Esa mañana del 6 de octubre de 1983, me
sentía extraño en el corredor del segundo piso del pabellón central de la Gran
Unidad Escolar “Ricardo Palma”, mientras miraba el patio donde correteaban los
alumnos con sus uniformes grises. Era la hora del recreo. Había estado yo por
primera vez en ese patio a los 9 años, el primero de abril de 1952 cuando
ingresé a estudiar el cuarto de primaria. En esa época sólo había dos grados
de primaria en las unidades escolares y ese año, al desaparecer el sexto de
primaria, se estableció el cuarto. Esa vez el patio me parecía inmenso,
demasiado grande para un chico que seguramente en esa época no llegaba aun a
los 130 centímetros de estatura.
Pero también recordaba el patio bastante grande,
cuando apenas sobrepasaba el metro sesenta y terminaba el colegio siete años
después. Pero a los 41 años el patio de la unidad me pareció que se había
reducido y que los alumnos eran aun más bajos de lo que yo recordaba de mi
primer día en ese entrañable colegio más de 30 años antes.
EL PATIO SE HABÍA ACHICADO
Mi percepción no sólo se debía a que yo
mismo había crecido 17 centímetros después de dejar las aulas escolares.
Mirando con atención vi que rodeaban el patio, además del edificio
administrativo donde me encontraba, no
los cuatro pabellones de aulas que recordaba sino por lo menos seis. Y que en
los jardines laterales que separaban un pabellón de otro había construcciones
prefabricadas. Evidentemente al haber más edificaciones que lo rodeaban, el
patio parecía que se había achicado.
Pero también, creo pero no estoy seguro, había
otros factores. De los mil doscientos
más o menos de mi época se había pasado a más de cinco mil alumnos. Cuando
ingresé al primer año de secundaria común –se denominaba así porque también
había secundaria comercial y secundaria industrial- hubo siete secciones, que
se redujeron a cuatro en segundo, a tres en tercero y a dos en cuarto y quinto.
Veintitantos años después, aunque ya no existía otro tipo de secundaria, me
parece que no había ese rigor de nuestra época al momento de evaluar a los que
pasaban de un año a otro. De hecho, el último año de secundaria se terminaba
con doce o quince secciones. Además se ingresaba desde primer año de primaria, aunque
todavía era colegio sólo para hombres y pasarían unos quince años por lo menos
para que se convirtiera en mixto.
Desde nuestro privilegiado mirador observamos
con nostalgia a los niños y jóvenes que jugaban en el patio. Nos acordábamos de
nuestros recreos. En las mañanas a las diez y en las tardes a las cinco. Una
diferencia era el tipo de vestimenta: en 1983 pantalón y chompa grises –color
rata se decía en esos años - y camisa blanca que desde 1971 y durante más de
veinte años constituyó el “uniforme único” de todos los escolares del Perú. En
nuestra época, cada colegio particular tenía su propio uniforme y había el
llamado “comando”, un uniforme sólo para los colegios estales: pantalón, camisa
y corbata color caqui, además de una “cristina” –tipo de gorra- que se guardaba
entre correa y pantalón y que se usaba para formar casi militarmente antes del
ingreso a las aulas cuatro veces al día. Al comenzar las clases en la mañana, en
la tarde y después de cada recreo.
Pensando en esto último, después de muchos
años entendí entonces, que no era tan arbitrario que en mi época escolar no
hubiese los primeros años de primaria. Se debía a que resultaba muy duro para
niños de seis, siete u ocho años permanecer parados en formación estricta y, en
ocasión de celebraciones de alguna fiesta cívica, a veces por alrededor de una
hora. Pero también para protegerlos, ya que
en los recreos siempre había más de una pelota para rápidos partidos de
fulbito y –como lo había visto esa mañana- siempre los alumnos mayores cuando corrían
terminaban llevándose de encuentro a los más pequeños.
LOS ALUMNOS NO OBEDECÍAN
Pero fue cuando desde el micrófono que
estaba a poco metros de nuestra ubicación se llamó a los alumnos a formar, que
me di cuenta que no sólo había cambiado los alumnos en número…
No estoy seguro si sonó algún timbre,
silbato o campana anunciando que terminaba el recreo. Un funcionario tomó el
micrófono para decir a los alumnos, que
seguían corriendo como si nada hubiese ocurrido, que había que formar para
comenzar la ceremonia por el aniversario del colegio. Pareció que nadie había
hablado. El patio seguía siendo escenario de
juegos diversos. El funcionario, encargado de disciplina seguramente, insistió
por lo menos unas tres veces más y nada cambió en el patio.
Los ocho o nueve integrantes de la Promoción
1958 nos acercamos a mirar cómo seguían divirtiéndose los niños y jóvenes. Nos
mirábamos extrañados y todos, sin habernos puesto de acuerdo como lo
conversaríamos una hora después, evocamos al mismo tiempo las formaciones en
nuestros años juveniles… El instructor de Educación Pre-Militar o el recordado
Jorge Osorio, regente de la unidad, se acercaba al micro y gritaba con voz
potente pero pausada: “A formar a la voz de tres…” y después de algunos
segundos: “uno…”, “dos…”, “TRES”. Al terminar de decir o más bien gritar “tres”
todos nos encontrábamos ya formados. Todo el proceso desde que sonaba el timbre
hasta que quedábamos correctamente formados,
si exageramos, duraba unos 30 segundos.
Y ahora nos encontrábamos mirando cómo pasaba el tiempo y nadie formaba. El encargado
insistió un par de veces más sin ningún resultado. Estoy casi seguro que en
algún momento pidió “por favor” a los alumnos que dejaran de correr. Como a los
diez o doce minutos, fue el propio director del colegio quien tomó el micro para
pedirles a los alumnos que formaban para iniciar la
ceremonia por el día del colegio. Se jugó la carta de autoridad que
aparentemente los alumnos le reconocían. Pareció que era escuchado ya que la
mayoría paró, aunque no se iniciaba la formación. El director jugo otra carta:
la curiosidad. Alumnos, dijo, tenemos invitados: un grupo de ex alumnos están
acá porque cumplen sus Bodas de Plata de haber dejado el colegio.
Más que una formación como la que
recordábamos, fue una agrupación de los alumnos frente a la baranda del
corredor del segundo piso para más que escuchar a quienes hablaron sobre la
importancia de Ricardo Palma en esa fecha que era aniversario de su muerte, observar
al grupo de cuarentones que se encontraban a un lado del director. Me parece
que salvo éste no había otras personas con saco y corbata que nosotros, los ex
alumnos.
UN CORDIAL PRIMER REENCUENTRO
No era casual que ese día nos hubiésemos
constituido en el colegio. Se cumplían 25 años de haber egresado de esas aulas
y estábamos decididos a que ese año nos reuniéramos el mayor número de nuestros
compañeros. De hecho esa mañana era la primera vez que nos reuníamos un grupo tan
“numeroso” de ex alumnos de nuestra promoción: ocho o nueve. Nos encontrábamos,
creo, Fortunato Alva, Wilfredo Benavides, Cesar Carmelino, Felipe de la Grecca,
Julio César Joya, Nestor Salinas, Frederick Ortiz, Harry Valdivieso y yo. No
estoy seguro si he mencionado a uno que no estuvo u omitido a alguno que estuvo
presente.
Dos meses después, luego que los presentes
en el colegio nos comprometimos a apoyar los esfuerzos de Valdivieso y Salinas,
nos reuniríamos más de treinta ex alumnos en las instalaciones del “Cream Rica”
recreo-restaurante situado a pocas cuadras de allí. Ese fue un reencuentro ya
numeroso, porque asistimos alrededor de un tercio de los que habíamos egresado
en 1958, al mismo tiempo que muy emocionante ya que hubo muchos que no nos veíamos
desde 25 años antes (Ver crónica "¡Como has crecido Alfredito!" del
20 de enero de 2013).
Pero hasta el año 1983 no había tenido
oportunidad de estar con más de cinco o seis compañeros de colegio, casi
siempre con ocasión del matrimonio de alguno. Y de los que estaban esa mañana
con Julio César Joya sólo nos habíamos visto una vez, justamente un par de
meses antes en una bodega cerca de mi casa en La Capullana, urbanización en la
que él también vivía. Ambos nos miramos y no nos dijimos nada y como lo
conversaríamos después ambos pensamos lo mismo: ¿de dónde conozco a ese pata? A
Frederick y Wilfredo no los había visto en 25 años. Con Nato Alva me había
cruzado algunas veces cerca del Marcantonio, café de la avenida Arequipa en
Lince, a pocas cuadras de su consultorio odontológico. Con De la Grecca me
había encontrado tres o cuatro veces. Con Harry quizás algunas más. Con Salinas
en los primeros años de egresados del colegio cuando integramos una directiva
de la asociación de ex alumnos y luego en varias oportunidades en el centro de
Lima, una de la cuales ambos recordábamos muy bien (Ver crónica “¡Sigue nomás que no te conozco!” del 31
de diciembre de 2012). Sólo a César Carmelino lo había visto ininterrumpidamente a lo largo
de los 25 años anteriores, la mitad de los cuales además de haber mantenido la
amistad también habíamos compartido militancia política.
SÓLO CON ALGUNOS ME HABÍA VISTO
Aunque en esa oportunidad no estaban, había
otros compañeros con los que me había visto. Con Ricardo Delgado con bastante
frecuencia, particularmente en la década del 60, cuando era él militante
también de la Democracia Cristiana y resultó elegido como concejal por Barranco
a los 21 años. A principios de los 60 me vi seguido uno o dos años con Eduardo
Peña Choque y luego lo perdí de vista. También en la década del 60 con Fernando
Cornejo en el centro de Lima, ya que trabajaba en el municipio. Con Juan Noda
entre 1960 y 1961 cuando integramos con Salinas y Carmelino la mencionada
directiva de ex alumnos. Muchas veces había conversado con Santiago Kuniyoshi
en el legendario Café y Bar “Palermo” de la Colmena. También dos o tres veces
había encontrado en algún café del centro de Lima al “gringo” Edgardo Maguiña
que ya había comenzado a sacar la revista “El Miraflorino” (Ver crónica “Un radio que nadie podía ganar” del 19 de
julio de 2013). Esporádicamente había tomado café en el Haití de la avenida Diagonal
de Miraflores y en el de la Plaza Pizarro en el centro de Lima con Francisco
Milla Meiggs, quien
mantenía el espíritu jovial de siempre pero con una apariencia de
envejecimiento que años después me permitió ganar una apuesta sobre su edad. Y
varias veces, incluso manejando ambos el auto de mi familia desde Chiclayo a
Lima en 1970, con Oscar Álvarez prematuramente desaparecido en 1978 en un
accidente de aviación (Ver crónica “Óscar Álvarez se fue muy pronto” del 27 de noviembre de 2012).
Pero regresemos a esa mañana de octubre del
año 1983 mientras escuchábamos decir al director del colegio que había que
respetar a los invitados. A mi lado un furioso Fortunato Alva, con su uniforme
azul de oficial de la Fuerza Aérea, no
disimulaba sus ganas de agarrar el micrófono para carajear a los alumnos,
mientras me decía entre dientes: “No puede ser promoción, en nuestra época
formábamos en 20 segundos y ahora lo hacen en 20 minutos.…”. Aunque odontólogo
asimilado a la FAP, el carácter de Nato estaba hecho para mandar y, sobre todo,
esperar que sus órdenes se cumplan “sin dudas ni murmuraciones”.
“…TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR”
Terminada la breve ceremonia, pasamos a la
oficina del director, donde se sirvieron unos bocaditos que habíamos mandado
preparar para acompañar la media docena -¿o docena?- de botellas de whisky que Alva había llevado
para invitar a los directivos y profesores de nuestro colegio.
Fue allí donde nos encontramos con el único profesor que quedaba de nuestra
época, el mismo que aprovechó la ocasión para reclamarme una pelota que se
había perdido en la excursión a Arequipa, Tacna y Arica que habíamos realizado
en agosto de 1958. (Ver
crónica “Filomeno, la pelota…” del 29 de octubre de 2012).
Lo que nos llamó más la atención a
todos los ex alumnos que estuvimos esa mañana en nuestro colegio es que cómo en
25 años se había dejado lado la disciplina en la que habíamos sido educados,
que en muy pocos casos recordábamos como excesiva o abusiva. La conversación
con los profesores se centró en ese tema. Y comprobamos que, a diferencia de
nuestros progenitores que agradecían la disciplina en nuestra instrucción, eran
ahora los padres quienes se quejaban de cualquier actitud de los profesores que
sus hijos calificaban como maltrato, aunque sólo fuera una llamada de atención
delante de sus compañeros o un grito cuando alguno quería dejar el salón sin
pedir permiso.
Pero lo que quedó grabado en nuestros
recuerdos fue la satisfacción de este primer reencuentro y la seguridad que ese
día iniciaríamos reuniones que se ampliarían en número de concurrentes y se
prolongarían por muchos años. Y aunque en ese momento no lo sabíamos, fue
efectivamente el punto de partida de encuentros por lo menos anuales que
continúan hasta hoy, con especial realce en los casos de la celebración de los
30, 35, 40, 45, 50 y 55 años de egresados.
Sin embargo, el impacto que nos causó la
indisciplina de los alumnos, ese día de octubre de 1983, cuando todos estábamos
en los 41, 42 o quizás 43 años, es decir relativamente jóvenes, nos hizo pronunciar
una frase que criticábamos a nuestros abuelos, que “…todo tiempo pasado fue
mejor”.
"Sin dudas ni murmuraciones: Todo tiempo pasado fue mejor". Bella crónica y que nos devuelve en bellos recuerdos a nuestra Gran Unidad Escolar "Tomás Marsano" con el "zorro Osorio" imponiendo disciplina. Yerno de Vaccaro y ambos subalternos de mi viejo cuando policías. Había un "chato" más, creo que apellidado Arévalo, con el que nos pegamos una "bomba" por 1957 y ya haciendo locución en Radio Victoria. Por supuesto que también estaba Vaccaro.
ResponderBorrarMi admiración a Alfredo Filomeno por tan buena narrativa. Pensé sólo dar una "ojeada" y me quedé hipnotizado. Siempre mi afecto a tan buena promoción 58, ejemplo de eterna amistad.
José Carlos Serván M.
Magnífica crónica que sella la característica de una época como producto de la degeneración de programas educativos desde 1971, fecha ésta en que empieza la eliminación de cursos como: Educación Cívica, Educación Pre Militar, Educación Física, Religión, Teatro y otros, que iban moldeando el respeto por la disciplina, por los valores cívicos, valores espirituales, el respeto a las personas mayores; además de la tugurización de los ambientes. Así, en el Ricardo Palma, llegamos a ser 7,999 alumnos ubicados hasta en aulas provisionales construidas en los jardines y en el patio de arena. Gracias Alfredo por esta crónica que es una foto bien lograda.
ResponderBorrarHernán