Entre el 1 de julio de 1976 y el 28 de agosto del año
siguiente, el gobierno del general Francisco Morales Bermúdez mantuvo el estado
de emergencia en el país incluyendo la suspensión de varias garantías
constitucionales, como la inviolabilidad del domicilio, el impedimento de
detención sin mandato judicial, el libre tránsito y la libertad de reunión. También
estableció el toque de queda inicialmente desde las 10 de la noche hasta las 5
de la mañana, aunque pocos días después se corrió su inicio hasta la medianoche
y luego de algunos meses se pasó a la una de la mañana para en su última etapa,
estar vigente sólo entre las dos y las cinco de la mañana. Inicialmente
decretadas por treinta días, las medidas fueron prorrogadas trece veces.
Como ya he señalado anteriormente (ver crónica “Hablemos de toques de queda” del 27 de marzo de 2020), la decisión del gobierno se debió a la necesidad de
reprimir las muestras de descontento del movimiento popular que en esos
momentos ya estaba tratando de organizar contundentes medidas de protesta
contra el gobierno que, debido a las dificultades, se concretarían recién un
año después con el contundente paro nacional del 19 de julio de 1977.
EMERGENCIA SANITARIA Y EMERGENCIAS
POLÍTICAS
En estos días estamos viviendo en el país un estado de
emergencia que considera un aislamiento social obligatorio o cuarentena, el
toque de queda entre las seis de la tarde y las cuatro de la mañana y el
impedimento de circulación de vehículos particulares. Sólo una persona por
familia puede salir exclusivamente a comprar alimentos o medicinas o realizar
gestiones bancarias. La decisión dispuesta por el gobierno a partir del 16 de
marzo, busca evitar el contagio masivo que amenaza a la población por la
existencia de una pandemia. Inicialmente se decretó por dos semanas, pero se
prorrogó en tres oportunidades por lo que después de ocho semanas debe acabar
el próximo 10 de mayo.
El estado de emergencia de estos días es por cierto bastante
distinto al de hace más de cuarenta años. El actual es sanitario, para proteger
la integridad de los peruanos. El de décadas atrás fue político para proteger
la estabilidad del gobierno de Morales Bermúdez.
Hecha la distinción, a pesar que en varias otras crónicas me
he referido a actividades y hechos políticos vividos durante la vigencia de ese
extenso toque de queda del siglo pasado, voy a recordar ahora algunos otros
episodios.
CREAR UN PARTIDO CON EMERGENCIA Y
TOQUE DE QUEDA
La segunda mitad de 1976 fue justamente la etapa previa a la fundación
del Partido Socialista Revolucionario, PSR (ver crónica
“Nace un nuevo partido” del 21 de noviembre de 2014) que como ya he señalado en otras oportunidades
fue particularmente compleja por el estado de emergencia dado que se tuvo que
integrar los avances en busca de un movimiento político que diversos colectivos
venían haciendo poco después del “relevo” del general Juan Velasco Alvarado por
Morales Bermúdez y particularmente después del pase al retiro del general
Leonidas Rodríguez Figueroa el 29 de octubre de 1975.
Las reuniones con diversos grupos que realizamos apresuradamente
a lo largo de octubre hasta el 20 de noviembre de 1976, requerían guardar la
máxima discreción, ya que había que considerar que cualquiera podía ser
detenido sin mayor razón. Y aunque la mayoría se preocupaba fundamentalmente en
calcular la demora en trasladarse a sus casas por el toque de queda, yo lo
hacía también pensando en la posibilidad de detenciones. No era una
preocupación teórica sino originada en el hecho de haber sido ya detenido en dos
oportunidades pocas semanas antes, en ambos casos sacado de mi casa por la
policía y en una de ellas confinado por tres días en un insólito lugar (ver crónica “Durmiendo entre ataúdes” del 14 de setiembre de 2013).
La situación de emergencia en el país hizo más difícil aun la
organización del partido después que el 29 de noviembre se publicara su
manifiesto de fundación que incluía sesenta de los nombres de sus promotores,
incluyendo al general Leonidas Rodríguez. Fueron más intensas las medidas de
seguridad que hubo que adoptarse para evitar represiones. Pero ninguna medida
pudo evitar la orden de deportación contra cinco de los fundadores vinculados a
la Fuerza Armada, incluyendo a Leonidas Rodríguez que se dictó el 7 de enero de
1977 (ver crónica “40 días intensos, 40 años atrás” del 19 de noviembre de 2016).
