domingo, 29 de septiembre de 2024

AMIGOS DESDE HACE SETENTA AÑOS (1954)

Hace unos días tuve ocasión de intercambiar algunos mensajes con mis más antiguos amigos, integrantes como yo de la promoción 1958 de la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma. Con varios de ellos participamos de un grupo de WhatsApp, creado para coordinar las actividades que conjuntamente podemos realizar, generalmente propuestas por Frederick Ortiz, el infatigable presidente de nuestra promoción.

En los últimos años nuestra preocupación se ha centrado en ver cómo podemos organizar algunas reuniones de reencuentro, particularmente con ocasión del día del colegio, el 6 de octubre, y eventualmente poder colaborar cuando alguno de nuestros compañeros requiera de ayuda. Después del primer reencuentro -con ocasión de nuestras bodas de plata- que tuvimos en diciembre de 1983 (ver crónica “¡Cómo has crecido Alfredito!” del 20 de enero de 2013) nuestra promoción se dedicó en los siguientes treinta o treinta y cinco años a colaborar con nuestro querido colegio que no sólo significaron esfuerzos económicos sino también aportes en conocimiento y tiempo considerando las distintas profesiones de sus integrantes. Se hizo particularmente en periodos en que la promoción era presidida por el propio Frederick y también cuando estuvo a cargo de Hernán Caycho. 

Nos quedó claro últimamente que superando todos los ochenta años era momento de dejar las tareas de apoyo al colegio a “jóvenes” exalumnos que tuvieran actualmente 40, 50, 60 y hasta 70 años. Esperamos sí seguir asistiendo a las ceremonias del día del colegio, manteniendo la esperanza que en algún momento sus autoridades se den cuenta que hacer esperar cuatro o cinco horas para iniciar el desfile de las promociones antiguas, quizá resulte demasiado agotador para quienes, aun manteniendo el entusiasmo por la celebración, no cuentan con la resistencia física propia de los escolares.

NOS CONOCEMOS MÁS DE SIETE DÉCADAS

A raíz del reciente intercambio de mensajes con mis compañeros del colegio, he caído en cuenta que con la mayoría de los que aún me veo nos conocimos el primero de abril de 1954, es decir hace más de 70 años. Y he tratado de recordar cómo éramos, qué pensábamos y cuáles eran nuestras aspiraciones en esa época.

En el primero “A”, salón en que estuve, Inicialmente sólo conocía a unos diez o doce. Eran los que habían estudiado conmigo el quinto de primaria en la escuela fiscal 358 que integraba la gran unidad, tanto en mi sección como en las otras dos que había. Algo similar ocurría con quienes procedían de otras dos o tres escuelas fiscales de Surquillo y creo que también había grupos procedentes de escuelas de Barranco y Miraflores. Muy pronto sin embargo nos integramos, dejando de lado la escuela de origen.

Los 45 alumnos de esa sección éramos un grupo bastante heterogéneo. La mayoría vivía en Surquillo y en Miraflores y algunos en Barranco. También había alumnos que llegaban de Jesús María, Chorrillos y el Rímac, que era mi caso.  La mayoría había nacido en 1940 y 1941, algunos en 1939 y otros cinco o seis lo habíamos hecho en 1942. Nacido en junio de este año, creo que era yo el menor del primero “A”.  No había nadie de familia adinerada, ni tampoco viviendo en absoluta pobreza. Había hijos de comerciantes, de obreros, de empleados, de operarios, de militares y de profesores, como era mi caso. La mayoría éramos mestizos limeños, aunque también unos pocos mestizos andinos y algún colorado de pelo y ojos claros. El quince por ciento eran orientales, seis hijos de japoneses y uno de chinos. Ese mismo año, en otra unidad escolar -Alfonso Ugarte- estudiaba sus últimos años de secundaria otro hijo de japoneses que 36 años después sería elegido presidente del Perú: Alberto Fujimori Fujimori.

En 1954 todavía no se habían producido “estirones”, algunos espectaculares, que en los siguientes años iban relegando a la condición de “chatos” a una media docena de compañeros entre los que me encontraba con un metro y 61 centímetros que tenía al egresar del colegio.

PULCRITUD DE UNIFORMES Y SALONES

El llegar a secundaria también significó que cambiáramos el color que nos identificaba. En primaria nuestra insignia y los galones eran de color azul, mientras que en secundaria común el color predominante era el rojo. Utilizo el nombre de secundaria común para distinguirla de secundaria industrial y de secundaria comercial, cuyos institutos nacionales también integraban la gran unidad. Los alumnos de industrial tenían el color granate en sus Insignias y galones y los de comercial el color verde en los suyos. Pero el cambio de color significó también la disminución del número de galones que lucíamos. Dejamos de tener cinco galones azules para reducir a sólo uno rojo.

