Hace unas semanas llegó a mis manos -en realidad a mi teléfono celular- una foto que calculo fue tomada a principios de 1956, con un grupo de personas posando después de una comida en algún restaurante. Me la envió César Carmelino, compañero de promoción y amigo de más de seis décadas. Inmediatamente retrocedí hasta los años cincuenta, no sólo porque conocía el motivo de esa reunión y a los quince fotografiados, sino porque estaba relacionada con una carta que por esa época me leyó mi padre y que me impresionó bastante. La carta llegó de Houston y trasmitía el saludo del agasajado en esa comida, Julio Noriega Pazos, quien había asumido el cargo de cónsul general del Perú en Texas, Estados Unidos.
Después de una estancia
de un par de años como cónsul en Bolivia, Noriega estaba de paso por Lima por
pocos días antes de dirigirse a ese estado norteamericano y tuvo una cena de
despedida con un grupo de profesores de la Gran Unidad Escolar Tomás Marsano,
colegio en que ese año yo cursaría el tercero de secundaria...
EL DIPLOMÁTICO CASTIGADO
Pero, ¿qué relacionaba
al diplomático peruano con esos profesores? Con el riesgo de equivocarme, por lo
que recuerdo de conversaciones con mi padre en esa época, Noriega estuvo
destacado al ministerio de Educación desde 1948 y fue designado profesor y
secretario del Colegio Nacional Ricardo Palma en el distrito de Miraflores, que
dirigía Víctor Rabanal Cárdenas desde 1946 cuando comenzó a funcionar como
anexo del centenario Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe.
Por lo que me contó mi
padre, Noriega rápidamente se integró a la comunidad docente que, a finales de
la década del cuarenta, funcionaba con verdadero entusiasmo preparándose para
el reto que significaba sacar adelante la primera gran unidad escolar del país,
proyecto que se iniciaría en 1950 cuando el flamante colegio pasó a ser la base
de la GUE Tomás Marsano, que además integraban institutos de secundaria
comercial y secundaria industrial y una escuela primaria con los dos últimos
grados.
El destaque de Noriega
aparentemente fue un castigo por sus simpatías con el presidente José Luis
Bustamante y Rivero derrocado por el general Manuel Odría. Calculo que hacia
1953 o 1954 Noriega regresó al servicio diplomático y siguió su carrera. Me
parece que tenía el grado de embajador cuando se retiró a inicios de los años
70 y destacó como presidente de Club Regatas Lima por dos periodos
consecutivos.
Después de haber trabajado cinco o seis años bajo la dirección de Víctor Rabanal, fue natural que Noriega a su paso por Lima lo llamara telefónicamente para saludarlo y también que recibiera la invitación para reunirse antes del viaje. Por eso se realizó la comida que quedó registrada en esa fotografía. La mayoría de los reunidos habían sido fundadores del colegio Ricardo Palma ocho años atrás y todos trabajaban en la unidad escolar desde su fundación.
PROFESORES DE
CASTELLANO Y LITERATURA VARIOS
La fotografía me ha
traído recuerdos sobre todos los profesores presentes. Noriega había ideado la
letra del himno de la GUE Tomás Marsano junto con Pepe Velásquez, profesor de Castellano
y Literatura, quién creo lo reemplazó cuando dejó la secretaria del colegio.
Tuve ocasión de tratar a Pepe algunas veces años después. Él junto con sus
hermanos Carlos y Mario y otros actores formarían a finales de ese mismo año
1956, el Grupo Teatral Histrión de destacadísima labor como grupo de teatro y,
sobre todo, escuela de formación de decenas de notables actores por lo menos
durante los siguientes 30 años. Con el mayor de los hermanos Velásquez Quevedo,
Tulio, un reconocido médico que llegó a presidir la Federación Médica Peruana y
el Colegio Médico del Perú, desarrollé una buena amistad en las décadas de los
ochenta y los noventa y la primera de este siglo, incluso varias de los
primeros de enero en esos años los recibimos Ana María, mi esposa, y yo con
César Carmelino y su esposa Eva, con Tomy y Jorge Mesones y con Tulio y su
esposa Carmen.
