lunes, 26 de agosto de 2019

25 AÑOS SIN FUMAR (1994 – 2019)


Hace unos días cumplí mis bodas de plata de “no fumador”, veinticinco años de no realizar ni una sola “pitada” a un cigarrillo. Aunque debo admitir que han sido trescientos meses en que no hubo uno en que en algún momento no añorara mi época de fumador. Alcancé 9131 días de una abstinencia que al iniciarla no me imaginaba que podría resistir. Al final de la tarde del 8 de agosto de 1994 me dijo el cardiólogo “Tu último cigarrillo ya lo fumaste”, añadiendo que lo había hecho en la sala de espera ya que hasta su consultorio se podía sentir el olor del tabaco.

Preocupado por una serie de síntomas, había acudido semanas antes a Rony Torres Araoz, sobrino al que trato como primo porque es sólo dos años menor que yo. Como cardiólogo me examinó y me dijo que así como mi padre y varios de los hermanos Filomeno Chávez -incluida su abuela- habían sufrido presión alta “ahora que ya pasaste los cincuenta años, te tocó…”.

De todas maneras me programó algunas pruebas que confirmaron su diagnóstico inicial. Fue en la tercera o cuarta visita en que me quedó claro que debía tomar un medicamento para regularme la presión por el resto de mi vida. También en esa oportunidad me preguntó cuántos cigarrillos fumaba y cuantas tazas de café tomaba cada día. Si bien durante varios años había fumado un par de paquetes -40 cigarrillos- en esa época había logrado no llegar a veinte al día. Le contesté que estaba fumando 17 ó 18 cigarrillos y tomando unas diez a doce tazas de café diarias…

EL CARDIÓLOGO ME ASUSTÓ

La réplica de mi pariente fue contundente. Tienes que dejar ya el cigarrillo y el café, me dijo. Desde hoy mismo comenzaré a bajar el número de cigarrillos que fumo, contesté aceptando su recomendación. Si no quieres morirte en seis meses o seis años, tienes que dejarlo ahora, remarcó muy serio. Y fue en ese momento que me dijo que mi último cigarrillo ya lo había fumado. Y aunque en ese momento me pareció imposible, lo cierto es que fue en realidad el último que fumé en mi vida.

Cuando dejé de fumar tenía cerca de cuatro décadas de fumador ya que había comenzado a hacerlo en mi época de colegial, ocasionalmente a los 14 años y con frecuencia a los 15 en que aprovechaba las funciones de vermouth de un cine de mi barrio para fumar tranquilamente cuatro o cinco cigarrillos negros apenas se apagaban las luces (Ver crónica “Cines de barrio en mi vida escolar” del 24 de abril de 2017). Fue a los 16 años, mientras postulaba a la universidad, cuando comencé a caminar con cajetilla de cigarrillos en el bolsillo y lo seguí haciendo todos los días hasta los 52.

Después de dejar el consultorio de Rony, ya en el auto mientras me trasladaba a mi casa estaba muy nervioso. Dentro de mí había una lucha entre el deseo de fumar y el miedo a un infarto fulminante. Cuando ya en mi casa terminé la comida me sentí peor al no tener una buena taza de café para tomar ni un cigarrillo para asentarla. Pero lo más difícil vendría después de acostarme y apagar las luces para intentar dormir. Me costó mucho lograrlo. Por momentos me sentía sofocado y sudaba profusamente hasta empapar el pijama -a pesar que estábamos en un mes bastante frío- pero después comenzaba a temblar con fuertes escalofríos. En algunos momentos tuve la sensación que las paredes de mi dormitorio se cimbraban hacia mí. Creo que me levanté agotado poco después de las seis de la mañana, racionalmente dispuesto a comenzar mi primer día de no fumador.

