Una llamada de larga distancia al local central del Partido Demócrata Cristiano, PDC, recibida en la mañana del domingo 10 de junio de 1962, informó que en determinada provincia de Áncash no había cédulas de votación del partido, generando inquietud de los militantes que allí estábamos. Yo me encontraba en el local dispuesto a ayudar en cuanta tarea fuera necesaria porque no podía votar, pues pocos días antes había cumplido recién 20 años. Me faltaba un año para la mayoría de edad que en esa época se alcanzaba a los 21 años.
En esos momentos escuché los comentarios sobre lo
difícil que había sido hacer llegar a todas las capitales departamentales las
cédulas partidarias. También cómo se había insistido hasta el cansancio para
que esas cédulas fueran distribuidas a todas las capitales provinciales y
además que en cada provincia se distribuyeran a todos los distritos, considerando
que en muchas partes del Perú había distritos de muy difícil acceso no necesariamente
porque fueran muy lejanos sino porque o no habían vías de comunicación o
estaban en muy mal estado.
“Ojalá hayamos distribuido cédulas a un noventa
por ciento del país”, dijo alguien mientras que yo me decía que era demasiado temprano
para estar tan pesimistas, hasta que caí en cuenta que ese 90% había sido dicho
con sentido optimista. Aunque pese a nuestro entusiasmo, en los últimos días
habíamos comenzado a pensar que no alcanzaríamos quizás el 10 % de los votos, no
imaginábamos que ni siquiera llegaríamos al 3 %.
No recuerdo que se solucionara el problema de
falta de cédulas, es decir los poquísimos votantes potenciales en esa localidad
ancashina, sólo pudieron votar por los candidatos de otros partidos o en blanco
o viciar el voto. Lo que sí recuerdo es que fui con un paquete de cédulas del
PDC a un local de votación en La Victoria, donde uno de nuestros escasos personeros
DC había detectado que no había.
CADA UNO IMPRIMÍA SUS PROPIAS CÉDULAS
Hasta ese año 1962, cada partido tenía la
responsabilidad de imprimir sus cédulas de votación, así como de distribuirlas
en todo el país. El Jurado Nacional de Elecciones, diseñaba el formato que debía
servir de modelo a todos los partidos participantes. Posteriormente, el Jurado
aprobaba las propuestas que cada organización le presentaba. Cada partido se
encargaba de imprimir con suficiente anticipación sus cédulas de votación para presidente
y vicepresidentes, senadores y diputados. Eran varios millones que se imprimían,
bastante más que el número de electores. Y luego venía la tarea más importante
y difícil: entregarlas en cada uno de los jurados departamentales de elecciones
o, creo, incluso en los jurados provinciales. Lo que sí recuerdo es que los
dirigentes departamentales debían estar atentos a que las autoridades
electorales efectivamente distribuyeran sus cédulas partidarias. Y además, debían
dotar a los responsables partidarios en cada provincia, de una buena cantidad
de cédulas para, en el caso que no aparecieran las suyas en las mesas
electorales, proveerlas directamente.
Recuerdo mi preocupación ese día ya que había
participado durante más de un año como activista en la campaña electoral de la
fórmula presidencial democristiana -que encabezaba el diputado Héctor Cornejo
Chávez- y era consciente que en muchos sitios no sólo no había dirigentes sino
incluso ningún contacto partidario. Pensé en ese momento en sitios como
Chalhuanca, Grau o Cangallo (Ver crónica “Otra forma de hacer campaña electoral” del 23 de marzo de 2016) y donde si las autoridades electorales no
llevaban nuestras cédulas partidarias, ni siquiera sabrían que participábamos
en las elecciones.
Siendo siete las candidaturas, así como el mismo número
de listas para senadores y diputados en cada departamento, no estoy seguro si
en una misma cédula, cada elector recibía 14 o 21 cédulas para votar, o más si
había listas parlamentarias independientes. Y el elector no sólo tenía que
guardar en el ánfora las que escogiera, sino incluso podía tachar uno o más
nombres de candidatos parlamentarios de una lista y escribir en su lugar el
mismo número de candidatos escogidos de otras listas.
Imagínese el lector acudiendo a votar en la
primera vuelta realizada el último 11 de abril y dirigiéndose a la cámara
secreta llevando entre sus manos más de medio ciento de papeletas. Considerando
las 18 fórmulas presidenciales, 19 parlamentarias y otras 19 para el Parlamento
Andino… ¡más de 50 cédulas de votación!
