viernes, 27 de diciembre de 2013

COMPLICADA COMPAÑÍA EN BRUSELAS (1977)

Después de cuatro intensos días en Roma, los integrantes de la delegación del Partido Socialista Revolucionario que nos encontrábamos en Europa desde los  últimos días de octubre de 1977, arribamos a Bruselas el 18 de noviembre. Estábamos presentando a nuestra organización, nacida justo un año atrás, ante partidos e instituciones europeas los generales Leonidas Rodríguez Figueroa y Arturo Valdés Palacio, así como Rafael Roncagliolo, Rafo, y yo. Les había dado el encuentro en Suecia, ya que ellos vivían exiliados en México (Ver crónica “Llegué a Lund en avión, bus, barco, tren y auto” del 20 de enero de 2013). De los diez países que visitamos en esa gira, Bélgica era el que menos se había podido coordinar para establecer citas con autoridades políticas o partidarias o entrevistas con la prensa.

Cuando aterrizamos a las 11 de la mañana de ese viernes sabíamos que teníamos que asegurar nosotros mismos un par de conversaciones para esa tarde ya que al día siguiente sábado teníamos previsto visitar la Universidad de Lovaina para asistir a un seminario sobre América Latina y el domingo a mediodía salir a La Haya en Holanda.
 
Lo que Roncagliolo había hecho desde México era una agenda después de haberse comunicado en algunos de los países con funcionarios de las distintas organizaciones a visitar. En otros casos con los dirigentes de una institución de la cual éramos invitados, por lo que además se responsabilizaba de prepararnos reuniones con partidos u otras organizaciones. Sucedió esto último con una institución sueca que desde una pequeña ciudad nos organizó visitas y entrevistas en Estocolmo y Upsala, e incluso un par de reuniones en Copenhague, en la vecina Dinamarca. En otros casos, como en Inglaterra o España, teníamos peruanos representantes del partido con quienes había coordinado.
 
En Bélgica, sin embargo, Rafo sólo había logrado contactar a un Comité Europa América Latina que, salvo un gran sentido de solidaridad de sus pocos integrantes que conoceríamos ese mismo día, tenía poca legitimidad ya que pocas instituciones lo ubicaban y tampoco tenía muchos contactos.
 
ENCUENTRO CON CUSQUEÑO EN BRUSELAS
 
Al salir de Migraciones, nos esperaba un rollizo belga de pelo casi al rape y una gruesa casaca de cuero. Se llamaba Jean y era el responsable del Comité. Se mostró muy cordial y nos aseguró que a las 6 y 30 de la tarde nos reuniríamos con los otros dirigentes. A su lado, con inconfundible dejo cusqueño, se encontraba un hombre de alrededor de 30 años y que incluso le dirigió unas palabras en quechua a Leonidas, cusqueño como él. Su nombre era bastante común en Cusco y para efectos de esta crónica podemos llamarlo Vladimir. Su apellido era inconfundiblemente cusqueño también. Yo me encargo de alojarlos, nos dijo.
 
Nos trasladamos a un pequeño departamento. Tenía dos dormitorios más o menos de las mismas dimensiones, con una cama del tipo Queen en cada uno. Limpias y sencillas, en cada habitación había sillas como para acomodar las maletas y espacio en los closet para colgar trajes. Escogió la que tenía una ventana a la calle y dijo: aquí los militares y en la otra los civiles. Completaban el departamento una sala, una cocina y un baño completo. Nos explicó que era su departamento pero que esa noche y la siguiente dormiría en casa de un amigo.
 
Nos aseamos rápidamente porque teníamos que salir. Mientras conversábamos con él nos enteramos que estaba haciendo un trabajo para doctorarse en París, pero que le resultaba más barato vivir en Bruselas, por lo que cada cuatro o cinco semanas iba a la capital francesa por unas 24 horas, se alojaba una noche con un paisano y se reunía con un profesor al que entregaba avances de su trabajo, al mismo tiempo que recibía las pautas para seguir su trabajo. La flexibilidad para mis estudios me permite además realizar trabajos de guía turístico, que generalmente no son de más de dos o tres días, añadió.
 
