A un mes del bicentenario patrio me transporto casi 69 años atrás y me veo con diez años escuchando a mi padre recordando el centenario de la independencia del Perú. Sería el 30 o 31 de julio de 1952 y esa mañana, habíamos partido desde el local de la gran unidad escolar Tomás Marsano en Surquillo para iniciar un viaje al norte del país. Trujillo y Chiclayo serían las ciudades para visitar de veintitantos alumnos del quinto año de Secundaria de ese colegio -de 17 a 19 años la mayoría- a quienes acompañaban mi padre y un auxiliar de educación.
Cuando invitaron a mi padre a que los acompañara, en
medio de la conversación salió la idea que me incluyera en el viaje (Ver crónica “Cuando las lecciones se reciben en casa” del 29 de octubre de 2012). Yo había ingresado
ese mismo año al cuarto año de la sección primaria de esa unidad escolar, el
grado de los alumnos menores de todo el plantel.
CONOCIMOS EL BALCÓN DONDE SE INICIÓ NUESTRA
REPÚBLICA
En las dos primeras horas del viaje muchos de los
comentarios que se escuchaban entre los alumnos tenían que ver con la excelente
participación que habían tenido tanto en el desfile escolar de Lima y Callao
realizado en el Campo de Marte el 27 de julio como los realizados en Surquillo y
Miraflores para colegios de esos distritos al día siguiente. Se sentía que había
despertado en ellos un sentimiento de peruanidad.
Estábamos a unos 150 kilómetros al norte de la
ciudad de Lima, cuando de pronto llegamos a lo que parecía un pequeño poblado.
Pero al avanzar por sus calles nos encontramos con una muy ordenada pequeña ciudad que lucía hermosamente embanderada. Nos encontrábamos
en Huaura. Cuando llegamos a una placita mi padre pidió a Juan Quispe, el chofer,
que parara.
Bajamos todos. Estábamos en una esquina donde había
una casona muy antigua con un hermoso balcón colonial en el segundo piso. Al
frente estaba la plaza de armas. Mi padre relató que, desde ese balcón, el 27 de
noviembre de 1820, el general José de San Martín había proclamado la independencia
del Perú. Después de preguntas de los alumnos y un diálogo sobre el significado
de esa primera proclamación de la independencia, hubo una visita a la casona
que ya cuando se realizó la proclama era bastante antigua. Lucía bastante cuidada
y me parece que había algún guía para informar sobre los hechos históricos ocurridos
en esa casona.
EL RECUERDO DEL CENTENARIO
Fue saliendo de Huaura cuando mi padre comenzó a
conversar conmigo sobre cómo a los 19 años había sido espectador de una serie
de actividades que se realizaron en Lima con ocasión de las fiestas patrias de
1921. En la hora que duró el viaje hasta Paramonga -en el límite norte del
departamento de Lima- comenzó a contarme que treinta y un años antes, con sus
hermanos Guillermo un par de años mayor que él y Armando año y medio menor, se
habían pasado varios días dedicados a participar en las celebraciones del
centenario de la independencia. Tenía muy vivos los recuerdos sobre las
celebraciones oficiales que vieron sin duda desde lejos en la Plaza de Armas
que quedaba a seis o siete cuadras de su casa en el Rímac. Hubo ceremonias en
la Municipalidad y en la Catedral. También en el Congreso. Parada militar y desfile
escolar. El Palacio de Gobierno -donde estaba previsto realizar varios actos
conmemorativos- se había incendiado semanas antes de la celebración central del
centenario, quedando imposibilitado de continuar como sede del gobierno peruano.
El presidente Leguía consideró que el incendio
había sido provocado y que el objetivo era atentar contra él. De hecho, las más
de treinta delegaciones extranjeras llegadas especialmente para asistir a los
actos conmemorativos tuvieron que ser recibidas en la casa particular de Leguía,
por cierto con menos boato que el previsto inicialmente. Vinieron representantes
de varios países europeos, de los Estados Unidos de América, México y gran
parte de los países sudamericanos, con excepción de Chile que expresamente no
había sido invitado, porque según los
gobernantes peruanos no tenían intención de terminar las hostilidades con el Perú,
después de la guerra que habíamos tenido cuarenta años antes.
