viernes, 20 de febrero de 2015

UN LOCO DE LA PROMOCIÓN (1954-58/ 2005)

Entre los 325 o 330 alumnos que el primero de abril de 1954 comenzamos a estudiar el primero de secundaria en la Gran Unidad Escolar “Tomas Marsano”, la mayoría eran nacidos en 1941 o 1940, aunque algunos habían nacido antes. Nuestra Unidad a partir de marzo de 1957 se denominaría “Ricardo Palma”, nombre con que sin embargo nos identificaríamos desde nuestro ingreso debido a que el colegio nacional secundario justamente se llamaba Ricardo Palma. Además del colegio secundario, en las unidades escolares creadas en 1950 había tres colegios más: los de secundaria industrial y de secundaria comercial, de cuatro grados cada uno, así como la escuela primaria que tenía solamente secciones de cuarto y quinto.

Entre los cuarenta y cinco alumnos que pertenecimos a la sección “A”, recuerdo que no éramos más de cuatro o cinco los nacidos en 1942. Entre los que cumpliríamos 12 años después de iniciado el ciclo escolar estábamos Aníbal Del Águila ese mismo mes de abril, Germán Neyra en mayo y yo en junio. Poco antes, en enero los había cumplido Ricardo Delgado Romero y en febrero Néstor Asparrin. A esa edad se notan más las diferencias de dos o tres años por algo tan simple como que en otras secciones había alumnos de barba cerrada, mientras que a otros ni siquiera se nos asomaba un ligero bozo en la cara.

FUE “LOCO” DESDE QUE ME ACUERDO
No sé si Ricardo traía ya el apelativo de “loco”. Me parece que no, sino que fue ese año 1954 donde se le comenzó a llamar así. No recuerdo alguna razón específica para el apodo. Se me ocurre que lo de “loco” tenía que ver con el atolondramiento con que reaccionaba, en cosas tan distintas como responder a una pregunta de un profesor o disputar una pelota en los partidos de fulbito en horas de recreo en el patio de colegio. Y como muchas veces resulta que el sobrenombre nada tiene que ver con la personalidad del “rebautizado”, en muchas otras inconscientemente el aludido se siente obligado a comportamientos para encajar en el apodo. ¡Y vaya que muchas veces Ricardo hizo méritos para merecer el alias que le habían endilgado!
En el primer año de secundaria comenzó mi amistad con Ricardo Delgado, que incluso no se limitó al colegio sino a mis visitas a Barranco a la casa de Óscar Álvarez con quien junto con cuatro de sus hermanos jugábamos fulbito en una canchita de cemento debajo del posteriormente famoso “Puente de los Suspiros”. Más de una vez se nos unió Ricardo y en una oportunidad terminó rompiéndome la cabeza cuando me lanzó una lata en lugar de la pelota de trapo instándome a que la cabecee, cosa que hice debido a que la pésima iluminación no me permitió identificar el objeto. El bulto venía como para darle un golpe de cabeza y resultó que me di un golpe en la cabeza que mereció un par de puntos de sutura. El “loco” se disculpó preocupado, pero la “locura” ya había tenido sus efectos (Ver crónica "Óscar Álvarez se fue muy pronto" del 27 de noviembre de 2012).
