Teníamos
en casa un pequeño radio que se encendía en las mañanas, no sólo para escuchar
la noticias, sino sobre todo para que la reiterada mención a la hora, apurara
el inicio de la diaria rutina de una casa con un padre profesor y cuatro hijos,
tres de los cuales ya iban al colegio. En las noches servía para escuchar las
series infantiles como “Tamakún, el vengador errante”. Los sábados se
escuchaban algunos programas de entretenimiento. Pero un día, podría haber sido
en 1951 o 1952, el radio colapsó.
No era
la primera vez que el pequeño radio se malograba. En cada oportunidad había que
llevarla a un técnico que se encargaba de revisarla y arreglarla. Pero aquella
vez, el técnico declaró que ya nada podía hacer. Era un problema de alguno de
los “tubos” que eran piezas importantísima del aparato. Había que comprar uno
nuevo…
LOS
INGRESOS ESCASOS Y LOS GASTOS AUSTEROS
Mi madre
tomaba las decisiones relacionadas con los gastos de la casa. Recuerdo que los
días de pago, mi padre le entregaba su sobre. Era una excelente administradora
de los austeros ingresos que mi padre tenía. De todas formas, ella se aseguraba
que mi padre contara siempre con algo de dinero en los bolsillos. En esos años,
como siempre, los sueldos de los profesores eran bajos, aun cuando tuvieran
cargos directivos como era el caso de mi padre. Supe que cuando era profesor
por horas en varios colegios, algunas veces completaba el presupuesto familiar
con ingresos extras conseguido como profesor particular, yendo a dictar clases
a alumnos con problemas de aprendizaje o que requerían un “repaso” para dar
examen de ingreso a la universidad.
Alguna
vez me enteré de las clases particulares a una alumna sobre cuya identidad tuvo
que guardar absoluto secreto. Se trataba de la segunda esposa de un connotado
personaje de la capital, que se había casado pocos años después de la muerte de
su primera esposa. El caballero había quedado encandilado por la belleza y
simpatía de la dama y sólo luego del matrimonio -realizado en privado debido
a su viudez- se dio cuenta de la total ignorancia de su conyugue en una serie
de asuntos. Cuando averiguó discretamente se enteró que la familia sólo había
considerado necesario que aprendiera a leer, ya que como “era mujer” no
necesitaba mayor educación. Pero el marido, además de estar perdidamente
enamorado, no sólo pensaba en ella como ama de casa sino también como su
compañera en las tertulias que su amplia vida social requería. Mi padre me
contó muchos años después que la dama felizmente era muy inteligente y
aprovechó al máximo de las clases de dos horas que durante más de un año le dio
tres días a la semana.
Ya desde
1950 dedicado a tiempo completo a la gran unidad escolar “Tomas Marsano”, mi
padre no tenía que desplazarse apresuradamente para dar clases en distintos
colegios. Tenía un sueldo procedente de un solo colegio y mi madre podía
administrar un sueldo sin altibajos pero siempre austero.
Volvamos
al día que le dijeron a mi madre que el radio no tenía remedio. En la mañana,
buscó en algunas tiendas que quedaban en el centro de Lima y llegó a la casa
con distintas proformas. En la tarde, cuando mi padre regresó a trabajar y
algunos de nosotros a estudiar, se dedicó a compararlas y a hacer cuentas. A la
hora de comida tenía ya una decisión…
TRES
MESES COMIENDO EN MESA ABURRIDA
Vamos a
comprar un radio marca “Telefunken” que me han dicho que es de muy buena
calidad. El precio es alto, pero como se puede pagar en tres partes lo podemos comprar,
siempre y cuando hagamos unos ajustes…, nos anunció. Y antes que mi padre
hiciera alguna pregunta, mi madre sentenció: desde mañana y por tres meses
comeremos frijoles con arroz de lunes a sábado. En la comida de esa época,
además de alguna entrada o sopa, se servía arroz con algo; menestras, puré y
asado, olluquitos, cau cau, coliflor arrebozada, carapulcra, croquetas, arroz
tapado, etc. Algunas de las comidas se acompañaban de huevo frito o bisté. Pero
los frijoles con arroz era el plato más barato. El domingo era una tradición en
muchas casas limeñas comer pastas, generalmente tallarines en salsa roja o
verde y mi casa no era una excepción a esa costumbre.
