jueves, 1 de noviembre de 2012

DOMINGA, AL SEÑOR NO LE ENTIENDO (1964)

En el otoño europeo de 1964, después de unas cuatro semanas en la República Federal Alemana, el grupo de 25 latinoamericanos que participábamos en un seminario organizado por la fundación Konrad Adenauer, nos habíamos dividido en tres grupos para dirigirnos a Holanda, Austria –donde me tocó ir- y a un tercer país que no estoy seguro si era Francia. Éramos de unos 14 partidos demócratas cristianos de otros tantos países latinoamericanos y estábamos conociendo la experiencia de los partidos DC de esos países.

Nos reencontramos en Bélgica para ver en Bruselas el funcionamiento de los organismos de la en ese entonces reciente Comunidad Económica Europea, en esa época sólo integrada por Alemania, Francia, Italia, Luxemburgo, Holanda e Italia. En ese tiempo en Bruselas era la sede de esta entidad precursora de la actual Unión Europea, así como ahora es sede de ésta. Me parece que a esa ciudad llegamos sino simultáneamente con no más de dos horas de diferencia, entre el primero y último grupo, por lo que nos trasladamos a la ciudad todos juntos desde el aeropuerto.

En Alemania habíamos estado en un moderno lugar para reuniones con habitaciones para dos personas, que tenían un closet y un lavatorio cada una. Y en cada piso había instalaciones tanto para inodoros como para duchas, estas últimas con graduación de la temperatura que yo no había visto antes y que con una sola manija se marcaban los grados que uno quería para bañarse. En un viaje a Berlín habíamos estado en habitaciones dobles de un viejísimo hotel con dos o tres baños antiguos por piso y en los que había duchas tipo “teléfono” que podían resultar incómodas para los que no estábamos acostumbrados a ellas. En Viena, los de mi grupo habíamos encontrado felizmente las duchas convencionales del tipo que había en nuestros países, cuando nos alojamos en un centro de reuniones cómodo aunque bastante antiguo, de fachada bastante desgastada y salas de reuniones muy austeras.
 
HOTEL CINCO ESTRELLAS, HABITACIONES SIN DUCHA
 
Quizás por eso, llegar al hotel en Bruselas nos sorprendió gratamente. Le Grand Hotel era bastante elegante y señorial, de cuatro o cinco estrellas, creo que de unos ocho o nueve pisos y a unas cinco o seis cuadras de la Grand Place, quizá la plaza más hermosa que he conocido. Al registrarnos, en la recepción nos informaron que tendríamos habitaciones individuales con baño. Se nos advirtió que nuestras comidas cuando nos tocaran en el hotel, estaban cubiertas, incluyendo una gaseosa o cerveza, creo. Pero cualquier extra era por cuenta de cada uno de nosotros. Con nuestra respectiva llave, quedamos en reencontrarnos en una hora para el almuerzo y comenzar en la tarde nuestras visitas.
 
Después de haber ido hasta un aeropuerto cargando maletas, esperar en él, embarcarse, volar aunque fuera hora y media, desembarcar, recoger maletas y cargarlas hasta el bus, trasladarse al hotel, esperar para llenar la respectiva ficha de registro, más de uno pensó que había el tiempo necesario para desempacar y tomar un baño.
 
Al llegar a la habitación quedé gratamente impresionado. Era amplia y muy bien amoblada. Me imaginé que así serían las habitaciones del hotel Bolívar, el hotel más refinado de Lima de esos años. Incluso horas después, al momento de acostarme, encontré la ropa de cama doblada y lista para abrir, la lamparita de la mesa de noche encendida y junto a ella un chocolate. Pero volvamos al momento en que ingresé a la habitación, luego de la buena impresión recibida, entré al baño y quedé sorprendido: inodoro y lavatorio flamantes, y jabones, y varias toallas, y champú, y colonia, y… nada más. Es decir, no había ducha.
 
EL FRANCÉS DEL URUGUAYO NO LO ENTENDÍAN
 
Salí al pasillo para saber dónde estaban las duchas en el elegante hotel y poder luego tomar una. Allí encontré que varios de mis compañeros buscaban averiguar lo mismo. En un momento Carlos Varela, regidor o concejal por Montevideo, o edil como en Uruguay se les dice, y que sabía francés, se acercó a un pequeño aviso que aparecía en la puerta de lo que debía ser las duchas  y, luego de leerlo y menear la cabeza nos comentó: esto es imposible, no puede ser, creo que no entiendo.
 
Pasaba en esos momentos una camarera y el uruguayo comenzó a preguntarle, pero la chica tenía cara de no comprenderle nada. Varela preocupado porque ya no sólo no entendía el francés cuando lo leía sino tampoco lo entendían a él cuando lo hablaba, volvió a la carga quizás un poco nervioso y la cara de la criada ya no era de ignorancia sino de desesperación. En esos momentos la joven vio pasar a otra camarera y le gritó, con inconfundible dejo gallego: “Dominga, ven a contestarle al señor porque yo todavía no termino de entender el idioma”. Esta vez se asustó por las carcajadas que los seis o siete latinoamericanos soltamos al unísono.
 
Luego de la explicación de Dominga, quedó confirmado el mensaje del pequeño aviso que Varela había considerado imposible. Las duchas sólo se podían usar lunes, miércoles y viernes de 7 a 9 de la mañana y el precio equivalía creo que a un par de dólares. Recordé que en Huancayo, Trujillo, Ica o Andahuaylas, en hoteles de una o media estrella, sin asomo de elegancia, había duchas, en baño propio o baño común, a veces con poco agua, algunas goteando permanentemente porque las llaves estaban gastadas, otras con dificultad para graduar el agua caliente. Pero había duchas todos los días y a toda hora.…
 
No hubo forma que ese mediodía se usaran las duchas, pero sí que las tres mañanas siguientes que estuvimos en Bruselas, excepcionalmente funcionaran a diario, dada la demanda latinoamericana. Y por cierto también logramos que este consumo extra fuera pagado por nuestros anfitriones.
 
Días después en Roma, volveríamos a los alojamientos cómodos aunque austeros, pero sin restricciones horarias para el baño, de esos centros para reuniones tan comunes en nuestros países. Y las bromas y carcajadas cuando recordábamos lo de las duchas del elegante hotel continuaron.
 
No me hubiese yo reído tanto si hubiese sabido que antes de regresar a Lima tendría algún otro problema con las duchas, o mejor dicho por falta de ellas. Pero esa es otra historia.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario