No había conversado antes con él, pero aunque lo hubiera hecho con frecuencia, seguramente no lo hubiese reconocido. Incluso Rafael Roncagliolo, quien lo había tratado en los últimos meses, se sorprendió cuando un aparentemente desconocido se acercó a él y le dijo “Gracias Rafo por venir”. Era Gustavo Espinoza, dirigente estudiantil en la Escuela Normal Superior Enrique Guzmán y Valle -más conocida como La Cantuta- y militante del Partido Comunista Peruano, PCP. El encuentro ocurrió hace casi sesenta años muy cerca de la Plaza Pedro Ruiz Gallo o como algunos suelen llamar, la plaza de armas de Lince, no estoy seguro si el 8 o 9 de enero de 1963, ¿o quizá el 10?
El día anterior en la
octava cuadra del jirón Camaná, en el local de la Coordinadora de Frentes
Estudiantiles Social Cristianos, COFESC, nos habíamos encontrado con Rafo a
quien conocía desde dos años antes, cuando se inscribió en el Partido Demócrata
Cristiano, PDC. Me pidió que lo acompañara a una reunión con Espinoza. Le había
parecido extraña la forma de contactarse pero, intuyendo la difícil situación
en que se encontraban los militantes del PCP, no había dudado en aceptar la
reunión.
En la madrugada del
sábado 5 de enero se había producido en todo el país un gigantesco operativo
policial que culminó con la detención de alrededor de mil quinientas personas,
prácticamente todas de izquierda, aunque hubo unos pocos de Acción Popular y la
Democracia Cristiana que eran dirigentes sindicales. La Junta Militar que
gobernaba el país desde el último 18 de julio y que había convocado a
elecciones para el 9 de junio de ese año, tomó esta fuerte medida sin ningún
sustento aparente aunque algo se dijo sobre intentos subversivos. De hecho el partido más reprimido fue el PCP, aunque también fueron golpeados el Frente de
Liberación Nacional, FLN, fundado poco más de un año antes y que contaba con
varios dirigentes que eran militantes del PCP, el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria, nombre adoptado meses antes por el Apra Rebelde e incluso ex
militantes el Movimiento Social Progresista que se había disuelto
recientemente. Muchos de los detenidos eran intelectuales y docentes
universitarios sin militancia partidaria. La medida golpeó también a las
dirigencias sindicales, campesinas y estudiantiles. Fue tal la cantidad de
detenidos que se colmaron distintos establecimientos carcelarios como la
Colonia Penal El Sepa en plena selva amazónica y el penal en la isla El Frontón
frente al Callao.
MI PRIMERA REUNIÓN
CLANDESTINA
Pero volvamos a la
reunión a la que acudí por espíritu solidario, pero también por curiosidad. Nos
encontramos con Rafo quince minutos antes en la esquina de la avenida Arequipa
con la avenida Pardo de Zela y caminamos tres cuadras hasta llegar a la altura
de la plaza Ruiz Gallo y voltear unos metros hasta el lugar del encuentro
pactado. Cuando Gustavo se acercó a nosotros, estaba cubierto con un gorro que
le llegaba casi hasta las cejas y con una casaca con las solapas levantadas que
le cubría parte del rostro. Aunque en ese momento no reparamos en ello, en
realidad en lugar de pasar desapercibido corría el riesgo de llamar la atención
por una vestimenta impropia para el caluroso y húmedo verano limeño. Nos
encontrábamos en la parte final de la cuadra 19 de la avenida Militar e
ingresamos a un cafetín. No sabía que quince años después recorrería cafetines
similares de ese mismo distrito, cuando fuera yo quien viviera en
clandestinidad (Ver crónica
“Clandestinidad y cafés en Lima” del 16 de febrero de 2013)
Con mucha seriedad,
Gustavo relató que los pocos dirigentes y militantes conocidos del PCP que no
se encontraban detenidos habían pasado a la clandestinidad, que sus locales que
funcionaban con bastante sigilo se encontraban cerrados y que documentos
partidarios había sido distribuidos entre algunos militantes para que los
pusieran a buen recaudo. Y mirando a Rafo le dijo que, considerando que sus
padres y hermanos eran militantes comunistas y sus compañeros de estudios
sospechosos de serlo, recurría a él como amigo para confiarle documentos que no
debían caer en manos de la policía. Y dio un par de palmadas sobre el paquete
envuelto en papel Kraft que había depositado en una silla. Rafo asintió y
Gustavo agradeció. Ambos se conocían por las intensas luchas que realizaba el
estudiantado de La Cantuta, demandando categoría universitaria, autonomía y
mayores rentas, que eran respaldadas por dirigentes estudiantiles de las distintas
universidades del país.
