viernes, 19 de julio de 2013

A COMER FRIJOLES POR TRES MESES (1951/52)

Teníamos en casa un pequeño radio que se encendía en las mañanas, no sólo para escuchar la noticias, sino sobre todo para que la reiterada mención a la hora, apurara el inicio de la diaria rutina de una casa con un padre profesor y cuatro hijos, tres de los cuales ya iban al colegio. En las noches servía para escuchar las series infantiles como “Tamakún, el vengador errante”. Los sábados se escuchaban algunos programas de entretenimiento. Pero un día, podría haber sido en 1951 o 1952, el radio colapsó.

No era la primera vez que el pequeño radio se malograba. En cada oportunidad había que llevarla a un técnico que se encargaba de revisarla y arreglarla. Pero aquella vez, el técnico declaró que ya nada podía hacer. Era un problema de alguno de los “tubos” que eran piezas importantísima del aparato. Había que comprar uno nuevo…
 
LOS INGRESOS ESCASOS Y LOS GASTOS AUSTEROS
 
Mi madre tomaba las decisiones relacionadas con los gastos de la casa. Recuerdo que los días de pago, mi padre le entregaba su sobre. Era una excelente administradora de los austeros ingresos que mi padre tenía. De todas formas, ella se aseguraba que mi padre contara siempre con algo de dinero en los bolsillos. En esos años, como siempre, los sueldos de los profesores eran bajos, aun cuando tuvieran cargos directivos como era el caso de mi padre. Supe que cuando era profesor por horas en varios colegios, algunas veces completaba el presupuesto familiar con ingresos extras conseguido como profesor particular, yendo a dictar clases a alumnos con problemas de aprendizaje o que requerían un “repaso” para dar examen de ingreso a la universidad.
 
Alguna vez me enteré de las clases particulares a una alumna sobre cuya identidad tuvo que guardar absoluto secreto. Se trataba de la segunda esposa de un connotado personaje de la capital, que se había casado pocos años después de la muerte de su primera esposa. El caballero había quedado encandilado por la belleza y simpatía de la dama y sólo luego del matrimonio -realizado en privado debido a su viudez- se dio cuenta de la total ignorancia de su conyugue en una serie de asuntos. Cuando averiguó discretamente se enteró que la familia sólo había considerado necesario que aprendiera a leer, ya que como “era mujer” no necesitaba mayor educación. Pero el marido, además de estar perdidamente enamorado, no sólo pensaba en ella como ama de casa sino también como su compañera en las tertulias que su amplia vida social requería. Mi padre me contó muchos años después que la dama felizmente era muy inteligente y aprovechó al máximo de las clases de dos horas que durante más de un año le dio tres días a la semana.
 
Ya desde 1950 dedicado a tiempo completo a la gran unidad escolar “Tomas Marsano”, mi padre no tenía que desplazarse apresuradamente para dar clases en distintos colegios. Tenía un sueldo procedente de un solo colegio y mi madre podía administrar un sueldo sin altibajos pero siempre austero.
 
Volvamos al día que le dijeron a mi madre que el radio no tenía remedio. En la mañana, buscó en algunas tiendas que quedaban en el centro de Lima y llegó a la casa con distintas proformas. En la tarde, cuando mi padre regresó a trabajar y algunos de nosotros a estudiar, se dedicó a compararlas y a hacer cuentas. A la hora de comida tenía ya una decisión…
 
TRES MESES COMIENDO EN MESA ABURRIDA
 
Vamos a comprar un radio marca “Telefunken” que me han dicho que es de muy buena calidad. El precio es alto, pero como se puede pagar en tres partes lo podemos comprar, siempre y cuando hagamos unos ajustes…, nos anunció. Y antes que mi padre hiciera alguna pregunta, mi madre sentenció: desde mañana y por tres meses comeremos frijoles con arroz de lunes a sábado. En la comida de esa época, además de alguna entrada o sopa, se servía arroz con algo; menestras, puré y asado, olluquitos, cau cau, coliflor arrebozada, carapulcra, croquetas, arroz tapado, etc. Algunas de las comidas se acompañaban de huevo frito o bisté. Pero los frijoles con arroz era el plato más barato. El domingo era una tradición en muchas casas limeñas comer pastas, generalmente tallarines en salsa roja o verde y mi casa no era una excepción a esa costumbre.
 
