viernes, 19 de julio de 2013

METRALLETAS EN EL TECHO DE MI CASA (1976)

La asunción de la presidencia de la república del general Francisco Morales Bermúdez el 29 de agosto de 1975, “relevando” –como se dijo en ese momento- al general Juan Velasco Alvarado, había descolocado a muchas personas, dado el apoyo recibido inicialmente a este cambio de parte de los generales “progresistas”.

Sin embargo, el pase al retiro de Leonidas Rodríguez en los últimos días de octubre, hizo que muchos sectores tomaran inmediata distancia del gobierno que aun utilizaba el título de revolucionario. Esto ocurrió claramente con la dirigencia campesina aglutinada en la novísima Confederación Nacional Agraria, CNA.

LA DERECHIZACIÓN DEL GOBIERNO MILITAR

Pero en los últimos meses de ese año y los primeros de 1976, la preocupación por signos de “derechización” del régimen fue cada vez más creciente entre otros sectores, particularmente periodistas que escribían en las páginas editoriales o en columnas de opinión, cuyos directores desde el 28 de julio del año anterior eran nombrados “provisionalmente” por el gobierno en tanto se organizaban los sectores sociales a quienes se les había asignado cada diario en la llamada “socialización de la prensa”. Había reuniones de periodistas de distintos medios para coordinar campañas, pero sobre todo para especular sobre los distintos escenarios posibles a partir de algunas medidas del gobierno cuyo nuevo presidente había prometido muy pocos meses antes “profundizar la revolución”.

En la segunda quincena de marzo de 1976, Rafael Roncagliolo fue elegido presidente de la Federación de Periodistas del Perú, una de las dos existentes planteando cada una ser la verdadera. La elección se produjo en un congreso realizado poco después que el viraje a la derecha del gobierno militar se confirmara con el cambio de los directores y comités directivos de los diarios y se suspendiera por 90 días la estabilidad laboral en esos medios. En su juramentación, Roncagliolo rechazó la ofensiva que se intuía ya contra los periodistas, por lo que exigió la estabilidad laboral y demandó diálogo con el presidente Francisco Morales Bermúdez.

Rafael Roncagliolo, Rafo para sus amigos, había sido elegido dos meses antes, en enero, secretario general del sindicato de periodistas y empleados de los diarios Expreso y Extra enfrentando una lista encabezada por Alfonso Lizarzaburu. Esas elecciones fueron particularmente complicadas y el comité electoral estuvo presidido por mí, a pesar que recién había ingresado a planilla como editorialista a principios de ese mes. Esto ocurrió porque había dos comités electorales en pugna. Ambos declinaron para que yo me encargara de la presidencia del único comité electoral del sindicato, considerando que era de plena confianza para ambos candidatos y, de esa manera, se evitaría el riesgo que el sindicato se dividiera por las pugnas de dos sectores, extremo al que nadie quería llegar.

DESPIDOS MASIVOS DE PERIODISTAS Y CIERRE DE REVISTAS

En la primera semana de abril, comenzarían los despidos de los periodistas, particularmente en Expreso, que desde antes de 1974 había sido administrado por sus trabajadores. En el primer grupo de despedidos por la nueva administración estuvo Rafo, después de ejercer durante unos 20 meses la jefatura de la página editorial. En mi caso, estuve en la tercera lista de despidos una semana después.

La directiva de la federación encabezada por Roncagliolo a poco de instalarse no sólo tuvo que afrontar los cambios de dirección y los despidos en Expreso y, en menor medida, en Extra, el diario de cariz más popular de la misma casa editora, sino el despido de periodistas producido en todos los diarios.

Justamente entre los meses de abril y mayo de 1976, varios grupos de personas que habían apoyado abierta o críticamente al régimen del general Juan Velasco y que estaban pensando en organizarse políticamente desde por lo menos un año atrás, aceleraron sus conciliábulos. Entre esos grupos había más de uno integrado por periodistas o colaboradores de las páginas editoriales de los diarios desplazados por las nuevas administraciones. Aunque algunos de estos núcleos estaban enterados de los afanes de otros todavía no había una confluencia y, pese a que no lo sabían aun, una buena parte estaba poniendo las bases de lo que el 23 de noviembre de ese año sería el Partido Socialista Revolucionario. Pero eso será otra crónica…

Valga como paréntesis indicar que curiosamente unos de esos núcleos, aunque en ese momento nadie lo podía sospechar, lo integrábamos los dos candidatos a la secretaria general del sindicato de Expreso, Roncagliolo y Lizarzaburu, su personero en esos comicios, Alfonso Klauer, y yo, junto con otras cinco personas con común origen social cristiano. De los nueve Rafo y yo, así como Manuel Benza, José María Salcedo y José Antonio Luna, estaríamos meses después en el naciente PSR.

