En la actualidad resulta común recibir llamadas para ofrecer una nueva tarjeta de crédito que sirva para pagar las deudas con tarjetas de otros bancos. Y de paso quedar con un saldo para gastar… o malgastar. También hay otras llamadas que prometen grandes ventajas si uno escoge un nuevo proveedor del servicio telefónico celular. Hay momentos en que los ofrecimientos telefónicos hartan y algunas veces incluso dan ganas de mandar al diablo a quienes nos hablan, sino fuera porque los dueños de las imperturbables voces -que tratan que aceptemos algo repitiendo un cansado libreto- están realizando su trabajo, labor irritante para uno pero que puede asegurarles a ellos algún ingreso, justo en una época como la actual caracterizada por la creciente pérdida de puestos de trabajo.
El fastidio en mi caso, sin embargo, tiene un factor adicional. Al momento de iniciar la charla escucho un “buenos días señor José” y si no logro evitar con relativa amabilidad que siga la parrafada, tengo que escuchar un par de minutos interrumpidos cada 15 segundos por “señor José” nombre que me resisto a asumir como mío. A pesar que han pasado más de 78 años desde que lo llevo, me cuesta aceptar que es mi primer nombre, ya que para todo efecto soy sólo Alfredo desde que me acuerdo. Así me llamaban cuando era niño en mi casa, así como en las casas de mis parientes y de los amigos de mis padres.
NUNCA RESPONDÍ A MI
PRIMER NOMBRE
Tengo que aceptar que
al estar actualmente todo interconectado el dar el número de mi documento
nacional de identidad -DNI- al conectarse con el Registro Nacional de
Identificación y Estado Civil,
RENIEC, automáticamente aparecen mis datos y me llaman por mi primer nombre.
A lo largo de
prácticamente toda la mitad del siglo pasado no tuve problemas por usualmente
utilizar sólo mi segundo nombre. Automáticamente sabía qué cuándo se trataba de
sacar un documento oficial cómo la llamada libreta electoral -que luego fue
sustituida por el DNI- o licencia de conducir tenía que poner mis dos nombres. También
los utilicé cuando hice compras significativas, como la casa en la que vivimos
con mi esposa desde 1973 o los dos automóviles nuevos que compramos en 1976 y
2014. También para los seguros privados que recién comencé a usar a mediados de
la década de los 90. En todo lo demás, mi nombre era Alfredo.
Tan inconscientemente sólo
comprobaba que en distintos documentos oficiales apareciera mi nombre Alfredo,
que en el segundo pasaporte que obtuve en diciembre de 1980 y estando fuera del
país me di cuenta que indicaba que me llamaba Jorge Alfredo. Hice por lo menos
un par de viajes al extranjero con el documento así y me cuidé con llenar los
formularios de inmigración como J. Alfredo. Un año después conseguí que se
indicara el error y se corrigiera al renovar el pasaporte.
Calculo que fue recién
en 1951 o 1952 que me enteré que me llamaba José Alfredo, creo que porque lo
leí en alguna libreta de notas escolares. Pero no tuve mayores problemas porque
al llamar los profesores en los salones de clase lo hacían por los apellidos y
de igual forma nos llamábamos con mis condiscípulos. Algunos profesores que me
sabían hijo del asesor de letras de la gran unidad escolar donde ingresé a
estudiar el cuarto de primaria me llamaban Alfredito. Y posteriormente,
conforme fui cultivando amistades escolares que hasta hoy mantengo, muchos
fuimos dejando de llamarnos por el apellido y preguntándonos por los nombres. Y
yo me llamaba Alfredo…
En algún momento en el
año 63 con mi flamante libreta electoral en la mano, pensé en utilizar los dos
nombres y le di vueltas al asunto por algunos meses, pero terminé desechando la
idea, ya que resultaba demasiado extenso escribir José Alfredo seguido además
por un apellido de ocho letras.
NO CONOCÍA A NINGÚN
JOSÉ FILOMENO
Tenía poco más de 30
años cuando en octubre de 1972 me operé de las amígdalas en el entonces llamado
Hospital del Empleado, hoy Edgardo Rebagliati. En una ocasión, cuando realizaba
los trámites previos en ese centro de seguridad social, estaba en una amplia
sala de espera de consultorios cuando escuché llamar a un José Filomeno. Inmediatamente
comencé a mirar alrededor mío para descubrir quién era ese pariente porque no ubicaba
a ningún José entre mis primos hermanos. La curiosidad me pasó cuando una
fastidiada asistente gritó “José Filomeno Jarrín” y comprendí que yo era el
convocado.
En toda mi actividad
política en el Partido Demócrata Cristiano entre 1959 y 1971, así como fundador
y dirigente del Partido Socialista Revolucionario entre 1976 y 1991 mi nombre
sólo era Alfredo Filomeno. Incluso no utilicé mi primer nombre cuándo fui
candidato al congreso por el PSR o las alianzas que este partido integró. Por
otro lado, no usaba el apellido materno debido a que muchas veces cuándo lo
consignaba era llamado como señor Jarrín o escribían Alfredo F. Jarrín. El que
Filomeno fuera también nombre generaba esas confusiones.
A finales del siglo
pasado, en febrero de 1998, hubo una reunión en mi casa de primos hermanos y
sobrinos agasajando a la única hermana viva de los Filomeno Chávez. Por cierto
que como yo era Alfredo estaba seguro que no había ningún José Filomeno. Me
equivoqué. Éramos tres. Me di cuenta de esto alrededor de año y medio después.
