Después
de cuatro intensos días en Roma, los integrantes de la delegación del Partido
Socialista Revolucionario que nos encontrábamos en Europa desde los últimos días de octubre de 1977, arribamos a
Bruselas el 18 de noviembre. Estábamos presentando a nuestra organización,
nacida justo un año atrás, ante partidos e instituciones europeas los generales
Leonidas Rodríguez Figueroa y Arturo Valdés Palacio, así como Rafael
Roncagliolo, Rafo, y yo. Les había dado el encuentro en Suecia, ya que ellos vivían
exiliados en México (Ver crónica “Llegué a Lund en avión, bus, barco, tren y auto” del 20 de enero de 2013). De los diez países que visitamos en esa gira, Bélgica era
el que menos se había podido coordinar para establecer citas con autoridades
políticas o partidarias o entrevistas con la prensa.
Cuando
aterrizamos a las 11 de la mañana de ese viernes sabíamos que teníamos que
asegurar nosotros mismos un par de conversaciones para esa tarde ya que al día
siguiente sábado teníamos previsto visitar la Universidad de Lovaina para
asistir a un seminario sobre América Latina y el domingo a mediodía salir a La
Haya en Holanda.
Lo
que Roncagliolo
había hecho desde México era una agenda después de haberse comunicado en algunos
de los países con funcionarios de las distintas organizaciones a visitar. En
otros casos con los dirigentes de una institución de la cual éramos invitados,
por lo que además se responsabilizaba de prepararnos reuniones con partidos u
otras organizaciones. Sucedió esto último con una institución sueca que desde
una pequeña ciudad nos organizó visitas y entrevistas en Estocolmo y Upsala, e
incluso un par de reuniones en Copenhague, en la vecina Dinamarca. En otros
casos, como en Inglaterra o España, teníamos peruanos representantes del
partido con quienes había coordinado.
En
Bélgica, sin embargo, Rafo sólo había logrado contactar a un Comité Europa
América Latina que, salvo un gran sentido de solidaridad de sus pocos
integrantes que conoceríamos ese mismo día, tenía poca legitimidad ya que pocas
instituciones lo ubicaban y tampoco tenía muchos contactos.
ENCUENTRO CON CUSQUEÑO EN BRUSELAS
Al salir
de Migraciones, nos esperaba un rollizo belga de pelo casi al rape y una gruesa
casaca de cuero. Se llamaba Jean y era el responsable del Comité. Se mostró muy
cordial y nos aseguró que a las 6 y 30 de la tarde nos reuniríamos con los
otros dirigentes. A su lado, con inconfundible dejo cusqueño, se encontraba un
hombre de alrededor de 30 años y que incluso le dirigió unas palabras en
quechua a Leonidas, cusqueño como él. Su nombre era bastante común en Cusco y
para efectos de esta crónica podemos llamarlo Vladimir. Su apellido era
inconfundiblemente cusqueño también. Yo me encargo de alojarlos, nos dijo.
Nos
trasladamos a un pequeño departamento. Tenía dos dormitorios más o menos de las
mismas dimensiones, con una cama del tipo Queen en cada uno. Limpias y
sencillas, en cada habitación había sillas como para acomodar las maletas y
espacio en los closet para colgar trajes. Escogió la que tenía una ventana a la
calle y dijo: aquí los militares y en la otra los civiles. Completaban el
departamento una sala, una cocina y un baño completo. Nos explicó que era su
departamento pero que esa noche y la siguiente dormiría en casa de un amigo.
Nos
aseamos rápidamente porque teníamos que salir. Mientras conversábamos con él
nos enteramos que estaba haciendo un trabajo para doctorarse en París, pero que
le resultaba más barato vivir en Bruselas, por lo que cada cuatro o cinco
semanas iba a la capital francesa por unas 24 horas, se alojaba una noche con
un paisano y se reunía con un profesor al que entregaba avances de su trabajo,
al mismo tiempo que recibía las pautas para seguir su trabajo. La flexibilidad
para mis estudios me permite además realizar trabajos de guía turístico, que
generalmente no son de más de dos o tres días, añadió.
Al salir
nos dijo que sabía que teníamos una reunión a las 4 y media de la tarde y que
nos acompañaría ya que había que trasladarse en metro. Pero nos dijo que
teníamos tiempo para almorzar y que tenía reserva en un restaurante de comida
internacional. Caminamos unas cuatro o
cinco cuadras y llegamos a un local que tenía una entrada bastante discreta,
casi no se notaba que adentro era un restaurante amplísimo aunque Vladimir nos
llevó a un pequeño reservado muy cerca de
la entrada. El almuerzo fue un típico menú de poco costo en cualquier
país y lo comimos con gusto, considerando que Vladimir nos había dicho que se
trataba de una invitación. Cuando estábamos a punto de terminar ingresó
sonriente un tipo alto, canoso, de unos 60 años, que algo le dijo a Vladimir
quien se apresuró a decirnos que se trataba del administrador de ese
restaurante, quien invitaba nuestro almuerzo y quería conocer el motivo de
nuestra gira europea.
Leonidas
después de agradecer la invitación, comenzó a explicar las razones de la
visita. Después de algunas frases Vladimir lo paraba para traducir. Pero en
algún momento vi la cara de sorpresa de Rafo, cada vez que Vladimir traducía. El
pequeño discurso de Leonidas –traducción incluida- demoró unos siete u ocho
minutos. Y culminó con un fuerte apretón de manos del belga a cada uno de
nosotros. Al salir pude mirar en el enorme comedor a familias enteras
modestamente vestidas, principalmente africanas, que comían en charolas de
metal, tal cual podía verse en cualquier comedor popular o comedor
universitario del Perú.
LOS “RECURSEOS” DE VLADIMIR
Mientras
nos dirigíamos al paradero del metro y Vladimir iba conversando con los dos
generales, Rafo aprovechó para conversar conmigo y decirme que lo traducido por
el amigo cusqueño no tenía nada que ver con lo dicho por Leonidas. En síntesis
lo que había dicho Vladimir es que estábamos infinitamente agradecidos por la
comida, porque hacia algunos días que sólo comíamos pan y no estábamos seguros
si algo podíamos haber almorzado ese día si no fuera por su generosidad. Está
bien que estemos ajustados de plata, pero este “pata” nos presentando casi como
mendigos, me dijo sin ocultar su fastidio.
Como yo
manejaba el dinero de la delegación, al momento de llegar a la estación me
dirigí a la ventanilla para comprar pasajes y Vladimir me acompañó por si era
necesario traducir. ¿Compro cinco?, dije. No, yo tengo un boleto para todo el
mes, respondió. El ingreso era muy fácil. Había varios aparatos de unos 80
centímetros de alto en que se introducía el boleto por una ranura y después de
pasar un pasadizo de un metro de largo se recogía al final del aparato. Pude
ver que Vladimir puso el dedo como si introdujera algo por la ranura al inicio
y como si estuviera recogiéndolo al final. Pero en ningún momento vi ningún
boleto entre sus dedos. Horas después de regreso al departamento, veríamos con
Rafo cómo Vladimir realizaba la misma operación.
A las
4:30 pm nos recibió el vice ministro de Cooperación Internacional belga, en una
visita corta, muy protocolar, ya que era poco lo que podía hablar con dirigentes
de un partido de oposición y, peor aún, cuando la mayoría estaba en el exilio.
Como a las cinco de la tarde habíamos quedado libres optamos por ir al edificio
de la entonces Comunidad Económica Europea, creada veinte años atrás y conocida
también como el Mercado Común Europeo. Faltaban aún más de quince años para que
se convirtiera en la Unión Europea. Rafo
ingresó a hacer unas consultas mientras el resto lo esperábamos sentados en una
mesa en las afueras de una cafetería situada en la amplia galería donde se
encuentra la entrada de ese edificio así como de otras dependencias. Veíamos
que la gente se movía apuradamente a esa hora, para dejar sus abrigos en un
amplísimo guardarropa y se dirigía a oficinas, a ese café o a otros comercios allí
situados. Aunque ordenados a veces chocaban con quienes trataban de recoger los
suyos.
Al salir
Rafo nos comentó que había conseguido unas citas más pero que eso significaría
que alguno de nosotros regresara de La Haya. Dos noches después, ya en la
ciudad holandesa decidimos que Leonidas y Rafo regresaran a Bruselas, mientras
que Arturo y yo siguiéramos a Londres, tal como estaba establecido en el
programa original. Es que además de una
conversación con el vice canciller belga, se había conseguido una conferencia
en el Instituto de América Latina de la Universidad Libre de Bruselas, otra
presentación con un grupo parlamentario europeo y una entrevista periodística. Luego
nos encontraríamos los cuatro en París para continuar con el programa. A Arturo
no le entusiasmó la idea de viajar en compañía de alguien que como él no
hablaba inglés y comenzó a preocuparse por lo que sería nuestra suerte en
Inglaterra (Ver crónica “No hemos llegado a Londres sino a Heathrow” del 27 de
noviembre de 2012).
Regresemos
a la tarde del 18 de noviembre. A las 6:30 pm nos recibió en un austero local
el Comité Europa América Latina, que presidía nuestro conocido Jean. Fue una
reunión de menos de una hora y con muestras de total solidaridad. Sin embargo
nuestros anfitriones tendían a mirar lo que sucedía en nuestro país con la
misma perspectiva en que miraban los sucesos en Chile o Argentina. Y si bien no
podíamos negar que el gobierno de Morales Bermúdez era una dictadura, resultaba
una necedad ponerla al nivel del gobierno de Pinochet o Videla, más aun cuando
hacía menos de tres meses se había anunciado la convocatoria de elecciones para
una Asamblea Constituyente.
GUIANDO A UN GUÍA
Terminada
la reunión propuse pasar por la Grand Plaza, que como he dicho en otra
oportunidad es quizá la plaza más hermosa que he conocido. Luego de recorrerla
y admirarla decidimos ir a comer en algún sitio cercano. Nosotros invitamos le
dijimos a Vladimir, escoge algo que tenga precios razonables y comida
agradable. Pero pasemos antes por el Manneken
Pis le dijimos. ¿Qué es eso? preguntó Arturo. Literalmente significa “niño
que mea” dijo nuestro guía, y es una pequeña estatua de bronce de unos 60
centímetros que muestra a un niño orinando y que tiene cerca de cinco siglos de
antigüedad. Es uno de los símbolos de la ciudad, añadió. Cuando comenzó a
caminar, yo le dije que estaba seguro que estábamos enrumbando en sentido
contrario, por lo que recordaba de haber conocido la estatua unos trece años
atrás.
Después
de visitar al niño de bronce caminamos hacia un restaurante. En el camino le
dije en tono de broma que no parecía un guía muy preparado. No para los
paisanos pero si para los gringos, contestó. Y ya sentados en una acogedora
mesa nos explicó que tenía contacto con una agencia de viajes algo informal que
le pagaba algo menos de lo habitual, pero que él mejoraba sus ingresos con las
propinas de sus guiados a quienes normalmente les gustaba su trato simpático.
Lo cual era estrictamente cierto.
Ya en
confianza nos dijo que a veces acompañando a pequeños grupos que se desplazaban
en tres o cuatro automóviles por Europa, se enteraba de cuál sería su siguiente
destino, para después contar casualmente de sus experiencias como guía precisamente
en esas ciudades. De esa manera, he conocido Atenas y otras localidades
griegas, Venecia y varias otras ciudades italianas, así como capitales de otros
países. ¿Cómo haces? le preguntamos. Con mi experiencia viviendo años acá y
leyendo en las noches guías para turistas, siempre sé más que el grupo al que
acompaño, nos dijo…
Al
momento de comer y después de comprobar que Rafo se desempeñaba bien en
francés, Vladimir aprovechó para explicarnos que se había comprometido con Jean
para invitarnos el almuerzo ese día, pero al no tener fondos decidió llevarnos
a un sitio que diariamente regalaba comida a extranjeros menesterosos. Aclaró
que nos había presentado como importantes políticos latinoamericanos que
no tenían lamentablemente ni un bocado para comer…
CÓMPLICES INCONSCIENTES DE UN FRAUDE
No sería
la última sorpresa de la noche. Camino al metro y cerca de una cabina
telefónica, Rafo le preguntó sobre un sistema de llamadas a larga distancia.
Uno llamaba a un número, decía que iba a llamar a tal o cual país e indicaba su
dirección. A fin de mes le llegaba la factura de la llamada a su casa. Para
estar seguro de lo que se iba gastando, uno podía inmediatamente después de
terminar volver a llamar y pedir el importe de la llamada. Vladimir corroboró
que era así. Rafo le pidió que hiciese una llamada a un número de La Haya.
Cuando tuvo el fono conversó con su interlocutor detalladamente sobre las
actividades que tendríamos y colgó después de unos 6 o 7 minutos. Después de
agradecerle le dijo a Vladimir que preguntara cuánto había costado la llamada.
No te preocupes le contestó. Oye no queremos perjudicarte con una factura extra
a fin de mes, insistió Rafo. Sonriendo Vladimir le contestó ¿crees que yo he
dado mi verdadera dirección? Preocupados todos le dijimos que podía ser
identificado. Ya lo he averiguado, la empresa telefónica no considera ningún
gasto para investigar estos pequeños fraudes porque le costaría bastante más
que lo poquísimo que pierde por este tipo de llamadas…
Seguimos
hacia la estación del metro, pero se me antojó que íbamos caminando más rápido
que antes de la parada en la cabina telefónica. Como si nos alejáramos
rápidamente del lugar donde habíamos sido cómplices inconscientes de un fraude...
Como al
día siguiente nos iríamos a Lovaina y regresaríamos después de almuerzo,
quedamos en vernos después de siete de la noche. Cuando se fue, Leonidas
comentó que podía ser bastante peligroso acompañar a su paisano. Son
palomilladas le retrucó Arturo sonriendo. No tendría el mismo humor 24 horas
después…
Participamos
en un seminario en la universidad y luego conversamos y almorzamos con un
pequeño grupo de peruanos, entre los que destacaba no sólo por su expresiones
sino también por su largos pelos ensortijados y enorme barba Antonio Bernales
Alvarado, hoy experimentado consultor en desarrollo sustentable, diseño de
procesos de consulta y diálogos ambientales, además hermano de Manolo con quien
Rafo y yo habíamos compartido jornadas políticas desde inicios de los años 60.
En
Lovaina nos encontramos con una pareja de mexicanos, Eduardo y Sol, que
conocían a mis compañeros. Como tenían auto quedaron en recogernos a las 4 de
la tarde en el departamento de Bruselas. Arturo optó por quedarse a descansar y
con Leonidas y Rafo fuimos conversando con la pareja mexicana mientras nos
dirigíamos hasta Gante, quizá la ciudad flamenca más importante y con
impresionantes construcciones antiguas, junto con gran movimiento comercial en
sus zonas modernas. De regreso de esa ciudad a menos de una hora de Bruselas
comimos algo en el camino y quedamos en vernos al mediodía siguiente ya que nos
llevarían en su auto a Rafo y a mí hasta La Haya, mientras Leonidas y Arturo lo
harían en avión.
UNA COMPAÑÍA QUE PODÍA SER PELIGROSA
Serían
las diez de la noche cuando regresamos al departamento. Estaba solo Arturo.
Felizmente que mañana nos vamos nos dijo angustiado. Ese muchacho es un peligro
añadió. Nos sentamos para tomarnos un café mientras Arturo contaba sus
peripecias.
Vladimir
había llegado como a las siete de la noche y le dijo a Arturo si quería
acompañarlo al supermercado. Cuando estaban saliendo, al ver que el otro sacaba
un largo sobretodo, Arturo que vestía con un sacón preguntó si había demasiado
frio para ponerse una chompa. No se preocupe general, no hay frio, yo me pongo
el sobretodo por costumbre, le dijo.
Luego
Arturo nos contó que durante media hora Vladimir iba de un lado a otro pero con
el carrito casi sin mercadería. Ante su extrañeza por tanta vuelta por el
supermercado, Vladimir le dijo que estaba por salir pan caliente. Poco después
tomó un “baguette”, dejó el carrito y pasó por la caja para pagarlo. Mientras
regresaban al departamento, Arturo se preguntaba qué sentido tenía haber
perdido tanto tiempo dando vueltas.
Ya en el
departamento, cuando Arturo iba justamente a preguntárselo, Vladimir abrió su
sobretodo y de una fila de bolsillos que tenía en el forro a cada lado comenzó
a sacar diversos artículos: paquetes de distintos tipo de queso y diversos
jamones, tocino, galletas varias, latas de leche, café instantáneo, té y otras
cosas más. Es para el desayuno de mañana antes del viaje, le dijo. Aunque creo
que hay lo suficiente si quieren comer algo cuando lleguen, añadió. Como Arturo
dijo que no tenía hambre, se sirvió un sándwich y se sentó a conversar un rato.
Luego de una media hora se despidió y le dijo que estaría para tomar desayuno.
Arturo
terminó el relato repitiendo que felizmente nos íbamos al día siguiente...
Aunque
algo cohibidos, a la mañana siguiente desayunamos con Vladimir que se presentó a
las nueve de la mañana. Después de conversar largo, fuimos a la estación de
tren que llevaba al aeropuerto. Ahí a la una debíamos encontrarnos con Eduardo
y Sol, mientras que Vladimir acompañaría a los generales hasta el aeropuerto.
Nos
despedimos, Rafo indicándole que en un par de días regresaría por lo menos él
para ver cosas pendientes. Por cierto que Vladimir le dijo que el departamento
estaba a su disposición. Nos despedimos con un gran abrazo, ya que más allá de
cualquier cosa el tipo era de una gran simpatía. En algún momento nos veremos
por el Perú, me dijo. Yo me imagine conversando con él en el Haití del óvalo de
Miraflores cinco o diez años después.
En ese
momento no sabía que vería a Vladimir mucho antes…
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