Hace unos días mientras estaba al lado de un
ventanal en un noveno piso del Paseo de la República,
después de observar el puente Canaval Moreyra que cruza la Vía Expresa, mi mirada
se fijó en el edificio de las tiendas Saga Falabella. Mientras lo hacía mi
mente retrocedió sesenta años, cuando estaba a punto de comenzar mis estudios
de segundo de secundaria en la gran unidad escolar “Tomas Marsano” que un par
de años después se denominaría “Ricardo Palma”, nombre con el que nos
identificaríamos para siempre. En esa época las clases comenzaban el primero de
abril y no en marzo como ahora.
No podría señalar con precisión en qué
momento de ese año o el anterior había reparado en una amplia construcción que
se estaba levantando al lado derecho de las líneas del tranvía que se dirigía
al sur. La construcción resultaba cortando terrenos de cultivo que había en los alrededores. Estaba en la cuadra 32 del
Paseo de la República, ocupaba un
hectárea que comenzaba al finalizar la casa hacienda Limatambo, propiedad de la
familia Brescia y terminaba cerca de la avenida que a menos de dos kilómetros
más adelante concluía en el Aeropuerto Internacional Limatambo.
Desde 1951 que comencé a movilizarme solo,
el tranvía fue el medio de transporte que más utilicé tal como ya lo he contado
en otras oportunidades (Ver
crónica “Los tranvías de mi tiempo” del 16 de febrero de 2013). Y si bien los tranvías pequeños -las
líneas 1 y 2- que llegaban hasta el Rímac dónde vivía,
eran los que más frecuentaba, entre ese año y 1958 utilice en numerosas
oportunidades la línea interurbana que llegaba hasta Barranco y algunos de sus
vagones incluso a Chorrillos.
El trayecto de esa línea interurbana
atravesaba, además del cercado, las zonas aun mayoritariamente rurales de los
distritos de Lince, San Isidro y la primera parte de Miraflores, ya que la otra
parte sí estaba urbanizada tanto, que su
desarrollo había generado en 1949 la necesidad de crear el distrito de
Surquillo, al otro lado de la línea del tranvía. Después se dirigía a los ya
mencionados distritos de Barranco y Chorrillos.
Las líneas de ida y vuelta del tranvía iban
a ambos lados del Paseo de la República, anchísima avenida con jardines, una
buena cantidad de árboles y una amplia vereda central. Creo que además tenía bancas en algunas partes de sus cinco
kilómetros de recorrido.
UNA NUEVA FORMA DE VENDER EN EL PERÚ
Pero regresemos a los primeros días de abril
a la cuadra 32 de esa alameda. Por informaciones periodísticas se sabía que se
estaba construyendo una enorme tienda por departamentos similar a las que
existían en los Estados Unidos de América. De hecho el nombre de la firma Sears
Roebuck corroboraba que era algo distinto a cualquier otra tienda que
hubiésemos conocido. Lo de “por departamentos” no quedaba muy claro hasta que
las informaciones comenzaron a indicarnos que era porque habría secciones
distintas para ropa de mujer, de hombre o de niños, o para zapatería o para
juguetes o para adornos o para electrodomésticos. Incluso, no sé si desde el
principio, también automóviles y sus
repuestos. Es decir, que era una tienda donde se podía comprar de todo.
Aunque no utilizaba todos los días tranvías
sí pude observar los avances de su construcción en los últimos cinco meses
hasta que fue inaugurado a mediados de setiembre de ese año. Creo que por esa
época en algún momento se dijo que en Sears se podía comprar desde un alfiler
hasta un automóvil, como forma de graficar que una nueva forma de vender se
había instalado en el país.
No puedo precisar si fue desde su
inauguración que Sears implantó el uso de tarjetas de crédito que permitían
llevarse los productos adquiridos e irlos pagando por partes. Las tarjetas
permitían comprar y pagar varias veces mientras no se superara el monto tope
que se asignaba a cada cliente. En todo caso no recuerdo que mi familia la
tuviera. Sí tengo claro que por los años 70 el tener tarjeta de Sears era una
muestra de solvencia económica, al mismo tiempo que no era algo que la
tienda entregara sin analizar muy bien
al aspirante.
