En víspera
de las elecciones generales de 1980 se produjo un hecho que inicialmente pasó
desapercibido: la quema de las ánforas que debían utilizarse para esos comicios
en el lejano distrito de Chuschi, en la provincia ayacuchana de Cangallo. Aunque
nadie lo supo en esos momentos, ese 17 de mayo Sendero Luminoso había iniciado
sus acciones terroristas que desatarían más de doce años de violencia en el
país, con un saldo de varias decenas de miles de muertos.
La
noticia se conoció en el resto del país algunos días después, considerando la
poca conexión del poblado campesino, situado
a unos 110 kilómetros de la ciudad de Ayacucho, capital del departamento,
aunque ocupó sólo unas pocas líneas en los diarios. Prácticamente pasó
desapercibida, ya que nadie dio importancia a lo que parecía un boicot absurdo,
justamente cuando se realizaban las primeras elecciones generales desde 1963.
MESES DESPUÉS SE SUPO DE SENDERO Y ABIMAEL
Algunos
meses después se conocería que los autores eran integrantes de Sendero
Luminoso, nombre con que se identificaba a un sector que diez años antes se
había desprendido del maoísta Partido Comunista del Perú - Bandera Roja, planteando
como lema que seguían “el luminoso sendero de José Carlos Mariátegui”. Además en
los medios políticos de izquierda se sabía que su dirigente máximo era el
filósofo y profesor universitario Abimael Guzmán Reynoso, quien inicialmente
utilizó el nombre Álvaro como seudónimo, aunque ya en esos tiempos se
identificaba como Gonzalo. Por cierto que también se conocía que Guzmán había
condenado la participación de los partidos de izquierda en las elecciones
generales.
Menos de
un mes después del incendio de ánforas en Chuschi, el 13 de junio, un grupo de
personas atacó sorpresivamente el local del municipio de San Martín de Porres -a
unos cinco kilómetros en línea recta de la Plaza de Armas de Lima- y lanzaron
varias “bombas molotov” produciendo un incendio que destruyó la mitad de las
instalaciones y el ochenta por ciento de los documentos. Al huir, distribuyeron
volantes del Movimiento de Obreros y Trabajadores Clasistas, vinculado a
Sendero Luminoso. Dos días después, en el Cementerio El Ángel, estalló un
artefacto explosivo en la tumba del ex presidente Juan Velasco Alvarado. Al
finalizar ese mes de junio, fue incendiado el local en Ayacucho de Acción
Popular, partido cuyo fundador y jefe Fernando Belaunde Terry, acababa de ganar
las elecciones presidenciales.
El 28 de
julio de 1980, Belaunde asumió la presidencia de la república. Dos días antes, en
Ayacucho, una carga explosiva había estallado en la puerta del municipio y se
encontraron pintas en sus paredes llamando a la guerra popular y un día después,
ocurrió lo mismo con las puertas de los municipios provinciales de Cangallo y Víctor
Fajardo. Además en esas provincias ayacuchanas se detectaron cargas explosivas
en la subprefectura y oficinas de correo. Poco después, en algún diario se
informa que en los organismos de seguridad del estado consideraban que en esos
atentados había participación de grupos de estudiantes vinculados a Sendero.
BELAUNDE NO DIO IMPORTANCIA A SENDERO
Durante el
segundo semestre de 1980, se realizaron una serie de cambios en el manejo
estatal debido a la finalización de doce años de conducción de la Fuerza Armada
-aunque con características distintas en cada una de sus dos fases- con la curiosa
situación que quien presidía el gobierno era la misma persona que había sido
defenestrada en 1968. Paralelamente, y aparentemente sin mayor atención por
parte del gobierno, Sendero Luminoso había realizado más de 200 atentados
aunque ninguno de gran repercusión, principalmente en Ayacucho aunque también
en otras zonas de la sierra central y en Lima.
A lo
largo de ese primer semestre del régimen de Belaunde y durante gran parte del
año siguiente, mientras muchos de los líderes de Acción Popular, encabezados
por el propio presidente de la república, disminuían la importancia del
accionar de Sendero y confiaban en que las fuerzas policiales se encargarían de
derrotar a los subversivos. Sólo por citar algunas opiniones de esa época,
señalaremos que Francisco Belaunde Terry, hermano el presidente de la república
y presidente de la Cámara de Diputados, declaró en noviembre de 1980 que era
exagerado calificar como terroristas las acciones de Sendero ya que eran
“cuestiones pueriles”. En ese mismo mes el ministro del Interior, José María De
la Jara y Ureta, calificó también de exagerado hablar de “una ola terrorista”.
El propio ministro De la Jara diría en junio de 1981 que los actos subversivos
habían disminuido gracias a la acción policial.