Las conversaciones con mi padre se dieron
intermitentemente a
lo largo de todo el viaje, particularmente cuando compartimos habitación en los
internados de los colegios nacionales San Juan en Trujillo y San José en
Chiclayo. Pero en algunos momentos de los relatos de mi padre había sucesos que
me parecían que no correspondían a julio de 1921. En esos momentos comencé a
entender -y posteriormente lo corroboré en conversaciones ya en mi casa en los siguientes
dos o tres años- que para quienes vivieron esos momentos el centenario de la
declaración de la independencia en julio de 1821 fue el inicio de las
celebraciones que culminaron con el centenario de la batalla de Ayacucho en
diciembre de 1824 que selló la independencia de Sudamérica. No se percibieron
como hechos distintos sino totalmente interrelacionados. Fue -por así decirlo-
una larga etapa de festividades.
NO ME IMAGINABA VIVIR EL BICENTENARIO PATRIO
Mientras escuchaba a mi padre me imaginaba a los tres
jóvenes Filomeno saliendo de su casa en la popular calle Malambo -en los altos
del colegio que dirigía mi abuelo- para dirigirse encorbatados a recorrer
diversos lugares de Lima. Y es que no sólo se trataba de ver ceremonias
oficiales sino de participar en una serie de verbenas, donde incluso
participaron artistas de varias partes del mundo. Allí encontraron a otros tres
hermanos Filomeno, unos músicos italianos con los cuales lograron conversar y
enterarse que algunos antepasados -abuelos de sus tatarabuelos- habrían migrado
a estas tierras a inicios del siglo 18.
No podía imaginar cuando escuchaba sobre las
celebraciones del centenario que yo tendría oportunidad de vivir para el bicentenario.
Es decir que yo vería una celebración muy especial cien años después de mi
padre. Si en 1952 era muy difícil pensar en el año 2000, mucho menos era
posible imaginar el 2021.
LOS REGALOS DE MIGRANTES AGRADECIDOS
Pero algo que me llamó mucho la atención fue
enterarme de los regalos que hicieron al país distintas colonias de extranjeros
residentes en el Perú. No eran para guardarlos en algún museo. Se trataba de monumentos
que treinta años después eran parte de la ciudad de Lima, algunos incluso cerca
de donde yo pasaba y pasaría con frecuencia en los siguientes años. Fueron donados
como agradecimiento al país que los había acogido y en algunos casos la contribución
generosa de los migrantes fue complementada con el aporte de los gobiernos de
sus países de origen.
Desde el mes de abril que regresaba con mi padre
desde el colegio, algunas veces el ómnibus nos dejaba en el Parque
Universitario y otras en la plaza de la Inquisición, hoy llamada plaza Bolívar.
En el parque había una enorme torre de cerca de 30 metros de altura con un
reloj que podía distinguirse a la distancia. Era común ver que mucha gente lo utilizaba
para comprobar sus relojes pulsera. La torre había sido un regalo de la colonia
alemana y yo no me imaginaba entonces que un par de décadas después tendría
ocasión de comprobar la casi obsesión alemana por la puntualidad (Ver crónica “Puntualidad y programación alemanas” del 19 de junio de 2015).
Desde ese mismo ómnibus podía distinguir al pasar
por la plaza Manco Cápac la figura del primer inca del imperio incaico, una enorme
escultura donada por la colonia japonesa. Se decía que fue elegida porque el
inca como “hijo del sol” hermanaba al Perú y Japón. Incluso alguna vez escuché
en mi época escolar que la cara del monumento tenía rasgos orientales. Supe que
inicialmente fue colocado en otro lugar del distrito de La Victoria, pero luego
de algunos años se trasladó a su ubicación actual.
También me enteré que el Museo de Arte Italiano,
que podía distinguir cuando me trasladaba en tranvía por el Paseo de la
República o en ómnibus por la avenida Wilson rumbo a Surquillo o Miraflores,
había sido donado por la colonia italiana, incluyendo algunas obras pictóricas
de artistas italianos.
Hubo también un regalo de la colonia española un
gran arco morisco denominado “Arco de la Amistad” en el inicio de la avenida Arequipa,
aunque cuando mi padre me lo contó había desaparecido derruido por el municipio
debido a los problemas que generaba cuando se ensanchó esa avenida. No me
imaginaba que unos 60 años después se reinauguraría ese arco o más bien una
réplica de él en el ingreso al parque de la amistad que queda en Santiago de Surco,
a un par de kilómetros de la casa donde vivo. Lo que no desapareció al inicio
también de esa avenida, es un monumento al estibador situado en un pequeño
parque que actualmente se conoce como la plazuela Bélgica. Fue obsequiado por
la colonia de ese país y es copia de una escultura similar que hay en una
ciudad belga.
LARGA CELEBRACIÓN FAVORECIÓ DESIGNIOS DE
LEGUÍA
Varios de estos monumentos en realidad no se
inauguraron en 1921. En algunos de ellos se pusieron las primeras piedras y
fueron construidos y entregados en los años siguientes incluso después de la
conmemoración de la batalla de Ayacucho, pero las ceremonias dando inicio a las
obras fueron motivo de la alegre presencia de ciudadanos peruanos que se sintieron
orgullosos de los avances del país.
También fueron regalos de colonias extranjeras, entre
otros, la fuente monumental que regaló la colonia china y que se puede
encontrar en el Parque de la Exposición, más conocido hoy como el Paseo de las Aguas
o la estatua de La Libertad en la plaza Francia aporte de la colonia francesa. E
incluso, los planos para la ampliación y reconstrucción del antiguo estadio
nacional, incluyendo la madera para sus tribunas que fue un regalo de la
colonia inglesa.
La sucesión de actividades conmemorativas que
duraron alrededor de cuatro años permitió al gobierno de Leguía mantener a los
peruanos encandilados con la inauguración de obras. Esto tenía mucho que ver
con el propósito del presidente Leguía de iniciar lo que él llamaba la Patria Nueva
y suponía su reelección haciendo cambios en la constitución. En 1921 estaba en
su tercer año de gobierno y quería que su gestión se distinguiera de los
gobiernos anteriores. Trataba de relacionarse con el mundo desde la perspectiva
comercial que él conocía por sus negocios privados, pero al mismo tiempo,
buscaba la modernidad que comenzaba a expresarse en grandes construcciones y
ampliación de calles y avenidas que modernizaron el centro de la ciudad, así
como impulsando el desarrollo de las vías de comunicación. Al mismo tiempo,
Leguía tomaba medidas populistas que le aseguraron el apoyo mayoritario para
sus que le aseguraron dos reelecciones sucesivas.
LA PLAZA SAN MARTÍN SIEMPRE FUE IMPONENTE
Pero quizá el proyecto urbano de mayor impacto de Leguía
fue la construcción de la plaza San Martín que no sólo comprendió la plaza
misma sino también las construcciones a sus cuatro costados, incluyendo dos
extensos portales con elegantes arquerías. Allí se encontraban el elegante Hotel
Bolívar, el exclusivo Club Nacional y una serie de edificios de oficinas. Años
después albergaría tres cines de estreno. Si en los años sesenta y parte de los
setenta, cuando solía pasar por allí casi a diario, muchas veces quedaba
impresionado por su belleza, me imagino a mi padre y sus hermanos al
encontrarse con esa plaza que, entiendo, por primera vez se iluminó por su inauguración el 27 de julio de 1921. Lo que mi padre más
recordaba de esa fecha era la presentación del monumento al general San Martín,
sin duda una estatua ecuestre que aún hoy impresiona a cualquier extranjero que
llega al centro de la ciudad.
Nadie en esos días imaginaba que en las décadas siguientes esa plaza sería escenario de las principales movilizaciones populares (Ver crónica “Reunámonos en la Plaza San Martín” del 27 de noviembre de 2020).
Son casi siete décadas que, al salir de la histórica ciudad de Huaura, inicié conversaciones con mi padre sobre el centenario. Esas palabras y muchas otras en mi niñez y adolescencia me hicieron amar a mi país y tratar de conocerlo cada vez más… Hoy, a punto de cumplirse doscientos años de la independencia del Perú, siento que hay una diferencia fundamental con relación a la celebración de los cien años que vivió mi padre. No se observa -como él lo percibió y me lo trasmitió- un sentimiento ciudadano de ser parte de un momento histórico de la patria. Pero pese a ello no descarto que, más temprano que tarde, los peruanos avancemos todos juntos, recordando lo mejor de nuestro pasado y asumiendo un común futuro.
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