Como lo he
comentado recientemente (ver crónica “La diáspora chilena” del 14 de setiembre de 2013), en los inicios de la década de los 70,
quienes renunciamos a la Democracia Cristiana en junio de 1971, teníamos
relaciones de afinidad –y en algunos casos además de amistad- con quienes en
Chile militaban en el Movimiento de Acción Política Unitaria, MAPU, así como
con los que formaron el MAPU Obrero Campesino, MAPU OC y la Izquierda Cristiana.
La explicación es sencilla. Cuando en el Perú y Chile integrábamos las juventudes demócratas cristianas nos habíamos conocido con varios de los dirigentes de esos tres partidos que integraban la Unidad Popular que gobernaba Chile con el presidente Allende. De hecho, aunque de manera muy diferente en cada uno de los países, en ambos casos hubo un desplazamiento a la izquierda.
La explicación es sencilla. Cuando en el Perú y Chile integrábamos las juventudes demócratas cristianas nos habíamos conocido con varios de los dirigentes de esos tres partidos que integraban la Unidad Popular que gobernaba Chile con el presidente Allende. De hecho, aunque de manera muy diferente en cada uno de los países, en ambos casos hubo un desplazamiento a la izquierda.
PASARON
LA FRONTERA HUYENDO DE LA MUERTE
A fines
de 1973, en los primeros meses de instaurada en Chile, literalmente a sangre y
fuego, la cruel dictadura de Augusto Pinochet, hubo algunos dirigentes locales de
Arica del MAPU OC que tuvieron que huir de la represión cruzando la frontera para
llegar a Tacna. Desde esa ciudad, indocumentados la mayoría, después de ser
detenidos y tratados con respeto por la policía peruana por expresa gestión de
los generales Rodríguez Figueroa y Fernández Maldonado, integrantes del sector
más progresista del gobierno de Velasco, eran enviados a Lima como refugiados a
cargo del ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados)
mientras se gestionaran sus visas para otros países. En la capital peruana,
Ismael Llona, el responsable partidario y los otros directivos del MAPU OC,
apenas los contactaban, trataban de ubicarlos en alguna casa amiga, mientras
tramitaban visas y en algunos casos becas de estudio en los llamados en ese
entonces, países socialistas...
Uno de
los de Arica, Aldo Gonzales, en los pocos meses que estuvo aquí se enamoró y se
casó con una joven peruana. Creo que tuvieron que gestionarle visa por un año
en Canadá, mientras esperaba se concretara una beca para estudiar medicina en
Bulgaria. Allí lo vi en 1987, cuando participé en un congreso en Sofia en
representación del Partido Socialista Revolucionario (ver crónica “Cuando no significa si y viceversa” del 23 de marzo de 2013) y él me ubicó para preguntarme por sus
compañeros de los cuales tenía poca información. De regreso al Perú con su
esposa y una hija, vivía muy cerca del local del PSR y solía pasar por allí,
mientras alistaba sus papeles tanto de nacionalización por matrimonio como de
revalidación de su título de médico. Dejé de verlo en abril de 1991 cuando la
mayoría de fundadores del partido y prácticamente todos sus cuadros juveniles
renunciamos, “recuperando nuestra independencia”, al constatar que nuestro
mensaje no había calado y que era menester replantéanoslos individualmente, con
la esperanza de alguna vez confluir en un mismo proyecto.
Un par
de años después -a mediados de 1993- encontré a Aldo de casualidad en una
calle miraflorina. Venía del local del Colegio Médico del Perú y estaba muy
feliz porque al día siguiente se colegiaría. Me pidió que estuviera en la
ceremonia, pero lamentablemente un compromiso que previamente había adquirido me
impidió acompañarlo en ese día. No lo volví a ver durante casi dos décadas…
DIECIOCHO
AÑOS DESPUÉS
A fines
de setiembre del 2011, Federico Velarde me contó que un médico chileno lo había
visitado en su casa y, después de agradecerle su ayuda solidaria en 1973, había
tenido una larga charla sobre amigos comunes, principalmente del MAPU OC. Le
contó que vivía en Lima hacía más de veinte años. Antes de despedirse le había
pedido mi teléfono. Fico no lo terminaba de ubicar porque habían sido decenas
de chilenos a quienes había ayudado 38 años atrás. No logramos saber con
precisión de quién se trataba, por lo que concluimos en algo obvio: un chileno
que hubiese estado en dificultades por esos años tenía que recordar muy bien a aquellos
peruanos que lo habían ayudado al llegar al Perú, mientras que Fico como había
ayudado a tantos se le hacía difícil distinguir a cada uno de ellos.
Días
después descubrí quién había visitado a Fico, cuando recibí una llamada
telefónica de Aldo Gonzales y quedamos en encontrarnos pocos días después.
Nuestro encuentro, el 10 de octubre, fue muy cordial, hablamos extensamente y
me hizo muchas preguntas sobre amigos peruanos que había perdido de vista
veinte años atrás, así como sobre sus camaradas chilenos, mucho de los cuales
no veía hacia 25 ó 30 años. Especial recuerdo tenía de su compatriota Ismael
Llona y le apenó no haberse enterado de la visita que éste y su esposa Gladys
habían hecho a Lima en el verano del 2008, cuando con mi esposa tuvimos
oportunidad de disfrutar el trato familiar con ambos en varias oportunidades
como cuando nos conocimos en 1973. Para Aldo las gestiones y consejos de Ismael
más de 35 años atrás habían sido determinantes en su vida.