Aunque tuvimos que
tomar medidas de precaución ante la posibilidad que la deportación nos
alcanzara a otros dirigentes partidarios,
el análisis de la situación política que hicimos en esos días nos hizo concluir
que esas deportaciones eran un mensaje dirigido a la Fuerza Armada -en
actividad o en retiro- para evitar que nuevos enfrentamientos o discrepancias
surgieran en sus filas.
SORTEANDO EL TOQUE DE QUEDA
Con los cuidados del caso seguimos organizando el partido. A
mediados de ese mismo mes de enero, se nos encargó un documento y para
trabajarlo nos reunimos en mi casa un sábado a las nueve de la noche. Éramos
tres. Uno totalmente clandestino al que llamaremos José Gabriel. Otro que
guardaba la formalidad de no aparecer firmando como dirigente debido a que era
funcionario público pero que su identificación era evidente: Manuel Benza
Pflücker, conocido como Manano. Incluso uno o dos sábados antes sus padres -el
Capitán de Navío Manuel Benza Chacón y María Luisa Pflücker de Benza- habían
sido deportados. Manano no había podido despedirse de sus padres porque se
encontraba fuera del país y aterrizó en Lima poco después de la partida de
ellos al exilio.
Luego de terminar el documento, nos quedamos comentando lo
que sabía Manano de la situación de sus padres, instalados en Panamá junto con
Leonidas y el contralmirante Jorge Dellepiani. El general Arturo Valdés, el otro
deportado, se encontraba en México. Alrededor de las doce de la noche les dije
a mis compañeros que ya debíamos terminar la reunión porque el toque de queda
se iniciaba a la una. No te preocupes, me dijo Manano, a esta hora llego a mi
casa en menos de quince minutos. Cuando poco después José Gabriel se levantó
para salir diciendo que tenía que caminar unas ocho cuadras, Manano le dijo que
lo llevaría…
Pasadas las doce y media de la noche dimos por terminada la
reunión. Me levante a acompañarlos hasta el parqueo en las afueras de mi casa y
escuché sorprendido a Manano diciendo: “Carajo me olvidé que no tenía carro”… Te
llevo le dije, mientras José Gabriel indicó que no tendría problemas en llegar
caminando a su casa en quince minutos y se puso a andar. Inmediatamente entré a
mi casa, saqué las llaves de mi Volkswagen, le indiqué a mi esposa que regresaba
en unos minutos y salí corriendo a arrancar el auto, mientras que mi compañero
me explicaba que su esposa lo había dejado en mi casa porque tenía que hacer
unas compras para sus hijas.
Salí a la avenida Ayacucho. A dos cuadras voltee en “U”,
avancé hasta la avenida Tomas Marsano, avancé rápidamente por esa vía bordeando
el flamante Ovalo Higuereta -que recién unos veinte años después tendría dos
pases subterráneos- hasta llegar a la avenida República de Panamá por la que
avancé unas ocho cuadras e ingresé por al Zanjón por unos cien metros para salir
hacía la avenida Javier Prado. Al llegar al cruce con la avenida Arenales
faltaban 11 minutos para la una. Más que suficiente para que Manano se bajara
ahí y caminara unas cinco cuadras hacia su casa. Yo di la vuelta en “U” e hice
rápidamente el camino de vuelta. Al bajar del auto para entrar a mi casa, miré
el reloj: faltaba un minuto para la 1.
No sería la única vez que regresaría a mi casa a pocos minutos
del toque de queda.
REUNIONES EN CLANDESTINIDAD
Pero no fue en ese largo periodo de estado de emergencia sino
en el que se produjo entre el 20 de mayo y julio de 1978, donde tuve mayores
problemas. Hubo toque de queda y suspensión de garantías que incluía la imposibilidad
de reuniones… ¡en plena campaña electoral! Pero diez días antes de las
elecciones para la Asamblea Constituyente -que se celebraron el 18 de junio- se
suprimió el toque de queda y se restituyeron varias de las garantías
constitucionales aunque se mantuvo la suspensión de la libertad de entrar, salir o transitar el territorio nacional y la
imposibilidad de ser detenido sin orden judicial.
