jueves, 29 de octubre de 2020

RECUERDOS DE ANTIGUOS PROFESORES (1948/56)


Hace unas semanas llegó a mis manos -en realidad a mi teléfono celular- una foto que calculo fue tomada a principios de 1956, con un grupo de personas posando después de una comida en algún restaurante. Me la envió César Carmelino, compañero de promoción y amigo de más de seis décadas. Inmediatamente retrocedí hasta los años cincuenta, no sólo porque conocía el motivo de esa reunión y a los quince fotografiados, sino porque estaba relacionada con una carta que por esa época me leyó mi padre y que me impresionó bastante. La carta llegó de Houston y trasmitía el saludo del agasajado en esa comida, Julio Noriega Pazos, quien había asumido el cargo de cónsul general del Perú en Texas, Estados Unidos.

Después de una estancia de un par de años como cónsul en Bolivia, Noriega estaba de paso por Lima por pocos días antes de dirigirse a ese estado norteamericano y tuvo una cena de despedida con un grupo de profesores de la Gran Unidad Escolar Tomás Marsano, colegio en que ese año yo cursaría el tercero de secundaria...

EL DIPLOMÁTICO CASTIGADO

Pero, ¿qué relacionaba al diplomático peruano con esos profesores? Con el riesgo de equivocarme, por lo que recuerdo de conversaciones con mi padre en esa época, Noriega estuvo destacado al ministerio de Educación desde 1948 y fue designado profesor y secretario del Colegio Nacional Ricardo Palma en el distrito de Miraflores, que dirigía Víctor Rabanal Cárdenas desde 1946 cuando comenzó a funcionar como anexo del centenario Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe.

Por lo que me contó mi padre, Noriega rápidamente se integró a la comunidad docente que, a finales de la década del cuarenta, funcionaba con verdadero entusiasmo preparándose para el reto que significaba sacar adelante la primera gran unidad escolar del país, proyecto que se iniciaría en 1950 cuando el flamante colegio pasó a ser la base de la GUE Tomás Marsano, que además integraban institutos de secundaria comercial y secundaria industrial y una escuela primaria con los dos últimos grados.

El destaque de Noriega aparentemente fue un castigo por sus simpatías con el presidente José Luis Bustamante y Rivero derrocado por el general Manuel Odría. Calculo que hacia 1953 o 1954 Noriega regresó al servicio diplomático y siguió su carrera. Me parece que tenía el grado de embajador cuando se retiró a inicios de los años 70 y destacó como presidente de Club Regatas Lima por dos periodos consecutivos.

De izquierda a derecha, parados: Oscar Elejalde Chopitea, Luis Sebastiani, Julio León Juárez, Alfredo Filomeno Chávez, Víctor Rabanal Cárdenas, Julio Noriega Pazos, Felix Herrera Huaynalaya, José Velasquez Quevedo y Max Cornejo Arias. Sentados: José Cabrera Caicedo, Ángel Macciotta Cacho, Hilda Jarrín de Filomeno, la esposa de Noriega, Carmen Calderón de Del Rosario, Miguel del Rosario Morales y Jorge Bellido Sigrest

Después de haber trabajado cinco o seis años bajo la dirección de Víctor Rabanal, fue natural que Noriega a su paso por Lima lo llamara telefónicamente para saludarlo y también que recibiera la invitación para reunirse antes del viaje. Por eso se realizó la comida que quedó registrada en esa fotografía. La mayoría de los reunidos habían sido fundadores del colegio Ricardo Palma ocho años atrás y todos trabajaban en la unidad escolar desde su fundación.