Aunque
no era un militante político como en su juventud, Aldo seguía de cerca los avatares
de la política chilena, consciente que, al insertarse profesionalmente en el
Perú más de 20 años antes, ya no regresaría a su país por lo menos para
trabajar o regresar a la actividad política. No había dejado sus convicciones y
creo que se sentía identificado con sectores del Partido Socialista de Chile
donde se encontraban sus antiguos compañeros del MAPU OC. Me dijo que sintió
muy feliz cuando José Miguel Insulza fue elegido secretario general de la
Organización de Estados Americanos, OEA. Cuando le conté que había estado en
Washington en 2008 conversando todo un domingo en la tarde con él y que, por
cierto, se había mantenido con la misma sencillez que sus amigos le conocíamos
desde sus épocas de dirigente juvenil en Chile y dirigente político en el
exilio, se emocionó mucho. Recordó que alguna vez la actividad del exilio había
llevado a José Miguel a hacer un tránsito de casi un día por Canadá y que
habían pasado toda una tarde conversando y casi toda la noche cantando tangos.
Conversamos
sobre su vida profesional. Trabajaba como médico en un hospital del ministerio
de Salud en San Juan de Lurigancho, aunque no en un puesto que cubriera sus
expectativas dada su preparación y su ya larga experiencia. Me dijo que vivía
con su esposa y sus dos hijos que ya estaban mayores. Que había pasado las
dificultades económicas similares a las de otros profesionales, pero que la
familia estaba saliendo adelante. Y añadió que en las últimas semanas había
estado pensando en reunirse con la gente que había conocido varias décadas
atrás. Al despedirme de él convinimos en vernos en unas semanas. Incluso
quedamos que antes él debía enviarme por correo su currículo para que yo
tratara de hacerlo llegar a algunas personas que conocía.
Un par
de días después me llegó su currículo y al día siguiente lo entregué a una
persona amiga por si era posible conseguirle una mejor colocación. En los nueve
o diez días subsiguientes estuvimos un par de veces en contacto telefónico. El
domingo 23, Aldo me escribió, pidiéndome la dirección electrónica de Llona
porque hacía días que sentía la necesidad de comunicarse con él. Por cierto que
se la envié casi inmediatamente.
¿ERA
CONSCIENTE QUE SE ESTABA DESPIDIENDO?
La noche siguiente
alrededor de las 9 de la noche, tardé en contestar mi celular y luego de
constatar que la llamada que había perdido era del teléfono de Aldo lo llamé.
Fue una voz femenina la que contestó y apenas me identifiqué me dijo que era la
esposa de Aldo quien la noche anterior había sufrido un infarto y se encontraba
en cuidados intensivos del hospital Rebagliati. En los días siguientes, comunicándome con su esposa o con su hija
Claudia, por teléfono y por correo electrónico, seguí la evolución. En esos
días había tenido posibilidad en lograr que una persona muy amiga que en esos
días trabajaba en ESSALUD, se preocupara en tres o cuatro casos de enfermos que
yo conocía. Pero justamente en los días que Aldo estuvo internado, esa persona
pasaba por dificultades laborales y no pudo hacer nada. Una semana después del
internamiento y luego de enterarme que Aldo había pasado de cuidados intensivos
a cuidados intermedios para prepararse para ser operado, me atacó una gripe que
impidió pasara a visitarlo aunque fuera por unos minutos. Un viernes me enteré
que sería operado del corazón al día siguiente.
Cuando
el 7 u 8 de noviembre llamé para ver si ya era posible visitarlo, asumiendo
como en caso de otros amigos que esa operación era cada vez menos peligrosa, su
hija me informó que no había logrado sobrevivir a la intervención del sábado 5.
Me quedé casi sin habla, aunque le manifesté mi pesar por lo sucedido y les
envié mi pésame a su madre y a su hermano.
Pese a
habernos visto varias veces por los años 90 y 91, nunca habíamos tenido con Aldo
una relación muy cercana. De hecho después de esos años, sólo lo había visto
dos veces en poco más de dos décadas, la última unas tres semanas y media antes.
Sin embargo, al enterarme de su muerte a pesar que nunca he pensado o creído en
hechos premonitorios, la necesidad que Aldo tenía de saber sobre personas con
la que no se veía desde décadas atrás y de tratar de contactarlas, si bien se
me ocurrió que podía haber sido algo natural, la urgencia que tenía en hacerlo
resultaba algo muy extraño.
Aunque
seguramente Aldo no era consciente de ello, su urgencia podía significar que
intuía que le quedaba poco tiempo para despedirse con gratitud de aquellas
personas que sentía habían significado algo en su vida. Y al llegar casi al
convencimiento que esto había sucedido, me quedó una profunda amargura –un
cierto sentimiento de culpa- por no haber podido darle un último saludo en las
casi dos semanas que permaneció en el hospital…
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