En otra
crónica relaté mi experiencia de sentirme perdido por unos minutos en mi
primera visita a Moscú y cómo me falló el sentido de orientación al encontrarme
en una ciudad que había crecido en círculos, así como mi desorientación para
ubicar el piso en que se hallaba mi habitación apenas llegado a la entonces
capital de la Unión Soviética (ver
crónica “Desorientaciones en Moscú” del 31 de diciembre de 2012). Pero en ese tránsito obligado de seis
días, realizado en noviembre de 1978,
ocurrieron otros sucesos que aún recuerdo con nitidez y que tienen que ver con
la particular forma de entender las cosas que tienen algunos latinoamericanos.
Justamente
el día que me perdí por unos minutos, llegué al Hotel Ucrania cuando mis cuatro
o cinco compañeros de viaje estaban levantándose después de terminar de
almorzar. Sólo pude intercambiar algunas palabras y quedar en verme con ellos
una hora después para uno de nuestros recorridos turísticos por Moscú. Estaba
yo solo y vi entrar a una numerosa delegación boliviana, conformada por lo
menos por 30 personas, que participaban en un curso de estudios superiores del
ejército o aviación. El viaje era parte de su preparación. Aparentemente habían
llegado esa misma mañana y luego de descansar un rato entraban por primera vez
al comedor. Las caras de admiración que todos pusieron al constatar que la gran
mayoría de las camareras eran muy altas y guapas era para fotografiarlas. A
estos oficiales cuarentones, casi literalmente se les comenzó a caer la baba.
Hay algo
que más de una vez he constatado. Cuando un grupo de personas de un país
determinado o de un grupo de países que hablan el mismo idioma se encuentran en
otro cuya lengua es bastante distinta, asumen que nadie los entenderá. Lo he
vivido más de una vez siendo parte de un grupo latinoamericano que estaba
seguro que en Austria nadie entendería el español hasta que alguna señora se
quejó de las palabrotas que un paraguayo pronunciaba. Pero también he escuchado
a peruanas y peruanos hablar de fechorías cometidas sin darse cuenta que había
un par de paisanos en el mismo tren.
LA
IGNORANCIA PUEDE SER ATREVIDA
En el
restaurante del hotel moscovita en que yo estaba terminando de almorzar, ningún
boliviano reparó que en una mesa había una persona que podía entenderlos. Y
terminé escuchando la conversación en voz alta de dos de ellos en una mesa
cercana a la mía:
-¡Qué
mujer tan guapa! Si supiera hablar ruso la invitaría a salir…
-No te
hagas problemas, con señas puedes hacerte entender…
-Incluso
puedo señalarle que quiero acostarme con ella…
-Por
supuesto
-¿Y si es
una mujer casada o comprometida?
-¿Cuál
es el problema?
-Que el
novio o marido se pueden enterar.
-Oye no
sabes dónde estás…
-En
Moscú por supuesto.
-Ya sé,
pero lo que quiero que recuerdes es que estamos en un país comunista.
-…
-Aquí no
se cree en la propiedad privada, sino en la colectiva…
-¿Quiere
decir que no hay problema?
-Por
supuesto que no. Las mujeres o los hombres pueden agarrar con cualquiera. Hay
lo que se llama amor libre…
-Voy a
pensar qué señas le hago para que entienda que quiero verla cuando termine su
turno…-
-Es más
fácil que con señas entienda que quieres acostarte con ella
-Déjame
concentrarme, pero te juro que antes de salir del comedor la abordo…
No hubo
forma que yo me quedara mucho rato más puesto que estaba terminando mi almuerzo
y el grupo de militares bolivianos recién lo comenzaba. Me quedó la duda sobre
si la joven camarera sólo menearía la cabeza, rechazando sonriente las
insinuaciones del boliviano o si sería bastante más seria la reacción si al
tipo se le ocurría hacer señas para insinuar un encuentro sexual…
Entre
los cinco latinoamericanos que estábamos esperando volar en el único vuelo
semanal de Aeroflot hacia Lima, había un ecuatoriano -Juan Isaac Lobato- bastante mayor que el resto que años
atrás había estado a cargo de la embajada de su país en la Unión Soviética.
