viernes, 19 de junio de 2015

PUNTUALIDAD Y PROGRAMACIÓN ALEMANAS (1964/1979)

En crónicas anteriores me he referido en más de una oportunidad a las ocasiones que visité la República Federal Alemana, así como también la hoy desaparecida República Democrática Alemana. Si son claras las diferencias de personalidad entre europeos y latinoamericanos, se acentúan cuando se trata de alemanes. Rescato para esta crónica la puntualidad y la necesidad de tener todo programado, rasgos que he observado en amigos alemanes con los que tuve oportunidad de tratar en esos viajes y aun en Lima.

Desde mi primer viaje a Europa a un seminario que compartí con otros 24 dirigentes demócratas cristianos de 14 países de Latinoamérica pude comprobar que lo que aquí conocíamos como “hora inglesa”, es decir que la hora era la hora, ni antes ni después, podía haberse denominado también hora alemana considerando lo exacto que los alemanes eran para comenzar todas sus actividades. En algunas ocasiones, después de las conferencias, salíamos del local donde estábamos alojados y se desarrollaba el seminario, para dirigíamos a las cercanas ciudades de Colonia o Bonn, pero también lo hacíamos algunos sábados o domingos a mediodía. En una ocasión estábamos en una cafetería comiendo -¡cómo no!- unas enormes salchichas con chucrut, cuando de pronto comenzó a tocar un grupo musical de cuatro o cinco integrantes que habíamos visto quietos al llegar al local. Miramos nuestros relojes: eran las dos de la tarde en punto. Sonreímos algunos que habíamos estado en el mismo local días antes…

MÚSICA COMO ALMUERZO

Lo que había sucedido en esa otra ocasión es que alrededor de las dos y media de la tarde, cansados y hambrientos, pedimos la carta y como no entendíamos el idioma alemán escogíamos los platos por el precio. Como el dólar era equivalente a cuatro marcos alemanes sabíamos que teníamos que elegir platos entre 5 y 10 marcos. Con la ayuda de los que sabían inglés, podíamos más o menos suponer qué plato con salchichas comeríamos. Cuando se acercaba el camarero señalábamos en la carta nuestro pedido. Creo que en ese viaje fue donde comí por primera vez el chucrut, una mezcla de col fermentada con sal y aceite.  En ese día que recordábamos, nos sirvieron a todos menos uno. Cuando estábamos terminando y todavía faltaba que le sirvieran, llamó por señas a quien nos atendía para reclamarle por su pedido, a lo que el camarero respondió señalando al grupo musical que en ese momento tocaba. La cara de sorpresa fue de todos, hasta que alguno se dio cuenta de lo que había pasado. Tratando de ahorrar, nuestro amigo creyó que escogía un plato que costaba de 2 a 4 marcos, pero en realidad estaba pidiendo música de fondo entre 2 a 4 de la tarde…

En Colonia – Köln en alemán- cuando salíamos a recorrer tiendas o pasear un rato al final de las tardes, luego de la comida siempre ligera que nos daban en el instituto y, antes de regresar, comíamos pan con diversos tipo de salchicha con mostaza u otras salsas  que vendían en unos quioscos blancos situados muy cerca de la estación de donde nos recogía el bus y que eran atendidos por robustos dependientes impecablemente vestidos también de blanco. La primera vez que me encontré frente a unos de esos quioscos, inmediatamente vino a mi mente las carretillas que a medianoche se instalaban en la Plaza San Martín de Lima, cerca de los paraderos iniciales de los tranvías interurbanos y de paraderos concurridos de las líneas urbanas y a la hora de la salida de los cines Metro, San Martín, Colón e incluso Le Paris, República y Excélsior. Las diferencias eran notables. No sólo nuestros compatriotas carretilleros eran bastante esmirriados comparados con los alemanes, lo que era más evidente es que de una salchicha en Colonia podía sacarse unas ocho de las de Lima.

