nadie y era la primera vez que pisaba ese lugar (Ver crónica Mis primeros años en política” del 21 de febrero de 2019). Pero en los treinta meses anteriores con las lógicas limitaciones de mi edad había llegado a la conclusión que ese era mi sitio.

Me sentí a gusto al ingresar al partido con el que me sentía identificado por su actuación política y comprobé que las bases ideológicas partidarias eran un amplio desarrollo de mis valores personales a partir de la formación familiar y escolar. Sentí al PDC como un medio que expresaba esos valores. Ni en ese momento y en ningún otro sentí al partido como un fin, sino siempre como un medio, de la misma manera que siempre pensé que el poder nunca puede ser un fin sino sólo un medio…

Ese año y el siguiente, en la primera etapa de militancia fui descubriendo mi forma de militar en política. Aunque en esos momentos no podía saberlo, desde el inicio de mis actividades políticas fui un hombre de “aparato” partidario, un militante que sabía que debía dar tiempo a una causa, que incluso en esa época que sólo recibía propinas, debía aportar dinero para el partido. También que la militancia era todo el tiempo y no sólo en épocas electorales y que todos debíamos estar dispuestos a participar en capacitaciones políticas y actividades de propaganda.  Y, principalmente, que uno debía sentirse parte de un colectivo. Esa identificación con el trabajo orgánico partidario se refleja incluso en que participé como delegado en los congresos de fundación de la JUDCA en octubre de 1959 y de la JDC del Perú en marzo de 1960, en ambos casos cuando tenía 17 años.

Pero de hecho lo que marcó mis primeros años de actividad política es haber desarrollado espíritu de cuerpo con decenas, o quizás centenas, de camaradas. Me sentí miembro de la misma familia. Desarrollamos trabajo colectivo, mantuvimos sencillez en el trato, tuvimos confianza en lo que hacían los otros, buscábamos sumar voluntades, respetamos lo que cada uno podía hacer mejor, obramos con espíritu genuinamente democrático. Pero todo eso se debía a que nos sentíamos comprometidos no sólo con una ideología sino también con un proyecto de país que significara una auténtica justicia social para todos los peruanos.

Parecidas consideraciones tuvimos quienes cinco años después de dejar el PDC -en momentos que por cierto no había elecciones- a fines de 1976 junto con personas de distintas o nulas experiencias políticas fundamos el PSR que también tuvo notables esfuerzos de militancia (Ver crónica  “Militancia política de otra época” del 26 de agosto de 2019).


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