Al salir nos dijo que sabía que teníamos una reunión a las 4 y media de la tarde y que nos acompañaría ya que había que trasladarse en metro. Pero nos dijo que teníamos tiempo para almorzar y que tenía reserva en un restaurante de comida internacional.  Caminamos unas cuatro o cinco cuadras y llegamos a un local que tenía una entrada bastante discreta, casi no se notaba que adentro era un restaurante amplísimo aunque Vladimir nos llevó a un pequeño reservado muy cerca de  la entrada. El almuerzo fue un típico menú de poco costo en cualquier país y lo comimos con gusto, considerando que Vladimir nos había dicho que se trataba de una invitación. Cuando estábamos a punto de terminar ingresó sonriente un tipo alto, canoso, de unos 60 años, que algo le dijo a Vladimir quien se apresuró a decirnos que se trataba del administrador de ese restaurante, quien invitaba nuestro almuerzo y quería conocer el motivo de nuestra gira europea.
 
Leonidas después de agradecer la invitación, comenzó a explicar las razones de la visita. Después de algunas frases Vladimir lo paraba para traducir. Pero en algún momento vi la cara de sorpresa de Rafo, cada vez que Vladimir traducía. El pequeño discurso de Leonidas –traducción incluida- demoró unos siete u ocho minutos. Y culminó con un fuerte apretón de manos del belga a cada uno de nosotros. Al salir pude mirar en el enorme comedor a familias enteras modestamente vestidas, principalmente africanas, que comían en charolas de metal, tal cual podía verse en cualquier comedor popular o comedor universitario del Perú.
 
LOS “RECURSEOS” DE VLADIMIR
 
Mientras nos dirigíamos al paradero del metro y Vladimir iba conversando con los dos generales, Rafo aprovechó para conversar conmigo y decirme que lo traducido por el amigo cusqueño no tenía nada que ver con lo dicho por Leonidas. En síntesis lo que había dicho Vladimir es que estábamos infinitamente agradecidos por la comida, porque hacia algunos días que sólo comíamos pan y no estábamos seguros si algo podíamos haber almorzado ese día si no fuera por su generosidad. Está bien que estemos ajustados de plata, pero este “pata” nos presentando casi como mendigos, me dijo sin ocultar su fastidio.
 
Como yo manejaba el dinero de la delegación, al momento de llegar a la estación me dirigí a la ventanilla para comprar pasajes y Vladimir me acompañó por si era necesario traducir. ¿Compro cinco?, dije. No, yo tengo un boleto para todo el mes, respondió. El ingreso era muy fácil. Había varios aparatos de unos 80 centímetros de alto en que se introducía el boleto por una ranura y después de pasar un pasadizo de un metro de largo se recogía al final del aparato. Pude ver que Vladimir puso el dedo como si introdujera algo por la ranura al inicio y como si estuviera recogiéndolo al final. Pero en ningún momento vi ningún boleto entre sus dedos. Horas después de regreso al departamento, veríamos con Rafo cómo Vladimir realizaba la misma operación.
 
A las 4:30 pm nos recibió el vice ministro de Cooperación Internacional belga, en una visita corta, muy protocolar, ya que era poco lo que podía hablar con dirigentes de un partido de oposición y, peor aún, cuando la mayoría estaba en el exilio. Como a las cinco de la tarde habíamos quedado libres optamos por ir al edificio de la entonces Comunidad Económica Europea, creada veinte años atrás y conocida también como el Mercado Común Europeo. Faltaban aún más de quince años para que se convirtiera en la Unión  Europea. Rafo ingresó a hacer unas consultas mientras el resto lo esperábamos sentados en una mesa en las afueras de una cafetería situada en la amplia galería donde se encuentra la entrada de ese edificio así como de otras dependencias. Veíamos que la gente se movía apuradamente a esa hora, para dejar sus abrigos en un amplísimo guardarropa y se dirigía a oficinas, a ese café o a otros comercios allí situados. Aunque ordenados a veces chocaban con quienes trataban de recoger los suyos.
 
Al salir Rafo nos comentó que había conseguido unas citas más pero que eso significaría que alguno de nosotros regresara de La Haya. Dos noches después, ya en la ciudad holandesa decidimos que Leonidas y Rafo regresaran a Bruselas, mientras que Arturo y yo siguiéramos a Londres, tal como estaba establecido en el programa original.  Es que además de una conversación con el vice canciller belga, se había conseguido una conferencia en el Instituto de América Latina de la Universidad Libre de Bruselas, otra presentación con un grupo parlamentario europeo y una entrevista periodística. Luego nos encontraríamos los cuatro en París para continuar con el programa. A Arturo no le entusiasmó la idea de viajar en compañía de alguien que como él no hablaba inglés y comenzó a preocuparse por lo que sería nuestra suerte en Inglaterra (Ver crónica No hemos llegado a Londres sino a Heathrow del 27 de noviembre de 2012).
 