Conocía Moscú y en algunas de nuestras conversaciones en el vuelo y en nuestro
primer desayuno en el hotel nos contó de los problemas que la burocracia
soviética causaba. Bueno ese mismo
ecuatoriano, en una de las oportunidades que subimos a la camioneta que nos
trasladaba a distintas visitas, le planteó a la traductora un cambio al
programa, de manera de conocer un lugar distinto al que ella tenía en su
programa. “Es un pequeño cambio que no afecta el tiempo de recorrido y es más
interesante”, nos dijo al resto. Resultado: la guía nos pidió unos minutos para
consultarlo, luego nos dijo que mejor esperáramos en el lobby del hotel que
resultaba más cómodo, en varios momentos se acercó a nosotros para decirnos que
estaba por resolverse el pedido y como a las dos horas nos indicó que
lamentablemente no se podía hacer el cambio. Pero por las horas perdidas
tampoco se puedo realizar la visita prevista… Los colombianos y yo le pedimos
al ex embajador que era mejor que no se preocupara en que nos mostraran algún
lugar que al él le parecía más interesante.
DIFERENCIA
ENTRE PASAJERO EN TRÁNSITO E INVITADO
Casi
tres años después, en julio de 1981, regresé a Moscú. Semanas antes
funcionarios de la embajada soviética se habían comunicado para trasmitirnos la
invitación del PCUS para que una delegación de tres personas participara de un
viaje de unas tres semanas que incluía visitas a Moscú y otras ciudades, unos
días de descanso en un balneario en el Mar Negro e incluso un chequeo médico.
Yo sabía, por dirigentes políticos chilenos, que así comenzaban los soviéticos
sus relaciones inter-partidarias. De todas formas, ejerciendo en esos momentos
la secretaria de política del PSR, se me nominó para que encabezara la
delegación que completaban el general Arturo Valdés y Álvaro Vidal, ambos
miembros de la Dirección Nacional. Valdés era abogado de profesión y se había
asimilado al Ejército hasta alcanzar el grado de general. Menos de mes y medio
después de fundar el PSR, había sido deportado a México por el gobierno de Morales
Bermúdez. Vidal era un combativo dirigente del gremio médico y estaba muy lejos
de imaginar que unos 27 años después sería ministro de Salud. Con Arturo había
hecho yo un extenso viaje en 1977 (ver crónicas “No hemos llegado a Londres sino a Heathrow” del 27 de
noviembre de 2012 y “Arturo siempre dudaba en la mesa" del 21 de junio de 2013). Éramos de la misma edad con Álvaro y
Arturo nos llevaba 24 años a ambos.
Al
llegar al aeropuerto moscovita, la situación era diferente a la de mi obligado
tránsito de 1978, donde nuestra anfitriona era la línea aérea Aeroflot, ya que
encabezaba una delegación oficialmente invitada por el Partido Comunista de la
Unión Soviética. Eso lo noté apenas salí del avión. Por otro lado, era verano…
Eso lo noté apenas salí del aeropuerto.
En
cuanto nos asomamos a la puerta del avión y comenzábamos a caminar por la manga
de desembarco, escuché corear mi nombre. Al presentarme a quien me había
llamado nos encontramos con Afanasiev quien sería nuestro traductor en las
siguientes semanas. Era un hombre que lucía muy calmado y que se notaba con
gran experiencia. Aficionado al ajedrez, fumador como lo era yo en esa época y
bebedor “sólo en las comidas”, como nos aclararía la misma noche de nuestra
llegada. Él nos acompañó a un pequeño salón, nos pidió nuestros pasaportes y
tickets de equipaje y salió por no más de cinco minutos. Al regresar nos dijo
que el auto nos estaba esperando y que nuestras maletas las llevarían al hotel
luego.
