Cerca de
las diez de la mañana del domingo 8 de agosto de 1976 prácticamente no había
movimiento de vehículos por la avenida España, cuando cruzamos la avenida
Wilson con dirección a Alfonso Ugarte. Nos detuvimos y cuadramos frente al
local de la Prefectura. Al atravesar la inmensa reja nos preguntaron qué
veníamos a hacer. Estoy citado a esta hora a Seguridad del Estado, dije. Y
cuando los uniformados miraron interrogantes a mi barbado acompañante, añadí: es mi
abogado.
Nos
dejaron entrar y avancé aparentando no tener ningún temor hasta el bloque de
oficinas que nos indicaron y subimos hasta el tercer piso. Estábamos en las
puertas de la dependencia de la Policía de Investigaciones del Perú, PIP, que en los círculos políticos de los 60 y 70 se conocía como San
Quintín. En una especie de vestíbulo, un aburrido joven suboficial vestido de
civil preguntó la razón de mi presencia. Di mi nombre y expliqué que el día
anterior había sido sacado de mi domicilio a las tres de la mañana para ser
conducido a la estación PIP de Pueblo Libre, donde veinte horas después me
habían dejado en libertad con la indicación que me presentará en esas oficinas
al día siguiente (ver
crónica "Metralletas en el techo de mi casa” del 19 de julio).
No
indiqué nada sobre los motivos de mi detención. Es decir que querían
información sobre el paradero de Rafael Roncagliolo, presidente de la
federación de periodistas del Perú, perseguido desde unas cinco semanas atrás
por sus opiniones en contra del gobierno de Morales Bermúdez. El joven policía
miró unos papeles, se levantó e ingresó a una oficina y al salir me dijo que
pasara. Y añadió: el doctor tiene que quedarse aquí. Ni modo, te estaré
esperando me dijo con una amplia sonrisa que destacaba dentro de su espesa y
larga barba Marcial Rubio Correa.
UN
ABOGADO DE LUJO
Luego
que mi esposa se comunicara a primeras horas del día anterior con Henry Pease y
Federico Velarde, dos grandes amigos que además eran directivos de DESCO, la
ONG en la que yo trabajaba, ellos habían convocado a Marcial y entre los tres
analizaron mi detención. Quedaron que, sí no había indicios de mi paradero
hasta el lunes, deberían iniciar acciones ante la prensa, pese era muy poco lo
que en ese momento se podía esperar de ella. A primera hora del domingo cuando
les comuniqué mi liberación, desde un teléfono público ya que no tenía en casa,
Henry me dijo que Marcial estaría en mi casa a las 9:30 de la mañana para
acompañarme.
Como habíamos
bromeamos en el camino, Malulo –como le decíamos todos sus amigos- no era
exactamente un abogado dedicado a defender casos sino básicamente un jurista,
un estudioso del derecho, que ya en ese momento tenía por lo menos un par de
libros publicados y que en las siguientes décadas publicaría más de una decena
de libros de derecho. Incluso creo que ya tenía alguna promoción de la Facultad
de Derecho de la Universidad Católica que llevaba su nombre, pese a que en esos
momentos aun no había cumplido 28 años. En ese entonces ya estaba claro que el
trabajo de investigación –que realizaba en DESCO- y la enseñanza universitaria
marcarían toda su vida. Tanto que llegó a presidir DESCO entre 1989 y 1993,
institución en la que se mantuvo más de 20 años sin dejar la docencia en la
Católica. Y fue en esa universidad donde ejerció diversos cargos en la facultad
de Derecho. Desde mediados de los 90, en que pasó a dedicarse exclusivamente a la
labor universitaria fue vicerrector administrativo, primero, y vicerrector
académico después, para ser desde el año 2009 su Rector. Y esas vocaciones esencialmente
académicas las lograba por esa época compatibilizarlas con su deseo de
participar en política.
Siendo
Marcial unos seis años menor que yo lo había tratado muy poco en los años
anteriores. Cuando ingresé a DESCO a mediados de 1974 estaba de licencia, ya que había viajado a
Inglaterra para seguir un postgrado. Lo había comenzado a tratar pocos meses
antes, a su regreso cuando se reintegró a trabajar. Y nuestro trato fue desde
el primer momento muy cordial. Y aunque ese domingo frío mientras nos acercábamos
a la avenida España aun no lo sabíamos, en los siguientes quince años
tendríamos una relación bastante estrecha. Tampoco suponíamos que tres meses
después ambos integraríamos la primera dirección nacional del Partido
Socialista Revolucionario que se formaría en noviembre de 1976. Menos intuíamos
que un año después se convocaría a una Asamblea Constituyente para 1978 y que
ambos integraríamos la lista de candidatos del PSR.
EL QUE
SE PONE NERVIOSO, PIERDE
Pero
regresemos a las oficinas de Seguridad del Estado esa mañana de agosto de 1976.
Crucé la puerta que me indicaba el joven policía e ingresé a un ambiente muy
amplio con unos doce o quince escritorios, la mayoría de los cuales tenía una
mesita auxiliar para máquinas de escribir. Había una sola persona esperándome.
Señor Filomeno, soy el mayor Salcedo me dijo y me señaló una silla frente a su
escritorio y casi inmediatamente comenzó a preguntarme mis datos: nombre,
número de mi libreta electoral, edad, dirección, estado civil, nivel de instrucción,
ocupación, lugar de trabajo, etc.
Pero
luego de copiar mis “generales de ley”, usando rapidísimamente un dedo de cada
mano para escribir, se quedó mirando la vieja y desgastada máquina durante un
par de minutos y luego se volvió hacia el escritorio donde había una ruma con
todos los diarios que se publicaban en esa época: La Crónica, El Comercio, La Prensa, Expreso, Correo, Ojo y sus respectivos suplementos dominicales. Última Hora sólo salía de lunes a sábado. Tomó uno y se puso a
ojearlo deteniéndose en algunos momentos para leer alguna noticia. Inicialmente
yo ni me movía de la silla, pero después de un par de minutos opté por coger
también un periódico y comenzar a revisarlo. Pasaron los minutos y seguía en
esa actitud, como si estuviera solo. Así pasaron unos doce o quince minutos en
silencio total sólo interrumpido por el sonido del papel cuando alguno de los dos
cambiaba de página…
Bueno ya
que no estamos nerviosos, conversemos un poco antes de seguir escribiendo el
atestado, me dijo el oficial. E inmediatamente añadió: me imagino que debe
saber que los de arriba están interesados en ubicar a Rafael Roncagliolo y las
investigaciones indican que usted está en contacto con él. Ante mi silencioso
asentimiento, el mayor Salcedo dudó un poco pero me dijo: yo tengo claro que
usted no se comunica con él sino Roncagliolo lo llama a usted al teléfono de
DESCO y preguntó: ¿puede decirme como establecen el punto de contacto? Bueno,
le puedo dar varios ejemplos. Un diálogo pudo haber sido así:
-Te acuerdas
cuando ganamos la dirección de la Juventud DC en el congreso del Callao…
-Si
-Al
terminar nos regresamos a Lima y lo celebramos en un bar…
-¿Ese
que también es cafetería?
-Exacto,
allí a la misma hora que nos vimos hace dos días…
Y le
expliqué sonriendo: Si alguno quería
saber cuál era el sitio en que habíamos quedado tenía que haber estado con
nosotros en el “Bransa” de la Colmena, frente al Hotel Bolívar en abril de
1966, es decir ¡diez años antes!
No tengo
que decirle que le estoy poniendo un ejemplo hipotético ya que ahora el centro
de Lima ha cambiado mucho y se frecuenta cada vez menos, le dije, sin dejar de
sonreír.
Sonrió
también y me dijo: ¿no tiene un ejemplo más simple, que no requiera diálogo?
Claro
que sí le contesté. Puede ser una llamada en que sólo se diga: “A la misma hora
que la última vez, en la cuadra donde Manolo tuvo su departamento cuando
regreso de Chile con su primera esposa uno de cuyos hermanos se llama Coco”. Y
seguí dando un par de ejemplos más hasta que el policía me cortó y me preguntó:
¿desde cuándo se conocen? Desde noviembre de 1960, le contesté. ¿En qué
circunstancias?, añadió y le dije que fue cuando Roncagliolo llegó a
inscribirse en el local de la Democracia Cristiana, en sus últimos días de
escolar.
