martes, 26 de noviembre de 2013

ÚLTIMA VISITA DE MILITANTE CHILENO (1973/2011)

Como lo he comentado recientemente (ver crónica “La diáspora chilena” del 14 de setiembre de 2013), en los inicios de la década de los 70, quienes renunciamos a la Democracia Cristiana en junio de 1971, teníamos relaciones de afinidad –y en algunos casos además de amistad- con quienes en Chile militaban en el Movimiento de Acción Política Unitaria, MAPU, así como con los que formaron el MAPU Obrero Campesino, MAPU OC y la Izquierda Cristiana.

La explicación es sencilla. Cuando en el Perú y Chile integrábamos las juventudes demócratas cristianas nos habíamos conocido con varios de los dirigentes de esos tres partidos que integraban la Unidad Popular que gobernaba Chile con el presidente Allende. De hecho, aunque de manera muy diferente en cada uno de los países, en ambos casos hubo un desplazamiento a la izquierda.
 
PASARON LA FRONTERA HUYENDO DE LA MUERTE
 
A fines de 1973, en los primeros meses de instaurada en Chile, literalmente a sangre y fuego, la cruel dictadura de Augusto Pinochet, hubo algunos dirigentes locales de Arica del MAPU OC que tuvieron que huir de la represión cruzando la frontera para llegar a Tacna. Desde esa ciudad, indocumentados la mayoría, después de ser detenidos y tratados con respeto por la policía peruana por expresa gestión de los generales Rodríguez Figueroa y Fernández Maldonado, integrantes del sector más progresista del gobierno de Velasco, eran enviados a Lima como refugiados a cargo del ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) mientras se gestionaran sus visas para otros países. En la capital peruana, Ismael Llona, el responsable partidario y los otros directivos del MAPU OC, apenas los contactaban, trataban de ubicarlos en alguna casa amiga, mientras tramitaban visas y en algunos casos becas de estudio en los llamados en ese entonces, países socialistas...
 
Uno de los de Arica, Aldo Gonzales, en los pocos meses que estuvo aquí se enamoró y se casó con una joven peruana. Creo que tuvieron que gestionarle visa por un año en Canadá, mientras esperaba se concretara una beca para estudiar medicina en Bulgaria. Allí lo vi en 1987, cuando participé en un congreso en Sofia en representación del Partido Socialista Revolucionario (ver crónica “Cuando no significa si y viceversa” del 23 de marzo de 2013) y él me ubicó para preguntarme por sus compañeros de los cuales tenía poca información. De regreso al Perú con su esposa y una hija, vivía muy cerca del local del PSR y solía pasar por allí, mientras alistaba sus papeles tanto de nacionalización por matrimonio como de revalidación de su título de médico. Dejé de verlo en abril de 1991 cuando la mayoría de fundadores del partido y prácticamente todos sus cuadros juveniles renunciamos, “recuperando nuestra independencia”, al constatar que nuestro mensaje no había calado y que era menester replantéanoslos individualmente, con la esperanza de alguna vez confluir en un mismo proyecto.
 
Un par de años después -a mediados de 1993- encontré a Aldo de casualidad en una calle miraflorina. Venía del local del Colegio Médico del Perú y estaba muy feliz porque al día siguiente se colegiaría. Me pidió que estuviera en la ceremonia, pero lamentablemente un compromiso que previamente había adquirido me impidió acompañarlo en ese día. No lo volví a ver durante casi dos décadas…
 
DIECIOCHO AÑOS DESPUÉS
 
A fines de setiembre del 2011, Federico Velarde me contó que un médico chileno lo había visitado en su casa y, después de agradecerle su ayuda solidaria en 1973, había tenido una larga charla sobre amigos comunes, principalmente del MAPU OC. Le contó que vivía en Lima hacía más de veinte años. Antes de despedirse le había pedido mi teléfono. Fico no lo terminaba de ubicar porque habían sido decenas de chilenos a quienes había ayudado 38 años atrás. No logramos saber con precisión de quién se trataba, por lo que concluimos en algo obvio: un chileno que hubiese estado en dificultades por esos años tenía que recordar muy bien a aquellos peruanos que lo habían ayudado al llegar al Perú, mientras que Fico como había ayudado a tantos se le hacía difícil distinguir a cada uno de ellos.
 
Días después descubrí quién había visitado a Fico, cuando recibí una llamada telefónica de Aldo Gonzales y quedamos en encontrarnos pocos días después. Nuestro encuentro, el 10 de octubre, fue muy cordial, hablamos extensamente y me hizo muchas preguntas sobre amigos peruanos que había perdido de vista veinte años atrás, así como sobre sus camaradas chilenos, mucho de los cuales no veía hacia 25 ó 30 años. Especial recuerdo tenía de su compatriota Ismael Llona y le apenó no haberse enterado de la visita que éste y su esposa Gladys habían hecho a Lima en el verano del 2008, cuando con mi esposa tuvimos oportunidad de disfrutar el trato familiar con ambos en varias oportunidades como cuando nos conocimos en 1973. Para Aldo las gestiones y consejos de Ismael más de 35 años atrás habían sido determinantes en su vida.
 