También enseñaba
Castellano, Miguel del Rosario quien un año después reemplazaría a mi papá como
sub director o director de estudios de la unidad, que desde febrero de 1957
pasó a denominarse Ricardo Palma en lugar de Tomás Marsano, que era el nombre
de quien había vendido a precio por debajo de lo esperado, el terreno para la
construcción de las instalaciones escolares. Del Rosario, impecable en el
vestir, puntilloso en sus indicaciones y aparentemente de muy mal genio, era
principalmente un excelente profesor. Cuando algunos sábados después de las 10
de la mañana se jugaban partidos de fulbito en el patio del colegio, vestía
también impecablemente la ropa deportiva, no se le despeinaba ni un pelo en el
trajín del juego y era muy recio para defender, pasaba la pelota o el jugador,
nunca los dos… En 1958, en nuestro último año en el colegio, tuvo una relación
muy especial con nuestro salón, tanto que para su cumpleaños -el 5 de julio- fuimos
a darle una serenata a su casa en el agrupamiento San Eugenio, urbanización
inaugurada pocos años antes en Lince, ocasión en que nuestro compañero Luis
Egoávil se lució con la guitarra.
Luis Sebastiani, cerca de los 30 años, era igualmente profesor de
Castellano y pertenecía al grupo de jóvenes que se habían iniciado en la
docencia cuando se fundó la unidad escolar y acababan de terminar sus estudios
universitarios. Delgado
bigote, lentes sin marcos y una expresión bondadosa eran
características de su rostro chaposo por lo que me fue fácil reconocerlo casi cuarenta años después (Ver crónicas “El viejo era menor que yo” del
15 de diciembre de 2012).
PROFESORES DE MATEMÁTICAS CON DISTINTOS ESTILOS
También integraba ese grupo joven Julio León Juárez, alto, delgado y
achinado pero conocido como el “cholo” por sus colegas. Enseñaba Matemáticas,
era bastante movido mientras enseñaba y nos había “machacado” en primero de
secundaria que debíamos usar los “números modernos” que había dibujado en la
pizarra, donde el 1 aparecía como un palote recto, el 7 no aparecía con su
trazo más largo cortado y el 8 tenía dos círculos exactos uno sobre otro, hasta
donde me acuerdo. Según me enteré posteriormente, León después de varios años
en la docencia viajó a enseñar a Australia.
José Cabrera era un
veterano profesor de Aritmética que dirigía la Academia Central, uno de los primeros centros de preparación que hubo en Lima para el
ingreso a las universidades y
que editaba unos cuestionarios desarrollados para postulantes que tenían gran
demanda. Era excelente profesor por lo cual los alumnos le toleraban que, cada
dos o tres clases, encargara hacer ejercicios durante toda la hora mientras él
se sentaba en el pequeño escritorio y abría el periódico para que lo cubriera
mientras dormía. Más de una vez alguno contó haberlo visto una hora antes del
inicio de las clases, saliendo de algún bar de Surquillo donde seguramente
había estado conversando y… algo más desde la noche anterior, generalmente
acompañado del profesor de inglés Jorge Urrunaga…
También profesor de
Matemáticas, pero dedicado casi a tiempo completo a tesorero del colegio, Max
Cornejo, conocido por el “borrado”, por la secuelas que la viruela había dejado
en su rostro, era un tipo bastante ocurrente. Recuerdo lo sucedido con el
profesor de religión, padre Neri, sacerdote del templo de San Vicente de Paul
en Surquillo. En algún momento Cornejo se enteró, por alguien vinculado a esa
parroquia, que los días de pago Neri se presentaba ante el superior de su
convento y le acercaba su sobre de pago abierto, del cual el otro extraía con
dos dedos los billetes y le decía que se quedara con la “calderilla” para sus
cigarrillos. Se refería a las monedas y según lo que hubiera, le alcanzaba para
dos o tres cajetillas de cigarrillos negros. A partir de ese mes los sobres del
sueldo de Neri eran bastante pesados ya que traían 25 o 30 de las enormes
monedas de sol que servían para comprar por lo menos quince cajetillas de
cigarrillos Inca.
