viernes, 23 de agosto de 2013

INTERROGATORIO EN SAN QUINTÍN (1976)

Cerca de las diez de la mañana del domingo 8 de agosto de 1976 prácticamente no había movimiento de vehículos por la avenida España, cuando cruzamos la avenida Wilson con dirección a Alfonso Ugarte. Nos detuvimos y cuadramos frente al local de la Prefectura. Al atravesar la inmensa reja nos preguntaron qué veníamos a hacer. Estoy citado a esta hora a Seguridad del Estado, dije. Y cuando los uniformados miraron interrogantes a mi barbado acompañante, añadí: es mi abogado.

Nos dejaron entrar y avancé aparentando no tener ningún temor hasta el bloque de oficinas que nos indicaron y subimos hasta el tercer piso. Estábamos en las puertas de la dependencia de la Policía de Investigaciones del Perú, PIP, que en los círculos políticos de los 60 y 70 se conocía como San Quintín. En una especie de vestíbulo, un aburrido joven suboficial vestido de civil preguntó la razón de mi presencia. Di mi nombre y expliqué que el día anterior había sido sacado de mi domicilio a las tres de la mañana para ser conducido a la estación PIP de Pueblo Libre, donde veinte horas después me habían dejado en libertad con la indicación que me presentará en esas oficinas al día siguiente (ver crónica "Metralletas en el techo de mi casa” del 19 de julio).
 
No indiqué nada sobre los motivos de mi detención. Es decir que querían información sobre el paradero de Rafael Roncagliolo, presidente de la federación de periodistas del Perú, perseguido desde unas cinco semanas atrás por sus opiniones en contra del gobierno de Morales Bermúdez. El joven policía miró unos papeles, se levantó e ingresó a una oficina y al salir me dijo que pasara. Y añadió: el doctor tiene que quedarse aquí. Ni modo, te estaré esperando me dijo con una amplia sonrisa que destacaba dentro de su espesa y larga barba Marcial Rubio Correa.
 
UN ABOGADO DE LUJO
 
Luego que mi esposa se comunicara a primeras horas del día anterior con Henry Pease y Federico Velarde, dos grandes amigos que además eran directivos de DESCO, la ONG en la que yo trabajaba, ellos habían convocado a Marcial y entre los tres analizaron mi detención. Quedaron que, sí no había indicios de mi paradero hasta el lunes, deberían iniciar acciones ante la prensa, pese era muy poco lo que en ese momento se podía esperar de ella. A primera hora del domingo cuando les comuniqué mi liberación, desde un teléfono público ya que no tenía en casa, Henry me dijo que Marcial estaría en mi casa a las 9:30 de la mañana para acompañarme.
 
Como habíamos bromeamos en el camino, Malulo –como le decíamos todos sus amigos- no era exactamente un abogado dedicado a defender casos sino básicamente un jurista, un estudioso del derecho, que ya en ese momento tenía por lo menos un par de libros publicados y que en las siguientes décadas publicaría más de una decena de libros de derecho. Incluso creo que ya tenía alguna promoción de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica que llevaba su nombre, pese a que en esos momentos aun no había cumplido 28 años. En ese entonces ya estaba claro que el trabajo de investigación –que realizaba en DESCO- y la enseñanza universitaria marcarían toda su vida. Tanto que llegó a presidir DESCO entre 1989 y 1993, institución en la que se mantuvo más de 20 años sin dejar la docencia en la Católica. Y fue en esa universidad donde ejerció diversos cargos en la facultad de Derecho. Desde mediados de los 90, en que pasó a dedicarse exclusivamente a la labor universitaria fue vicerrector administrativo, primero, y vicerrector académico después, para ser desde el año 2009 su Rector. Y esas vocaciones esencialmente académicas las lograba por esa época compatibilizarlas con su deseo de participar en política.
 
Siendo Marcial unos seis años menor que yo lo había tratado muy poco en los años anteriores. Cuando ingresé a DESCO a mediados de 1974  estaba de licencia, ya que había viajado a Inglaterra para seguir un postgrado. Lo había comenzado a tratar pocos meses antes, a su regreso cuando se reintegró a trabajar. Y nuestro trato fue desde el primer momento muy cordial. Y aunque ese domingo frío mientras nos acercábamos a la avenida España aun no lo sabíamos, en los siguientes quince años tendríamos una relación bastante estrecha. Tampoco suponíamos que tres meses después ambos integraríamos la primera dirección nacional del Partido Socialista Revolucionario que se formaría en noviembre de 1976. Menos intuíamos que un año después se convocaría a una Asamblea Constituyente para 1978 y que ambos integraríamos la lista de candidatos del PSR.
 
EL QUE SE PONE NERVIOSO, PIERDE
 
Pero regresemos a las oficinas de Seguridad del Estado esa mañana de agosto de 1976. Crucé la puerta que me indicaba el joven policía e ingresé a un ambiente muy amplio con unos doce o quince escritorios, la mayoría de los cuales tenía una mesita auxiliar para máquinas de escribir. Había una sola persona esperándome. Señor Filomeno, soy el mayor Salcedo me dijo y me señaló una silla frente a su escritorio y casi inmediatamente comenzó a preguntarme mis datos: nombre, número de mi libreta electoral, edad, dirección, estado civil, nivel de instrucción, ocupación, lugar de trabajo, etc.
 
