viernes, 24 de octubre de 2014

CRÓNICA QUE NO HUBIERA QUERIDO ESCRIBIR (1989)

A fines de noviembre de 1987 José María Salcedo, “Chema”, regresó de un viaje a la entonces existente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS. Bajó del avión en Luxemburgo –primera escala del vuelo- para dirigirse por tren a París y regresar una semana después para embarcarse rumbo a Lima. Chema había viajado acompañado de Carlos “Chino” Domínguez para hacer una amplia crónica sobre la “perestroika” que venía impulsando en su país el presidente Mijaíl Gorbachov. Mucho conversamos sobre su experiencia en este viaje ya que yo había estado poco antes en la URSS. Incluso él me vio salir del avión a mi llegada al Perú, cuando se encontraba en la sala de espera para embarcarse.

 
Pero no sólo algunos hechos políticos, impensables pocos años atrás, lo habían impresionado. También y mucho un episodio que le tocó vivir en Luxemburgo.
 
LAS ACCIONES DE ALGUNOS DIERON MALA FAMA A TODOS
 
Al llegar al aeropuerto de ese pequeño país y pasar a la sala de espera fue un privilegiado espectador del reencuentro de más de una docena de peruanos. Parecían uniformados con buzos, gorras y zapatillas y amplios maletines de mano. Por lo que escuchó habían llegado un par de meses antes y se habían dirigido a diversos países para trabajar en su especialidad. Como hubo problemas en ese aeropuerto, la línea aérea soviética Aeroflot los trasladó en buses al aeropuerto de Bruselas de donde salieron unas tres horas después. Con lo escuchado en el aeropuerto y luego en el bus, José María tuvo las cosas claras: eran carteristas que se habían dedicado a desvalijar incautos en seis u ocho países europeos y que en ese momento hablaban sobre la tranquilidad que les esperaba al vivir disfrutando tranquilamente con sus familias de sus ahorros por uno o dos años para después regresar a volver a “trabajar”. Chema incluso escribió una crónica sobre su vuelo de regreso y cómo los “duty free” de Shannon y Gander quedaron desvalijados.
 
Yo no sabía aun cuánto había afectado los actos delictivos de peruanos como los compañeros de ese viaje de Chema Salcedo. Por esa razón me fastidió mucho cuando en julio de 1989 me sentí discriminado al llegar al aeropuerto de Roma. En esa oportunidad dentro de la fila de quienes no tenían nada que declarar en la aduana, me encontré que sólo revisaban a los que tenían pasaporte peruano. Y horas después no me aceptaron en un par de "hoteluchos" al enterarse de mi nacionalidad (Ver crónica “Varado en Romadel 23 de agosto de 2013).
 
En esa oportunidad estaba de tránsito camino a Bagdad. Cuatro meses después llegué también en tránsito desde Bucarest rumbo a Lima y ahí vi y sufrí directamente a migrantes peruanos que malograban la imagen del país y afectaban la percepción que sobre los peruanos podían tener los ciudadanos de varios países europeos.
 
Habíamos llegado con Pepe Luna de un evento que se realizó en la capital rumana y nos alojaron por cuenta de Alitalia en un pequeño hotel en Ostia, localidad situada en las afueras de Roma y cercana al aeropuerto de Fiumicino y esa noche viajamos en tren a la ciudad para conversar y cenar en la casa de mis amigos Hélan Jaworski y su esposa Clemencia, quienes tendrían viviendo en Roma por lo menos unos seis o siete años. Además de conversar sobre el Perú y darle noticias sobre amigos comunes, una de los temas que tratamos fue el inmenso crecimiento de los migrantes peruanos, que se contaban por pocos cientos cuando ellos habían llegado a Roma y que sumaban varios miles pocos años después. Aunque en ese momento no lo sabía, hace relativamente poco me enteré que algunos estudios sobre la migración peruana señalaban los años 1989 y 1990 como los del inicio de una ola migratoria hacia Italia huyendo de la violencia terrorista y la grave crisis económica que vivía el Perú.
 
PLANEANDO ROBOS Y ESTAFAS EN VOZ ALTA
 
Al día siguiente 30 de noviembre estuve escuchando hablar español con acento peruano en varias oportunidades y resultó un día negro para mí. Terminando de desayunar nos fuimos a la estación de tren que estaba a unas tres cuadras del hotel para dirigirnos a Roma. Casi al llegar vimos cómo partía el tren por lo que tuvimos que esperar una media hora al siguiente. Sentados en una banca pudimos escuchar la conversación entre dos jóvenes, uno de cerca de 30 años y el otro quizás con poco más de 20. Hablaban sin cuidarse con la seguridad que nadie los entendería. Por lo que decían trabajaban en un restaurante de comida rápida, en que aparentemente las hamburguesas eran un plato muy pedido. Hablaban de cómo ahorrar y el mayor le decía que no se gastaba en comida. El menor le decía que si bien le daban almuerzo salían antes de la comida. El otro le dijo que tenía que hacer lo mismo que él: coger al paso un pan con hamburguesa y rápidamente ponerlo debajo del enorme gorro con que tenían que estar uniformados. “Al rato vas al baño y en el camino dejas en tu casillero el sándwich. Si lo haces un par de veces, cuando salgas en la noche ya tienes tu comida”, añadió ante el asombro primero y luego la aceptación entusiasta del otro.
 