CENA SIN CAFÉ

Años después, en diciembre de 1970, asistí también con dirigentes demócratas cristianos latinoamericanos a otro seminario internacional en un centro igualmente muy cerca de Colonia. Pero algunas de las exposiciones se realizaron en Berlín y en Múnich,  al mismo tiempo que se programaban visitas a lugares importantes de ambas ciudades. De esta última ciudad recuerdo tres cosas. La primera: la puntualidad. En ninguna de las siete actividades programadas en los casi 4 días en que allí estuvimos, se comenzó con retraso. La segunda: el pago extra por utilizar la ducha. En un hotel de tres estrellas cada habitación tenía medio baño y al final del pasillo de cada piso habían tres o cuatro pequeños camarines con ducha, cuya puerta se abría colocando monedas. Si bien era considerado un gasto extra que se podía o no utilizar, en nuestro caso los organizadores del seminario facilitaron las monedas necesarias para el baño diario que los latinoamericanos acostumbrábamos tomar. La tercera, en algunas oportunidades no estaban previstos los almuerzos o las comidas y se nos daba una asignación para comer en algún restaurante cercano al hotel. En esas ocasiones nos alcanzaba el estipendio, siempre y cuando no se nos ocurriera pedir un café expreso. Esta bebida, tan usada para asentar una buena comida, tenía precios prohibitivos –entiendo que por ser producto importado de Brasil o Colombia- equivalente al valor de todo el menú.


Pero sigamos hablando de la puntualidad. Hubo una ocasión en 1977 que un ex embajador de la RDA en el Perú se deshizo en explicaciones conmigo porque llegó a recogerme de un hotel de Berlín unos minutos después de lo pactado. Por cierto que del retraso me di cuenta recién cuando se disculpó. Íbamos a una reunión en que yo en representación del Partido Socialista Revolucionario del Perú, PSR, a punto de cumplir un  año de fundado, me entrevistaría con parte de la Dirección en el Exterior del Partido socialista de Chile. Como siempre, los alemanes se programaban con algo de holgura y llegamos a tiempo a una comida en el departamento donde residida en su exilio el ex canciller chileno Clodomiro Almeyda, pero mi acompañante alemán igualmente se disculpó ante los chilenos por el retraso… en recogerme a mí (Ver crónica “Dos culturas chocan en Berlín“ del 20 de abril de 2013).

BRANDY DE DESAYUNO

Un año y medio después, a fines de marzo de 1979, con ocasión de una visita de una delegación del PSR a la RDA tuve ocasión de apreciar el sentido de programación de los amigos alemanes. Un comentario intrascendente entre José Maria Salcedo y yo mientras desayunábamos, hizo que uno de nuestros anfitriones más jóvenes pensara que algo se había escapado a la minuciosa programación y desencadenó una serie de apresuradas gestiones entre el comedor, la cocina y el bar del hotel donde estábamos y culminó con una copa de brandy para José María Salcedo… antes de las ocho de la mañana en ese y todos los desayunos que durante los siguientes 7 días tuvimos en ese país. La esposa del mismo funcionario pasó un par de temblores cuando poco después se trasladaron a trabajar en la embajada de la RDA en el Perú y llegó a la conclusión que los temblores se programaban para los días 15 de cada mes y justamente estuvimos comiendo en su departamento con mi esposa un día 15 en que la joven alemana estaba aterrada (Ver crónica “Copa, café y puro en Madrid, Berlín y...Dresden“ del 15 de diciembre de 2012).

En ese viaje, cuando nos dirigimos de Berlín a Dresden, en un desplazamiento de alrededor de dos horas, en algún momento nos dimos cuenta que la velocidad del vehículo había disminuido algo y pensamos que podía deberse a alguna falla en el vehículo. Uno de nuestros acompañantes alemanes, después de conversar con el conductor, nos sacó del error. Las previsiones por si se encontraba algunas trabas habían sido tales que corríamos el riesgo de llegar antes de la hora en que dirigentes políticos de esa ciudad nos esperaban. Y, como dije al inicio de estas líneas, para los alemanes la hora es la hora y todo debe estar minuciosamente previsto o programado…
 

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