Aunque no era un militante político como en su juventud, Aldo seguía de cerca los avatares de la política chilena, consciente que, al insertarse profesionalmente en el Perú más de 20 años antes, ya no regresaría a su país por lo menos para trabajar o regresar a la actividad política. No había dejado sus convicciones y creo que se sentía identificado con sectores del Partido Socialista de Chile donde se encontraban sus antiguos compañeros del MAPU OC. Me dijo que sintió muy feliz cuando José Miguel Insulza fue elegido secretario general de la Organización de Estados Americanos, OEA. Cuando le conté que había estado en Washington en 2008 conversando todo un domingo en la tarde con él y que, por cierto, se había mantenido con la misma sencillez que sus amigos le conocíamos desde sus épocas de dirigente juvenil en Chile y dirigente político en el exilio, se emocionó mucho. Recordó que alguna vez la actividad del exilio había llevado a José Miguel a hacer un tránsito de casi un día por Canadá y que habían pasado toda una tarde conversando y casi toda la noche cantando tangos.
 
Conversamos sobre su vida profesional. Trabajaba como médico en un hospital del ministerio de Salud en San Juan de Lurigancho, aunque no en un puesto que cubriera sus expectativas dada su preparación y su ya larga experiencia. Me dijo que vivía con su esposa y sus dos hijos que ya estaban mayores. Que había pasado las dificultades económicas similares a las de otros profesionales, pero que la familia estaba saliendo adelante. Y añadió que en las últimas semanas había estado pensando en reunirse con la gente que había conocido varias décadas atrás. Al despedirme de él convinimos en vernos en unas semanas. Incluso quedamos que antes él debía enviarme por correo su currículo para que yo tratara de hacerlo llegar a algunas personas que conocía.
 
Un par de días después me llegó su currículo y al día siguiente lo entregué a una persona amiga por si era posible conseguirle una mejor colocación. En los nueve o diez días subsiguientes estuvimos un par de veces en contacto telefónico. El domingo 23, Aldo me escribió, pidiéndome la dirección electrónica de Llona porque hacía días que sentía la necesidad de comunicarse con él. Por cierto que se la envié casi inmediatamente.
 
¿ERA CONSCIENTE QUE SE ESTABA DESPIDIENDO?
 
La noche siguiente alrededor de las 9 de la noche, tardé en contestar mi celular y luego de constatar que la llamada que había perdido era del teléfono de Aldo lo llamé. Fue una voz femenina la que contestó y apenas me identifiqué me dijo que era la esposa de Aldo quien la noche anterior había sufrido un infarto y se encontraba en cuidados intensivos del hospital Rebagliati.  En los días siguientes, comunicándome con su esposa o con su hija Claudia, por teléfono y por correo electrónico, seguí la evolución. En esos días había tenido posibilidad en lograr que una persona muy amiga que en esos días trabajaba en ESSALUD, se preocupara en tres o cuatro casos de enfermos que yo conocía. Pero justamente en los días que Aldo estuvo internado, esa persona pasaba por dificultades laborales y no pudo hacer nada. Una semana después del internamiento y luego de enterarme que Aldo había pasado de cuidados intensivos a cuidados intermedios para prepararse para ser operado, me atacó una gripe que impidió pasara a visitarlo aunque fuera por unos minutos. Un viernes me enteré que sería operado del corazón al día siguiente.
 
Cuando el 7 u 8 de noviembre llamé para ver si ya era posible visitarlo, asumiendo como en caso de otros amigos que esa operación era cada vez menos peligrosa, su hija me informó que no había logrado sobrevivir a la intervención del sábado 5. Me quedé casi sin habla, aunque le manifesté mi pesar por lo sucedido y les envié mi pésame a su madre y a su hermano.
 
Pese a habernos visto varias veces por los años 90 y 91, nunca habíamos tenido con Aldo una relación muy cercana. De hecho después de esos años, sólo lo había visto dos veces en poco más de dos décadas, la última unas tres semanas y media antes. Sin embargo, al enterarme de su muerte a pesar que nunca he pensado o creído en hechos premonitorios, la necesidad que Aldo tenía de saber sobre personas con la que no se veía desde décadas atrás y de tratar de contactarlas, si bien se me ocurrió que podía haber sido algo natural, la urgencia que tenía en hacerlo resultaba algo muy extraño.
 
Aunque seguramente Aldo no era consciente de ello, su urgencia podía significar que intuía que le quedaba poco tiempo para despedirse con gratitud de aquellas personas que sentía habían significado algo en su vida. Y al llegar casi al convencimiento que esto había sucedido, me quedó una profunda amargura –un cierto sentimiento de culpa- por no haber podido darle un último saludo en las casi dos semanas que permaneció en el hospital…

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