Meses después, sin conocer siquiera del incidente anterior, mis compañeros vengaron esa rotura de cabeza. Como Ricardo algunas veces se ponía cargoso con algunos de ellos, una tarde que era época en que carretilleros vendían a la entrada del colegio riquísimos mamey -fruta de cáscara color tierra, parte comestible medio amarilla y dura pepa marrón- varios los habían comido y cuando entramos a las tres al salón, en el brevísimo espacio de tiempo en que el auxiliar nos dejó sentados e ingresó el profesor, a un ademán silencioso de Mario Ortiz Piscoya unas veinte pepas se enfilaron a la cabeza del “loco”. Como no fue la única vez que esto sucedió, en otra oportunidad Mario comentó que “golpes en la cabeza no le hacen daño al loquito, quizás más bien lo curen…”
A PIE O EN BICICLETA, ATOLONDRAMIENTOS A LA CARRERA
Tengo algunas imágenes sobre el comportamiento atolondrado de Ricardo. Él vivía en Barranco, en la calle Talana, a un par de cuadras de la plaza Raimondi, casi en el límite con Surco. Tomaba su ómnibus en una esquina de la avenida República de Panamá, que en esa época se conocía como la Panamericana, supongo porque antes era el inicio de la carretera. Algunas veces el vehículo no se detenía en su paradero porque el chofer veía demasiados escolares y daba la vuelta a la derecha hacia la avenida Primavera, hoy más conocida como Angamos, y después de recorrer una cuadra paraba a dejar pasajeros. Cuando calculaba que el ómnibus no iba a parar, Ricardo comenzaba a correr para separarse del grupo de estudiantes y cuando el vehículo lo pasaba lanzaba por la ventana su pesado maletín y seguía corriendo. Cuando finalmente el bus se detenía, subía sudoroso a recuperar su maletín teniendo algunas veces que pedir disculpas por haber golpeado a un pasajero. En más de una oportunidad no hubo parada en la siguiente esquina y Ricardo tuvo que correr tres o cuatro cuadras más para subir. Por cierto que en su precipitada carrera tras el bus, casi siempre se llevaba de encuentro a varias personas que tenían la mala suerte de cruzarse en su camino.
Como alguna vez he contado, los sábados salíamos del colegio a las diez de la mañana, salvo los cinco compañeros a los que ese día les tocaba el aseo del aula, para dirigirnos a las losas de cemento del entonces llamado Parque Confraternidad de Barranco para jugar fulbito. Quienes no alcanzaban a ser llevados por los que tenían bicicleta se trasladaban en tranvía. En una ocasión en 1957, como recientemente me lo recordaba Jorge Garrido, otro compañero de estudios desde el primero de secundaria, Delgado sacó apresuradamente la bicicleta del “gringo” Edgardo Maguiña, quien seguro cumplía su turno de limpieza, y trató de ser el que encabezaba la caravana que llegando justamente al cruce donde él tomaba su ómnibus los días de semana volteaba para tomar la Panamericana y dirigirse entre sembríos y algunas casas aisladas hacia Barranco. Al momento de dar la curva trató de disminuir la velocidad y no encontró los frenos, por lo que terminó por salir volando con la bicicleta hacia una pared, después de gritar durante pocos segundos “¿dónde están los frenos?, ¿dónde?, ¿dónde?...” Si sucedía un año después, Ricardo hubiese terminado dentro del recién inaugurado bar Tobara que resultó toda una institución surquillana en los alrededor de 60 años en que existió. Sólo después de levantarse, golpeado él y maltrecha la máquina, se enteró que la marca de la bicicleta era Monark y que para frenarla había que pedalear hacia atrás.
FELIZMENTE PARA TRABAJAR NO SE HACIA EL LOCO
Fueron en los años 1957 y 1958 cuando la amistad con Ricardo se hizo más intensa en la medida que compartimos tareas comunes dentro de la comisión organizadora del viaje de promoción de nuestra sección. La comisión se formó cuando estábamos en cuarto año “A” y culminó al año siguiente cuando ya formábamos el Quinto “A”. Como he contado en otras oportunidades la principal función de la comisión que integrábamos era juntar el dinero que nuestras familias no podían darnos para realizar nuestro viaje.

En esos afanes, varios compañeros, pero fundamentalmente Ricardo y yo, nos encargamos de conseguir a las figuras que participaron en festivales artísticos en el Cine Teatro Primavera en segundo semestre de 1957 y en el Cine Teatro Maximil en el primer semestre de 1958. Con el “loco” Delgado nos convertimos en visitantes habituales de programas en vivo de emisoras como Radio Nacional, Radio Central y Radio La Crónica para tratar de entrevistarnos, antes o después de los programas, con artistas para apresuradamente hablarles del viaje promocional que pretendíamos realizar y nuestra falta de fondos, así como la posibilidad de obtenerlos con festivales artísticos donde les pedíamos que ellos participaran. Les asegurábamos que todo estaba organizado y que su colaboración gratuita les serviría de promoción para sus presentaciones comerciales y venta de discos. En estas gestiones era incansable (Ver crónica "Noctámbulo a los quince años" del 20 de abril de 2013).


