martes, 26 de noviembre de 2013

MOSCÚ: NO SÓLO LOS TRES HOTELES FUERON DISTINTOS (1978/1987)

En otra crónica relaté mi experiencia de sentirme perdido por unos minutos en mi primera visita a Moscú y cómo me falló el sentido de orientación al encontrarme en una ciudad que había crecido en círculos, así como mi desorientación para ubicar el piso en que se hallaba mi habitación apenas llegado a la entonces capital de la Unión Soviética (ver crónica “Desorientaciones en Moscú” del 31 de diciembre de 2012). Pero en ese tránsito obligado de seis días, realizado en noviembre de 1978, ocurrieron otros sucesos que aún recuerdo con nitidez y que tienen que ver con la particular forma de entender las cosas que tienen algunos latinoamericanos.

Justamente el día que me perdí por unos minutos, llegué al Hotel Ucrania cuando mis cuatro o cinco compañeros de viaje estaban levantándose después de terminar de almorzar. Sólo pude intercambiar algunas palabras y quedar en verme con ellos una hora después para uno de nuestros recorridos turísticos por Moscú. Estaba yo solo y vi entrar a una numerosa delegación boliviana, conformada por lo menos por 30 personas, que participaban en un curso de estudios superiores del ejército o aviación. El viaje era parte de su preparación. Aparentemente habían llegado esa misma mañana y luego de descansar un rato entraban por primera vez al comedor. Las caras de admiración que todos pusieron al constatar que la gran mayoría de las camareras eran muy altas y guapas era para fotografiarlas. A estos oficiales cuarentones, casi literalmente se les comenzó a caer la baba.

Hay algo que más de una vez he constatado. Cuando un grupo de personas de un país determinado o de un grupo de países que hablan el mismo idioma se encuentran en otro cuya lengua es bastante distinta, asumen que nadie los entenderá. Lo he vivido más de una vez siendo parte de un grupo latinoamericano que estaba seguro que en Austria nadie entendería el español hasta que alguna señora se quejó de las palabrotas que un paraguayo pronunciaba. Pero también he escuchado a peruanas y peruanos hablar de fechorías cometidas sin darse cuenta que había un par de paisanos en el mismo tren.

LA IGNORANCIA PUEDE SER ATREVIDA

En el restaurante del hotel moscovita en que yo estaba terminando de almorzar, ningún boliviano reparó que en una mesa había una persona que podía entenderlos. Y terminé escuchando la conversación en voz alta de dos de ellos en una mesa cercana a la mía:

-¡Qué mujer tan guapa! Si supiera hablar ruso la invitaría a salir…
-No te hagas problemas, con señas puedes hacerte entender…
-Incluso puedo señalarle que quiero acostarme con ella…
-Por supuesto
-¿Y si es una mujer casada o comprometida?
-¿Cuál es el problema?
-Que el novio o marido se pueden enterar.
-Oye no sabes dónde estás…
-En Moscú por supuesto.
-Ya sé, pero lo que quiero que recuerdes es que estamos en un país comunista.
-…
-Aquí no se cree en la propiedad privada, sino en la colectiva…
-¿Quiere decir que no hay problema?
-Por supuesto que no. Las mujeres o los hombres pueden agarrar con cualquiera. Hay lo que se llama amor libre…
-Voy a pensar qué señas le hago para que entienda que quiero verla cuando termine su turno…-
-Es más fácil que con señas entienda que quieres acostarte con ella
-Déjame concentrarme, pero te juro que antes de salir del comedor la abordo…

No hubo forma que yo me quedara mucho rato más puesto que estaba terminando mi almuerzo y el grupo de militares bolivianos recién lo comenzaba. Me quedó la duda sobre si la joven camarera sólo menearía la cabeza, rechazando sonriente las insinuaciones del boliviano o si sería bastante más seria la reacción si al tipo se le ocurría hacer señas para insinuar un encuentro sexual…

Entre los cinco latinoamericanos que estábamos esperando volar en el único vuelo semanal de Aeroflot hacia Lima, había un ecuatoriano -Juan Isaac Lobato- bastante mayor que el resto que años atrás había estado a cargo de la embajada de su país en la Unión Soviética. Conocía Moscú y en algunas de nuestras conversaciones en el vuelo y en nuestro primer desayuno en el hotel nos contó de los problemas que la burocracia soviética causaba. Bueno ese mismo ecuatoriano, en una de las oportunidades que subimos a la camioneta que nos trasladaba a distintas visitas, le planteó a la traductora un cambio al programa, de manera de conocer un lugar distinto al que ella tenía en su programa. “Es un pequeño cambio que no afecta el tiempo de recorrido y es más interesante”, nos dijo al resto. Resultado: la guía nos pidió unos minutos para consultarlo, luego nos dijo que mejor esperáramos en el lobby del hotel que resultaba más cómodo, en varios momentos se acercó a nosotros para decirnos que estaba por resolverse el pedido y como a las dos horas nos indicó que lamentablemente no se podía hacer el cambio. Pero por las horas perdidas tampoco se puedo realizar la visita prevista… Los colombianos y yo le pedimos al ex embajador que era mejor que no se preocupara en que nos mostraran algún lugar que al él le parecía más interesante.