PROFESORES DE CASTELLANO Y LITERATURA VARIOS

La fotografía me ha traído recuerdos sobre todos los profesores presentes. Noriega había ideado la letra del himno de la GUE Tomás Marsano junto con Pepe Velásquez, profesor de Castellano y Literatura, quién creo lo reemplazó cuando dejó la secretaria del colegio. Tuve ocasión de tratar a Pepe algunas veces años después. Él junto con sus hermanos Carlos y Mario y otros actores formarían a finales de ese mismo año 1956, el Grupo Teatral Histrión de destacadísima labor como grupo de teatro y, sobre todo, escuela de formación de decenas de notables actores por lo menos durante los siguientes 30 años. Con el mayor de los hermanos Velásquez Quevedo, Tulio, un reconocido médico que llegó a presidir la Federación Médica Peruana y el Colegio Médico del Perú, desarrollé una buena amistad en las décadas de los ochenta y los noventa y la primera de este siglo, incluso varias de los primeros de enero en esos años los recibimos Ana María, mi esposa, y yo con César Carmelino y su esposa Eva, con Tomy y Jorge Mesones y con Tulio y su esposa Carmen.

También enseñaba Castellano, Miguel del Rosario quien un año después reemplazaría a mi papá como sub director o director de estudios de la unidad, que desde febrero de 1957 pasó a denominarse Ricardo Palma en lugar de Tomás Marsano, que era el nombre de quien había vendido a precio por debajo de lo esperado, el terreno para la construcción de las instalaciones escolares. Del Rosario, impecable en el vestir, puntilloso en sus indicaciones y aparentemente de muy mal genio, era principalmente un excelente profesor. Cuando algunos sábados después de las 10 de la mañana se jugaban partidos de fulbito en el patio del colegio, vestía también impecablemente la ropa deportiva, no se le despeinaba ni un pelo en el trajín del juego y era muy recio para defender, pasaba la pelota o el jugador, nunca los dos… En 1958, en nuestro último año en el colegio, tuvo una relación muy especial con nuestro salón, tanto que para su cumpleaños -el 5 de julio- fuimos a darle una serenata a su casa en el agrupamiento San Eugenio, urbanización inaugurada pocos años antes en Lince, ocasión en que nuestro compañero Luis Egoávil se lució con la guitarra.

Luis Sebastiani, cerca de los 30 años, era igualmente profesor de Castellano y pertenecía al grupo de jóvenes que se habían iniciado en la docencia cuando se fundó la unidad escolar y acababan de terminar sus estudios universitarios. Delgado bigote, lentes sin marcos y una expresión bondadosa eran características de su rostro chaposo por lo que me fue fácil reconocerlo casi cuarenta años después (Ver crónicas “El viejo era menor que yo” del 15 de diciembre de 2012).

PROFESORES DE MATEMÁTICAS CON DISTINTOS ESTILOS

También integraba ese grupo joven Julio León Juárez, alto, delgado y achinado pero conocido como el “cholo” por sus colegas. Enseñaba Matemáticas, era bastante movido mientras enseñaba y nos había “machacado” en primero de secundaria que debíamos usar los “números modernos” que había dibujado en la pizarra, donde el 1 aparecía como un palote recto, el 7 no aparecía con su trazo más largo cortado y el 8 tenía dos círculos exactos uno sobre otro, hasta donde me acuerdo. Según me enteré posteriormente, León después de varios años en la docencia viajó a enseñar a Australia.

José Cabrera era un veterano profesor de Aritmética que dirigía la Academia Central, uno de los primeros centros de preparación que hubo en Lima para el ingreso a las universidades y que editaba unos cuestionarios desarrollados para postulantes que tenían gran demanda. Era excelente profesor por lo cual los alumnos le toleraban que, cada dos o tres clases, encargara hacer ejercicios durante toda la hora mientras él se sentaba en el pequeño escritorio y abría el periódico para que lo cubriera mientras dormía. Más de una vez alguno contó haberlo visto una hora antes del inicio de las clases, saliendo de algún bar de Surquillo donde seguramente había estado conversando y… algo más desde la noche anterior, generalmente acompañado del profesor de inglés Jorge Urrunaga…

