martes, 26 de noviembre de 2013

TV: INTRUSO QUE SE HIZO DUEÑO DE LA CASA (1958/1981)

Se puede decir que en 1958, con la llegada de la televisión comenzó el cambio en la vida diaria de las familias peruanas, o por lo menos de las familias limeñas. A mediados de enero, a las siete de la noche del viernes 17 inició sus transmisiones el canal 7 del ministerio de Educación con un documental técnico. Es el mismo que con distintos nombres a lo largo de su trayectoria, actualmente es el canal del Estado con el nombre de TV Perú. Al final de ese mismo año, América Televisión comenzó sus trasmisiones con lo que se dio inicio a la televisión comercial en el país.

Este artefacto desde hace más de 55 años comenzó a instalarse en los hogares peruanos. Y su llegada fue para permanecer por mucho tiempo. Entró primero a las casas de los sectores de mejores ingresos de la población, para rápidamente pasar a las casas de las clases medias de ese entonces. Las informaciones de la época señalan que en abril de 1960 ya había más de 55 mil aparatos en la ciudad. Si pensamos que por esa época habría un millón y medio de habitantes en la capital, lo que significaba cuando mucho 300 mil hogares. Podríamos atrevernos a señalar entonces que alrededor del 20% de los hogares limeños tenían ya aparato de televisión.
 
Estas líneas no pretenden presentar una historia de la televisión peruana sino contar algunos curiosos hechos de la vida familiar de la época a raíz de la llegada del aparato que algunos han llamado “la caja boba” porque emboba a la gente o porque sus programas están hechos para que la gente no piense.
 
MUESTRA DE PROSPERIDAD FAMILIAR
 
Ya en 1958, pero principalmente en 1959, en los barrios limeños era todo un acontecimiento que una familia comprara un televisor. De alguna manera alguien se enteraba de la llegada de un taxi de donde se bajaba una enorme caja. Y en esos tiempos no quedada duda: una gran caja de cartón contenía un televisor. Y el barrio se dividía entre la familia que tenía televisor y todas las demás que no lo tenían.
 
Pero no siempre se enteraban los vecinos de la llegada de la caja. Otras veces con la muchas veces hiriente inocencia de los niños, los hijos de los flamantes dueños del aparato ni siquiera esperaban que llegara a la casa, para presumir de lo que sus padres podían comprar. Me imagino las angustias que vivían otros padres de familia cuando sus hijos preguntaban cuándo tendrían el suyo.
 
Pero en los distintos distritos de Lima y el Callao casi inmediatamente se produjo un fenómeno nuevo: las visitas de los niños y jóvenes del barrio a la casa de la familia que gozaba con la posesión del aparato. Las salas terminaron con los sillones repletos, con niños sentados en el suelo y banquitos que se acomodaban en los espacios vacíos. Y así, más o menos de 6 de la tarde a las 9 de la noche, se realizaban las diarias funciones para ver documentales o antiguas series que algunas veces se repetían. Pero los espectadores estaban totalmente deslumbrados con esta especie de cine en casa y no despegaban los ojos de la pantalla en ese tiempo medio ovalada. Al mismo tiempo, los antes felices poseedores de los televisores se convertían en preocupados anfitriones cuidando que sus muebles no terminaran deteriorados.
 
En algunos barrios más populosos, la entrada a la sala costaba cincuenta centavos que cobraba alguno de los hijos adolescentes de los dueños de casa, que aseguraban así unos soles que les ahorraba el costo de los pasajes o las propinas para los hijos. Al igual que en los otros casos, el televisor ocupaba un sitio preferencial en la sala de la casa.
 
Recuerdo nítidamente un comercial de esos primeros meses de la televisión comercial. La pantalla se ponía medio en blanco y de pronto aparecía un puño rompiéndola –en realidad era un gran trozo de papel que sostenían dos personas frente a la cámara y otro rompía con el puño- para inmediatamente abrir la mano y con el índice señalar en varias direcciones mientras decía algo más o menos así: “Tu… tu… tu… tu… deja de estar fastidiando a tus vecinos y dile a tus padres que compren su propio televisor”. Inmediatamente aparecía un letrero con las direcciones de una conocida casa comercial, mientras se escuchaba una voz que hablaba de los excelentes que eran los televisores de determinada marca y las facilidades que había para comprarlo en 6 o 12 cuotas. Felizmente para ver mejor la televisión se apagaban las luces por lo que no se notaba tanto las caras rojas de vergüenza de los aludidos.
 
LA MUDANZA DE LOS TELEVISORES EN LA CASA
 
Comenzados los 60 los aparatos colocados sobre alguna mesita seguían siendo signo de distinción en las salas de las clases medias y populares, incluso algunos se presentaban como parte de una elegante consola en que una puerta plegadiza cubría la pantalla.
 
En esos años los spots comerciales se realizaban en vivo, por lo que muchas veces uno notaba algunas diferencias entre lo que se decía en un spot y lo que se decía en otro que se suponía era igual. Ya avanzados los 60, el tío Johnny conductor de los programas infantiles recomendaba a los niños tomar un vaso de leche a la hora de que se suponía que los niños había terminado su tarea y estaban tomando “lonche”. Y los chismes decían que al tío no le gustaba la leche…
 
Para esa época el televisor de la casa había comenzado a mudarse de la sala al comedor o incluso a la cocina si en ella estaba la mesa para las comidas habituales de las familias. Eran años del horario “partido” en las oficinas y en los colegios. Y a mediodía había programas como para cubrir la demanda de padres e hijos reunidos en torno a la mesa del almuerzo. Y la hora de comida terminaba escuchando y viendo los noticieros.
 
Al finalizar los 60 el aparato de televisión ya era parte del mobiliario de la mayoría de la llamada clase media y de buena parte de los sectores populares. Como en esa época debían tener antenas bastante altas era fácil distinguir quiénes tenían el aparato, aunque alguna vez supe de antenas que no servían para ver, ya que no había televisor en casa, sino para que la vieran los vecinos por la necesidad de alguna familia con recursos más escasos que lo que estaban dispuestos a admitir, pero que trataban de guardar las apariencias...
 
Los horarios corridos, las comidas a distintas horas, la mayor cantidad de tareas escolares al reducirse las horas de clases, hizo que los televisores cambiaran nuevamente de ubicación. Dejaron de estar en los comedores o cocinas para pasar a los dormitorios de los padres de familia al iniciarse los 80.
 
Y la programación acompañó las mudanzas de los aparatos al interior de la casa. Los noticieros desde la seis de la mañana se explican si se considera al televidente en su dormitorio. Aunque si consideramos el poder de este medio de comunicación nos podríamos preguntar si los noticieros se adecuaron a la nueva ubicación de los televisores o si éstos se mudaron porque los canales iniciaron una nueva programación matutina.
 
Pero como dije líneas antes no he querido presentar una historia de la televisión en el país, sólo mostrar cómo influyó en sus primeras décadas en la vida familiar de los peruanos.

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