DIFERENCIA ENTRE PASAJERO EN TRÁNSITO E INVITADO

Casi tres años después, en julio de 1981, regresé a Moscú. Semanas antes funcionarios de la embajada soviética se habían comunicado para trasmitirnos la invitación del PCUS para que una delegación de tres personas participara de un viaje de unas tres semanas que incluía visitas a Moscú y otras ciudades, unos días de descanso en un balneario en el Mar Negro e incluso un chequeo médico. Yo sabía, por dirigentes políticos chilenos, que así comenzaban los soviéticos sus relaciones inter-partidarias. De todas formas, ejerciendo en esos momentos la secretaria de política del PSR, se me nominó para que encabezara la delegación que completaban el general Arturo Valdés y Álvaro Vidal, ambos miembros de la Dirección Nacional. Valdés era abogado de profesión y se había asimilado al Ejército hasta alcanzar el grado de general. Menos de mes y medio después de fundar el PSR, había sido deportado a México por el gobierno de Morales Bermúdez. Vidal era un combativo dirigente del gremio médico y estaba muy lejos de imaginar que unos 27 años después sería ministro de Salud. Con Arturo había hecho yo un extenso viaje en 1977 (ver crónicas “No hemos llegado a Londres sino a Heathrow” del 27 de noviembre de 2012 y “Arturo siempre dudaba en la mesa" del 21 de junio de 2013). Éramos de la misma edad con Álvaro y Arturo nos llevaba 24 años a ambos.

Al llegar al aeropuerto moscovita, la situación era diferente a la de mi obligado tránsito de 1978, donde nuestra anfitriona era la línea aérea Aeroflot, ya que encabezaba una delegación oficialmente invitada por el Partido Comunista de la Unión Soviética. Eso lo noté apenas salí del avión. Por otro lado, era verano… Eso lo noté apenas salí del aeropuerto.

En cuanto nos asomamos a la puerta del avión y comenzábamos a caminar por la manga de desembarco, escuché corear mi nombre. Al presentarme a quien me había llamado nos encontramos con Afanasiev quien sería nuestro traductor en las siguientes semanas. Era un hombre que lucía muy calmado y que se notaba con gran experiencia. Aficionado al ajedrez, fumador como lo era yo en esa época y bebedor “sólo en las comidas”, como nos aclararía la misma noche de nuestra llegada. Él nos acompañó a un pequeño salón, nos pidió nuestros pasaportes y tickets de equipaje y salió por no más de cinco minutos. Al regresar nos dijo que el auto nos estaba esperando y que nuestras maletas las llevarían al hotel luego.

Al salir del aeropuerto para dirigirnos al auto notamos que estábamos en verano. Pero esa sensación sería mayor cuando llegamos al hotel “Octubre”, el hotel del PCUS, en cuyas puertas, los uniformados podían hacer pensar que era un edificio administrativo estatal, ya que no tenía ningún signo exterior que lo identificara como hotel.

VODKA “SÓLO EN LAS COMIDAS”

Mientras nos registrábamos, Afanasiev nos dijo que teníamos reservado comida a pesar de la hora, 11 de la noche. Nos esperaba efectivamente una cena ligera, acompañada de una botella de vodka. Mientras esperábamos servirnos una copita del licor, nuestro traductor vació la botella en cuatro vasos y luego de hacer un brindis, nos preguntó si pedía otra. Le dijimos que no y al levantarnos de la mesa había tres vasos con vodka a medio consumir y un vaso vacío… Al dejar el comedor nos informaron que nuestras maletas ya habían llegado y se encontraban en nuestras habitaciones.

Como la zona de recepción en que habían espacios para recibir visitas o tener conversaciones, las habitaciones eran cómodas y acogedoras. El edificio se notaba ya bastante antiguo y, como nos enteraríamos por estudiantes peruanos con los que nos reunimos días después, el moscovita común no tenía idea que en ese barrio tranquilo y en esa calle discreta había un hotel. La sensación que uno tenía en esos cuartos, con ventanas con doble vidrio para el frio invierno, es que estaban hechos para el invierno y a pesar de la ventilación resultaban medio sofocantes en el caluroso mes de julio.

En el almuerzo y comida del día siguiente, comprobamos que como nuestro traductor, los que acompañaban otras delegaciones también tomaban vodka “sólo en las comidas” pero no era raro que se consumieran dos botellas en una mesa de cuatro. No sucedía en la nuestra, pero normalmente la botella de tres cuartos de litro servía para servir sólo tres vasos. Y en algunos casos algunos tomaban dos o hasta tres vasos durante las comidas.

Un par de días después, luego de comer temprano salimos a caminar un poco en la noche. Lo que más nos llamó la atención fue cruzarnos con personas totalmente embriagadas que transitaban por las calles moscovitas… Y lo mismo ocurrió en otras oportunidades que salimos a caminar o pasear en metro para bajar a admirar las hermosas estaciones. Era difícil no encontrar por lo menos un alcohólico en nuestro camino.