Y las
preguntas se sucedieron: si habíamos estado juntos en el extranjero preguntaba
y yo contestaba tres veces en Chile y una en El Salvador. Y la conversación
continuó con preguntas y respuestas cortas.
Ya en
tono cordial, el policía me dijo: A dos personas que apenas sobrepasan los
treinta años y tienen más de 15 “politiqueando” juntos es muy difícil
sorprenderlos aun cuando se logre escuchar sus conversaciones telefónicas –y no
es esté diciendo que se les está grabando, por si caso, aclaró- salvo que a
usted se le siga las 24 horas del día y, claro, en ese caso ustedes dos
sencillamente se cuidaran de encontrarse.
¿Y SI
DECIMOS AREQUIPA EN LUGAR DE PETIT THOUARS?
Guardo
un momento de silencio y me miró con un gesto casi amistoso. Y luego me dijo: mire
estamos entre profesionales: usted es político y yo policía. Yo cumplo órdenes
y tengo que preguntar y usted es libre de contestar lo que parezca más
conveniente. Aquí no hay nada personal, yo respeto a los políticos y sé que
muchas veces la tortilla se vuelve... Ya me ha pasado haber estado en la
captura de Héctor Béjar el año 1965 y tener que brindarle seguridad en un mitin
de apoyo a Velasco en 1972. De tal manera que, concluyó, le haré unas cuantas
preguntas cortas y usted trate de contestarme también en forma corta. De acuerdo
le dije, mientras él se volteaba hacia su máquina de escribir. Y se inició el
interrogatorio:
-¿Cuándo fue la última vez que se reunió con Rafael Roncagliolo?
-¿Cuándo fue la última vez que se reunió con Rafael Roncagliolo?
-El
jueves último…
-¿Quién solicitó la reunión…?
-Él telefónicamente, yo no tengo cómo ubicarlo.
-A donde lo llamó…
-A mi oficina, DESCO…
-¿A qué hora del jueves se reunieron?
-A las 4 y 30 de la tarde
-¿Dónde se reunieron?
-En la cuadra 18 de la avenida Petit Thouars…
-A ver, T O U H…, oiga mejor pongamos avenida Arequipa ¿le parece?
-De acuerdo…
Sonreímos ambos y después de dos o tres preguntas más terminó el atestado, lo firmamos, puse mi huella digital y me despedí con cordialidad de un hombre que seguramente había ingresado a la Policía de Investigaciones del Perú sinceramente dispuesto a luchar por el bien de su país y a quien, con unos veinte años de experiencia, se le notaba el hastío de tener que obedecer los caprichos de los gobernantes de turno…
-¿Quién solicitó la reunión…?
-Él telefónicamente, yo no tengo cómo ubicarlo.
-A donde lo llamó…
-A mi oficina, DESCO…
-¿A qué hora del jueves se reunieron?
-A las 4 y 30 de la tarde
-¿Dónde se reunieron?
-En la cuadra 18 de la avenida Petit Thouars…
-A ver, T O U H…, oiga mejor pongamos avenida Arequipa ¿le parece?
-De acuerdo…
Sonreímos ambos y después de dos o tres preguntas más terminó el atestado, lo firmamos, puse mi huella digital y me despedí con cordialidad de un hombre que seguramente había ingresado a la Policía de Investigaciones del Perú sinceramente dispuesto a luchar por el bien de su país y a quien, con unos veinte años de experiencia, se le notaba el hastío de tener que obedecer los caprichos de los gobernantes de turno…
Afuera
me esperaba Malulo, quien se carcajeó con mi relato de la entrevista, durante
el viaje de regreso a mi casa. Luego comentamos de otras cosas de la situación
política y sobre DESCO. No hubo motivo para mencionar el nombre de Valentín
Paniagua, quien era amigo de ambos, por razones académicas en su caso y por
razones políticas en el mío. Pero si hubiéramos mencionado casualmente su
nombre, de ninguna manera hubiéramos pensado que en noviembre del año 2000,
entonces muy lejano, Valentín juraría como presidente de un gobierno de
transición y que Marcial sería su ministro de Educación.
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