La insignia lucía en el brazo derecho, a unos 10 o 12 cm del hombro. Los galones entre el cuello y el hombro. El uniforme que lucíamos era conocido como comando. Tenía cuatro piezas: pantalón, camisa, corbata y cristina que era una gorra militar sin visera, que se usaba exclusivamente en formaciones y que habitualmente se llevaba metida doblada entre el pantalón y la correa. Este uniforme que usaban todas las escuelas y colegios estatales era de color caqui. Lo usábamos de lunes a viernes en la mañana y en la tarde y también el sábado generalmente jugando fulbito en las losas de cemento del Parque Confraternidad de Barranco.  Nuestros uniformes llegaban a las casas para ser lavados, secados y planchados durante el fin de semana. Lo normal era que todos los luciéramos impecables en las formaciones de la mañana de los lunes. Como era necesario que el uniforme no tuviese modificaciones, no se permitía usar chompas o casacas encima del uniforme, por lo que para afrontar el invierno limeño muchos además de utilizar una camiseta gruesa en algunos momentos usábamos chompas de lana debajo de la camisa.

Desde el principio de cada año los alumnos nos encargábamos de limpiar nuestros salones los días sábado. Retirábamos las carpetas, baldeábamos los pisos, los secábamos usando aserrín y los encerábamos. El colegio ponía los baldes, los escobillones y algún recogedor, los alumnos con un aporte bastante pequeño comprábamos las botellas de cera para cada semestre y no recuerdo cómo se conseguía el aserrín. De acuerdo con la lista se iban seleccionando de 5 en 5 a quienes les correspondía limpiar cada sábado. Una parte de los cuarenta a los que no le tocaba labores de limpieza, nos dirigíamos hacia el Parque Confraternidad para jugar fulbito. Los que tenían bicicleta llevaban un pasajero y los que no alcanzaban se trasladaban en tranvía.

DISCIPLINA Y PUNTUALIDAD

A lo largo de los siete años que pasé en total en la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma -que hasta inicios de 1957 se denominó Tomás Marsano- recuerdo más de un reclamo de los alumnos. Nunca sin embargo hubo ninguna protesta por tener que limpiar nuestras aulas. Estaba claro que el cuidado de nuestros salones lo sentíamos como un deber que gustosos aceptábamos.

Tampoco hubo protestas por las exigencias de puntualidad y disciplinas que había en el colegio y que se expresaba incluso en el Carné de comportamiento y asistencia que todos debíamos llevar y que podía ser solicitado por los auxiliares de educación -aunque también por los profesores y autoridades del colegio- para hacer anotaciones. En realidad este carné se borró de mi mente durante décadas, pero hace unos doce años Hernán Caycho me mostró uno. Tenía unas ocho páginas y tenía un decálogo de deberes que cada alumno debía cumplir, los casos en que debía entregarlo, espacio para anotar las faltas cometidas, entre otros asuntos. No recuerdo que ninguno de mis compañeros tuviese problemas de conducta.

Al iniciar cada jornada diaria, todas las secciones de la gran unidad formaban veloz y ordenadamente en el patio del colegio apenas los convocaba el regente del colegio o el oficial del Ejército responsable del curso de Instrucción Pre Militar. Si algo nos llamó la atención cuando asistimos al colegio el 6 de octubre de 1983, fue cómo los alumnos tardaron minutos en formar, ya que en nuestra época nosotros lo hacíamos en segundos (ver crónica “De regreso al colegio, 25 años después” del 25 de abril de 2014).

JUGÁBAMOS Y HABLÁBAMOS DE FUTBOL

Pero volviendo a nuestros partidos de futbol, no sólo eran los sabatinos. En realidad ese deporte era uno de los motivos de nuestras conversaciones antes de entrar a clases y también en los recreos, momentos en que se improvisaban paralelamente en el patio del colegio cuatro o cinco partidos, con las lógicas confusiones cuando la pelota cruzaba las imaginarias líneas que separaban una “cancha” de otra. En ese primer año teníamos todavía que tener cuidado porque alguna corrida de alumnos de cuarto o quinto año nos podía llevar de encuentro.

Los lunes en la mañana se discutía apasionadamente -de acuerdo con los resultados del fin de semana- entre quienes éramos hinchas del Alianza Lima con aquellos que lo eran de Universitario de Deportes o del Deportivo Municipal. No recuerdo si había algún partidario del Sport Boys, Atlético Chalaco o del Sporting Tabaco, que a finales del siguiente año desaparecería para dar paso al Sporting Cristal. Definitivamente no había hinchas del Centro Iqueño, Mariscal Sucre o Ciclista Lima. Además de los nueve clubes nombrados, los campeonatos de fútbol profesional los completaba algún equipo recién ascendido y que meses después regresaba a la segunda división, como sucedió con Porvenir Miraflores, Association Chorrillos, Carlos Concha, Defensor Arica y algunos otros.

CONFIÁBAMOS EN CULMINAR BIEN LOS ESTUDIOS

No recuerdo en ese año que fuera claro para alguno de nosotros qué estudiaríamos cuando culmináramos nuestros estudios secundarios o, dicho de manera coloquial, “qué haríamos cuando fuéramos grandes”. Nuestras preocupaciones estaban relacionadas con las asignaturas que -según cada uno- resultaban más difíciles y las conversaciones se centraban en los estilos que cada uno de los profesores tenía. Que algunos tuvieran hermanos, primos o vecinos en los grados superiores nos proporcionaba información sobre cursos que llevaríamos en los siguientes años. Y todos dábamos a entender que confiábamos en que superaríamos el resto de los estudios secundarios sin problemas.

Pero de hecho algunos temores existían. Habiendo todos los de mi salón obtenido la gratuidad en el llamado “examen de madurez mental”, algunas veces después de recibir las notas bimensuales se hablaba sobre lo grave que sería para la familia que tal gratuidad se perdiera al ser desaprobado no recuerdo si en uno o dos cursos. Yo sabía que el pago de la mensualidad en el colegio no era alto, incluso en comparación con la de los colegios particulares menos costosos, pero un gasto no pensado podía desequilibrar presupuestos familiares muy ajustados, Cuando se anunciaba el reparto de las libretas de notas, algunos se ponían muy nerviosos y pienso ahora que con razón, ya que aunque no lo podíamos saber en esos momentos, al terminar la secundaria de los más de trescientos que la habíamos comenzado egresaríamos cinco años después sólo 103 (ver crónica “Era difícil egresar del colegio” del 14 de setiembre de 2013).

No recuerdo que, por lo menos en mi salón, hubiese algún tipo de conversación sobre asuntos políticos. Y estoy tan seguro porque menos de una semana después que comenzaron nuestras clases, se produjo la salida del país del líder del Partido Aprista Peruano, Víctor Raúl Haya de la Torre, a quién el gobierno de ese entonces recién el 6 de abril le dio el salvoconducto para que viajara a Colombia después de permanecer asilado en la embajada de ese país más de cinco años. Esta salida al exilio de líder peruano constituyó una noticia de repercusión mundial. Siendo de tal importancia ese hecho, hubiese podido ser comentado por alguno de mis compañeros, pero no fue así. Un par de años después, cuando en 1956 se restableció plenamente la democracia y se dio amnistía a los integrantes del partido aprista, fue evidente que buena cantidad de alumnos de la unidad escolar integraban familias en las que había por lo menos un militante de ese partido.

INICIAMOS UNA FRATERNA AMISTAD

Recordando 70 años después ese primer año de secundaria, lo que rescato especialmente es el inicio de amistades, en momentos en que nadie podía pensar que había algún interés subalterno en ello. Éramos básicamente pre adolescentes que iniciábamos una importante etapa en nuestra vida. La gran unidad escolar sirvió para darnos instrucción, pero también para complementar la educación que recibíamos en nuestros hogares. Los lazos fueron tan fuertes que, a pesar de no haber tenido una reunión en los primeros 25 años de egresados del colegio, al reencontrarnos en 1983 lo hicimos con la confianza de quienes podían haberse visto sólo unos días antes. Las reuniones de nuestra promoción sirvieron y sirven para que ninguno se sintiera más o se sintiera menos, sino sólo se sintiera parte de un colectivo.

Aunque hay muchos compañeros que ya nos abandonaron, menciono especialmente a Óscar Álvarez el primer amigo con quien  la amistad se extendió a nuestras familias (ver crónica "Óscar Álvarez se fue muy pronto” del 27 de noviembre de 2012) y a Ricardo Delgado con quién más intensamente trabajé en el segundo semestre de 1957 y el primero de 1958 en actividades para financiar la excursión que hicimos al sur del país, incluyendo el cruce de la frontera en Tacna (ver crónica “Un loco de la promoción” del 20 de febrero de 2015). Óscar trágicamente desaparecido hace más de 45 años y Ricardo fallecido hace casi 20, son dos de los compañeros que se hacen extrañar en fechas como el 6 de octubre, Día de Ricardo Palma. 

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