Otro
sector oficialista -encabezado por el
senador Javier Alva Orlandini- consideraba necesario involucrar a la Fuerza
Armada en el conflicto pero no tuvo éxito al impulsar algunas medidas
legislativas para combatir la subversión. Los distintos enfoques para enfrentar
a Sendero por parte de dirigentes del partido de gobierno, coincidían sin
embargo en la creencia que las acciones subversivas estaban manejadas desde el
exterior. También voceros de ambos sectores trataban de encontrar vinculación
entre acciones de Sendero y las movilizaciones del movimiento social
-particularmente el sindical y campesino- que demandaba una serie de
reivindicaciones. También el Partido Popular Cristiano, aliado a Acción Popular
desde que se instaló el gobierno, y el Partido Aprista Peruano, que hasta poco
antes de mayo de 1980 consideraba que iban a ganar las elecciones, señalaron la
necesidad que el gobierno encarase con mayor firmeza el combate al terrorismo.
IZQUIERDA UNIDA Y SU DESLINDE CON SENDERO
Por su
parte Izquierda Unida -fundada por varios partidos y frentes en setiembre de
1980- si bien estaba en contra de Sendero Luminoso le costaba como colectivo
definirse tajantemente. Como alguna vez lo conversé informalmente con algunos
integrantes titulares y alternos del Comité Directivo Nacional de IU, si hasta
mayo de ese año el lema enarbolado por la fórmula presidencial de UNIR -Unión
de Izquierda Revolucionaria- era “el poder nace del fusil”, cómo condenar la
lucha armada seis meses después…
Aprovecho
para señalar que es un mito que IU no quisiera hacer un deslinde con Sendero,
cuyas acciones terroristas fueron siempre condenadas. La ambigüedad mostrada en
muchas ocasiones, más bien tenía que ver con
la lucha armada como concepto, ya que la violencia revolucionaria en un futuro
hipotético y la aceptación sólo táctica de la democracia, había sido parte de
la formación política de los contingentes marxistas leninistas en esa época.
Hubo agrupaciones como el Partido Socialista Revolucionario, PSR, que
discrepábamos con esa ambigüedad y apostábamos claramente a la construcción
democrática del socialismo. Debo admitir que inicialmente tuvimos algunos pocos
sectores no muy convencidos, dado que en el partido había confluencia de militantes
con distintos orígenes políticos, de manera que así como algunos nos habíamos
formado en la democracia cristiana, algunos se consideraban social demócratas, aunque
gran parte estaba constituido por nacionalistas formados a partir de la
experiencia del gobierno del general Velasco Alvarado, otros lo habían hecho en
grupos marxistas.
Hago un
salto de varios años para señalar que no fue casual, sino consecuencia de
posiciones asumidas desde mucho antes, que en noviembre de 1987 en mi
intervención en un encuentro realizado en Moscú de 178 partidos y movimientos (Ver crónica “Con Barrantes en Moscú” del 20 de enero de 2017) con ocasión de los 70 años de la Revolución de Octubre, reafirmara nuestra
opción por la democracia señalando: “Si queremos la democratización de la
sociedad, la democracia resulta estratégica y no sólo táctica y debemos adecuar
nuestra acción política a esa situación y asumir que debemos enfrentar la
necesidad urgente de definir con precisión conceptos como pluralismo político,
libertad de expresión o autogestión empresarial”.
GOBIERNO QUISO ASOCIAR PROTESTAS SOCIALES CON TERRORISMO
Pero
regresemos a 1981. Cuando en marzo el gobierno aprobó el decreto legislativo 46
que tipificaba el delito de terrorismo y establecía las normas para aplicarlo,
no hubo discrepancias entre los acciopopulistas. Sin embargo -cómo podía
interpretarse de muchas maneras- en la práctica comenzó a ser invocado para
aplicarlo a movilizaciones sociales que no tenía nada que ver con el terrorismo,
ya que más bien significaba una continuación de las grandes movilizaciones
realizadas desde mediados de 1977 y que habían obligado al gobierno militar de
entonces encabezado por el general Morales Bermúdez a diseñar un período de
transición que había culminado con la instalación del gobierno de Belaunde.
Justamente
lo equívoco del DL 46, llevó a que se planteara su derogatoria en la reunión
que tuvo Izquierda Unida con Belaunde el primero de julio en Palacio de
Gobierno en la que participé a nombre del PSR (Ver crónica
"Conversar no es pactar” del 22 de abril de 2016). En esa reunión, los senadores Genaro Ledesma y Edmundo Murrugarra
señalaron la necesidad de derogar ese decreto legislativo y citaron varios
casos en que se había aplicado contra militantes de IU, incluido un concejal de
Carabayllo.
MINISTRO VEÍA BAJA DE ATENTADOS CUANDO HABÍA AUMENTO
En esa
reunión con el presidente de la república, nada se nos dijo sobre los avances en la lucha antisubversiva que justificara
las declaraciones del ministro De la Jara sobre la disminución de los actos
subversivos. Tampoco se dijo nada significativo en el mensaje del presidente
Belaunde ante el Congreso el 28 de julio, al cumplirse un año de su mandato. Más
bien, a fines de agosto, se produjeron una serie de atentados que mostraban un
incremento del accionar subversivo.
La
madrugada del 31 de agosto fue bastante violenta con seis atentados en un
operativo muy bien planificado. El más importante de todos sacudió el frontis
del embajada de los Estados Unidos y otro a menos de un kilómetro de allí en el
patio central de la residencia de la misma embajada, ambos locales situados en
el Cercado de Lima. Otro atentado con bombas fue contra el local del Bank of
America ubicado en San Isidro. También recibieron impacto de bombas la fábrica
Coca Cola, la casa Berckemeyer y la planta de ensamblaje de automotores Ford. Estos
sincronizados ataques nuevamente polarizaron el debate entre voceros
oficialistas que discreparon públicamente sobre si procedía declarar el estado
de emergencia, sobre el financiamiento del terrorismo desde el exterior e
incluso sobre la relación entre terrorismo y narcotráfico. El ministro del
interior se resistía a establecer el estado de emergencia y consideraba que la
situación era manejable con el incremento presupuestal para la policía.
Mientras
se daba ese debate llegamos a los primeros días de octubre. Sendero mantenía su
accionar. Desde mayo de 1980, en dieciséis meses se habían realizado 790
atentados y sólo en el mes anterior 140. El 11 de octubre Sendero atacó el
puesto policial de Tambo en Ayacucho. Aparentemente, esa fue la gota que
rebalsó el vaso, pues al día siguiente, tras una reunión del Consejo de
Ministros, el presidente Belaunde declaró en estado de emergencia a cinco de
las siete provincias del departamento de Ayacucho: Huanta, La Mar, Cangallo,
Víctor Fajardo y Huamanga. No hubo prácticamente forma de analizar el manejo
por parte del ministro De la Jara en este nuevo escenario, ya que el 28 de
octubre presentó su renuncia asumiendo su responsabilidad política luego que un
estudiante universitario perdiera la vida en manos de la policía, durante un
incidente en una movilización en el Cusco. Fue reemplazado por el hasta entonces
ministro de Aeronáutica, Teniente General FAP José Gagliardi Schiaffino.
BELAUNDE CONTINUÓ IGNORANDO MAGNITUD DE LA SUBVERSIÓN
El
reemplazo del ministro De la Jara junto con la instauración del estado de
emergencia en Ayacucho, marca el inicio de una transición que culminaría a
fines de diciembre de 1982, cuando el presidente Belaunde encargó el control
del orden interno en esas provincias a las fuerzas armadas.
Pero
independientemente de la forma en que desde octubre de 1981 se comenzó a
trabajar en Ayacucho para frenar a Sendero, en los siguientes meses se mantuvo
la posición de Belaunde y voceros de su partido quitando importancia a lo que
sucedía en el país con una organización subversiva que incluso extendía su
accionar más allá de la zona de emergencia. Así, el 28 de julio de 1982, en su
segundo mensaje ante el Congreso, Belaunde calificó a las acciones subversivas
como “diminutas organizaciones terroristas que atentan contra los derechos
humanos y los bienes e intereses de la nación”. Señaló que había “instigadores
foráneos del terrorismo” y anunció que “el terrorismo está siendo severamente
reprimido y su organización va quedando desarticulada”.
Pero la
visión aparentemente optimista del presidente se estrelló con las cifras que en
el mismo mensaje reveló: en los doce meses anteriores se habían producido más
de 650 acciones terroristas, 205 de los cuales ocurrieron en Lima. El propio Belaunde
dijo también que en esa misma etapa cincuenta y tres personas perdieron la
vida: 12 policías, 22 civiles y 19 terroristas.
Unos días
antes, el 22 de julio, el PSR había hecho un pronunciamiento en que exigía al
Gobierno “mayor responsabilidad ante el pueblo” señalando que hay una
“sospechosa incapacidad para enfrentar el terrorismo”. Además expresábamos claramente
“…nuestra más enérgica condena al terrorismo que no es sólo una condena moral
sino fundamentalmente una condena política que levantamos con la firmeza con
que combatimos a la derecha, porque SL se constituye en un complemento eficaz
de la acción política de la derecha peruana, por más maquillaje de izquierda
que se le pretenda aplicar”.
ACCIONES TERRORISTAS ADVERTÍAN CRECIMIENTO DE SENDERO
Basta
mencionar lo ocurrido durante la primera semana de marzo de 1982 para imaginar
que ni los propios partidarios del gobierno creían en la desarticulación de
Sendero sostenida por el presidente. El martes 2 de marzo entre 50 y 150
individuos atacaron la cárcel de la ciudad de Ayacucho logrando la liberación
de 247 detenidos, setenta de los cuales estaban acusados de participar en
acciones terroristas. La acción armada mantuvo paralizada a la ciudad, ya que
durante más de una hora se escucharon disparos de metralletas y explosiones e
incluyó el bloqueo a puestos policiales cercanos para impedir el auxilio a los
guardias que defendían el penal. En las siguientes noches y madrugadas
siguieron produciéndose detonaciones en la ciudad, pese a que existía “toque de
queda”. Antes de una semana, el 8 de marzo, se produjo el ataque al puesto
policial en Quinua, unos 20 kilómetros de Ayacucho que significó unas dos horas
de intenso intercambio de disparos. Además hubo el sabotaje contra una línea de
interconexión del Sistema Eléctrico del Mantaro qué originó apagones en Lima,
así como en Huancayo -la principal ciudad de la sierra central- y en varias
ciudades del departamento de Ica. Incluso durante el apagón, cinco petardos
fueron arrojados contra el Palacio de Gobierno.
Y no sólo
hechos de pocos meses antes desmintieron la apreciación de Belaunde, sino
también los sucedidos pocos días después, como la destrucción del Centro
Experimental Allpachaca, perteneciente a la Universidad San Cristóbal de
Huamanga, ocurrida el 3 de agosto y el ataque al puesto policial de
Vilcashuamán el 22 de agosto. Pero significativamente, también lo ocurrido muy pocas semanas después cuando alrededor de las 7:30 de
la noche del 19 de agosto fueron dinamitadas unas cinco torres de trasmisión en
los alrededores de Lima, produciéndose el apagón más completo que hasta ese momento
se había producido en Lima. Al mismo tiempo hubo petardos que estallaron en el
Ministerio Economía y Finanzas y en el Palacio de Justicia. También a la misma hora, aprovechando la penumbra, se intentó saquear
algunos mercados y centros comerciales. También se intentó atacar sin éxito la
cárcel de Lurigancho.
FINALMENTE, SE ENTREGA EL PODER A LOS MILITARES
Para cualquier
observador resultaba difícil asimilar que esos sincronizados atentados en Lima se
produjeron seis días después que el ministro del interior José Gagliardi había
anunciado que un informe suyo sostenía que la agitación y la violencia venían
decreciendo en las últimas semanas y añadido “están aniquilados” dijo. Y cuatro
días después, que el director superior de la Policía de Investigaciones había
dicho que gracias a la esforzada labor desarrollada por su institución “todos
los casos de terrorismo en Lima han sido resueltos”. Y tres días después que el
propio Belaunde en su habitual conferencia de prensa dominical había sostenido que
es terrorismo “es una fábula inventada por el periodismo” y que él podía
descansar y “dormir tranquilo”. Lo cierto es que a la semana siguiente de esas
declaraciones optimistas, el gobierno declaró en emergencia por sesenta días a
Lima metropolitana y el Callao.
En el
resto del año continuaron los intentos del gobierno de quitar gravedad a los
atentados terroristas, señalándose que las fuerzas policiales eran suficientes
para enfrentar a Sendero. También continuaron las declaraciones en que se
señalaba la “coordinación o coincidencia” entre el movimiento social y los
atentados terroristas que sería una constante de sectores de derecha, incluso
después que fuera evidente los reiterados atentados senderistas contra
autoridades municipales e incluso parlamentarios de los partidos de IU (Ver crónica “Asesinato en Huancayo, infierno en el Infiernillo” del 22 de agosto de 2014).
Al
terminar 1982, el 29 de diciembre, el presidente Belaunde firmó el decreto
supremo 068-92-IN declarando en estado de emergencia las cinco provincias ayacuchanas
antes mencionadas, además de la provincia de Andahuaylas del departamento de Apurímac y la de Angaraes del departamento de Huancavelica y encargó el control
del orden interno a las fuerzas armadas. Aunque no debió significar
transferencia de la responsabilidad política ni la falta de control de la forma
de actuar en la lucha contra la subversión armada, lo cierto es que el
presidente prácticamente abdicó de gobernar en esa zona del país, que luego se
iría ampliando. Ayacucho comenzó a ser “tierra de nadie”….
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