CUANDO NO SE PODÍA FOTOGRAFIAR EL VOTO
Hoy qué se habla que en algunos lugares se
pretende que los electores fotografíen con sus teléfonos las cédulas de
votación para dejar constancia que se ha cumplido con un compromiso político, o
una promesa amical, o una apuesta cívicamente irresponsable o un trato de
naturaleza crematística totalmente repudiable, podemos preguntarnos cómo podía saberse
por quiénes había votado un determinado elector, cuando se quería tener un
estricto control de los votos, en esa época de la que hablamos, sesenta años
atrás.
Por cierto no había el adelanto tecnológico actual,
pero malas artes hubo siempre. Voy a recordar alguna de las actividades que se
conocía existían y que se aprovechaban de la poca preparación cívica de elector
en esos tiempos.
He señalado que los partidos imprimían bastante
más cédulas de votación que número de electores. Fácilmente tres o cuatro veces
más. Y evidentemente no sólo eran para subsanar posibles deficiencias de las
autoridades electorales. Buena parte era para entregarlas directamente a los votantes.
En muchos sitios lo que se hacía -y no estoy
seguro si estaba permitido- era entregar las cédulas en las afueras de los
locales de votación. Se indicaba que esas eran las cédulas que debían depositar
en el ánfora, reservando todas las que le entregaban los miembros de la mesa electoral
para ser mostradas afuera como demostración de compromiso cumplido. La
explicación por cierto era que se trataba de ayudar al elector y evitarle
sumergirse entre tantos papeles.
En los casos que los electores se sintieran un
poco nerviosos de llegar a la sala de votación con el voto ya hecho, una opción
que se presentaba era que, después de guardar en el ánfora el voto que habían prometido,
se tomaran todas las otras cédulas y se sacarán para demostrar por quienes no
habían votado.
CÉDULAS QUE NUNCA LLEGABAN A LAS MESAS DE
VOTACIÓN
Pero si las anteriores eran fórmulas para
“controlar” al votante al que se había comprometido para que votara en uno u
otro sentido, en realidad eran formas de asegurar votos al “menudeo”. Lo más
importante era anular el total de votos de los rivales y, considerando el
sistema existente, eso se lograba de una manera simple: no entregando cédulas
de votación de uno o varios partidos en una buena cantidad de circunscripciones
electorales. Y esto se hacía con la complicidad por militancia o por algún otro
interés de algunas autoridades, funcionarios o empleados del sistema electoral.
Lo que me enteré ese domingo de elecciones, seguramente no sólo ocurrió en una
provincia ancashina sino en algunas decenas de provincias del país.
Y si así ocurrió con un partido al que se le
calculaba que tendría escasa votación como el PDC, habría que imaginarse que
con mayor razón se intentaría realizar con otra agrupación como Acción Popular,
AP, que podría alcanzar alrededor de un tercio de los votos. Hasta donde
recuerdo, la falta de sus cédulas electorales en algunas provincias, fue uno de
los motivos que señalaron los partidarios de AP y su candidato presidencial y
jefe, Fernando Belaunde Terry, para aducir que se había producido un fraude
electoral.
Poco más de un mes después de esas elecciones de
junio de 1962, se produjo el golpe militar del 18 de julio, a escasos diez días
de la finalización del gobierno del Manuel Prado. El pronunciamiento no fue de
un caudillo militar sino -por primera vez en la historia de los golpes- institucionales,
ya que fue encabezado por el presidente del Comando Conjunto de la Fuerza
Armada y los comandantes generales del Ejército, la Marina y la Aviación. Y por
supuesto, que los golpistas adujeron fraude electoral…
CÉDULA ÚNICA: BUENA INNOVACIÓN ELECTORAL
Como había prometido quedarse por un solo año y
para garantizar elecciones intachables, la junta militar de gobierno instauró la
cédula electoral única. Por eso en las elecciones de 1963, en un solo papel bastante
grande aparecían todas las candidaturas presidenciales por un lado y todas las
candidaturas parlamentarias por otro. No había forma que en la cédula que
recibía el elector faltara algún candidato, ya que tenía todos los postulantes
presidenciales y las listas de aspirantes a senadores o diputados por su
departamento.
La cédula única fue una importantísima innovación en
la mecánica electoral. Ninguno de los candidatos quedaba al margen, más aún,
cuando en varias de las elecciones en lo que quedaba del siglo se adoptó la
modalidad del distrito nacional único. Así en cualquiera de los departamentos
del país se votaba con la misma cédula.
Evidentemente en esta oportunidad sólo me he
referido a formas cómo se podía tratar de manipular las elecciones utilizando
las cédulas de votación existentes en esa época. Por cierto, que esas formas no
agotan las múltiples otras maneras de manipulación electoral para lo que
necesitaríamos no una sino varias crónicas…
Hace casi sesenta años, cuando voté por primera
vez, fui testigo del nacimiento de la cédula única de votación. Un año antes
había sido privilegiado espectador de los problemas y vicios que ocasionaban las
cédulas electorales múltiples.
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