Regresemos a la tarde del 18 de noviembre. A las 6:30 pm nos recibió en un austero local el Comité Europa América Latina, que presidía nuestro conocido Jean. Fue una reunión de menos de una hora y con muestras de total solidaridad. Sin embargo nuestros anfitriones tendían a mirar lo que sucedía en nuestro país con la misma perspectiva en que miraban los sucesos en Chile o Argentina. Y si bien no podíamos negar que el gobierno de Morales Bermúdez era una dictadura, resultaba una necedad ponerla al nivel del gobierno de Pinochet o Videla, más aun cuando hacía menos de tres meses se había anunciado la convocatoria de elecciones para una Asamblea Constituyente.
 
GUIANDO A UN GUÍA
 
Terminada la reunión propuse pasar por la Grand Plaza, que como he dicho en otra oportunidad es quizá la plaza más hermosa que he conocido. Luego de recorrerla y admirarla decidimos ir a comer en algún sitio cercano. Nosotros invitamos le dijimos a Vladimir, escoge algo que tenga precios razonables y comida agradable. Pero pasemos antes por el Manneken Pis le dijimos. ¿Qué es eso? preguntó Arturo. Literalmente significa “niño que mea” dijo nuestro guía, y es una pequeña estatua de bronce de unos 60 centímetros que muestra a un niño orinando y que tiene cerca de cinco siglos de antigüedad. Es uno de los símbolos de la ciudad, añadió. Cuando comenzó a caminar, yo le dije que estaba seguro que estábamos enrumbando en sentido contrario, por lo que recordaba de haber conocido la estatua unos trece años atrás.
 
Después de visitar al niño de bronce caminamos hacia un restaurante. En el camino le dije en tono de broma que no parecía un guía muy preparado. No para los paisanos pero si para los gringos, contestó. Y ya sentados en una acogedora mesa nos explicó que tenía contacto con una agencia de viajes algo informal que le pagaba algo menos de lo habitual, pero que él mejoraba sus ingresos con las propinas de sus guiados a quienes normalmente les gustaba su trato simpático. Lo cual era estrictamente cierto.
 
Ya en confianza nos dijo que a veces acompañando a pequeños grupos que se desplazaban en tres o cuatro automóviles por Europa, se enteraba de cuál sería su siguiente destino, para después contar casualmente de sus experiencias como guía precisamente en esas ciudades. De esa manera, he conocido Atenas y otras localidades griegas, Venecia y varias otras ciudades italianas, así como capitales de otros países. ¿Cómo haces? le preguntamos. Con mi experiencia viviendo años acá y leyendo en las noches guías para turistas, siempre sé más que el grupo al que acompaño, nos dijo…
 
Al momento de comer y después de comprobar que Rafo se desempeñaba bien en francés, Vladimir aprovechó para explicarnos que se había comprometido con Jean para invitarnos el almuerzo ese día, pero al no tener fondos decidió llevarnos a un sitio que diariamente regalaba comida a extranjeros menesterosos. Aclaró que nos había presentado como importantes políticos latinoamericanos que no tenían lamentablemente ni un bocado para comer…
 
CÓMPLICES INCONSCIENTES DE UN FRAUDE
 
No sería la última sorpresa de la noche. Camino al metro y cerca de una cabina telefónica, Rafo le preguntó sobre un sistema de llamadas a larga distancia. Uno llamaba a un número, decía que iba a llamar a tal o cual país e indicaba su dirección. A fin de mes le llegaba la factura de la llamada a su casa. Para estar seguro de lo que se iba gastando, uno podía inmediatamente después de terminar volver a llamar y pedir el importe de la llamada. Vladimir corroboró que era así. Rafo le pidió que hiciese una llamada a un número de La Haya. Cuando tuvo el fono conversó con su interlocutor detalladamente sobre las actividades que tendríamos y colgó después de unos 6 o 7 minutos. Después de agradecerle le dijo a Vladimir que preguntara cuánto había costado la llamada. No te preocupes le contestó. Oye no queremos perjudicarte con una factura extra a fin de mes, insistió Rafo. Sonriendo Vladimir le contestó ¿crees que yo he dado mi verdadera dirección? Preocupados todos le dijimos que podía ser identificado. Ya lo he averiguado, la empresa telefónica no considera ningún gasto para investigar estos pequeños fraudes porque le costaría bastante más que lo poquísimo que pierde por este tipo de llamadas…
 
Seguimos hacia la estación del metro, pero se me antojó que íbamos caminando más rápido que antes de la parada en la cabina telefónica. Como si nos alejáramos rápidamente del lugar donde habíamos sido cómplices inconscientes de un fraude...
 