También profesor de Matemáticas, pero dedicado casi a tiempo completo a tesorero del colegio, Max Cornejo, conocido por el “borrado”, por la secuelas que la viruela había dejado en su rostro, era un tipo bastante ocurrente. Recuerdo lo sucedido con el profesor de religión, padre Neri, sacerdote del templo de San Vicente de Paul en Surquillo. En algún momento Cornejo se enteró, por alguien vinculado a esa parroquia, que los días de pago Neri se presentaba ante el superior de su convento y le acercaba su sobre de pago abierto, del cual el otro extraía con dos dedos los billetes y le decía que se quedara con la “calderilla” para sus cigarrillos. Se refería a las monedas y según lo que hubiera, le alcanzaba para dos o tres cajetillas de cigarrillos negros. A partir de ese mes los sobres del sueldo de Neri eran bastante pesados ya que traían 25 o 30 de las enormes monedas de sol que servían para comprar por lo menos quince cajetillas de cigarrillos Inca.

UN NOBLE INGLÉS EN UN PEQUEÑO DEPÓSITO

Oscar Elejalde enseñaba inglés y era diez u once años mayor que mi padre, estaría por los 65 en esa foto. Por su rostro rubicundo, forma de vestir, parsimonia al hablar y puntualidad a prueba de todos los imprevistos limeños, podía ser un lord inglés. Se decía que había vivido en Inglaterra por varios años. Nacido en Trujillo, emparentado con familias propietarias de haciendas -incluso un hermano de su madre había fundado el exclusivo Club Central de esa ciudad- el sosegado profesor era sin embargo bastante sencillo en el trato con profesores y alumnos.

Elejalde vivía en el centro de Lima, no estoy seguro si en el jirón Cañete o el jirón Chancay, muy cerca de la avenida Nicolás de Piérola. Cuando el ómnibus del colegio no podía hacer el viaje para recoger pasajeros, él nos recogía a mi padre y a mí a las 7:20 de la mañana en la plaza de armas -hoy plaza mayor- de Lima. Tenía un pequeño auto verde de dos puertas Anglia, Ford inglés, que manejaba cumpliendo fielmente todas las reglas e indicaciones de los policías. Por algunas conversaciones con mi padre en ese auto, asumí que por lo menos tenía algunas propiedades por la zona donde vivía, así como cuatro o cinco viviendas pequeñas con tiendas a la entrada situadas en la primera cuadra del jirón Arica en Miraflores, por donde en alguna ocasión pasamos porque algo tenía que recoger. No conocí las viviendas en el centro de Lima, pero las de Miraflores existen hasta la actualidad: de un piso, pintadas y mostrando un buen mantenimiento.

La vida austera unida a las rentas que recibía, le daban a Elejalde una tranquilidad económica bastante diferente a las angustias que muchas veces pasaban sus colegas del colegio. Mucho tiempo después me enteré que varios de ellos, cuando tenían que hacer un pago urgente y nos les quedaba dinero de su último sueldo, acudían al veterano profesor por un “salvavidas” que se apuraban a devolver el día en que el “borrado” Cornejo hacía el reparto de los esperados sobres de pago. Eran préstamos entre colegas, se devolvía exactamente lo prestado y nadie se retrasaba. El recojo y la devolución del dinero se realizaba en la “oficina” de Elejalde. Incluso escuché el comentario que, en más de una oportunidad, quien solicitó préstamo por algunos días y por un monto bastante elevado fue el propio Cornejo. El tesorero de la unidad escolar no buscaba solucionar problemas personales sino institucionales Fue en ocasiones que hubo retraso en la remisión del dinero para las planillas por parte de las autoridades del ministerio de Educación.

La amplía “sala de profesores” con mesas y sillas servía para que los profesores leyeran, conversaran o descansaran en los espacios entre clases, salvo aquellos que por tener cargos administrativos tenían o compartían oficinas. Además varios después de dictar clase en la unidad escolar se iban a dictar a otros colegios.

Elejalde sólo enseñaba en nuestro colegio y tenía muchas horas sin dictar clases, ya que llegaba antes de las 8 de la mañana y se retiraba al final de la tarde. Poco tiempo después de ingresar a trabajar, reparó que en cada uno de los cuatro pabellones en que estaban las aulas había una pequeñísima habitación al final de los pasadizos del primer y del segundo piso y otra debajo de la escalera. Tenían cuatro o cinco metros cuadrados y estaban destinadas a depósitos, pero varias de ellas se mantenían totalmente vacías en esas primeras épocas. Elejalde consiguió que le dieran la del final del primer piso del pabellón donde estaba las secciones Industrial y Comercial. Llevó un pequeño escritorio, un sillón, un estante para libros y un “chaiselongue“. Esa era su “oficina” en que todo lucia perfectamente ordenado y… ajustado. Cuando no estaba dictando clases estaba leyendo, escribiendo o durmiendo la siesta. Ahí algunas veces acudían alumnos para hablar sobre sus problemas de aprendizaje y profesores para hablar de sus problemas económicos…

PROFESORES EN ESTADIOS, EN LABORATORIOS Y EN LAS CALLES

Hubo otros profesores en esa comida, Sobre Jorge Bellido, excelente dirigiendo la escuela primaria que funcionaba como parte de la unidad escolar, he hablado en otra oportunidad, refiriéndome a su actividad como juez de línea en el Estadio Nacional, incluso en partidos internacionales (Ver crónica “Entraba al estadio llevando un maletín” del 27 de diciembre de 2013). Felix Herrera, profesor de Botánica, nos había mostrado en microscopio minúsculos organismos que no sabíamos que existían y sería quince años después encargado de la dirección de nuestro colegio. Y en 1979, Ángel Macciotta nos daría lecciones de consecuencia cuando su veteranía no era impedimento para marchar con sus colegas en huelga en las intensas jornadas de protesta del magisterio en el tramo final del gobierno de Morales Bermúdez.

AL CÓNSUL SE LE QUITÓ LA SED

Pero regresemos al inicio, a la carta de Noriega que nos leyó mi padre en casa el año 1956. Eran unas cariñosas líneas dirigida a todos los participantes agradeciendo el agasajo, con especial mención a la esposa de Miguel del Rosario y a mi madre, por haber acompañado a su esposa que era de la ciudad boliviana de Santa Cruz y no tenía conocidos en Lima. En ese momento me enteré que era su segunda esposa. Pero lo que me llamó mucho la atención, fue conocer dos comportamientos que nunca los había escuchado descritos por alguien que los conocía de cerca: el consumismo y la discriminación.

Noriega relataba que, a pesar de estar en sus primeras semanas en los Estados Unidos, por lo conversado con peruanos residentes, se había enterado que una serie de aparatos electrodomésticos -que en el Perú se cuidaban tratando que duraran lo más posible- en ese país se desechaban con poco uso, casi nuevos, cuando aparecía en el mercado un modelo más moderno. Hasta donde recuerdo decía que lo desechado podría usarse en nuestro país. Aunque no tenía por qué saberlo el flamante cónsul en Texas, el negocio de compra de electrodomésticos usados como chatarra funcionaría en las siguientes décadas en el Perú. Y desde los años noventa también la compra de automóviles o camionetas no sólo desechados para adquirir nuevos modelos, sino incluso luego de estar involucrados en algún accidente.

Noriega fue bastante más gráfico para referirse a la segregación racial. Relataba que luego de un agotador viaje -me imagino que con cuatrimotores a hélice, el viaje desde Lima duraba unas quince horas- había bajado del avión con mucha sed y se acercó a uno de los varios bebederos que distinguió en el terminal aéreo. Cuando estaba a punto de apretar la llave para que brotara el agua reparó en un letrero frente a sus ojos: “Whites Only”, es decir sólo para blancos. Contaba que se le quitaron las ganas de tomar agua y se sintió muy mal. Tuvo que gastar sus primeros diez centavos en territorio norteamericano comprando una coca cola… Este episodio se me quedó grabado hasta ahora, aunque entonces sentí la discriminación racial absolutamente lejana. Al final de ese mismo año, sin embargo, comprobaría que marginación, desigualdad y pobreza son formas también de discriminación… (Ver crónica “Censo en Surquillo despertó mi rebeldía” del 21 de febrero de 2014).


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