Me encontré con mi primo hermano Javier Filomeno Edward en una de las agencias
del BBVA en San Isidro y nos pusimos a esperar por un trámite cuando escuchamos
que llamaban a José Filomeno. Ambos nos paramos. Soy José Javier, dijo
sonriendo. Y yo José Alfredo, repliqué. Siendo Filomeno raro como apellido fue
bastante curioso que dos con el mismo nombre coincidieran en una oficina. O me
había enterado poco antes o en ese momento me lo contó Javier, también nuestro
primo hermano al que conocíamos como Memín y se llamaba Guillermo como su
padre, era José Guillermo Filomeno Mendoza.
LOS ERRORES DE MI PADRE EN EL REGISTRO CIVIL
Alguna vez conversé con
mi madre sobre mis nombres. Ella y mi papá tenían decidido que si era hombre me
iban a llamar Alfredo como él y estaban conversando sobre cuál sería el segundo
nombre, pero mi nacimiento prematuro fue anterior a alguna decisión. Cuando mi
padre fue a inscribirme en la municipalidad de Lima se dio cuenta que no tenía
un segundo nombre y recordó que José se llamaba mi abuelo materno que había
fallecido unos catorce años antes. Y terminó poniéndolo antes que Alfredo que
era el primer nombre previsto. Pero no sólo eso, como pensó que se había pasado
la fecha límite de inscripción declaró que yo había nacido un día después. Toda
mi vida mi cumpleaños ha sido un día antes de la fecha en que oficialmente nací.
De esa diferencia de un día me enteré cuando vi mi partida de nacimiento,
cuando tenía unos quince años.
Conversando con mi madre
y mis hermanas coincidimos en que en momentos de tensión, mi padre se ponía muy
nervioso y por supuesto, su primer hijo que no llegaba ni siquiera a
sietemesino y que había nacido bastante antes que llegara él con el médico para
que me recibiera y que tenía un aspecto bastante frágil, justificaba su
nerviosismo (Ver crónica “¿Ser casi sietemesino trae secuelas?” del 21 de octubre de 2016).
Creo que en realidad el
nacimiento de cada hijo ponía en tensión a mi padre. Preocupado que mi madre
pudiese tener secuelas del parto que afectara su salud, que por cierto nunca sucedió,
o que alguno de sus hijos recién nacidos tuviera problemas lo que no ocurrió,
salvo en mi caso que me costó algunos meses superar mi nacimiento prematuro, lo
cierto es que se equivocó también en los nombres de mis hermanas.
Cuándo año y nueve
meses después de mi nacimiento llegó mi primera hermana estaba previsto que se
llamara Hilda como mi madre y Angélica como mi abuela materna. En camino a la
municipalidad del Rímac mi padre pensó que debía añadir el nombre de su otra
abuela y terminó inscrita como Carmen Hilda Angélica. Así como yo fui Alfredo
todo el tiempo, ella fue Hilda desde siempre, pero en las últimas tres décadas
que vive fuera del país y de acuerdo a sus papeles es oficialmente Carmen,
aunque toda la familia, al igual que sus amigas, le seguimos llamando Hilda.
Tres años después mi padre fue al municipio de Miraflores a inscribir a Silvia María
qué unos veinte años después tuvo cambiar legalmente todos sus certificados de
estudios con esos nombres para poner los de María Silvia como aparecía en su
partida de nacimiento. Para ingresar al colegio religioso había utilizado la
partida de bautizo donde sí aparecían sus nombres en el orden que todos
pensábamos que tenían legalmente. Hilda y yo sí recibimos en el bautizo el
mismo nombre que en los Registros Civiles.
FILOMENO POR PARTIDA
DOBLE
Hacia 1950 éramos los
hermanos Alfredo, Hilda y Silvia, aunque legalmente en realidad nuestros
nombres eran José, Carmen y María. En mayo de ese año llegó Vilma Isabel,
aunque muchos años después me enteraría que así aparecía en su partida de
bautizo pero no en la de nacimiento. Me costó entenderlo cuando lo leí y
comprendí que una vez más mi padre erró al momento de inscribir a su última
hija. No leyó lo escrito por el funcionario del municipio del Rímac. Los
apellidos como los de todos los hermanos eran Filomeno Jarrín, pero los nombres
eran Vilma Filomeno. ¡El primer apellido se repetía como segundo nombre! Y
felizmente -por sentido común- en el colegio y en la normal en que estudió sólo
lo consideraron como apellido. Y en algún momento, al sacar su libreta
electoral, desapareció también como nombre. Más de una vez bromeamos sobre el
doble Filomeno en su partida de nacimiento con la menor de mis hermanas, la
última en llegar y la primera en partir hace justo un año, aunque hasta ahora
no acepte la idea de no volverla a ver…
Nunca encontré alguna explicación
que llevara a mi padre a errar en la inscripción de sus cuatro hijos. Sin
embargo hace unos cuatro o cinco años descubrí que a él también le dieron
distintos nombres (Ver crónica “Joven soldado y viejo maestro”
del 17 de diciembre de 2018). En 1902 figuraba como Manuel Ernesto en su partida de nacimiento y
Manuel Alfredo en su partida de bautizo, pero en distintos documentos de su
vida adulta figuraba sólo como Alfredo. Aunque esta situación es una
coincidencia, no una explicación…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario