Aunque lo conocía desde unos quince años atrás (Ver crónica “Dos políticos arequipeños hablan por primera vez” del 15 de diciembre de 2012) recién desde septiembre de 1980 comencé a
tratar frecuentemente a Alfonso Barrantes Lingán. Ocurrió luego que fuera
nominado candidato a la alcaldía de Lima por Izquierda Unida, IU, novísimo
frente electoral constituido ese mes por seis agrupaciones políticas de
izquierda. Fue por esa época que me enteré que éramos vecinos y vivíamos a unos
trescientos metros de distancia en La Capullana en Surco, urbanización de
unas 1500 casas en la
que Ana María, mi esposa, y yo habíamos comprado la nuestra en 1973.
Al terminar una de las reuniones para tomar diversos acuerdos
destinados a llevar adelante la campaña electoral -en que yo participaba en
representación del Partido Socialista Revolucionario, PSR- cuando salíamos del
local en que nos habíamos reunido, me di cuenta que Barrantes estaba por buscar
un taxi y le pregunté hacia dónde se dirigía. Me indicó que a La Capullana y
cuando le dije que lo llevaba comentó que quizás me iba a desviar mucho.
Sonriendo le dije que yo vivía ahí. Aunque inicialmente pensé que iba a la casa
de algún familiar o amigo, en el camino me enteré que había comprado su casa también
siete años antes. Como le comenté que era raro que no nos hubiéramos cruzado en
algún momento, me contó que en realidad tenía poco tiempo viviendo en la casa
porque inicialmente la había alquilado.
UNA CASA CÓMODA PARA BARRANTES
Lo dejé en el pasaje peatonal donde estaba su casa a unos veinte
metros de la calle Tamarindos. Era de las más pequeñas entre los cinco modelos
distintos de casas que había en La Capullana, tres de dos pisos y dos de un
solo piso. La nuestra de un piso tenía tres dormitorios y 151 metros cuadrados
de terreno, 105 de los cuales eran área techada. La de Alfonso debía tener unos
120 o 125 metros cuadrados de terreno con unos 90 techados, bastante cómoda para
un hombre soltero me dijo Alfonso. No teníamos que saber que comenzaría a
parecer un poco estrecha después de las elecciones.
Es que Alfonso en un lapso de tres o cuatro meses, pasó de ser un muy
buen abogado especializado en defender sindicatos, a líder de Izquierda Unida,
repentinamente convertido en movimiento político con importante opción
electoral para las siguientes elecciones municipales, ya que había alcanzado el
28% de la votación en Lima y el 23% a nivel nacional. De candidato a
alcalde designado por seis organizaciones políticas, Barrantes pasó a ser presidente
de un frente político que expresaba la vigencia política de la izquierda en el
Perú (Ver crónica “Necesidad de unidad venció a la desconfianza” del 26 de mayo de 2017). Y el
mismo día que sorpresivamente obtuvo la segunda votación en Lima, quedó claro
que sería un candidato con mucha fuerza para las siguientes elecciones tres
años después.
LA CASA QUEDÓ ESTRECHA PARA LÍDER DE IU
Hasta poco antes del sobresaliente resultado electoral, algunas de las
conversaciones promovidas por Barrantes se hacían en el centro de Lima, a menos
de doscientos metros del Palacio de Justicia, en su oficina en el primer piso
de un edificio colmado de estudios de abogados en la cuadra once del jirón
Lampa. Pero en los meses siguientes era muy difícil realizar reuniones allí. No
sólo porque el espacio era reducido sino también porque muchos dirigentes de
base la conocían y algunas veces querían presionar con su presencia, algunas
decisiones de la dirigencia nacional de IU, lo que terminaba por complicar el
trabajo profesional de Alfonso. Su oficina comenzaba a parecer un local
partidario, del cual a veces trataba de escapar.
Por eso, ya no era raro que posteriormente Alfonso citara alguna
reunión en su casa, ni tampoco que en más de una ocasión llegara alguna
delegación de alguno de los departamentos del país. Y aunque en algunas
oportunidades había algún militante que hiciera de asistente de Alfonso, era
evidente que su casa se estaba convirtiendo en otro local partidario. Con el
agravante que siendo su refugio no tenía cómo escaparse…
Calculo que ya en 1981 u 1982 Alfonso más de una vez pensó en construir
el segundo piso. Quizás hasta lo conversó con algún amigo arquitecto, aunque
estoy seguro que los costos de ampliar su casa lo hicieron desistir o por lo
menos dudar. Hasta que apareció Reynaldo Quispe o, para nombrarlo como me lo
presentó Barrantes, el “panzón” Quispe, un amigo de la infancia cuando jugaban fútbol
en las calles de San Miguel de Pallaques ciudad cajamarquina en la que Alfonso
había nacido el 30 de noviembre de 1927.
EL “PANZÓN” COMIENZA A CONSTRUIR EN CASA DE BARRANTES
Albañil de profesión, aunque también un “mil oficios” que podía
defenderse en diversas labores vinculadas a la construcción, el “panzón” Quispe
creo que apareció para hacer algún arreglo menor en la casa. Llegó por un par
de días y se quedó por varios años... Si el arreglo que podía hacer en unos
días lo hizo en una semana, utilizó ese tiempo también para ubicar algunas
pequeñas fallas -que requerían gasfitero o electricista- para dedicarse a
repararlas tranquilamente. Paralelamente, instalado ya en el cuarto de servicio
de la casa, se convirtió en encargado de una serie de cosas que se necesitaban,
como pequeñas compras para el desayuno, para invitar a algunas de las personas
que acudían a la casa, pagos de algunos recibos. Me parece que incluso le salió
algún “cachuelo” en su oficio, pero regresó a la casa poco después.
Concurrí muchas veces a la casa de Alfonso entre 1980 y 1990, en
algunas épocas incluso varias veces a la semana. Sin embargo, no puedo precisar
cuándo a mediados de los ochenta, el “panzón” comenzó la construcción del
segundo piso. Había convencido a Alfonso que se podía hacer poco a poco, tal
cual como sucedía en las autoconstrucciones de diversas zonas de Lima.
Trabajando solo y eventualmente consiguiendo el concurso de uno o dos
ayudantes. Comprando el ladrillo, cemento y otros materiales de a pocos. Cubriendo
y moviendo casi a diario los muebles de la casa. Cortando la electricidad o el
agua, cuando Alfonso estaba fuera de la casa. Y por cierto, sin ningún
asesoramiento de arquitecto o ingeniero…
Quienes íbamos con frecuencia a la casa a reuniones o sólo a conversar
con Alfonso, nos dábamos cuenta del constante aunque lento avance de la
construcción del segundo piso. Muchos meses después de haberla iniciado podría
ya verse el casco aunque sólo en ladrillo, aun sin cemento. Pocas veces alguien
hacía comentarios. Sólo nos referíamos a que la construcción iba avanzando, ya
que a ninguno se le ocurría hablar sobre la calidad del trabajo, al fin y al
cabo poco conocíamos de eso…
CASA DE DOS PISOS SIN ESCALERA
Un día, sin embargo, apareció en la casa de Alfonso el arquitecto
Adolfo Córdova amigo desde décadas atrás de Alfonso y que en algún momento
había tenido destacada participación en el efímero Movimiento Social Progresista
de finales de los años 50. No sólo era arquitecto sino docente universitario y
divulgador de los avances en su profesión en distintas publicaciones. Había
sido parte del equipo que diseñó y construyó el Centro Cívico de Lima y además
había realizado importantes construcciones de viviendas en el país.