UN NOBLE INGLÉS EN UN PEQUEÑO DEPÓSITO
Oscar Elejalde enseñaba inglés y era diez u once años mayor que mi
padre, estaría por los 65 en esa foto. Por su rostro rubicundo, forma de
vestir, parsimonia al hablar y puntualidad a prueba de todos los imprevistos
limeños, podía ser un lord inglés. Se decía que había vivido en Inglaterra por
varios años. Nacido en Trujillo, emparentado con familias propietarias de
haciendas -incluso un hermano de su madre había fundado el exclusivo Club
Central de esa ciudad- el sosegado profesor era sin embargo bastante sencillo
en el trato con profesores y alumnos.
Elejalde vivía en el centro de Lima, no estoy seguro si en el jirón
Cañete o el jirón Chancay, muy cerca de la avenida Nicolás de Piérola. Cuando
el ómnibus del colegio no podía hacer el viaje para recoger pasajeros, él nos
recogía a mi padre y a mí a las 7:20 de la mañana en la plaza de armas -hoy
plaza mayor- de Lima. Tenía un pequeño auto verde de dos puertas Anglia, Ford
inglés, que manejaba cumpliendo fielmente todas las reglas e indicaciones de
los policías. Por algunas conversaciones con mi padre en ese auto, asumí que por
lo menos tenía algunas propiedades por la zona donde vivía, así como cuatro o
cinco viviendas pequeñas con tiendas a la entrada situadas en la primera cuadra
del jirón Arica en Miraflores, por donde en alguna ocasión pasamos porque algo
tenía que recoger. No conocí las viviendas en el centro de Lima, pero las de
Miraflores existen hasta la actualidad: de un piso, pintadas y mostrando un
buen mantenimiento.
La vida austera unida a las rentas que recibía, le daban a Elejalde
una tranquilidad económica bastante diferente a las angustias que muchas veces
pasaban sus colegas del colegio. Mucho tiempo después me enteré que varios de
ellos, cuando tenían que hacer un pago urgente y nos les quedaba dinero de su
último sueldo, acudían al veterano profesor por un “salvavidas” que se apuraban
a devolver el día en que el “borrado” Cornejo hacía el reparto de los esperados
sobres de pago. Eran préstamos entre colegas, se devolvía exactamente lo
prestado y nadie se retrasaba. El recojo y la devolución del dinero se
realizaba en la “oficina” de Elejalde. Incluso escuché el comentario que, en
más de una oportunidad, quien solicitó préstamo por algunos días y por un monto
bastante elevado fue el propio Cornejo. El tesorero de la unidad escolar no
buscaba solucionar problemas personales sino institucionales Fue en ocasiones
que hubo retraso en la remisión del dinero para las planillas por parte de las
autoridades del ministerio de Educación.
La amplía “sala de profesores” con mesas y sillas servía para que los
profesores leyeran, conversaran o descansaran en los espacios entre clases,
salvo aquellos que por tener cargos administrativos tenían o compartían
oficinas. Además varios después de dictar clase en la unidad escolar se
iban a dictar a otros colegios.
