viernes, 27 de diciembre de 2013

CICLISTA POR MUY POCOS AÑOS (1958/1962)

Desde muy joven, incluso desde niño, me movilicé por todo Lima. Por variadas razones. Por el traslado diario entre el Rímac y Surquillo en mi época escolar. Por las visitas de algunos domingos a la casa de las tías en Miraflores, cuando tenía 11 años donde me adelantaba a mis padres llevando a mis hermanas de 9, 6 y 3 años. Incluso apenas cumplido los nueve, cuando fui enviado a la casa de mis tías mientras mi madre estaba en la clínica recién operada, todos los días me pasaba del colegio en el centro de Lima a la clínica Maison de Sante, detrás del Palacio de Justicia y  alrededor de las 7:30 de la noche me iba a Miraflores.

Pero también porque ya a los doce años me trasladaba a Barranco donde vivían compañeros de colegio. Y al Callao donde vivían unos tíos. Y por cierto viviendo en el Rímac, a un par de cuadras del Puente de Piedra y, por lo tanto a no más de cuatro de la Plaza de Armas, mis caminatas por el centro de Lima resultaban habituales. Desde hace 60 años me gusta mi ciudad, aprecio el estilo del centro de Lima, admiro nuestra Plaza de Armas, que desde hace algunos años se conoce como Plaza Mayor. Y  la admiración por esta plaza fue creciendo cuando tuve oportunidad de conocer otras plazas mayores de nuestro continente y, por lo tanto, pude compararlas.
 
Mis traslados en esa épocas, cuando no eran a pie, se realizaban principalmente en tranvías y muy pocas veces en ómnibus, casi sólo cuando utilizaba la línea Tacna-Trípoli para trasladarme a casa de mis tías (Ver crónica “Los tranvías de mi tiempo” del 16 de febrero de 2013). Ya cuando tuve alrededor de los 20 años serían los colectivos mi medio de transporte habitual, particularmente para movilizarme a Pueblo Libre donde nos mudamos con mi familia en 1961. Estos autos grandes, con la palanca al costado del timón movilizaban cinco pasajeros y, según el destino, recogían y dejaban pasajeros en las avenidas Arequipa o Petit Thouars, Brasil o Colonial.
 
Pero en mis 15, 16, 17 ó 18 años no sólo me movilice en transporte público. Tuve por esos años una bicicleta de “carrera” como se llamaban en esa época a aquellas con el timón curvo hacia abajo para distinguirlas de las de “paseo” con el timón plano. Se aseguraba que en esa posición se podía pedalear bastante rápido. En realidad salvo en el timón no había mayores diferencias. No tenían nada que ver con las bicicletas de carrera para campeonatos con material mucho más liviano y por tanto menos peso.
 
REPARTIENDO PAN EN LAS MAÑANAS DE VERANO
 
En bicicleta me movilicé casi todos los días de los veranos de 1958 y 1959, y en bastante menos mañanas de 1960 para trasladarme de la playa Santa Rosa, en ese entonces en el kilómetro 50 y medio de la carretera Panamericana Sur, hoy la carretera antigua, hasta el cercano distrito de San Bartolo para comprar cientos de panes en la única panadería de ese balneario. La enorme cantidad era para un pequeño restaurante que la familia había adquirido a mediados de 1957 después que mi padre se jubiló del magisterio con la esperanza de tener un negocio que nos permitiera financiar el veraneo familiar y tener un complemento de ingresos para su pensión bastante ajustada. Como casa de playa funcionó. Como negocio fue la demostración –que otros varios intentos corroboraron- de la total inutilidad de mi familia para la actividad comercial.
 
Pero no sólo compraba pan para ese restaurante y para el desayuno de mi familia. También tenía pequeños encargos de por lo menos tres casas en que esperaban mi regreso a las 7 ò 7:30 de la mañana para su propio desayuno familiar. Lejos estaba de imaginar que en una de esas casas –de las familias Ramírez Marian y Huapaya Marian- había una chica que años después sería mi enamorada, mi novia y,  desde hace 41 años, mi esposa.
 
PEDALEANDO POR UNA LIMA DESIERTA
 
En las últimas noches de los veranos de 1959 ó 1960 me gustaba salir a pedalear desde el Rímac en que vivía hasta distintas zonas de Lima. Lo hacía después de las 9 de la noche, porque a partir de esa hora se sentía una total tranquilidad. Avanzaba pedaleando en calles en que las personas caminaban sin apuro. Se podía pasear tranquilamente de la Plaza de Armas a la Plaza San Martín, donde a esas horas la mayoría de las tiendas estaban cerradas y seguir sin apuro hasta inicios del Paseo de la República para pasar al Paseo Colón y luego enfilar por toda la avenida Brasil, cruzando sucesivamente Jesús María, que aún no era distrito, Pueblo Libre y Magdalena.
 
Ya inscrito en el Partido Demócrata Cristiano nunca se me ocurrió llegar pedaleando al local partidario cuando se encontraba en la primera cuadra de Guzmán Blanco, ya que era un segundo piso de escalera y no había sitio aparente para dejar una bicicleta. Sí lo hice cuando el local se cambió a dos cuadras de distancia, al otro lado de la Plaza Bolognesi en la avenida Alfonso Ugarte 1406. A fines de marzo o principios de abril de 1961 se hizo el traslado a ese local al que sí recuerdo haber llegado un par de veces pedaleando.
 
Yo en ese tiempo alguna vez asocié el pedaleo de la bicicleta con mi aumento de estatura. Como en más de una crónica he mencionado, yo terminé el colegio en diciembre de 1958 midiendo un metro con 61 centímetros y mi crecimiento se produjo en los dos años siguientes. A finales de 1960 recién alcancé el metro con 78 centímetros que me acompañaría en las siguientes décadas (Ver crónica “¡Cómo has crecido Alfredito!” del 20 de enero de 2013). Sin embargo, varios otros casos de crecimiento tardío en mi familia, me llevaron a la conclusión que algunos de los Filomeno nos demorábamos en crecer…
 
A mediados de ese año dejamos el Rímac para trasladarnos a Pueblo Libre. Y no recuerdo haber usado la bicicleta muchas veces ya en ese barrio. Es cierto que se había iniciado ya la campaña presidencial para las elecciones del siguiente año, en que el PDC estaba postulando a Héctor Cornejo Chávez para la presidencia de la república y yo estaba comprometido en tareas de campaña electoral.
 
En el verano siguiente trasladamos la bicicleta a Santa Rosa, ya que era necesario para las compras para el restaurante. Un muchacho contratado para ayudar se encargaba del diario traslado a la panadería de San Bartolo. Yo debido justamente a la campaña electoral pasé muy pocos días en la playa. Al finalizar ese verano la bicicleta no regresó…
 
Desde entonces no recuerdo haber montado bicicleta.

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