Cuando en
abril de 1952 ingresé al cuarto año de la Escuela Primaria 358, integrante de
la entonces Gran Unidad Escolar Tomas Marsano, el director era el profesor
Jorge Bellido Sigrest. Sólo había dos secciones de cuarto y tres de quinto.
También era denominada Escuela Pre-vocacional considerando que al egresar si
bien la mayoría pasaría a la secundaria común, algunos otros optarían por
secundaria industrial o secundaria comercial.
Profesor con alrededor de 20 años de experiencia, don Jorge tendría en esa época algo más de 40 años. Vivía en la Unidad Vecinal del Rímac situada en un extremo del distrito con su extensa familia. No recuerdo si 10 o 12 hijos. El mayor del mismo nombre era un par de años mayor que yo y estudiaba también en la unidad. Como yo, en su calidad de hijo de profesor Jorge iba al colegio en el ómnibus del colegio que recogía profesores partiendo del Rímac y pasando por el Cercado, La Victoria y Lince antes de llegar a Surquillo, sede del colegio. Hasta donde me acuerdo, Jorge hijo, después de unos dos o tres años se trasladó a la gran unidad escolar Ricardo Bentín, muy cerca de su casa.
Profesor con alrededor de 20 años de experiencia, don Jorge tendría en esa época algo más de 40 años. Vivía en la Unidad Vecinal del Rímac situada en un extremo del distrito con su extensa familia. No recuerdo si 10 o 12 hijos. El mayor del mismo nombre era un par de años mayor que yo y estudiaba también en la unidad. Como yo, en su calidad de hijo de profesor Jorge iba al colegio en el ómnibus del colegio que recogía profesores partiendo del Rímac y pasando por el Cercado, La Victoria y Lince antes de llegar a Surquillo, sede del colegio. Hasta donde me acuerdo, Jorge hijo, después de unos dos o tres años se trasladó a la gran unidad escolar Ricardo Bentín, muy cerca de su casa.
En mis
dos primeros años en la Unidad, como los alumnos de primaria terminaban las
clases a las cinco de la tarde y los de secundaria a las seis, yo muchas veces
me pasaba la hora leyendo algo en la oficina de mi padre o conversando animadamente
con don Jorge -muchas veces acompañado de otros alumnos que esperaban la salida
de sus hermanos mayores- de varios temas que nuestra curiosidad de niños nos
llevaban a plantearle. En algunas de esas conversaciones descubrimos a un
entusiasta aficionado al fútbol.
UN PROFESOR QUE TAMBIÉN ERA ÁRBITRO
Es que
siendo maestro por vocación, don Jorge era deportista por afición. No sólo
jugaba bastante bien el fútbol como lo demostraba en campeonatos entre
profesores, sino que era árbitro oficial. Dirigía algunos partidos de la
Primera División de esos años, aunque eran más las ocasiones en que era juez de
línea. Era una época en que generalmente se jugaban dos partidos los sábados y
tres los domingos, ya que eran diez los clubes de la primera división.
Pero
también algunas veces se jugaba durante la semana. Generalmente cuando eran
equipos europeos, que durante el verano en su continente realizaban giras por
Sudamérica. Hubo equipos españoles, ingleses y hasta austriacos entre los que
recuerdo. Y por cierto también venían equipos de nuestro continente,
brasileños, argentinos, uruguayos y chilenos, principalmente.
En días
en que le tocaba ser juez de línea, don Jorge llegaba al colegio con terno y
corbata como siempre, pero llevando un pequeño maletín rectangular. Como lo
sabría después, allí llevaba sus implementos deportivos: uniforme, medias,
“chimpunes”, así como una toalla y jabón. Al salir del colegio se bajaba del
ómnibus de la Unidad a la altura de la municipalidad de La Victoria y caminaba
unas dos cuadras por la avenida Bolívar (hoy Bausate y Mesa) para atravesar el
Paseo de la República y llegar al estadio Nacional. En una oportunidad en el
año 1956, cuando bajaba del vehículo alguien le gritó: “cuando venga el Santos
de Brasil te llevo el maletín…”. En ese momento algún foco se prendió en mi
cerebro.
Días
después lo abordé y le pregunté si en alguna oportunidad me podía hacer entrar
al estadio. Me dijo que no había problemas y cuando fuera programado me
avisaría el día anterior para que pudiera avisar a mi familia que llegaría
tarde. Un par de semanas después me dijo que al día siguiente lo acompañara.
Estuve feliz y al día siguiente fui al colegio llevando una chompa para
ponérmela sobre el uniforme caqui y cuidarme del frio nocturno.
ENTRÉ AL ESTADIO POR LA PUERTA PRINCIPAL
No
recuerdo qué partido se jugaba. Sí que entramos por la puerta principal de la
calle José Díaz y que se identificó al entrar indicando que yo –en ese momento
cargando su maletín con la seriedad de quien está llevando una caja de
caudales- entraba acompañándolo. Entramos por un largo corredor y salimos al
borde de la pista atlética que bordeaba la cancha. Allí detrás de unas mallas
de protección se ubicaban tres o cuatro tabladillos de madera de tres pisos.
Nos sentamos un rato mientras que se jugaba el primer tiempo del partido
preliminar. En el entretiempo, don Jorge me dejó mientras iba a cambiarse a un
camarín cercano.
La
perspectiva desde el borde de la cancha, prácticamente al centro de la tribuna
de occidente en un estadio casi lleno y al que seguían llegando personas era
bastante distinta que la que había tenido en 1952, ocasión en que conocí el
estadio que se acababa de inaugurar. Esa vez acompañado de mi padre estuvimos
en una casi desierta tribuna norte (Ver crónica “Cuando las lecciones se reciben en casa” del 29 de octubre
de 2012). Cuando comenzó el partido de fondo fue una
sensación increíble para mí ver a menos de veinte metros a jugadores que sólo
conocía de ver sus fotos en “La Tercera” la edición vespertina del diario La
Crónica. Y a apenas cinco metros la figura de mi profesor, en pantalón corto y
banderín en la mano corriendo todo el tiempo del centro a un extremo de la
cancha. Quedaron en mis recuerdos los gritos de aliento, los suspiros de
alivio, las aisladas mentadas de madre a algún jugador en momentos de silencio,
las pifias y los aplausos. Al terminar
el partido, tuve que esperar unos quince minutos que apareciera don Jorge
Bellido, recuperada su figura de sosegado profesor y nos dirigimos caminando hasta el Paseo de la
República, donde a la altura de la entrada del Palacio de Justicia subimos al
tranvía urbano número 2 que se dirigía al Rímac. Reiterándole mi
agradecimiento, yo me bajé en el primer paradero después de cruzar el Puente de Piedra, a una
cuadra de mi casa, Por su parte, don Jorge siguió hasta el último paradero en
la avenida Francisco Pizarro desde donde le quedaban muchas cuadras aun para
llegar a la unidad vecinal donde vivía.
No fue
la única vez que ingresé al Estadio Nacional llevando el maletín del profesor
sino lo hice unas cinco o seis veces más en ese y el siguiente año. No tengo
claro recuerdo de ninguno de los partidos que vi. Si las colectivas muestras de
aprobación y rechazo que escuché que eran tanto más importantes cuanto más
espectadores asistían al espectáculo.
SONIDOS QUE SE GRABARON EN MIS RECUERDOS
Y hay
dos recuerdos justamente auditivos que tengo de esa época. El primero un
partido en que el equipo visitante era el Portuguesa de Brasil. Allí jugaba
Djalma Santos, recientemente fallecido, considerado por la crítica
especializada el mejor defensor derecho de su época. En todo el partido cada
vez que el jugador brasileño tomaba la pelota cerca de su área y avanzaba hacia
el campo contrario, el abucheo era constante. Como también lo era cuando Djalma
Santos sacaba un lateral. Lo hacía con tal fuerza que más que un lanzamiento con
las manos parecía un disparo con el pie. Y el constante abucheo, que aún ahora
recuerdo, no perturbaba en lo mínimo al excelente jugador que sería campeón
mundial con su país en 1958 y 1962.
Otro
sonido que tengo grabado fue uno que se produjo una noche en 1957 cuando se
jugaba un partido de Alianza Lima con Centro Iqueño, equipo conocido por
promocionar jóvenes valores no necesariamente de Ica. Pero en todo caso, los
hermanos Adolfo y Homero Donayre que jugaban de defensa uno y de mediocampista
el otro sí eran iqueños. En un momento en que atacaban los aliancistas
acercándose al arco rival, el estadio estaba en total silencio cuando Adolfo
Donayre salió a cortar el ataque y en esos momentos se sintió un “crac” que por
lo menos los que estábamos en las tribunas de madera escuchamos estremecidos.
Su hermano Homero –cuando corría a ayudar a quienes entraban con una camilla-
hizo un gesto harto elocuente mirando hacia donde estaban los suplentes del
equipo: con el filo de una mano golpeó la palma de la otra. Se había fracturado
uno de los huesos de la pierna. Al contarlo aún recuerdo el impacto que ese
sonido me causó y que lo tuve muy presente varios días. Varios meses después el
jugador se había recuperado totalmente y un par de años más tarde sería el
defensa central justamente del Alianza Lima. Por su juego limpio, Donayre sería
conocido como “El Caballero del Deporte”.
Me
parece que fue ese el último partido que acompañé a don Jorge Bellido. Todavía
ese año y el siguiente iría por mi cuenta a la tribuna sur para ver partidos
internacionales, particularmente en el verano que llegaban equipos de otros
países sudamericanos. En los años 60 metido como estaba en la actividad
política dejé de ir al estadio, salvo en una oportunidad que tuve ocasión de
ver a la selección peruana en las eliminatorias para el mundial de México 1970.
Excelentes remembranzas de Alfredo Filomeno con ese toque maravilloso de espontaneidad. Tuve el gusto de conocer en el colegio al profesor Bellido y conservaba la revista "Sport" en la que aparecía de blanco al lado de Lolo Fernández. Lamento haber perdido esas joyas de información, porque alguien que no tenía idea de aquel tesoro se le ocurrió botarlas. Felicito al autor de "Crónicas del Siglo Pasado" por todo lo que publica en este maravilloso blog.
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