En el
otoño europeo de 1964, después de unas cuatro semanas en la República Federal
Alemana, el grupo de 25 latinoamericanos que participábamos en un seminario
organizado por la fundación Konrad Adenauer, nos habíamos dividido en tres
grupos para dirigirnos a Holanda, Austria –donde me tocó ir- y a un tercer país
que no estoy seguro si era Francia. Éramos de unos 14 partidos demócratas
cristianos de otros tantos países latinoamericanos y estábamos conociendo la
experiencia de los partidos DC de esos países.
Nos reencontramos en Bélgica para ver en Bruselas el funcionamiento de los organismos de la en ese entonces reciente Comunidad Económica Europea, en esa época sólo integrada por Alemania, Francia, Italia, Luxemburgo, Holanda e Italia. En ese tiempo en Bruselas era la sede de esta entidad precursora de la actual Unión Europea, así como ahora es sede de ésta. Me parece que a esa ciudad llegamos sino simultáneamente con no más de dos horas de diferencia, entre el primero y último grupo, por lo que nos trasladamos a la ciudad todos juntos desde el aeropuerto.
En
Alemania habíamos estado en un moderno lugar para reuniones con habitaciones
para dos personas, que tenían un closet y un lavatorio cada una. Y en cada piso
había instalaciones tanto para inodoros como para duchas, estas últimas con
graduación de la temperatura que yo no había visto antes y que con una sola
manija se marcaban los grados que uno quería para bañarse. En un viaje a Berlín
habíamos estado en habitaciones dobles de un viejísimo hotel con dos o tres
baños antiguos por piso y en los que había duchas tipo “teléfono” que podían
resultar incómodas para los que no estábamos acostumbrados a ellas. En Viena,
los de mi grupo habíamos encontrado felizmente las duchas convencionales del
tipo que había en nuestros países, cuando nos alojamos en un centro de
reuniones cómodo aunque bastante antiguo, de fachada bastante desgastada y salas
de reuniones muy austeras.
HOTEL
CINCO ESTRELLAS, HABITACIONES SIN DUCHA
Quizás
por eso, llegar al hotel en Bruselas nos sorprendió gratamente. Le Grand Hotel era bastante elegante y
señorial, de cuatro o cinco estrellas, creo que de unos ocho o nueve pisos y a
unas cinco o seis cuadras de la Grand Place, quizá la plaza más hermosa que he conocido. Al registrarnos, en la
recepción nos informaron que tendríamos habitaciones individuales con baño. Se
nos advirtió que nuestras comidas cuando nos tocaran en el hotel, estaban cubiertas, incluyendo una gaseosa o cerveza,
creo. Pero cualquier extra era por cuenta de cada uno de nosotros. Con nuestra
respectiva llave, quedamos en reencontrarnos en una hora para el almuerzo y
comenzar en la tarde nuestras visitas.
Después
de haber ido hasta un aeropuerto cargando maletas, esperar en él, embarcarse,
volar aunque fuera hora y media, desembarcar, recoger maletas y cargarlas hasta
el bus, trasladarse al hotel, esperar para llenar la respectiva ficha de
registro, más de uno pensó que había el tiempo necesario para desempacar y
tomar un baño.
Al
llegar a la habitación quedé gratamente impresionado. Era amplia y muy bien
amoblada. Me imaginé que así serían las habitaciones del hotel Bolívar, el
hotel más refinado de Lima de esos años. Incluso horas después, al momento de
acostarme, encontré la ropa de cama doblada y lista para abrir, la lamparita de
la mesa de noche encendida y junto a ella un chocolate. Pero volvamos al
momento en que ingresé a la habitación, luego de la buena impresión recibida,
entré al baño y quedé sorprendido: inodoro y lavatorio flamantes, y jabones, y
varias toallas, y champú, y colonia, y… nada más. Es decir, no había ducha.
EL
FRANCÉS DEL URUGUAYO NO LO ENTENDÍAN
Salí al
pasillo para saber dónde estaban las duchas en el elegante hotel y poder luego
tomar una. Allí encontré que varios de mis compañeros buscaban averiguar lo
mismo. En un momento Carlos Varela, regidor o concejal por Montevideo, o edil
como en Uruguay se les dice, y que sabía francés, se acercó a un pequeño aviso
que aparecía en la puerta de lo que debía ser las duchas y, luego de leerlo y menear la cabeza nos
comentó: esto es imposible, no puede ser, creo que no entiendo.
Pasaba
en esos momentos una camarera y el uruguayo comenzó a preguntarle, pero la
chica tenía cara de no comprenderle nada. Varela preocupado porque ya no sólo
no entendía el francés cuando lo leía sino tampoco lo entendían a él cuando lo
hablaba, volvió a la carga quizás un poco nervioso y la cara de la criada ya no
era de ignorancia sino de desesperación. En esos momentos la joven vio pasar a
otra camarera y le gritó, con inconfundible dejo gallego: “Dominga, ven a
contestarle al señor porque yo todavía no termino de entender el idioma”.
Esta vez se asustó por las carcajadas que los seis o siete latinoamericanos
soltamos al unísono.
Luego de
la explicación de Dominga, quedó confirmado el mensaje del pequeño aviso que
Varela había considerado imposible. Las duchas sólo se podían usar lunes,
miércoles y viernes de 7 a 9 de la mañana y el precio equivalía creo que a un
par de dólares. Recordé que en Huancayo, Trujillo, Ica o Andahuaylas, en
hoteles de una o media estrella, sin asomo de elegancia, había duchas, en baño
propio o baño común, a veces con poco agua, algunas goteando permanentemente
porque las llaves estaban gastadas, otras con dificultad para graduar el agua
caliente. Pero había duchas todos los días y a toda hora.…
No hubo
forma que ese mediodía se usaran las duchas, pero sí que las tres mañanas
siguientes que estuvimos en Bruselas, excepcionalmente funcionaran a diario,
dada la demanda latinoamericana. Y por cierto también logramos que este consumo
extra fuera pagado por nuestros anfitriones.
Días
después en Roma, volveríamos a los alojamientos cómodos aunque austeros, pero
sin restricciones horarias para el baño, de esos centros para reuniones tan
comunes en nuestros países. Y las bromas y carcajadas cuando recordábamos lo de
las duchas del elegante hotel continuaron.
No me
hubiese yo reído tanto si hubiese sabido que antes de regresar a Lima tendría
algún otro problema con las duchas, o mejor dicho por falta de ellas. Pero esa
es otra historia.
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