Al salir
del aeropuerto para dirigirnos al auto notamos que estábamos en verano. Pero
esa sensación sería mayor cuando llegamos al hotel “Octubre”, el hotel del
PCUS, en cuyas puertas, los uniformados podían hacer pensar que era un edificio
administrativo estatal, ya que no tenía ningún signo exterior que lo identificara
como hotel.
VODKA
“SÓLO EN LAS COMIDAS”
Mientras
nos registrábamos, Afanasiev nos dijo que teníamos reservado comida a pesar de
la hora, 11 de la noche. Nos esperaba efectivamente una cena ligera, acompañada
de una botella de vodka. Mientras esperábamos servirnos una copita del licor,
nuestro traductor vació la botella en cuatro vasos y luego de hacer un brindis,
nos preguntó si pedía otra. Le dijimos que no y al levantarnos de la mesa había
tres vasos con vodka a medio consumir y un vaso vacío… Al dejar el comedor nos
informaron que nuestras maletas ya habían llegado y se encontraban en nuestras
habitaciones.
Como la
zona de recepción en que habían espacios para recibir visitas o tener
conversaciones, las habitaciones eran cómodas y acogedoras. El edificio se
notaba ya bastante antiguo y, como nos enteraríamos por estudiantes peruanos
con los que nos reunimos días después, el moscovita común no tenía idea que en
ese barrio tranquilo y en esa calle discreta había un hotel. La sensación que
uno tenía en esos cuartos, con ventanas con doble vidrio para el frio invierno,
es que estaban hechos para el invierno y a pesar de la ventilación resultaban
medio sofocantes en el caluroso mes de julio.
En el
almuerzo y comida del día siguiente, comprobamos que como nuestro traductor,
los que acompañaban otras delegaciones también tomaban vodka “sólo en las
comidas” pero no era raro que se consumieran dos botellas en una mesa de
cuatro. No sucedía en la nuestra, pero normalmente la botella de tres cuartos de
litro servía para servir sólo tres vasos. Y en algunos casos algunos tomaban
dos o hasta tres vasos durante las comidas.
Un par
de días después, luego de comer temprano salimos a caminar un poco en la noche.
Lo que más nos llamó la atención fue cruzarnos con personas totalmente
embriagadas que transitaban por las calles moscovitas… Y lo mismo ocurrió en
otras oportunidades que salimos a caminar o pasear en metro para bajar a
admirar las hermosas estaciones. Era difícil no encontrar por lo menos un
alcohólico en nuestro camino.
En esa
época Leonid Brézhnev era el Secretario General del Comité Central del Partido
Comunista de la Unión Soviética desde 1964 y presidia ese inmenso país. Habrá
oportunidad de comentar otros aspectos de ese viaje. Sólo quiero mencionar, que
muchas de las personas con las que nos encontrábamos en el hotel del partido en
Moscú como en los de Sochi, Chisinau o Leningrado, les llamaba la atención que
fuéramos de un partido distinto al Partido Comunista Peruano.
LA URSS
DE GORBACHOV
Seis
años después estuve en Moscú por tercera vez. Brézhnev había fallecido en 1982.
Lo había sucedido como secretario general del PCUS Yuri Andrópov, quien
falleció 15 meses después. A este lo sucedió Konstantín Chernenko también por
poco tiempo hasta su muerte. Y desde marzo de 1985 se encontraba al frente del
partido Mijail Gorbachov quien venía efectuando grandes reformas en el viejo
partido y en el manejo de la Unión Soviética con la implementación de las
políticas denominadas "glásnost" -liberalización, apertura, transparencia- y "perestroika" -reconstrucción- términos que por esos años se hicieron populares y fueron
recibidos con expectativa por los sectores políticos más disímiles del mundo.