Elejalde sólo enseñaba en nuestro colegio y tenía muchas horas sin
dictar clases, ya que llegaba antes de las 8 de la mañana y se retiraba al
final de la tarde. Poco tiempo después de ingresar a trabajar, reparó que en
cada uno de los cuatro pabellones en que estaban las aulas había una
pequeñísima habitación al final de los pasadizos del primer y del segundo piso
y otra debajo de la escalera. Tenían cuatro o cinco metros cuadrados y estaban destinadas
a depósitos, pero varias de ellas se mantenían totalmente vacías en esas
primeras épocas. Elejalde consiguió que le dieran la del final del primer piso
del pabellón donde estaba las secciones Industrial y Comercial. Llevó un pequeño
escritorio, un sillón, un estante para libros y un “chaiselongue“. Esa era su
“oficina” en que todo lucia perfectamente ordenado y… ajustado. Cuando no
estaba dictando clases estaba leyendo, escribiendo o durmiendo la siesta. Ahí
algunas veces acudían alumnos para hablar sobre sus problemas de aprendizaje y
profesores para hablar de sus problemas económicos…
PROFESORES EN ESTADIOS, EN LABORATORIOS Y EN LAS
CALLES
Hubo otros profesores en esa comida, Sobre Jorge Bellido, excelente
dirigiendo la escuela primaria que funcionaba como parte de la unidad escolar,
he hablado en otra oportunidad, refiriéndome a su actividad como juez de línea
en el Estadio Nacional, incluso en partidos internacionales (Ver crónica “Entraba al estadio llevando un maletín” del 27 de
diciembre de 2013). Felix
Herrera, profesor de Botánica, nos había mostrado en microscopio minúsculos
organismos que no sabíamos que existían y sería quince años después encargado
de la dirección de nuestro colegio. Y en 1979, Ángel Macciotta nos daría
lecciones de consecuencia cuando su veteranía no era impedimento para marchar
con sus colegas en huelga en las intensas jornadas de protesta del magisterio en
el tramo final del gobierno de Morales Bermúdez.
AL CÓNSUL SE LE QUITÓ LA SED
Pero regresemos al inicio, a la carta de Noriega que nos leyó mi padre
en casa el año 1956. Eran unas cariñosas líneas dirigida a todos los
participantes agradeciendo el agasajo, con especial mención a la esposa de
Miguel del Rosario y a mi madre, por haber acompañado a su esposa que era de la
ciudad boliviana de Santa Cruz y no tenía conocidos en Lima. En ese momento me
enteré que era su segunda esposa. Pero lo que me llamó mucho la atención, fue
conocer dos comportamientos que nunca los había escuchado descritos por alguien
que los conocía de cerca: el consumismo y la discriminación.
Noriega relataba que, a pesar de estar en sus primeras semanas en los Estados
Unidos, por lo conversado con peruanos residentes, se había enterado que una
serie de aparatos electrodomésticos -que en el Perú se cuidaban tratando que
duraran lo más posible- en ese país se desechaban con poco uso, casi nuevos,
cuando aparecía en el mercado un modelo más moderno. Hasta donde recuerdo decía
que lo desechado podría usarse en nuestro país. Aunque no tenía por qué saberlo
el flamante cónsul en Texas, el negocio de compra de electrodomésticos usados como
chatarra funcionaría en las siguientes décadas en el Perú. Y desde los años
noventa también la compra de automóviles o camionetas no sólo desechados para adquirir
nuevos modelos, sino incluso luego de estar involucrados en algún accidente.
Noriega fue bastante más gráfico para referirse a la segregación racial.
Relataba que luego de un agotador viaje -me imagino que con cuatrimotores a
hélice, el viaje desde Lima duraba unas quince horas- había bajado del avión con
mucha sed y se acercó a uno de los varios bebederos que distinguió en el
terminal aéreo. Cuando estaba a punto de apretar la llave para que brotara el
agua reparó en un letrero frente a sus ojos: “Whites Only”, es decir sólo para
blancos. Contaba que se le quitaron las ganas de tomar agua y se sintió muy mal.
Tuvo que gastar sus primeros diez centavos en territorio norteamericano
comprando una coca cola… Este episodio se me quedó grabado hasta ahora, aunque entonces
sentí la discriminación racial absolutamente lejana. Al final de ese mismo año,
sin embargo, comprobaría que marginación, desigualdad y pobreza son formas
también de discriminación… (Ver crónica “Censo en Surquillo despertó mi rebeldía” del 21 de febrero de 2014).
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