Sin duda que la concreción de la excursión de ocho días que nos llevó hasta Arica fue motivo de satisfacción para todos aquellos que participamos, pero en especial para quienes habíamos trabajado integrando su comisión organizadora, además de Ricardo y yo, Federico Tobaru, Maguiña y César Carmelino. Las angustias por juntar dinero durante muchos meses, comprobar que era muy poco para lo que nos pedían por alquilarnos un ómnibus, encontrar un vetusto vehículo para el traslado, lograr algún profesor que nos acompañara que era requisito ineludible, conseguir telefónicamente alojamiento y comida en Arequipa y techo y suelo en Tacna, calcular lo que podíamos gastar en comida en carretera y en ciudades como Moquegua, Tacna e Ica, administrar en fin hasta el último sol que se nos acabó almorzando sólo fruta seis o siete horas antes de llegar a Lima de retorno, fueron tareas que compartimos especialmente con el “loco” ya que yo llevaba el dinero y él me ayudaba a pagar cuentas. Todo ese esfuerzo, sin embargo, quedó compensado con el viaje realizado por 32 ricardopalminos (Ver crónica “A paso de tortuga de Lima a Arica” del 16 febrero de 2013).
Todo el año 1958, pero especialmente al regreso del viaje, ya en el último semestre de nuestra vida escolar, compartimos con Ricardo el Club de teatro, fase de mi vida escolar sobre la que ya he hablado en otras oportunidades. En esa actividad también tuvo alguna muestra de atolondramiento cuando estábamos presentando la obra “Juan Soldado” en el auditorio de la gran unidad escolar Teresa González de Fanning en el barrio de Jesús María, que era semicircular y no rectangular como el de nuestro colegio. Ricardo, que hacia el papel de un presunto escultor, al momento de entrar al escenario impetuosamente no calculó la distancia y acabó cayendo en el piso en forma tal que todas las alumnas presentes pensaron que se trataba de parte de su actuación y la aplaudieron. Por cierto que en otras presentaciones, todos le reclamábamos que repitiera la caída… Cuando presentamos en el rústico teatrín del colegio la obra “Collacocha” con reconocidos actores nacionales, como forma de recabar fondos para realizar mejoras en ese teatrín como aporte que dejamos al colegio, Ricardo fue uno de los más entusiastas en colaborar en las actividades (Ver crónica “Todo un maestro de teatro a los 22 años” del 21 junio de 2013).
MILITAR POR MUY POCO TIEMPO, AMIGO TODA LA VIDA
El último día de clases, cuando sabíamos que no nos volveríamos a ver más en el colegio, la despedida entre los integrantes de la promoción fue muy efusiva, principalmente con aquellos con los que habíamos desarrollado mayor amistad. Con dos de las personas de las que sentí más despedirme fueron Ricardo y el ya mencionado Óscar Álvarez, ya que ambos estarían por lo menos cuatro años en estudios que obligaban a estar internados. Postularon y posteriormente ingresaron a la Escuela Militar de Chorrillos Ricardo y a la Escuela de Oficiales de la Fuerza Aérea Peruana Óscar. Me hice la idea de poder visitarlos, aunque sólo lo pude hacer con Ricardo a finales de abril de 1959 a quien encontré feliz de haber ingresado a seguir con lo que desde siempre consideraba su vocación.  Recuerdo haberle llevado "Player's Navy Cup" cigarrillos ingleses que venían en cajetillas de 10. Lo que en esos momentos no sabíamos era que una lesión a la columna mientras practicaba deportes lo haría dejar la escuela a finales de ese año y que en marzo de 1960 nos daría el encuentro a César Carmelino y a mí en la Universidad Católica donde tenía la idea de estudiar derecho, pero poco tiempo después se decidió finalmente por la administración y las relaciones industriales.