A partir
del día siguiente en la sala de la casa quedó instalado un radio que era
bastante grande, cuyo sonido prácticamente no tenía las interferencias a las
que estábamos acostumbrados y al lado del cual se reunía a veces toda familia o
parte de ella para escuchar programas educativos y de competencias artística
como el de Maruja Venegas llamado “Radio Club Infantil”, que creo que se pasaba
por Radio Mundial. Años después, escucharíamos en Radio Central, en horario de
la 8 de la noche los programas cómicos “Escuelita Nocturna” y “Loquibambia”.
Pero creo que en mi casa, al igual que en muchos hogares de esa época, la
década de los cincuenta, el radio quedó asociada a la radionovela del escritor
cubano Félix B. Caignet: “El derecho de nacer”.
Por mi
parte, los fines de semana esa radio me servía para escuchar los partidos de fútbol
de nuestro campeonato profesional y en 1958 para tratar de escuchar con mucho
esfuerzo las trasmisiones del mundial de fútbol que se jugó en Suecia y donde
por primera vez Brasil resultó campeón mundial.
Pero
también desde el día siguiente del anuncio, los almuerzos y las comidas de mi
casa fueron bastante monótonos ya que prácticamente eran siempre los mismos
platos. Hubo algunos días que se rompió la monotonía de la menestra, que
siempre se acompañaba de una “sarsa criolla” preparada con cebollas aderezadas
con muy poco ají, limón, sal y pimienta. Felizmente a los tres meses regresó la
variedad en la mesa familiar.
CUANDO
LOS ARTEFACTOS NO ERAN DESCARTABLES
Si bien
ese radio duró muchísimos años, unos pocos después en 1959 un televisor lo
reemplazó como centro de reunión familiar. Su compra fue igualmente difícil decidir.
Pero ese año hubo algún desahogo para la economía familiar. Mi padre se había
jubilado en febrero de 1957. Y al año siguiente y durante un par de años más
fue contratado por el colegio Pestalozzi como asesor de la dirección. Ese
colegio originalmente había contado con el apoyo de la colonia suiza y
posteriormente también con el aporte de padres de familia de otras
nacionalidades. Mi padre llegó a trabajar en él a propuesta del director del
plantel Otto Pfändler, de nacionalidad suiza, que lo había conocido cuando aun
trabajaba en la gran unidad escolar. De manera que durante breve tiempo,
nuestro hogar tuvo dos ingresos de mi padre: su sueldo y su jubilación.
Valga
esta oportunidad para recordar que en esa época se compraban artefactos
domésticos con la idea que duraran el máximo de tiempo. Ahora el desarrollo
tecnológico –y para ser más objetivos también el consumismo que hace un buen
tiempo tenemos instalado en nuestra forma de vida- considera que los aparatos
son desechables, es decir que no se componen sino se cambian. Planchas,
licuadoras, hornos, microondas, casi íntegramente de plástico, se renuevan
cuando fallan o cuando pasa cada cierto tiempo. Y si a alguno se le ocurre
arreglarlo, resulta difícil encontrar un técnico o lo que cobran es demasiado caro,
por lo que puede resultar que “la lavada cueste más que la camisa”.
Para mí
una idea del cambio de los tiempos en artefactos eléctricos es el recuerdo de
la primera licuadora que tuvo mi familia. Fue en la década del cincuenta. Su
vaso era de vidrio y un buen día apareció rajado a unos 3 o 4 centímetros de la
base. Actualmente se hubiese comprado un vaso nuevo, pero en esa época no se
vendían vasos sueltos. O considerando que la licuadora estaba ya bastante usada,
ahora se compraría una nueva. En esa época lo que hizo mi madre es ir con el
vaso a una hojalatería cercana al mercado del Baratillo e hizo que lo
“forraran” con una lámina de hojalata completamente pegado al vidrio, ya que
tenía calzar en la base donde estaba el motor. El vaso quedó forrado en su
parte inferior y no dejaba de ser raro para cualquier visitante que lo viera en
la cocina.
La
solución de emergencia sirvió para que la licuadora durara muchos años y evitó
que mi madre tuviera que comprar otra. De esa manera se evitó también que la
familia pasara una vez más por el sacrificio de repetir un mismo plato por
varias semanas…
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