Viajé al
“Encuentro de representantes de partidos y movimientos con ocasión del 70
aniversario de la Gran Revolución de Octubre” que reunió a participantes de 178
delegaciones. En ese momento ya a nadie sorprendía que hubiese invitados
partidos socialistas latinoamericanos, con diferencias importantes pero también
con algunas coincidencias con los partidos comunistas de sus respectivos
países. Más bien llamaba la atención la concurrencia de partidos social
demócratas europeos, dado que por antigüedad habían ido aumentando con el
tiempo las grandes diferencias con los partidos comunistas europeos. Llamaba
altamente la atención lo que en la práctica era una reunión conjunta en Moscú
entre la II Internacional o Internacional Social Demócrata con la III
internacional o Internacional Comunista, aunque por cierto nadie se hubiera
atrevido a calificarla así en esos momentos.
Pero en
esta oportunidad no presentaré una crónica sobre el encuentro. Sólo quiero
referirme a tres cosas que tienen que ver con mi experiencia de viajero: el
hotel, las bebidas y el clima.
El hotel
de partido seguía llamándose “Octubre”, pero era uno nuevo, muy moderno, que no
tenía nada que envidiarle a cualquier hotel de cinco estrellas de otra capital
europea. Del antiguo conservaba dos cosas: los uniformados policías a cargo de
cuidar el ingreso de personas y vehículos a la zona de parqueo y entrada al
edificio y la ausencia de letreros que lo identificaran como hotel. Aunque una
construcción que ocupaba toda una manzana en una amplia avenida de la capital
moscovita no pasaba para nada desapercibido a diferencia del anterior discreto
hotel. Pero igualmente sólo ingresaban las personas que los huéspedes –o más
bien sus traductores- habían autorizado previamente.
VODKA NI
PARA EL FRIO
En lo
que sí se diferenciaba totalmente el nuevo “Octubre” era en el consumo del
vodka. Mejor dicho en el no consumo. No había ningún trago que se sirviera con
las comidas. La era de Gorbachov había significado un combate al alcoholismo
con diversas medidas. Y la prohibición de servir licor en los locales del PCUS
era terminante. Incluso en el día central de las celebraciones, el 7 de
noviembre, al regreso del desfile en la Plaza Roja, brindamos en el almuerzo
con una bebida de manzana, una especie de sidra sin alcohol…
Ese día, considerando que a diferencia de los viajes
anteriores por lo recargado del programa, no
salí a pasear por las calles como para comprobarlo, me preguntaba si también la
política contra el alcoholismo significaba que uno encontraría menos borrachos
en el camino. Aunque en ese momento no tenía ni idea, tendría ocasión de
comprobar que esas manifestaciones de alcoholismo también habían disminuido menos
de un mes después, pero las circunstancias de un pronto retorno a Moscú por lo
extrañas e inesperadas son motivo para toda una crónica distinta.
La
revolución de octubre, fue en realidad en noviembre. Lo que sucedió es que en
su momento en la antigua Rusia se mantenía vigente el calendario juliano,
mientras que en la mayoría de países se regían por el calendario gregoriano,
que tenía un par de semanas de diferencia. Los primeros días de noviembre en
que las distintas delegaciones arribamos a Moscú el frío era muy intenso. El
día 3 que nos dirigíamos el encuentro de partidos ya mencionado, nos cruzamos
con varios autos remolcados por grúas. Como escuché que el traductor, Nicolai,
comentaba con el chofer cada vez que veía ese espectáculo le pregunté de qué se
trataba. Y me explicó que como el frío se había adelantado, la temperatura tan
baja de la madrugada había hecho que el agua de los radiadores se congelara,
por lo que tenían que ser remolcados para inyectarles agua caliente.
La
temperatura era tan baja en esos días que nuestros anfitriones nos tuvieron que
dotar de abrigos, gorros de piel, guantes y hasta ropa interior gruesa para
poder estar en el tabladillo de invitados en la Parada Militar del 7 de
noviembre, día central de la conmemoración. Puedo decir entonces que la única
vez en mi vida que usé calzoncillos largos fue en un día histórico.
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