Esa etapa fue
particularmente difícil. Pasé treinta y ocho días fuera de mi casa, encontrándome
ocasionalmente con mi esposa e hijos (ver crónica “Hace 35 años fui un papá de la calle” del 24 de mayo de 2013). Eran varias las reuniones no sólo con dirigentes del partido sino con dirigentes de
otros partidos, encargo que recibí durante esas semanas conjuntamente con Rafael
Roncagliolo y el general Valdés, ambos llegados a mediados de abril del exilio
en México, a donde regresaría
Rafo al asilarse al día siguiente de las elecciones y destino que evitaría
Arturo al estar absolutamente camuflado durante casi dos meses. Normalmente las
reuniones eran en casas, aunque a veces podían realizarse en alguna esquina.
También podíamos encontrarnos con desconocidos que en realidad eran
intermediarios para guiarnos a otros lugares. Sin embargo, al estar en
clandestinidad, todos los interlocutores disminuían en algo los riesgos.
Pero bastantes más complicadas eran las reuniones con los GAP,
grupos de acción política del PSR, ya que los militantes hacían su vida normal y no tenían que cumplir las escrupulosas medidas de seguridad que
seguíamos los dirigentes. Pero eran las reuniones más importantes para una
organización que tenía solamente año y medio de creada. Servían para evaluar
conjuntamente la situación política. Para recibir propuestas de líneas de
acción y asignar tareas de propaganda y organización. Estas reuniones se
realizaban en diversos puntos de la ciudad, muchas veces muy alejados uno de
otro. Casas en un pueblo joven de Carabayllo, en la zona de Santa Cruz en
Miraflores, en la urbanización La Virreina en Surco, en la cooperativa agraria
Caudevilla o en Villa El Salvador, o departamentos en Lince, Magdalena, Jesús
María o Barranco, eran lugares a los que había que acudir para reuniones que se
programaban entre siete y diez y media de la noche para tener posibilidad de un
par de reuniones por día, sin correr riesgos innecesarios con el toque de queda.
HASTA EXISTÍAN PROBLEMAS DE
ESTACIONAMIENTO
En esa etapa de casi cuarenta días de clandestinidad, buena
parte la pasé con un auto prestado, por lo cual el estacionamiento resultó una
preocupación adicional. Al evidente problema de que me robaran un auto ajeno,
más allá de los problemas que genera un hecho así, se añadía la imposibilidad
de hacer la denuncia respectiva por lo absurdo de acudir a una estación
policial… cuando era probable que estuviera siendo buscado por ellos. Por eso,
además del toque de queda tenía que tener en cuenta que debía encontrar algún
sitio seguro para estacionar el auto toda la noche en barrios que no conocía y
que no podía llegar tan tarde que importunara a los dueños de casa.
Cuanto me entregaron la llave de un pequeñísimo departamento de
un solo ambiente y baño, en una quinta en la zona de Santa Beatriz en el
Cercado de Lima y me dijeron que el dueño estaba de viaje por varias semanas,
pensé aliviado que no molestaría a nadie. Sin embargo en las seis o siete
noches que lo utilicé, tuve que dejar estacionado el auto a más de cinco
cuadras en los alrededores del Canal Cuatro, ya que en la calle Torres Paz
donde se ubicaba el departamentito lucía muy oscura y solitaria.
Los estados de emergencia, las suspensiones de garantías y
los toques de queda en el gobierno de Morales Bermúdez no se acabarían con la
elección de la Asamblea Constituyente. De hecho al momento de su instalación había
estado de emergencia y en buena parte del año de su funcionamiento, como parte
de las condiciones que “aseguren la paz social” se mantuvo en suspenso la
garantía constitucional que establecía que nadie podía ser detenido sin mandato
judicial.
Cierro esta crónica, aunque tengo claro que aún hay episodios
de mis experiencias en toques de queda que espero contar en el futuro…
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