IGNORÁBAMOS QUE TENDRÍAMOS
MÚLTIPLES REUNIONES CLANDESTINAS
Conversamos muy pocos
minutos. Quedó en que en unas semanas o quizá unos meses le pediría el paquete y
se despidió reiterando su agradecimiento. Rafo y yo nos quedamos unos minutos
en silencio. Era nuestra primera experiencia en clandestinidad. Ninguno de los
dos había llegado a la mayoría de edad que en esa época se adquiría a los 21
años. Rafo hacia menos de dos meses que había cumplido 18 años y yo tenía 20.
Al salir levanté el paquete y calculé que pesaría tres o cuatro kilos y se lo pasé
a mi camarada.
Mientras nos dirigíamos
a la avenida Arequipa hablamos de las dificultades de hacer política
enfrentando la posibilidad de terminar detenidos por la policía. Al llegar a
esa avenida nos despedimos y cada uno se embarcó en colectivos con rumbos
distintos. Curiosamente, trece años después tuve que ubicar más o menos por ahí
un hipotético lugar de encuentro con un clandestino Rafo, cuando era
interrogado sobre su paradero en las oficinas de Seguridad del Estado de la Policía de
Investigaciones del Perú, PIP (Ver crónica “Interrogatorio en San Quintín” del 23 de agosto de 2013). Es que
en 1976 durante un par de meses, tuve reiteradas reuniones con él cuando se
encontraba en clandestinidad antes de su asilo en México.
No sé cuándo exactamente Rafo devolvió el paquete a Gustavo, pero en
todo caso fue ya cuando había un ambiente político distendido. Por supuesto que
estaba tal cual fue entregado. Ni a uno ni a otro se le ocurrió que en los
meses en custodia el envoltorio podía ser abierto y los documentos revisados. Aunque
cada uno tuviera posiciones distintas, la lealtad entre militantes políticos se
ejercía.
ELECCIÓN A LAS PUERTAS DE UNA DIVISIÓN PARTIDARIA
No vi a Gustavo Espinoza hasta unos nueve meses después. Fue en el VIII
Congreso Nacional de la Federación de Estudiantes del Perú que se realizó en la
ciudad de Ayacucho, donde estaba yo instalado desde medio año antes realizando
actividades políticas partidarias y gremiales. Pocos días antes, Rafo había
sido elegido presidente de la Federación de Estudiantes de la Pontificia
Universidad Católica, FEPUC, para suceder a Jaime Montoya, también
democristiano y ambos -como presidente en ejercicio y presidente electo- integraban
la delegación de la FEPUC a ese congreso.
Valga como paréntesis señalar que con Rafo y Jaime y otros entrañables
camaradas que nos conocemos desde esos tiempos, nos vemos regularmente para
intercambiar opiniones. Lo hacemos desde nuestras computadoras o celulares, aparatos
que no imaginábamos entonces que existirían. Más aún si tomamos en cuenta que
en esa época en lugares como Ayacucho -ciudad capital de departamento y sede de
una universidad- no se conocían los teléfonos y la forma más rápida de
comunicación con otras ciudades del país era el telégrafo que de todas formas
no garantizaba que las diez o veinte palabras que se utilizaban en un mensaje
fueran leídas antes de 24 horas.
La hegemonía aprista en la conducción estudiantil terminó en 1959,
cuando después de un fallido intento del V congreso de estudiantes en la ciudad
del Cusco se realizó finalmente en octubre en Trujillo y se eligió presidente
de la FEP al democristiano Oscar Espinosa Bedoya, presidente de la Asociación de Centros de la
Universidad Nacional de Ingeniería. Ese periodo fue de transición hacia la hegemonía
izquierdista en la dirigencia estudiantil, con una fuerte presencia orgánica
del PCP. En enero de 1961, en Arequipa, el VI Congreso de la FEP eligió
presidente a Max Hernández Camarero, desde hace varias décadas reputado psicoanalista
y actualmente reelegido como secretario ejecutivo del Acuerdo Nacional y el VII
realizado en Ica en agosto de 1962 eligió a Walter Palacios Vinces, renunciante
al APRA en 1959 para formar el Apra Rebelde, que justamente en 1962 se
convirtió en Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, y tres años después
inició acciones guerrilleras en varios puntos del país. Hernández y Palacios
antes de ser elegidos al cargo máximo del estudiantado peruano, habían sido
elegidos presidentes de la Federación Universitaria de San Marcos y de la
Federación Universitaria de Trujillo, respectivamente.
No resultó entonces extraño que en Ayacucho, la izquierda ganara la
directiva y el PCP colocara a la mayoría de la dirigencia encabezada por
Gustavo Espinoza, previamente presidente de la federación estudiantil de La
Cantuta. Fue bastante complicada su gestión ya que tres meses después de ese congreso,
se produjo la ruptura del PCP como reflejo del enfrentamiento entre el Partido
Comunista de la Unión Soviética, PCUS y el PC Chino. Un numeroso sector dejó el
PCP para formar el Partido Comunista del Perú, que sería más conocido como
Bandera Roja. En la fracción partidaria destacaba un importante sector juvenil
que activaba en el movimiento universitario, lo que significó que Espinoza
tuviera que enfrentar intentos de desestabilización de sus antiguos camaradas.
Por eso tuvo que apoyarse en algunas de las federaciones integrantes, una de
ellas la FEPUC donde Roncagliolo jugó un importante papel en defensa de la
institucionalidad del gremio estudiantil.
Espinoza, pese a dificultades por los conflictos internos de su
directiva, logró culminar su mandato un año después en el congreso estudiantil
realizado en el Cusco, en el cual el PCP fue ampliamente superado por los
sectores maoístas.
DE DIRIGENTE ESTUDIANTIL A DIRIGENTE SINDICAL
Egresado de La Cantuta y dedicado a la docencia -y supongo haciendo
intensa vida partidaria y en el gremio magisterial- Gustavo reapareció en la
escena política pública en junio de 1968 cuando integró la directiva de la Confederación
General de Trabajadores del Perú, CGTP, luego del congreso que logró la llamada
“reconstitución” de la central sindical que había desaparecido en la práctica
en las últimas tres décadas debido a la represión contra el movimiento obrero y
al auge de la Confederación de Trabajadores del Perú, CTP, controlada por el
APRA. Esa directiva de la CGTP era encabezada, como secretario general, por el
antiguo y reconocido dirigente obrero Isidoro Gamarra. Tuve ocasión de hablar
con Gustavo durante los días previos a ese congreso, acompañando a dirigentes sindicales
DC que me habían pedido que los contactara con quienes promovían el
relanzamiento de la CGTP.
Alrededor de un año después, la flamante confederación realizó un
congreso extraordinario donde se creó el cargo de presidente que pasó a ocupar
Gamarra y Espinoza asumió la secretaria general. Creo que es el único caso en
que el máximo dirigente del gremio estudiantil también fue el máximo dirigente
sindical del país.
En los primeros años de la década del 70, me encontré algunas veces
con Gustavo, aunque en ninguna pasamos de saludarnos y hacer algún comentario
sobre hechos muy puntuales. Salvo una ocasión en Arequipa, en
noviembre de 1973 mientras se extendía un paro regional. Yo era jefe de la
Unidad de Organizaciones Sindicales del Área Laboral del Sistema Nacional de
Apoyo a la Movilización Social, SINAMOS, y tenía el encargo de asesorar personalmente durante el conflicto al
general Augusto Freire, Comandante General de la III Región Militar y Director
Regional de SINAMOS”. Gustavo -como secretario general de la CGTP- estaba
coordinando con la Federación Departamental de Trabajadores de Arequipa, FDTA, si se plegaban a la paralización. Como ya relaté en otra ocasión tuve
oportunidad de conversar intensamente con Gustavo sobre ese conflicto durante
varios días (Ver crónica “El primer toque de queda que viví” del 27 de mayo de 2016).
CONVERSACIONES CLANDESTINAS, QUINCE AÑOS DESPUÉS
En
los siguientes años -particularmente después de la fundación del Partido Socialista Revolucionario, PSR,
en noviembre de 1976- en muchas
ocasiones me encontré con Gustavo aunque creo que en ninguna participando de
una reunión política formal sino más bien en eventos. En los últimos diez o
quince años me he cruzado algunas veces con él cuando en compañía de su esposa se
dirigían a la casa de su hermana Dunia, ubicada a unos cien metros de la mía en
la Urbanización La Capullana en Surco, donde vive al igual que yo, desde 1973.
Con Dunia nos hemos cruzado en muchas oportunidades y varias veces conversado
brevemente a lo largo de más de cuatro décadas.
Con quien sí conversé extensamente por más de diez años fue con el hermano mayor de Gustavo y Dunia, Guillermo Herrera Montesinos, y a pesar de nuestras diferencias pudimos logramos una buena amistad, quizás basada en que ambos cumplíamos la misma función partidaria integrando el Comité Directivo de Izquierda Unida. Como lo dije cuando me invitó a hablar en la presentación de su libro, “Izquierda Unida y el Partido Comunista Peruano” ambos teníamos que “soportar ser acusados de sectarios en IU y conciliadores en nuestros partidos” (Ver crónica “Izquierda Unida: testimonio de parte” del 23 de agosto de 2013). Y por cierto en 1978, en la etapa final de la campaña electoral para la Asamblea Constituyente con garantías constitucionales suspendidas y toque de queda, cuando tuve las primeras conversaciones formales con Guillermo, a nombre de nuestros partidos, fueron reuniones clandestinas.
GRACIAS ALFREDO POR TU APRECIADA GENTILEZA. SALUDOS. LO MEJOR PARA TI Y FAMILIA
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