Córdoba inspeccionó con ojos profesionales la construcción. Primero
examinó todo desde abajo, luego subió por la tabla colocada para llevar los
materiales y trabajar en el segundo piso. Examinó todo con atención y al
terminar miró a Quispe y le preguntó: ¿Y dónde está la escalera? Éste replicó:
va a estar por donde usted ha subido. ¿Qué?, ¿Por fuera? ¿La escalera va a
estar en el jardín?, dijo Córdova y añadió: Esto no puede ser… El “panzón”
quedó abrumado y Alfonso totalmente preocupado por las expresiones del
arquitecto. En el plano que en su cabeza tenía Quispe, la escalera iba a estar
en un jardín interior de unos 20 o 25 metros cuadrados, por lo que para subir
se tendría que salir por la sala o comedor y subir al segundo piso al aire
libre. Qué se puede hacer, pregunto Alfonso muy preocupado mientras Quispe
bajaba la vista.
Córdoba se quedó pensativo un buen rato, bajó, revisó el primer piso y
volvió a subir. Comenzó a tomar apuntes e hizo qué Quispe midiera algunas
habitaciones, Entró al baño de la casa y preguntó si con la ampliación se iba a
convertir en baño de visitas, a lo que el albañil contestó afirmativamente. Y
siguió caminando y mirando las habitaciones. Finalmente le dijo a Alfonso que
no se preocupara. Y dando por terminado la visita que había ya durado como una
hora, añadió que en un par de días traía la solución y dirigiéndose a Quispe le
dijo que no tratara de arreglar nada. Yo le voy a dar las indicaciones para arreglar
este problema, sentenció. Y como para consuelo del “panzón” le dijo que la
construcción estaba sólida y que paredes y techo estaban bien hechas.
EL “PASADIZO SECRETO” EN CASA DE ALFONSO
En los meses siguientes estuve varias veces en la sala comedor de la
casa de Alfonso. Y aunque veía que la construcción avanzada no tenía forma de
saber los detalles. Sólo podía notar que Quispe seguía laborando intensamente.
Terminada la ampliación, tuve ocasión de ir a una reunión a casa de
Alfonso, En algún momento, una de las tres o cuatro personas que nos
encontrábamos ahí le dijo algo en relación a alguna colección de libros y
Alfonso nos dijo que tenía un amplio estar en el segundo piso donde había
colocado muchos de sus libros y nos invitó a subir para ver cómo había quedado.
Se dirigió a uno de los dormitorios que originalmente tenía la casa convertido
en una sala de estar y, ante la mirada curiosa de los presentes, abrió el
amplio clóset y entró. Lo seguimos y nos encontramos con una escalera que allí
comenzaba y luego volteaba para llegar al segundo piso. La solución que había
encontrado Córdoba era utilizar el espacio del clóset y luego el de la tina del
baño adyacente para completar los peldaños necesarios para llegar al segundo
piso.
Todos comentamos la habilidad de Córdoba, considerando que con todo el
segundo piso ya construido, era muy difícil encontrar sitio para la escalera. Alfonso
nos comentó además que algunas personas habían pensado que la entrada por el
clóset era una especie de pasadizo secreto cuando se trataba más bien de una
solución de emergencia. Y nos dijo que iba a sacar las puertas de ese clóset
cuando tuviera la posibilidad de hacer un buen enchape en madera para todo ese
tramo.
Cuando bajamos, la cara de Quispe expresaba satisfacción por los
calificativos que escuchaba sobre lo bien que había quedado la casa. En esos
momentos el “panzón” había dejado de ser constructor y estaba dedicado a algo
parecido a portero o encargado de la seguridad de la casa de Alfonso.
BARRANTES: UN HOMBRE AUSTERO
La forma en que se construyó ese segundo piso fue muy parecida a las
experiencias de crecimiento de las viviendas en Lima, ciudad de la que
Barrantes había sido alcalde. Y me permite recalcar la austeridad en que el
líder izquierdista vivía. Esa fue la primera y única casa que compró Alfonso y
no estoy seguro si la terminó de pagar en los 20 años estipulados en la
hipoteca o si la canceló años antes. No era difícil hacerlo esa época
considerando la vertiginosa inflación. Nuestra casa la terminamos de pagar en
enero de 1989 cuando, para evitar ir cada tres meses al banco, pagamos cuatro
años y medio de cuotas que nos faltaban con lo que costaban tres o cuatro
paquetes de cigarrillos.
Después de hablar de la casa de Barrantes, añado un par de datos sobre
su austeridad.
Como ya lo he contado en otra oportunidad, alguna vez hablamos con él a diez mil metros
de altura sobre la creencia entre
las dirigencias partidarias y cuadros intermedios de IU que gran parte de sus
almuerzos no le costaban. Y
aunque me dijo que algunas veces se exageraba, me admitió que era cierto… En
esa ocasión también se calificó como un provinciano de vida sobria (Ver crónica “Propuesta a Barrantes que no pude concretar” del 21 de octubre de 2016).
EL “QUEMADITO” CELESTE
Alfonso
tenía un auto bastante maltratado. Era un Volkswagen de color celeste. Nunca
supe cómo lo adquirió aunque alguna vez me dijeron que fue producto de un
cierto trueque por sus servicios profesionales. En todo caso, Alfonso lo
manejaba en muy pocas oportunidades. Una de ellas fue a fines de octubre de
1983, pocas semanas antes de ganar las elecciones para la alcaldía de Lima. Se
dirigía hacia Chorrillos por la Vía Expresa del Paseo de la República. Iba a un
mitin. Lo acompañaba Gonzalo García Núñez, quien sería regidor del municipio de
Lima en los siguientes seis años y decano nacional del Colegio de Ingenieros
tres años después. Hablaban
por cierto de las perspectivas electorales de IU. De pronto Alfonso le dijo que
en ese momento estaba seguro que ganaría. Y antes que le dijera algo, añadió que
prácticamente todos los conductores que lo pasaban en la pista lo saludaban con
la mano. Parece que todos ya me reconocen, recalcó.
Cuando
Gonzalo se fijó en los autos que los pasaban volteó asustado para mirar hacia
atrás y vio gran cantidad de humo. Le dijo que disminuyera la velocidad y se
cuadrara al costado, en la berma. Y ante la cara de duda de Alfonso, le gritó
¡Se está incendiando el motor! Felizmente no hubo mayor problema, creo se
trató de una manguera plástica desconectada que permitía el goteo de gasolina
sobre el motor. Se volvió a su lugar y se acabó el conato de incendio. ¡No eran saludos a Barrantes sino advertencia
que salía humo del motor, las manos que se agitaban al adelantar el Volkswagen
celeste! Parte de la tapa del motor quedó ennegrecida. En algún mitin o
conferencia de prensa luego de su triunfo el 13 de noviembre, Alfonso se
refirió cariñosamente a su viejo auto como “el quemadito”…
Han
pasado 37 años, aunque parece ahora más remota la época en que Barrantes ganó
esas elecciones. Pero espero
que no suenen muy lejanas las frases que dijo el primero de enero de 1984 al jurar
como alcalde de Lima: “se podrá decir que la izquierda alguna vez metió la pata
pero nunca que metió la mano…”.
Excelente el artículo y refleja la honestidad de Barrantes. Lástima que con lo que hemos visto los últimos años, las dos líneas finales no se ajustan a la realidad
ResponderBorrarAsí era Alfonso, en efecto. ¡Saludos!
ResponderBorrarCuando nos preparamos para el debate electoral en tV pasamos largas horas allí.
Tiempos lejanos en donde un lider de la izquierda peruana era sinónimo de honradez y modestia.
ResponderBorrarQué buen artículo, y qué linda la anécdota sobre "el quemadito", el clásico Volkswagen, seguramente de 2da mano, que fue tan fiel a Alfonso como muchos amigos y compañeros
ResponderBorrar