Nos miramos con Pepe y cuando se alejaron algo comentamos que una cosa era que en un momento de necesidad algún cocinero o camarero se comiera algo del negocio donde trabajaba y otra muy distinta que fuera una sistemática práctica diaria. Estábamos asombrados, pero no teníamos idea que lo que habíamos escuchado era poco comparado con lo que escucharíamos minutos después.
 
Cuando subimos al vagón instintivamente no hablamos entre nosotros por si escuchábamos otra conversación. ¡Y vaya que la escuchamos! Cuatro mujeres estaban sentadas frente a frente en dos asientos dobles. Tres cuarentonas y otra quizás de unos 25 años que era virtualmente “bombardeada” de consejos por las otras. Igual que los jóvenes en la estación, no se cuidaron en hablar en voz alta con acento inconfundiblemente peruano. Con lo que escuchamos pudimos reconstruir la situación que vivía...
 
La muchacha tenía dos problemas. Su pareja estaba preso por robo y le quedaba no mucho dinero que no estaba dispuesta a gastar quedándose en una habitación amoblada cómoda pero relativamente cara. Las otras tres, que evidentemente ya habían pasado por el mismo trance, comenzaron a darle una serie de indicaciones. Las mejores horas para visitar a su marido, lo que estaba permitido ingresar y qué podía llevarle para mejorar su estancia, lo que estaba prohibido ingresar y cómo hacer para pasarlo y que su pareja pudiera comercializarlo adentro, etc.
 
En cuanto a la habitación le dijeron que la dejara ese mismo día  y le indicaron dónde podía vivir pagando un alquiler cómodo. Pero la joven les respondió que como tenía que pagar todo el mes aprovecharía para quedarse hasta el último día. Las otras se miraron entre sí y se rieron. ¿Quién ha dicho que tienes que pagar? le dijo una. Si no lo hago, no podré retirar mis cosas, les contesto. No te preocupes, esta tarde te visitamos las tres y como hace ya frio vamos con abrigos grandes y hacemos la mudanza. Si tienes muchas cosas lo hacemos en dos viajes. Después de eso sales como siempre, pero no regresas más…
 
ESTOY SEGURO QUE FUERON COMPATRIOTAS LOS QUE ME ROBARON
 
En la estación en que salimos del tren y enrumbamos al metro para ir a una reunión con un amigo peruano, avanzamos entre muchas personas apiñadas. Simultáneamente ocurrieron dos cosas: escuché el acento peruano en un par de personas que avanzaban rápidamente a mi lado y sentí que algo me había golpeado. Cuando pude salir del amontonamiento de gente, me busqué el bolsillo del pantalón y allí donde tenía 300 dólares no había nada. ¡Por primera vez en mi vida me habían “bolsiqueado”, había sido en Roma y estaba seguro que los ladrones eran peruanos!
 
Me fastidió mucho y traté de encontrar explicación a mi descuido. Era cierto que el grueso abrigo que vestía era inusual para mí e inconscientemente asumía que al cuidar mi cuerpo del frio también cuidaba los bolsillos de mis pantalones o saco. Grave error como lo acababa de comprobar.
 
Por otro lado, me consolaba pensando que era un dinero con el cual no contaba hasta el día anterior a salir de Lima. Me explico: en estos viajes todos los gastos estaban cubiertos y por eso siempre viajaba con muy pocos dólares. Para este viaje tenía previsto llevar alrededor de unos ciento treinta dólares, pero el día anterior a mi salida conversé con un amigo que se había forjado muy buena posición económica y que no podía creer que viajara con tan poco dinero. Como otras veces hablamos de sus negocios y le hice un análisis de la situación que vivía el país. No era fácil si consideramos que ese año de 1989 la inflación llegó a 2775% y los atentados terroristas iban en aumento. Al despedirnos abrió su escritorio y me entregó cuatro billetes de 100 dólares. Para tus gastos si te quedas varado en algún lugar como te sucedió en julio, me dijo. Cuando quise devolvérselos me dijo que era menos de lo que gastaba en un día cuando viajaba y que era bastante menos de lo que tendría que haber abonado por honorarios por los análisis que periódicamente le hacía sólo por amistad.
 