A partir del día siguiente en la sala de la casa quedó instalado un radio que era bastante grande, cuyo sonido prácticamente no tenía las interferencias a las que estábamos acostumbrados y al lado del cual se reunía a veces toda familia o parte de ella para escuchar programas educativos y de competencias artística como el de Maruja Venegas llamado “Radio Club Infantil”, que creo que se pasaba por Radio Mundial. Años después, escucharíamos en Radio Central, en horario de la 8 de la noche los programas cómicos “Escuelita Nocturna” y “Loquibambia”. Pero creo que en mi casa, al igual que en muchos hogares de esa época, la década de los cincuenta, el radio quedó asociada a la radionovela del escritor cubano Félix B. Caignet: “El derecho de nacer”.
 
Por mi parte, los fines de semana esa radio me servía para escuchar los partidos de fútbol de nuestro campeonato profesional y en 1958 para tratar de escuchar con mucho esfuerzo las trasmisiones del mundial de fútbol que se jugó en Suecia y donde por primera vez Brasil resultó campeón mundial.
 
Pero también desde el día siguiente del anuncio, los almuerzos y las comidas de mi casa fueron bastante monótonos ya que prácticamente eran siempre los mismos platos. Hubo algunos días que se rompió la monotonía de la menestra, que siempre se acompañaba de una “sarsa criolla” preparada con cebollas aderezadas con muy poco ají, limón, sal y pimienta. Felizmente a los tres meses regresó la variedad en la mesa familiar.
 
CUANDO LOS ARTEFACTOS NO ERAN DESCARTABLES
 
Si bien ese radio duró muchísimos años, unos pocos después en 1959 un televisor lo reemplazó como centro de reunión familiar. Su compra fue igualmente difícil decidir. Pero ese año hubo algún desahogo para la economía familiar. Mi padre se había jubilado en febrero de 1957. Y al año siguiente y durante un par de años más fue contratado por el colegio Pestalozzi como asesor de la dirección. Ese colegio originalmente había contado con el apoyo de la colonia suiza y posteriormente también con el aporte de padres de familia de otras nacionalidades. Mi padre llegó a trabajar en él a propuesta del director del plantel Otto Pfändler, de nacionalidad suiza, que lo había conocido cuando aun trabajaba en la gran unidad escolar. De manera que durante breve tiempo, nuestro hogar tuvo dos ingresos de mi padre: su sueldo y su jubilación.
 
Valga esta oportunidad para recordar que en esa época se compraban artefactos domésticos con la idea que duraran el máximo de tiempo. Ahora el desarrollo tecnológico –y para ser más objetivos también el consumismo que hace un buen tiempo tenemos instalado en nuestra forma de vida- considera que los aparatos son desechables, es decir que no se componen sino se cambian. Planchas, licuadoras, hornos, microondas, casi íntegramente de plástico, se renuevan cuando fallan o cuando pasa cada cierto tiempo. Y si a alguno se le ocurre arreglarlo, resulta difícil encontrar un técnico o lo que cobran es demasiado caro, por lo que puede resultar que “la lavada cueste más que la camisa”.
 
Para mí una idea del cambio de los tiempos en artefactos eléctricos es el recuerdo de la primera licuadora que tuvo mi familia. Fue en la década del cincuenta. Su vaso era de vidrio y un buen día apareció rajado a unos 3 o 4 centímetros de la base. Actualmente se hubiese comprado un vaso nuevo, pero en esa época no se vendían vasos sueltos. O considerando que la licuadora estaba ya bastante usada, ahora se compraría una nueva. En esa época lo que hizo mi madre es ir con el vaso a una hojalatería cercana al mercado del Baratillo e hizo que lo “forraran” con una lámina de hojalata completamente pegado al vidrio, ya que tenía calzar en la base donde estaba el motor. El vaso quedó forrado en su parte inferior y no dejaba de ser raro para cualquier visitante que lo viera en la cocina.
 
La solución de emergencia sirvió para que la licuadora durara muchos años y evitó que mi madre tuviera que comprar otra. De esa manera se evitó también que la familia pasara una vez más por el sacrificio de repetir un mismo plato por varias semanas…

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