Pero luego de copiar mis “generales de ley”, usando rapidísimamente un dedo de cada mano para escribir, se quedó mirando la vieja y desgastada máquina durante un par de minutos y luego se volvió hacia el escritorio donde había una ruma con todos los diarios que se publicaban en esa época: La Crónica, El Comercio, La Prensa, Expreso, Correo, Ojo y sus respectivos suplementos dominicales. Última Hora sólo salía de lunes a sábado. Tomó uno y se puso a ojearlo deteniéndose en algunos momentos para leer alguna noticia. Inicialmente yo ni me movía de la silla, pero después de un par de minutos opté por coger también un periódico y comenzar a revisarlo. Pasaron los minutos y seguía en esa actitud, como si estuviera solo. Así pasaron unos doce o quince minutos en silencio total sólo interrumpido por el sonido del papel cuando alguno de los dos cambiaba de página…
 
Bueno ya que no estamos nerviosos, conversemos un poco antes de seguir escribiendo el atestado, me dijo el oficial. E inmediatamente añadió: me imagino que debe saber que los de arriba están interesados en ubicar a Rafael Roncagliolo y las investigaciones indican que usted está en contacto con él. Ante mi silencioso asentimiento, el mayor Salcedo dudó un poco pero me dijo: yo tengo claro que usted no se comunica con él sino Roncagliolo lo llama a usted al teléfono de DESCO y preguntó: ¿puede decirme como establecen el punto de contacto? Bueno, le puedo dar varios ejemplos. Un diálogo pudo haber sido así:
-Te acuerdas cuando ganamos la dirección de la Juventud DC en el congreso del Callao…
-Si
-Al terminar nos regresamos a Lima y lo celebramos en un bar…
-¿Ese que también es cafetería?
-Exacto, allí a la misma hora que nos vimos hace dos días…
 
Y le expliqué  sonriendo: Si alguno quería saber cuál era el sitio en que habíamos quedado tenía que haber estado con nosotros en el “Bransa” de la Colmena, frente al Hotel Bolívar en abril de 1966, es decir ¡diez años antes!
 
No tengo que decirle que le estoy poniendo un ejemplo hipotético ya que ahora el centro de Lima ha cambiado mucho y se frecuenta cada vez menos, le dije, sin dejar de sonreír.
 
Sonrió también y me dijo: ¿no tiene un ejemplo más simple, que no requiera diálogo?
 
Claro que sí le contesté. Puede ser una llamada en que sólo se diga: “A la misma hora que la última vez, en la cuadra donde Manolo tuvo su departamento cuando regreso de Chile con su primera esposa uno de cuyos hermanos se llama Coco”. Y seguí dando un par de ejemplos más hasta que el policía me cortó y me preguntó: ¿desde cuándo se conocen? Desde noviembre de 1960, le contesté. ¿En qué circunstancias?, añadió y le dije que fue cuando Roncagliolo llegó a inscribirse en el local de la Democracia Cristiana, en sus últimos días de escolar.
 
Y las preguntas se sucedieron: si habíamos estado juntos en el extranjero preguntaba y yo contestaba tres veces en Chile y una en El Salvador. Y la conversación continuó con preguntas y respuestas cortas.
 
Ya en tono cordial, el policía me dijo: A dos personas que apenas sobrepasan los treinta años y tienen más de 15 “politiqueando” juntos es muy difícil sorprenderlos aun cuando se logre escuchar sus conversaciones telefónicas –y no es esté diciendo que se les está grabando, por si caso, aclaró- salvo que a usted se le siga las 24 horas del día y, claro, en ese caso ustedes dos sencillamente se cuidaran de encontrarse.
 
¿Y SI DECIMOS AREQUIPA EN LUGAR DE PETIT THOUARS?
 
Guardo un momento de silencio y me miró con un gesto casi amistoso. Y luego me dijo: mire estamos entre profesionales: usted es político y yo policía. Yo cumplo órdenes y tengo que preguntar y usted es libre de contestar lo que parezca más conveniente. Aquí no hay nada personal, yo respeto a los políticos y sé que muchas veces la tortilla se vuelve... Ya me ha pasado haber estado en la captura de Héctor Béjar el año 1965 y tener que brindarle seguridad en un mitin de apoyo a Velasco en 1972. De tal manera que, concluyó, le haré unas cuantas preguntas cortas y usted trate de contestarme también en forma corta. De acuerdo le dije, mientras él se volteaba hacia su máquina de escribir. Y se inició el interrogatorio:
-¿Cuándo fue la última vez que se reunió con Rafael Roncagliolo?
-El jueves último…
-¿Quién solicitó la reunión…?
-Él telefónicamente, yo no tengo cómo ubicarlo.
-A donde lo llamó…
-A mi oficina, DESCO…
-¿A qué hora del jueves se reunieron?
-A las 4 y 30 de la tarde
-¿Dónde se reunieron?
-En la cuadra 18 de la avenida Petit Thouars…
-A ver, T O U H…, oiga mejor pongamos avenida Arequipa ¿le parece?
-De acuerdo…

Sonreímos ambos y después de dos o tres preguntas más terminó el atestado, lo firmamos, puse mi huella digital y me despedí con cordialidad de un hombre que seguramente había ingresado a la Policía de Investigaciones del Perú sinceramente dispuesto a luchar por el bien de su país y a quien, con unos veinte años de experiencia, se le notaba el hastío de tener que obedecer los caprichos de los gobernantes de turno…
 
Afuera me esperaba Malulo, quien se carcajeó con mi relato de la entrevista, durante el viaje de regreso a mi casa. Luego comentamos de otras cosas de la situación política y sobre DESCO. No hubo motivo para mencionar el nombre de Valentín Paniagua, quien era amigo de ambos, por razones académicas en su caso y por razones políticas en el mío. Pero si hubiéramos mencionado casualmente su nombre, de ninguna manera hubiéramos pensado que en noviembre del año 2000, entonces muy lejano, Valentín juraría como presidente de un gobierno de transición y que Marcial sería su ministro de Educación.

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