Felizmente había cambiado cien dólares en el aeropuerto la tarde anterior y esas liras las tenía en otro bolsillo. Además el amigo al que iba a visitar Toribio Fernández Baca –al que yo conocía también como Toribio Matos- me facilitó posteriormente cien mil liras que eran cerca de 80 dólares, por lo cual no sólo pude cubrir mis gastos hasta la noche del día siguiente en que nos embarcamos a Lima, sino también comprar recuerdos y pequeños regalos para la familia. Toribio a quien conocía desde el colegio, aunque el terminó tres años antes que yo, resultó no sólo un excelente anfitrión las dos veces que en ese semestre pasé por Roma sino también un solidario amigo en las dos ocasiones. Lo recuerdo con especial cariño ahora que me he enterado de su fallecimiento en Lima el 14 de este mes.
 
LAS DOS CARAS DE LA MIGRACIÓN PERUANA
 
Esa tarde volví a escuchar acento peruano cuando entramos con Pepe a una tienda. Mientras buscábamos algunos regalos, dos jovencitas hablaban de lo que iban a comprar para enviar a sus familias aprovechando que otra viajaba en las siguientes semanas al Perú. La preocupación no sólo era por los precios sino por el peso de los regalos ya que aparentemente la amiga les había puesto un límite. Por la conversación comprobé que eran trabajadoras manuales que se habían puesto como meta trabajar algunos años y ahorrar para poner algún negocio al regresar a su país. Tuvimos la satisfacción de comprobar que había compatriotas honrados trabajando arduamente para salir adelante. De alguna manera esto sirvió para reconciliarme con los migrantes de los cuales había pensado lo peor cerca del mediodía.
 
Este espíritu no me duró mucho. A las ocho de la noche nos encontramos para comer con Javier, un compatriota que trabajaba con Toribio y a quien éste le había encargado nos acompañara. Fuimos a un restaurante que me extrañó, porque combinaba las formas de atención de las cadenas de comida rápida con los platos típicos italianos como pastas y pizzas. Sentados los tres de pronto volvimos a escuchar conversaciones con acento peruano. Era un grupo de siete u ocho compatriotas que hablaban en voz alta y en algunos momentos en una jerga incomprensible. Me acordé que Chema Salcedo, comentando su encuentro en Luxemburgo con el grupo de compatriotas, me dijo que no hablaban sólo jerga común sino “canera”, es decir de prisión…
 
El relato de todos  se referían a la facilidad con que podían “trabajar” en Europa. Aquí no caminan a la defensiva cuando se cruzan con otros como en el Perú, decía uno. Cuando para sacarle la billetera uno se tropieza con ellos encima piden disculpas, comentaba entre carcajadas otro. Con un solo tropezón me tiré al mismo tiempo las billeteras de dos patas, alardeaba un tercero. Las tías caminan luciendo carteras abiertas y una puede escoger lo que le gusta, decía la única mujer del grupo. Cada comentario me hacía enojarme conmigo mismo por no haber caminado como peruano en el Perú…
 
Han pasado veinticinco años del robo en Roma. No he regresado desde entonces, pero algo he leído y sobre todo he escuchado. Ya no son algunos miles los peruanos que viven en Italia. Se calcula que son oficialmente más de cien mil, pero para algunos podría incluso duplicar esas cifra. Y esas decenas de miles de compatriotas han salido adelante tanto para asentarse definitivamente en ese país como para regresar para sacar adelante algún negocio propio.  Son miles las enfermeras requeridas por su excelente formación, así como especialistas en cuidado de ancianos, pero también muchos compatriotas que trabajan en hotelería y gastronomía. Son muchos los peruanos que destacan incluso en las ocupaciones que podrían parecer exclusivas para los italianos.
 
Como muestra lo que pasó con un pariente mío hace unos seis o siete años cuando antes de la crisis económica europea visitó Venecia, formando parte de un tour de latinoamericanos por algunos países de Europa. Era el único peruano del grupo. Al terminar el paseo en góndola por los canales de Venecia el guía que los acompañaba desde que salieron de Madrid les indicó que se encontrarían en el hotel en unas cuatro o cinco horas y que cada uno podía almorzar donde deseara y aprovechar para caminar por la ciudad o hacer compras. En ese momento el gondolero –que como corresponde había cantado durante el paseo- le dijo con innegable acento peruano que podían almorzar en un sitio de comida muy buena y conversar del Perú a donde no viajaba en varios años, Por cierto la cuenta la pagó el gondolero remarcando que lo hacía porque él ganaba en euros y podía darse esos lujos con un compatriota que le había permitido enterarse cómo estaba la vida en su país.
 
Es posible que todavía existan malandrines entre los peruanos en Italia pero estoy seguro que es una ínfima minoría frente a la pujanza de la inmensa mayoría que quieren salir adelante trabajando honradamente.

1 comentario:

  1. Buena experiencia la tuya y me agradó que tengas un buen concepto de la mayoría de compatriotas que van por allá en busca de trabajo. Nunca hemos viajado por Italia, pero la suerte de ser músico nos hizo alternar con la colonia italiana y descubrir que hay de todo. Gente sana y de la otra también. Ambas me tenían aprecio por tocar su hermosa música. Felicitaciones Alfredo.

    ResponderBorrar