Durante esos mismos meses de abril y mayo, Rafo se dedicó a enfrentar al gobierno, no sólo por su posición sobre la prensa, sino fundamentalmente por su viraje en la política general, incluso en entrevistas a publicaciones del exterior. Sus declaraciones fueron calificadas en más de oportunidad como “subversivas” por el ministro del Interior, general Luis Cisneros.

A principios de junio, en México, durante el Primer Congreso Latinoamericano de Periodistas, Roncagliolo presentó un informe muy duro sobre la situación de los periodistas en el Perú. El documento apareció días después en El Periodista, vocero de la federación que él presidía. Esa publicación, como en otros casos, correspondía a los varios intentos de sacar nuevos voceros, utilizando antiguas publicaciones que habían dejado de circular por años o décadas, dadas las dificultades legales que el gobierno de Morales Bermúdez había establecido para sacar alguna nueva. Fue el caso no sólo de El Periodista, sino además de Momento o Amauta del Mar. Sin embargo, al iniciarse julio esas revistas fueron clausuradas junto con otras dos publicaciones progresistas que se mantenían con dificultad como Marka y La Palabra del Pueblo. Igualmente se clausuraron semanarios de derecha como ABC, El Tiempo, Gente y Opinión Libre. También Oiga dirigida por Francisco Igártua recientemente llegado de exilio, Equis X del ex trotskista Ismael Frías y Unidad, vocero del Partido Comunista Peruano. La revista Caretas estaba suspendida desde marzo de 1975, a pesar que ya en mayo de 1976 se le había devuelto su local y autorizado el reingreso al país de su director, Enrique Zileri. Estas últimas medidas coincidieron con el desplazamiento del gobierno de los pocos generales “progresistas” que quedaban.

PERSECUCIÓN A RONCAGLIOLO

Después de su regreso de México, no había pasado mucho tiempo para que la entonces Policía de Investigaciones del Perú, PIP, se dedicara a buscar a Rafael Roncagliolo. El 30 de junio, un operativo evidentemente para detenerlo realizado en El Cuadro, una urbanización situada en Chaclacayo, fracasó por confusión de la policía en localizar la casa donde vivía con su esposa y su hijo Santiago en ese entonces de apenas un año -y tres décadas después laureado escritor- pero fue el aviso suficiente para que pasara a la clandestinidad.

Resultó casi natural que al desaparecer de sus circuitos habituales, fuera yo su contacto político en tareas o gestiones que no podía hacer y para analizar conjuntamente la situación política que vivíamos. Con Rafo nos unía en esos momentos una amistad de más de quince años. Incluso invitado por él desde más de un año antes, yo había estado colaborando en Expreso. Él se mantuvo estrechamente vinculado a DESCO, institución donde trabajaba desde unos seis años antes y a la que yo había ingresado a mediados de 1974. Pero sobre todo, nos habíamos conocido desde el día que ingresó a la Democracia Cristiana en noviembre de 1960 muy pocos días después que cumpliera 16 años. Desde entonces habíamos desarrollado una sólida amistad, incluso había sido testigo de mi matrimonio en 1972. No sólo habíamos trabajado partidariamente juntos, ya que cuando yo era el secretario general de la Juventud DC, Rafo era el subsecretario general, sino habíamos coincidido en promover el trabajo en los frentes estudiantiles social cristianos. Pero además en impulsar el trabajo internacional de la JDC que hizo posible que fuera elegida para presidir la JDC de América Latina, que él asumió como presidente entre 1967 y 1969 y que yo concluyera entre ese año y 1970. Además formamos parte del grupo que renunció a la DC en junio de 1971. Pero desde hacía unos meses conformábamos, como me referí párrafos antes, uno de los colectivos que buscaba formar un nuevo partido. Salvo lo último, era posible que la otra información la hubiera armado la policía después de unos diez o quince días. Por eso calculo que a mediados de julio es que comenzaron a seguirme…

RUTINAS PARA LA CLANDESTINIDAD

Desde que se inició la clandestinidad de Rafo, las reglas quedaron tácitamente establecidas. Yo no debía tener forma de buscarlo. Era él quien me llamaba, salvo cuando habíamos quedado previamente en una cita. La policía no tenía cómo ubicarlo ya que no iba a su casa, ni a la de su madre, ni a DESCO donde había regresado a trabajar a tiempo completo luego de su despido de Expreso. Quien tenía que cuidarse de que lo siguieran era yo porque hacía mis labores habituales, interrumpidas sólo de vez en cuando para nuestras reuniones. Como yo no tenía teléfono en casa, se comunicaba conmigo en DESCO cuya central telefónica desde algunos meses antes tenía ruidos un poco raros. Pero nuestras conversaciones telefónicas no las podían entender ni nuestros compañeros de trabajo si es que lograban oírme y menos algunas orejas extrañas que estuvieran interesadas en lo que hablábamos.

- Nos vemos dos horas después que ayer...
- ¿Dónde?
- Frente al edificio de la ex esposa del que no quería usar como clave Samuel...
- ¿Ese café que tiene un estacionamiento amplio que da a dos avenidas?
- Exacto...

Pero también teníamos códigos para en caso no poder concretar una reunión, como por ejemplo reunirse una o dos horas después en el mismo sitio. Y también teníamos “buzones de emergencia” para casos en que yo sufriera detención, percance que siempre era posible considerando que tenía seguimiento casi permanente.

Me había acostumbrado a seguir algunas rutinas que me servían para saber si tenía “colas”. Avanzaba unas cuadras y me daba una o dos vueltas a la manzana. Evidentemente si algún vehículo me seguía en tan insólito comportamiento, sabía que estaba siendo seguido. Pero también sabía despegarme de tales “colas”. Había algunas tiendas con salida por dos calles a las que entraba después de estacionar mi auto por las inmediaciones, como quien entra a comprar algo e inmediatamente me escabullía para salir por otro lado y tomar un taxi. O estacionaba el auto y avanzaba a pie para voltear abruptamente por una calle con tránsito en sentido contrario para subirme casi al vuelo a algún micro cuando mis seguidores me habían perdido de vista para dar la vuelta a la manzana. O calcular pasar el semáforo al borde del cambio de luz, para sacar ventaja de algunas cuadras y entrar a una playa de estacionamiento y permanecer allí 10 a 15 minutos. En fin varias formas de despegarse.

El 27 de julio, en La Prensa, se publicó una entrevista hecha por el corresponsal de Excélsior de México, en la que Rafo señaló que se encontraba perseguido. También dijo que consideraba que el gobierno de Morales Bermúdez actuaba contrarrevolucionariamente, desmantelando sistemática y calculadamente los objetivos nacionalistas y revolucionarios. Afirmaba que ello había comenzado el 29 de octubre del año anterior con el pase al retiro de Leonidas Rodríguez y culminado el 16 de julio con la salida del gobierno del Primer Ministro general Jorge Fernández Maldonado, el Canciller general Miguel Ángel De la Flor, así como los generales Enrique Gallegos y Arturo Valdés.

MI CASA ALLANADA EN LA MADRUGADA

Quizás cansados de seguirme durante más de tres semanas sin poder localizar a Rafo, es que un día -o mejor dicho una madrugada- decidieron detenerme como forma de presionarlo para que se entregue…

El sábado 7 de agosto cerca de las 3:30 de la madrugada tocaron con insistencia el timbre de mi casa. Con Ana María mi esposa nos despertamos sobresaltados. No es común que se visite una casa a esas horas, menos cuando hay estado de emergencia y toque de queda de doce de la noche a cinco de la mañana. Me asomé a un ventanal que había en la sala-comedor desde donde vi en la reja de entrada de la casa a unos tres metros de donde yo estaba, a un grupo de personas que me gritaban que abriera, pues eran policías.

Tres o cuatro de ellos ingresaron a la casa y revisaron todos los cuartos. No puedo decir que hubo rudeza, más bien se puede decir que incluso había respeto y el deseo de mostrar que sólo cumplían órdenes “de arriba” aunque evidentemente las pistolas en sus cartucheras no eran demostración de actitud amistosa. Preguntaron por Rafo, aunque les resultó evidente que allí no se encontraba. Mi esposa de pronto, al mirar un pequeño jardín interior, se dio cuenta que en el techo de la casa habían unos tres efectivos, portando armas largas sostenidas con ambas manos. Impactada les pidió a los que estaban dentro de la casa que no hicieran ruido para no despertar a los niños, mi hijo de dos años y cinco meses y mi hija de un año y dos meses. Tácitamente la petición fue aceptada y los policías se movieron con más cuidado. Me dieron unos minutos para que me cambiara y los acompañara.

Cinco minutos después me despedí de mi esposa. Le dije rápidamente que evitara que los niños se dieran cuenta de su nerviosismo, que comunicara lo sucedido a mi madre y a Henry Pease y Fico Velarde, directivos de DESCO. Y le recalqué que no olvidara de llamar a Emma, una secretaria joven que trabajaba con varios de nosotros y le dijera que no podía tener listo el trabajo para el lunes y le explicara que era debido a mi detención. Esto último le pareció extraño pero adivinó en mi mirada que era muy importante.

Salí y sentí más frio que el que seguramente había en ese momento. Quien era el jefe del operativo, se despidió de Ana María. “No se preocupe, señora…” alcancé a oír. No escuché porque bajó la voz la parte final de sus palabras “…el día que aparezca el señor Roncagliolo, desaparecerán los problemas de su esposo”.

PREOCUPACIÓN POR DETENCIÓN

A las tres de la mañana y con toque de queda el recorrido desde la Urbanización La Capullana en Surco hasta una estación PIP en los alrededores de las avenidas Brasil y Bolívar en Jesús María, apenas duró unos veinte minutos.

Encerrado en un calabozo maloliente y sentado en el suelo, me preguntaba si ya se habían trasladado al Perú las prácticas de torturas que se sabía existían en los regímenes militares de Chile, Argentina o Uruguay. No era el caso peruano en esta etapa de “derechización” que encabezaba Morales Bermúdez, pero me preguntaba mientras amanecía en pleno invierno limeño si no sería yo protagonista del cambio de estilo. Si algo me tranquilizaba es que estaba en manos de la PIP, cuyos integrantes sabían que un perseguido político de hoy podría ser parte del gobierno mañana. Mi intranquilidad duró hasta poco después de las diez de la mañana. A esa hora sabía que aunque me obligaran a decir dónde debía encontrarme con Rafo, éste ya no estaría ahí.

Ese día tenía que haberme encontrado con Rafo a las 9 de la mañana para dirigirnos a ensayar cómo se produciría nuestro primer encuentro con Leonidas Rodríguez, quien se encontraba permanentemente vigilado. Aunque por seguridad yo no lo sabía aun, el encuentro sería en un nuevo centro comercial en Surco que tenía pasadizos peatonales que podía hacer fácil el traslado de un auto a otro. Como no llegué se dio una vuelta para regresar al sitio una hora después y al comprobar alarmado que yo tampoco llegaba, se alejó rápidamente del lugar. Poco después buscó un teléfono público para hacer una llamada. Se comunicó con la más joven secretaria de DESCO quien no lo veía desde varias semanas atrás, cuando pasó a la clandestinidad. La chica le dijo que era la segunda llamada inesperada que recibía, porque unas dos horas antes la había llamado mi esposa para hablarle de un trabajo que yo no tendría listo porque había sido detenido en la madrugada. No te preocupes, es un trabajo que estábamos haciendo para una publicación extranjera y seguramente Ana María pensó que era para DESCO, le dijo Rafo sin traslucir ninguna preocupación. Ni la chica había sido avisada que sería un involuntario “buzón de emergencia”, ni mi esposa sabía que en realidad le había pedido trasmitir un mensaje para Rafo…Y éste y yo habíamos comprobado que el sistema de utilizar a un tercero no enterado para mensajes de emergencia había sido una buena idea.

DE REGRESO EN CASA

Pasadas las once de la noche, sin ningún interrogatorio durante todo el tiempo que estuve detenido, me dejaron en libertad indicándome que al día siguiente domingo tendría que estar en Seguridad del Estado de la PIP, ubicado en el tercer piso del local de la Prefectura de Lima, donde había estado detenido en mis tiempos de dirigente de la Juventud DC once años antes (ver crónica “¿Bombo o Bomba?” del 15 de diciembre de 2012 y "Detenidos junto al cura Bolo” del 20 de enero de 2013). Pero esta nueva visita a las instalaciones también conocidas como San Quintín, es para toda otra crónica…

Llegué a mi casa al borde del toque de queda. Cuando Ana María sintió la puerta se levantó asustada y respiró aliviada al ver que llegaba solo. Nos abrazamos como si hubiéramos pasado días sin vernos e inconscientemente ambos miramos la parte alta del jardincito. Esta vez por cierto no distinguimos hombres armados.

Más de veinte horas después de haber salido detenido de mí casa me asome a ver a mis dos hijos. Estaban igual a como los había dejado: profundamente dormidos.

1 comentario:

  1. Alfredo:
    Hoy leo tu crónica y ayer pasábamos en Surquillo por la casa de mi profesora Mercedes Filomeno, tu tía. Quedo impresionado por tu relato y compruebo que me encuentro ante un compañero especial. Soy poco afecto a la política, porque me dejé llevar más por el arte musical y la locución, pero si incursioné en el sindicalismo en la televisión y comprobé la triste realidad de dirigentes sólo empeñados en buscar notoriedad ante el patrón. Los intereses de los trabajadores pasaban a segundo plano. Una decepción, porque sólo conseguimos ingratos recuerdos.
    Te felicito y me siento honrado de ser tu amigo y te agradezco haberme acompañado en la Misa, una sorpresa, dentro de esa contingencia, agradable.

    Seguiremos leyendo tus crónicas.

    ResponderBorrar