Semanas después de inaugurado el local fuimos
con mi madre y mis hermanas a conocer la tienda. En realidad como muchas otras
familias íbamos a ver no a comprar. Y no puedo negar que más que en los
productos que se vendían, muchos ojos infantiles y adolescentes, estaban fijos
en las escaleras eléctricas que llevaban al segundo piso. En mi memoria son las
escaleras eléctricas de Sears las primeras que vi en mi vida. Sin embargo he
leído que las primeras fueron las de las Galerías Boza, centro comercial en el
centro de Lima a pocos metros de la Plaza San Martín y que une el jirón de la
Unión con el jirón Carabaya y en cuyos dos pisos habían diversos y elegantes
locales comerciales. Considerando que la inauguración fue un medio año después
que Sears me queda la duda. Hay la posibilidad que las escaleras de Sears no
hubiesen funcionado desde la inauguración o que en realidad fueran las primeras
en instalarse en Lima.
AUGE, CAÍDA Y RESURGIMIENTO
Regresemos a San Isidro a fines de 1955. Los
adornos navideños con presencia de imágenes de Papá Noel llamaban la atención
de los pasajeros de los tranvías que pasaban por el costado de la gran tienda.
Esa y las siguientes navidades se notó la afluencia de clientes. Otro tanto
ocurrió en mayo de 1956 con ocasión del Día de la Madre. No ocurrió lo mismo con el Día del Padre
porque esa fecha no se celebraba por esa época…
En los años siguientes nuevas tiendas Sears
se instalaron en el centro de Lima, en Miraflores y en el centro comercial San
Miguel, uno de los pocos centros que se pudo desarrollar en los 80, época de
terrorismo e hiperinflación. En esos años, cuando en el Perú y por cierto en
Lima, se sucedían atentados terroristas que muchísimas veces significaran
“apagones”, las actividades comerciales declinaron, las actividades de las
tiendas Sears disminuyeron. Además, la inflación desbocada hacía dificilísimo
cualquier sistema de ventas a crédito. Por esos años la empresa es traspasada a
Sociedad Andina de los Grandes Almacenes, que el año 1988 relanza la tienda con
las iniciales SAGA, aunque por mucho tiempo los clientes la siguieron llamando
con su nombre anterior. Quizás por eso, cuando en 1996 el grupo chileno
Falabella adquiere la empresa deciden mantener el nombre al que ya se habían
acostumbrado. Nace así Saga Falabella que se mantiene hasta hoy.
El antiguo local de San Isidro se mantuvo
sin mayores cambios por alrededor de 50 años, salvo la utilización de la amplia
zona de estacionamiento por carpas muy grandes donde se realizaba venta de
saldos de precio muy barato y mala calidad. Pero a mediados de la década pasada
se hace una remodelación que incluye además la construcción del supermercado Tottus,
propiedad de la misma empresa y estacionamientos en varios niveles.
El edificio que vi construirse hace 60 años
ha cambiado completamente de aspecto, lo que podía denominarse elegancia o
distinción de la antigua edificación ha dado paso a instalaciones modernas y
funcionales. Pero visto hoy desde un noveno piso, el mayor cambio de esta
primera tienda por departamentos que tuvo Lima
es su entorno. Ayer se elevaba entre cultivos, mientras hoy su presencia
se empequeñece por la cantidad de edificios que la rodean, incluyendo el hotel
Westin que con su 30 pisos es el más alto del Perú.
Lo único que se mantiene igual, como si el
tiempo se hubiese detenido es la casa hacienda de la familia Brescia, reducida
prácticamente sólo a la antigua edificación y los jardines adyacentes, aunque
debe tener como una hectárea, que permanece como un refugio protegido por las
grandes edificaciones que la rodean.
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