En ese año 1960 decide acompañarnos en el Partido Demócrata Cristiano donde nos habíamos inscrito César y yo a inicios de 1959 y se dedica a hacer vida militante en el distrito de Barranco, llegando pronto a ser dirigente juvenil distrital. El primero de enero de 1964, a los 21 años, Ricardo juró como concejal después que en las primeras elecciones municipales realizadas desde principios de siglo, la alianza de Acción Popular y la Democracia Cristiana ganara en su distrito. No creo equivocarme que esa función pública la recordaría con orgullo en todos los años de su vida porque esencialmente era un barranquino. Hasta donde sé, nació y vivió siempre en ese distrito y, alejado ya de las actividades políticas, puso empeño en apoyar actividades de mejoramiento en su distrito, así como en ser entusiasta animador de clubes deportivos barranquinos. Paralelamente tuvo extensa experiencia laboral vinculada a la administración, particularmente la referida a la gestión de personal.
Ricardo me llamó una noche a fines de julio de 1972 para que asistiera un par de días después al Palermo -cafetería o bar, según la hora, de propiedad de la familia de nuestro compañero de estudios Santiago Kuniyoshi- para despedir mi soltería con algunos brindis con amigos de la promoción a los que avisaría, pero aparentemente se le olvidó porque nadie apareció ni siquiera el organizador… En todo caso nos veíamos esporádicamente desde los años 70 y desde 1983 –que se celebraron las Bodas de Plata de haber dejado las aulas escolares- en casi todas las ocasiones que se reunió nuestra promoción. Con el “loco” podíamos dejar de vernos un par de años, pero cuando nos encontrábamos conversábamos como si nos hubiésemos visto dos días antes.
SUS ÚLTIMOS AÑOS EN PLENA ACTIVIDAD
Ya a inicios del año 2000, por el mes de marzo, me enteré que por invitación de César Carmelino, Ricardo había regresado a la actividad política apoyando intensamente la organización de los personeros del partido Perú Posible que tuvo de candidato a Alejandro Toledo. Producida la “re relección” de Alberto Fujimori, aportó sus dotes de organizador en la Marcha de los Cuatro Suyos en julio de ese año. Posteriormente para las elecciones del año 2001 fue una importante pieza en el equipo de personeros de ese partido que llevó al triunfo electoral de Toledo, elegido como presidente de la república para el periodo 2001 a 2006.
En un almuerzo para celebrar 45 años de egresados a fines de 2003, estuvimos conversando animadamente. Comentamos con él y con el flaco Nestor Ezequiel Salinas, el discurso que nos había dirigido nuestro antiguo profesor de Geografía Carlos Landauro y su reto final: “Nos vemos en cinco años, yo llego de todas maneras, espero que ustedes también….”. Seguro que nos acompañará dijo el “loco”. Por supuesto si está “paradaso” añadió el flaco. El 7 de octubre del 2008, Landauro se dirigió una vez más a sus antiguos alumnos, pero los dos amigos con quienes habíamos comentado sus palabras ya no estaban con nosotros. Salinas había muerto meses antes, el 21 de marzo del 2008 y Delgado el 29 julio del 2005.
Justamente a inicios del 2005 me encontré con Ricardo al costado del edificio de Petro Perú. Prácticamente nunca nos habíamos limitado a un saludo al paso. Siempre que nos encontramos a lo largo de varias décadas conversábamos, aunque fuera por dos o tres minutos. Lo sentí desanimado porque había perdido el trabajo unos meses antes y estaba -estábamos- en una edad en que no es fácil recolocarse. Le manifesté mi preocupación e inmediatamente me dijo que tenía algunos cachuelos y estaba por conseguir algo más estable. Pero creo que lo dijo más que para dar una respuesta a mi preocupación para convencerse a si mismo. Nos despedimos como tantas otras veces con la seguridad de volvernos a encontrar. No sabíamos que era nuestra última conversación…
En los días de Fiestas Patrias, estando con mi esposa por unos días en Piura, me enteré que Ricardo había fallecido en el hospital Dos de Mayo a causa de un aneurisma cerebral del que no pudo recuperarse. ¡Loco descansa en paz!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario