viernes, 24 de octubre de 2014

MIS INICIOS AL VOLANTE (1964-1970)

Mi licencia de conducir –o brevete como antes se le llamaba- la obtuve a inicios de 1970 cuando tenía 27 años. Unos tres años antes mis padres compraron su primer auto, de segunda mano por cierto, un Volkswagen 1500 –un poco más grande que el tradicional “escarabajo” y que me parece sólo se fabricó a inicios de los 60- que manejaba mi madre y luego dos de mis hermanas y yo. En esa época mi otra hermana estaba casada, vivía en Chiclayo y aprendió a manejar allá. Mi padre nunca manejó y siempre supuso que ninguno de su familia lo haría, por lo que su nerviosismo era desesperante cuando alguno de nosotros conducía.

Cuando saqué el brevete hacia unos seis años que había aprendido a manejar y por lo menos dos que lo hacía con relativa frecuencia.

LA NECESIDAD ME OBLIGÓ A APRENDER A MANEJAR

Durante el verano de 1964, en febrero, se realizó un Seminario Internacional de ORMEU en el Centro Vacacional de Huampaní, en las afueras de Lima. Las siglas correspondían a la Oficina Relacionadora de Movimientos Estudiantiles Universitarios. En realidad era un organismo creado por demócratas cristianos chilenos –ex dirigentes estudiantiles la mayoría- que buscaba impulsar el pensamiento social cristiano en los gremios universitarios de Latinoamérica, donde si bien estaba claro un enfrentamiento ideológico con los movimientos marxistas o comunistas y con las organizaciones juveniles de los llamados partidos populares, como el Apra en el Perú, Acción Democrática de Venezuela o Liberación Nacional en Costa Rica, también propiciaba la creación casi desde la nada de movimientos estudiantiles en varios de los países centroamericanos con férreas dictaduras en sus gobiernos. Era quizás por esto último un nombre como ORMEU, absolutamente aséptico, sin alguna palabra con carga política, sin ninguna otra alusión que no fuera el hecho de ser universitario, le sirvió para realizar su labor sin contratiempos. Del papel que jugó en la década del 60 y lo que desde esa institución establecida en Santiago de Chile impulsaron numerosos amigos chilenos y el peruano Federico Velarde, Fico, uno de mis mejores amigos fallecido hace casi dos años, habrá ocasión de escribir en otro momento. También de hablar especialmente sobre Fico en otra oportunidad, así como también sobre el encuentro mismo de Lima.

La organización en el Perú corrió a cargo de la Coordinadora de Frentes Estudiantiles Social Cristianos, COFESC, que en esa época encabezaba Carlos Lecca. Varios de los que formamos el equipo de trabajo nos trasladamos a Huampaní un día antes del inicio del evento precediendo por unas horas la llegada de la mayoría de los delegados nacionales y extranjeros en un bus especialmente contratado. Después de dejar instalada lo que sería la oficina de coordinación en un ambiente del Centro Vacacional, Carlos nos comentó a Julio Da Silva y a mí que esa noche y la siguiente habría que ir al aeropuerto. Si estoy muy cansando ustedes pueden agarrar el timón, nos dijo. Pero luego de mirar las caras que ambos pusimos, nos preguntó incrédulo: ¿no saben manejar?

Se había alquilado un auto no muy nuevo por esos días y en las dos horas siguientes Carlos se dedicó a enseñarnos a Julio y a mi cómo manejar. Más allá del nerviosismo por tomar el timón por primera vez, ese par de horas sirvió para reírnos a carcajadas por los errores que cometimos. Es que además de las coincidencias en el trabajo político éramos muy amigos. Con Carlos me sigo viendo cincuenta años después y con Julio mantuvimos nuestra amistad hasta su temprana muerte hace poco más de veinte años (Ver crónica “En París sólo comí pan y quesodel 24 de marzo de 2014). Pensamos ambos que luego de terminar el Seminario tendríamos oportunidad que Carlos nos siguiera enseñando. No fue así. Ignoro si Julio pasó luego por alguna academia de choferes, pero en mi caso esa tarde fue mi única escuela de manejo…  Fue sobre el caballo –en realidad sobre el auto- que terminé de aprender en los meses siguientes.

PRINCIPIANTES MANEJANDO EN CARRETERA

Esa noche después de comida, pasadas las diez de la noche, Carlos nos indicó a Julio y a mí que saldríamos al aeropuerto. Lo seguimos tranquilos y después de traspasar la reja de entrada e ingresar a la carretera, Carlos paró se pasó al asiento de atrás donde estaba Julio y le dijo que manejara él y si quería que se turnara conmigo. Mientras lo mirábamos incrédulos, añadió que con lo que nos había enseñado era suficiente para manejar tramos largos casi sin interrupciones ya que a esta hora la carretera central  estaba desierta. Dicho esto, se echó sobre el asiento y añadió que lo despertáramos al entrar a Lima. En ese momento fuimos conscientes que Carlos no nos daría ya otra clase de manejo.

Efectivamente hace 50 años se podía recorrer a esa hora la carretera casi sin necesidad de adelantar a otro vehículo o que adelantaran al que uno manejara y aunque se podía cruzar con camiones, ómnibus o autos en sentido contrario no eran tantos como para que molestaran permanentemente la vista con sus faros. Al acercarnos a la ciudad, cerca de El Agustino, despertamos a nuestro profesor de manejo quien se despertó tan rápido como se había dormido. Carlos Lecca es una de las personas con mayor capacidad de trabajo que conozco y los 20 ó 30 minutos de sueño le habían servido para reponerse. Desde allí enrumbamos hasta el flamante Aeropuerto Internacional Jorge Chávez que en esa época quedaba lejos de cualquier construcción y más bien con numerosos sembríos en sus alrededores.

Después de recoger un par de delegados en el nuevo aeropuerto Internacional Jorge Chávez, que aun se inauguraría al año siguiente ya que faltaban muchos acabados en el edificio terminal, volvió a manejar Carlos hasta llegar al inicio de la carretera donde me entregó el timón a mí. La noche siguiente repetimos la faena aunque fui yo el que manejó en la carretera a la ida y Julio al regreso.

Salvo al hacer cambio a primera para iniciar el recorrido los dos pasajeros del primer viaje no se dieron cuenta que era mi primera experiencia al volante e incluso durmieron ya que estaban cansados del viaje. Por eso no se dieron cuenta que cuando llegamos a Huampaní le pasé el auto a Carlos porque después de parar en la entrada me era imposible arrancarlo en subida. El mexicano que llevamos al día siguiente sí se pasó despierto los veintitantos kilómetros de carretera luego que Carlos al trocar de puesto con Julio comentara algo así como: vamos a ver cómo te va en tu segundo día manejando…

PRÁCTICAS DE MANEJO

Poco más de un año después de esa inicial experiencia, siendo ya miembro del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Demócrata Cristiano como representante de la Juventud DC, estaba en estrecha vinculación no sólo con COFESC sino con ARPES, Asociación Ricardo Palma de Estudiantes Secundarios,  una especie de “semillero” para los frentes estudiantiles social cristianos y la propia JDC. La asociación de estudiantes secundarios era impulsada por Lucho Montero, quien me pidió a inicios de julio de 1965 que lo apoyara en la realización de cinco o seis reuniones regionales que tendría ARPES ese año  en lugar del congreso nacional que tendrían que hacerse en poquísimos días a fines de ese mes o principios de agosto. Esto me lo planteó cuando se estaba recuperando de un fuerte golpe que le había roto la nariz durante una marcha partidaria (Ver crónica “Buscando clínica para el zambo Montero” del 31 de diciembre de 2012).

Cuando le acepté viajar a dos o tres de las reuniones regionales, Lucho me preguntó si manejaba… Sin saber por qué lo quería saber, le conté mi experiencia del año anterior y le advertí que no tenía brevete. Sólo te falta práctica me dijo y añadió: por la falta de brevete no te preocupes, yo tampoco tengo...

En la semana siguiente, varias veces con Lucho y otros camaradas nos dirigimos desde el local de la DC a Miraflores en el auto que manejaba desde unos meses atrás. Nunca supe cómo lo consiguió. Había sido un elegantísimo Packard convertible de color azul y capota blanca. No tendría más de 15 años de antigüedad, aunque el enorme auto se veía muy descuidado. Me acuerdo el nombre del modelo: Patrician, aunque por la fama del Zambo más se le conocía como Patricia. Y en esas oportunidades me daba el auto urgiéndome para que practicara.

Semanas después entendí el apuro. Lucho había hecho un complicado cronograma para que ambos presidiéramos las reuniones en distintas ciudades, donde previamente alguno de su equipo había viajado para organizarlas. Nuestra presencia era muy breve, por un día e incluso por unas horas. Para que ello funcionara, el Packard jugaba un papel importante. El primer día viajamos con diferencia de horas y llegamos juntos al aeropuerto, donde quedó el auto con la llave bajo el asiento y la puerta sin seguro. Al día siguiente uno llegaba, recogía el auto, se iba a su casa y regresaba horas después o al día siguiente para dejar el auto y viajar. Poco después aterrizaba el otro para hacer la misma operación. Creo que me tocó tres veces recoger el auto después de aterrizar y la última vez que regresé al aeropuerto fue para recoger a Lucho cuando llegó del último encuentro regional.

LARGO VIAJE QUE AUN RECUERDO

Con esa experiencia no me fue difícil que mi madre un par de años después me prestara algunas veces el Volkswagen y no tuviera mucho reparo en que no tenía brevete. Suena ahora irresponsable y sin duda lo era, aunque no era yo un conductor habitual. Pero cuando en 1970, vendiendo el Volkswagen 1500 compraron un Toyota Corona nuevo, la necesidad del brevete para poder manejarlo fue una decisión familiar que cumplí. En todo caso, el examen de reglas no requería más que una buena lectura y mucho sentido común, era miope pero tenía anteojos con medidas adecuadas y sabía que no tendría  ningún problema el examen de manejo.

Cuando el 30 de marzo de 1970 me entregaron mi brevete, manejaba muy bien en Lima y Callao. Un mes después fue mi prueba de fuego. Aprovechando el feriado largo, por caer viernes el Día del Trabajo hicimos un viaje familiar a Chiclayo. Manejé todo el camino sólo parando en grifos para estirar las piernas. No hubo problemas salvo el nerviosismo de mi padre. Pasó toda la noche indicándome el sentido de todas las curvas como si yo no pudiera ver las señales de advertencia en la carretera.

Recuerdo especialmente el regreso de ese viaje porque compartí el manejo con un gran amigo con quien estudié en el colegio y que dejó su pasaje en avión para regresar a Lima conversando. Ya cuando estudiábamos secundaria solíamos hablar durante varias horas. En la noche del 3 y madrugada del 4 de mayo mientras hablábamos, ni él ni yo podíamos imaginar que esa sería nuestra última conversación larga… (Ver crónica “Óscar Álvarez se fue muy pronto” del 29 de noviembre de 2012).

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