En esa época Leonid Brézhnev era el Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética desde 1964 y presidia ese inmenso país. Habrá oportunidad de comentar otros aspectos de ese viaje. Sólo quiero mencionar, que muchas de las personas con las que nos encontrábamos en el hotel del partido en Moscú como en los de Sochi, Chisinau o Leningrado, les llamaba la atención que fuéramos de un partido distinto al Partido Comunista Peruano.

LA URSS DE GORBACHOV

Seis años después estuve en Moscú por tercera vez. Brézhnev había fallecido en 1982. Lo había sucedido como secretario general del PCUS Yuri Andrópov, quien falleció 15 meses después. A este lo sucedió Konstantín Chernenko también por poco tiempo hasta su muerte. Y desde marzo de 1985 se encontraba al frente del partido Mijail Gorbachov quien venía efectuando grandes reformas en el viejo partido y en el manejo de la Unión Soviética con la implementación de las políticas denominadas "glásnost" -liberalización, apertura, transparencia- y "perestroika" -reconstrucción- términos que por esos años se hicieron populares y fueron recibidos con expectativa por los sectores políticos más disímiles del mundo.

Viajé al “Encuentro de representantes de partidos y movimientos con ocasión del 70 aniversario de la Gran Revolución de Octubre” que reunió a participantes de 178 delegaciones. En ese momento ya a nadie sorprendía que hubiese invitados partidos socialistas latinoamericanos, con diferencias importantes pero también con algunas coincidencias con los partidos comunistas de sus respectivos países. Más bien llamaba la atención la concurrencia de partidos social demócratas europeos, dado que por antigüedad habían ido aumentando con el tiempo las grandes diferencias con los partidos comunistas europeos. Llamaba altamente la atención lo que en la práctica era una reunión conjunta en Moscú entre la II Internacional o Internacional Social Demócrata con la III internacional o Internacional Comunista, aunque por cierto nadie se hubiera atrevido a calificarla así en esos momentos.

Pero en esta oportunidad no presentaré una crónica sobre el encuentro. Sólo quiero referirme a tres cosas que tienen que ver con mi experiencia de viajero: el hotel, las bebidas y el clima.

El hotel de partido seguía llamándose “Octubre”, pero era uno nuevo, muy moderno, que no tenía nada que envidiarle a cualquier hotel de cinco estrellas de otra capital europea. Del antiguo conservaba dos cosas: los uniformados policías a cargo de cuidar el ingreso de personas y vehículos a la zona de parqueo y entrada al edificio y la ausencia de letreros que lo identificaran como hotel. Aunque una construcción que ocupaba toda una manzana en una amplia avenida de la capital moscovita no pasaba para nada desapercibido a diferencia del anterior discreto hotel. Pero igualmente sólo ingresaban las personas que los huéspedes –o más bien sus traductores- habían autorizado previamente.

VODKA NI PARA EL FRIO

En lo que sí se diferenciaba totalmente el nuevo “Octubre” era en el consumo del vodka. Mejor dicho en el no consumo. No había ningún trago que se sirviera con las comidas. La era de Gorbachov había significado un combate al alcoholismo con diversas medidas. Y la prohibición de servir licor en los locales del PCUS era terminante. Incluso en el día central de las celebraciones, el 7 de noviembre, al regreso del desfile en la Plaza Roja, brindamos en el almuerzo con una bebida de manzana, una especie de sidra sin alcohol…

Ese día, considerando que a diferencia de los viajes anteriores por lo recargado del programa, no salí a pasear por las calles como para comprobarlo, me preguntaba si también la política contra el alcoholismo significaba que uno encontraría menos borrachos en el camino. Aunque en ese momento no tenía ni idea, tendría ocasión de comprobar que esas manifestaciones de alcoholismo también habían disminuido menos de un mes después, pero las circunstancias de un pronto retorno a Moscú por lo extrañas e inesperadas son motivo para toda una crónica distinta.

La revolución de octubre, fue en realidad en noviembre. Lo que sucedió es que en su momento en la antigua Rusia se mantenía vigente el calendario juliano, mientras que en la mayoría de países se regían por el calendario gregoriano, que tenía un par de semanas de diferencia. Los primeros días de noviembre en que las distintas delegaciones arribamos a Moscú el frío era muy intenso. El día 3 que nos dirigíamos el encuentro de partidos ya mencionado, nos cruzamos con varios autos remolcados por grúas. Como escuché que el traductor, Nicolai, comentaba con el chofer cada vez que veía ese espectáculo le pregunté de qué se trataba. Y me explicó que como el frío se había adelantado, la temperatura tan baja de la madrugada había hecho que el agua de los radiadores se congelara, por lo que tenían que ser remolcados para inyectarles agua caliente.

La temperatura era tan baja en esos días que nuestros anfitriones nos tuvieron que dotar de abrigos, gorros de piel, guantes y hasta ropa interior gruesa para poder estar en el tabladillo de invitados en la Parada Militar del 7 de noviembre, día central de la conmemoración. Puedo decir entonces que la única vez en mi vida que usé calzoncillos largos fue en un día histórico.

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