Como al día siguiente nos iríamos a Lovaina y regresaríamos después de almuerzo, quedamos en vernos después de siete de la noche. Cuando se fue, Leonidas comentó que podía ser bastante peligroso acompañar a su paisano. Son palomilladas le retrucó Arturo sonriendo. No tendría el mismo humor 24 horas después…
 
Participamos en un seminario en la universidad y luego conversamos y almorzamos con un pequeño grupo de peruanos, entre los que destacaba no sólo por su expresiones sino también por su largos pelos ensortijados y enorme barba Antonio Bernales Alvarado, hoy experimentado consultor en desarrollo sustentable, diseño de procesos de consulta y diálogos ambientales, además hermano de Manolo con quien Rafo y yo habíamos compartido jornadas políticas desde inicios de los años 60.
 
En Lovaina nos encontramos con una pareja de mexicanos, Eduardo y Sol, que conocían a mis compañeros. Como tenían auto quedaron en recogernos a las 4 de la tarde en el departamento de Bruselas. Arturo optó por quedarse a descansar y con Leonidas y Rafo fuimos conversando con la pareja mexicana mientras nos dirigíamos hasta Gante, quizá la ciudad flamenca más importante y con impresionantes construcciones antiguas, junto con gran movimiento comercial en sus zonas modernas. De regreso de esa ciudad a menos de una hora de Bruselas comimos algo en el camino y quedamos en vernos al mediodía siguiente ya que nos llevarían en su auto a Rafo y a mí hasta La Haya, mientras Leonidas y Arturo lo harían en avión.
 
UNA COMPAÑÍA QUE PODÍA SER PELIGROSA
 
Serían las diez de la noche cuando regresamos al departamento. Estaba solo Arturo. Felizmente que mañana nos vamos nos dijo angustiado. Ese muchacho es un peligro añadió. Nos sentamos para tomarnos un café mientras Arturo contaba sus peripecias.
 
Vladimir había llegado como a las siete de la noche y le dijo a Arturo si quería acompañarlo al supermercado. Cuando estaban saliendo, al ver que el otro sacaba un largo sobretodo, Arturo que vestía con un sacón preguntó si había demasiado frio para ponerse una chompa. No se preocupe general, no hay frio, yo me pongo el sobretodo por costumbre, le dijo.
 
Luego Arturo nos contó que durante media hora Vladimir iba de un lado a otro pero con el carrito casi sin mercadería. Ante su extrañeza por tanta vuelta por el supermercado, Vladimir le dijo que estaba por salir pan caliente. Poco después tomó un “baguette”, dejó el carrito y pasó por la caja para pagarlo. Mientras regresaban al departamento, Arturo se preguntaba qué sentido tenía haber perdido tanto tiempo dando vueltas.
 
Ya en el departamento, cuando Arturo iba justamente a preguntárselo, Vladimir abrió su sobretodo y de una fila de bolsillos que tenía en el forro a cada lado comenzó a sacar diversos artículos: paquetes de distintos tipo de queso y diversos jamones, tocino, galletas varias, latas de leche, café instantáneo, té y otras cosas más. Es para el desayuno de mañana antes del viaje, le dijo. Aunque creo que hay lo suficiente si quieren comer algo cuando lleguen, añadió. Como Arturo dijo que no tenía hambre, se sirvió un sándwich y se sentó a conversar un rato. Luego de una media hora se despidió y le dijo que estaría para tomar desayuno.
 
Arturo terminó el relato repitiendo que felizmente nos íbamos al día siguiente...
 
Aunque algo cohibidos, a la mañana siguiente desayunamos con Vladimir que se presentó a las nueve de la mañana. Después de conversar largo, fuimos a la estación de tren que llevaba al aeropuerto. Ahí a la una debíamos encontrarnos con Eduardo y Sol, mientras que Vladimir acompañaría a los generales hasta el aeropuerto.
 
Nos despedimos, Rafo indicándole que en un par de días regresaría por lo menos él para ver cosas pendientes. Por cierto que Vladimir le dijo que el departamento estaba a su disposición. Nos despedimos con un gran abrazo, ya que más allá de cualquier cosa el tipo era de una gran simpatía. En algún momento nos veremos por el Perú, me dijo. Yo me imagine conversando con él en el Haití del óvalo de Miraflores cinco o diez años después.
 
En ese momento no sabía que vería a Vladimir mucho antes…

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