Se puede
decir que en 1958, con la llegada de la televisión comenzó el cambio en la vida
diaria de las familias peruanas, o por lo menos de las familias limeñas. A
mediados de enero, a las siete de la noche del viernes 17 inició sus
transmisiones el canal 7 del ministerio de Educación con un documental técnico.
Es el mismo que con distintos nombres a lo largo de su trayectoria, actualmente
es el canal del Estado con el nombre de TV
Perú. Al final de ese mismo año, América Televisión comenzó sus
trasmisiones con lo que se dio inicio a la televisión comercial en el país.
Este
artefacto desde hace más de 55 años comenzó a instalarse en los hogares
peruanos. Y su llegada fue para permanecer por mucho tiempo. Entró primero a
las casas de los sectores de mejores ingresos de la población, para rápidamente
pasar a las casas de las clases medias de ese entonces. Las informaciones de la
época señalan que en abril de 1960 ya había más de 55 mil aparatos en la
ciudad. Si pensamos que por esa época habría un millón y medio de habitantes en
la capital, lo que significaba cuando mucho 300 mil hogares. Podríamos
atrevernos a señalar entonces que alrededor del 20% de los hogares limeños
tenían ya aparato de televisión.
Estas
líneas no pretenden presentar una historia de la televisión peruana sino contar
algunos curiosos hechos de la vida familiar de la época a raíz de la llegada
del aparato que algunos han llamado “la caja boba” porque emboba a la gente o
porque sus programas están hechos para que la gente no piense.
MUESTRA
DE PROSPERIDAD FAMILIAR
Ya en
1958, pero principalmente en 1959, en los barrios limeños era todo un
acontecimiento que una familia comprara un televisor. De alguna manera alguien
se enteraba de la llegada de un taxi de donde se bajaba una enorme caja. Y en
esos tiempos no quedada duda: una gran caja de cartón contenía un televisor. Y
el barrio se dividía entre la familia que tenía televisor y todas las demás que
no lo tenían.
Pero no
siempre se enteraban los vecinos de la llegada de la caja. Otras veces con la
muchas veces hiriente inocencia de los niños, los hijos de los flamantes dueños
del aparato ni siquiera esperaban que llegara a la casa, para presumir de lo
que sus padres podían comprar. Me imagino las angustias que vivían otros padres
de familia cuando sus hijos preguntaban cuándo tendrían el suyo.
Pero en
los distintos distritos de Lima y el Callao casi inmediatamente se produjo un
fenómeno nuevo: las visitas de los niños y jóvenes del barrio a la casa de la
familia que gozaba con la posesión del aparato. Las salas terminaron con los
sillones repletos, con niños sentados en el suelo y banquitos que se acomodaban
en los espacios vacíos. Y así, más o menos de 6 de la tarde a las 9 de la
noche, se realizaban las diarias funciones para ver documentales o antiguas
series que algunas veces se repetían. Pero los espectadores estaban totalmente
deslumbrados con esta especie de cine en casa y no despegaban los ojos de la
pantalla en ese tiempo medio ovalada. Al mismo tiempo, los antes felices
poseedores de los televisores se convertían en preocupados anfitriones cuidando
que sus muebles no terminaran deteriorados.
En
algunos barrios más populosos, la entrada a la sala costaba cincuenta centavos
que cobraba alguno de los hijos adolescentes de los dueños de casa, que
aseguraban así unos soles que les ahorraba el costo de los pasajes o las
propinas para los hijos. Al igual que en los otros casos, el televisor ocupaba
un sitio preferencial en la sala de la casa.
Recuerdo
nítidamente un comercial de esos primeros meses de la televisión comercial. La
pantalla se ponía medio en blanco y de pronto aparecía un puño rompiéndola –en
realidad era un gran trozo de papel que sostenían dos personas frente a la
cámara y otro rompía con el puño- para inmediatamente abrir la mano y con el
índice señalar en varias direcciones mientras decía algo más o menos así: “Tu…
tu… tu… tu… deja de estar fastidiando a tus vecinos y dile a tus padres que
compren su propio televisor”. Inmediatamente aparecía un letrero con las
direcciones de una conocida casa comercial, mientras se escuchaba una voz que
hablaba de los excelentes que eran los televisores de determinada marca y las
facilidades que había para comprarlo en 6 o 12 cuotas. Felizmente para ver
mejor la televisión se apagaban las luces por lo que no se notaba tanto las
caras rojas de vergüenza de los aludidos.
LA
MUDANZA DE LOS TELEVISORES EN LA CASA
Comenzados
los 60 los aparatos colocados sobre alguna mesita seguían siendo signo de
distinción en las salas de las clases medias y populares, incluso algunos se
presentaban como parte de una elegante consola en que una puerta plegadiza
cubría la pantalla.
En esos
años los spots comerciales se realizaban en vivo, por lo que muchas veces uno
notaba algunas diferencias entre lo que se decía en un spot y lo que se decía
en otro que se suponía era igual. Ya avanzados los 60, el tío Johnny conductor
de los programas infantiles recomendaba a los niños tomar un vaso de leche a la
hora de que se suponía que los niños había terminado su tarea y estaban tomando
“lonche”. Y los chismes decían que al tío no le gustaba la leche…
Para esa
época el televisor de la casa había comenzado a mudarse de la sala al comedor o
incluso a la cocina si en ella estaba la mesa para las comidas habituales de
las familias. Eran años del horario “partido” en las oficinas y en los
colegios. Y a mediodía había programas como para cubrir la demanda de padres e
hijos reunidos en torno a la mesa del almuerzo. Y la hora de comida terminaba
escuchando y viendo los noticieros.
Al
finalizar los 60 el aparato de televisión ya era parte del mobiliario de la
mayoría de la llamada clase media y de buena parte de los sectores populares.
Como en esa época debían tener antenas bastante altas era fácil distinguir quiénes
tenían el aparato, aunque alguna vez supe de antenas que no servían para ver,
ya que no había televisor en casa, sino para que la vieran los vecinos por la
necesidad de alguna familia con recursos más escasos que lo que estaban
dispuestos a admitir, pero que trataban de guardar las apariencias...
Los
horarios corridos, las comidas a distintas horas, la mayor cantidad de tareas
escolares al reducirse las horas de clases, hizo que los televisores cambiaran
nuevamente de ubicación. Dejaron de estar en los comedores o cocinas para pasar
a los dormitorios de los padres de familia al iniciarse los 80.
Y la
programación acompañó las mudanzas de los aparatos al interior de la casa. Los
noticieros desde la seis de la mañana se explican si se considera al
televidente en su dormitorio. Aunque si consideramos el poder de este medio de
comunicación nos podríamos preguntar si los noticieros se adecuaron a la nueva
ubicación de los televisores o si éstos se mudaron porque los canales iniciaron
una nueva programación matutina.
Pero
como dije líneas antes no he querido presentar una historia de la televisión en
el país, sólo mostrar cómo influyó en sus primeras décadas en la vida familiar
de los peruanos.
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