CIGARRILLOS EN EL BOLSILLO COMO SEGURO

Estábamos por cumplir un año de funcionamiento de ViceVersa, la empresa de comunicaciones que formamos con José María Salcedo, Chema. Por nuestra forma de trabajo eran pocas las personas que concurrían a nuestra oficina. Como en esa época Chema fumaba más que yo, no la pasé muy bien. Para mi desconcierto en el inicio de esa etapa de abstinencia una de las personas que nos visitó a media tarde me pidió un cigarrillo. Sin pensarlo, automáticamente le invité uno y además se lo prendí… Hay que tener en cuenta que esa época quienes me conocían estaban seguros que yo siempre tenía cigarrillos en el bolsillo.

¿Cómo tenía cigarrillos si había dejado de fumar se puede preguntar alguno? La explicación es simple al momento que decidí o me obligaron a decidir dejar de fumar tenía cigarrillos y encendedor en los bolsillos y me quedé con ellos, me sucedió algo curioso: tenerlos me dio una cierta seguridad y de alguna manera sirvió para saber que en el peor de los casos tenía cómo satisfacer mi ansiedad. Creo que lo asocié con el caso de mi hijo que muy pocos años atrás a los 14 o 15 años tuvo asma y requirió un inhalador aunque lo usaba muy poco. Cuando ingresó a la universidad, se cuidaba de no olvidar nunca el inhalador. Cuando pasó un año sin usarlo, el médico indicó que por tratarse de asma juvenil ya estaba superado. Nos señaló también que durante ese año en realidad ya no era necesario el inhalador, pero saber que lo tenía resultaba importante para darle seguridad. Para mí tener cigarrillos y encendedor en el bolsillo me dio la misma sensación de seguridad que el inhalador para quién había dejado ya de ser asmático.

La segunda noche sin fumar fue muy parecida a la anterior. Sudé como si fuera un mes de verano en el norte del país pero también tirité como si estuviera durmiendo en alguna de las ciudades sobre los 3500 metros de altura que existen en los Andes peruanos. En el segundo día de abstinencia en la oficina estuve tan fastidiado como el anterior. Al final del día sin embargo al regresar a mi casa la intranquilidad pareció abandonarme lentamente. Pasé la tercera noche con los problemas de las anteriores –sofocos y escalofríos- bastante disminuidos. A la mañana siguiente prácticamente los temblores y sudores habían desaparecido. Puedo decir que la sensación tan difícil provocada por la abstinencia en mi caso duró sólo poco más de 48 horas.

Fueron sin embargo unos tres meses en los que me mantuve con cigarrillos y encendedor en los bolsillos para invitar a los amigos. En esa época me abastecía por cartones –diez cajetillas- y al momento que dejé de fumar tenía en la guantera del auto seis o siete cajetillas que fui abriendo conforme se me iban acabando. En algún momento tuve que comprar otro encendedor, pero cuando acabé la última cajetilla de mi provisión sentí que los cigarrillos al alcance de la mano ya habían cumplido su labor de “seguro” y ya no me eran necesarios.

INVENTÉ METAS A SUPERAR

Evidentemente el deseo de fumar no desapareció a las 48 horas que dejé de sufrir por la abstinencia. Tuve que buscar maneras de retarme a mí mismo inmediatamente. No sólo invitando cigarrillos a quienes me lo solicitaban. También desde el inicio comencé a contar las horas sin fumar estableciendo metas a lograr. Los primeros dos días estaba seguro que debía llegar a las cien horas para saber que tenía posibilidades de dejar el vicio. Luego pensé en quinientas y posteriormente en mil. Después de lograrlo seguir sumando horas se convirtió en un pasatiempo hasta que llegué a contar 8760 horas, es decir un año. Después de eso comencé a contar los días y durante muchos años sabía cuántos días estaba sin fumar. En los últimos años sólo recuerdo la cantidad alcanzada el último día del año anterior y sumo mentalmente lo recorrido el año en curso.

Lo anterior muestra cuán presente tengo aun el hábito. Incluso en determinadas oportunidades siento que falta algo. Me ha sucedido en ocasiones en que he estado invitado a algún almuerzo elegante, cuando me sirvieron al final un café expreso acompañado de una copa de brandy. En esos casos sentía que me faltaba un cigarrillo o, incluso, un puro. También en velorios donde extraño alejarme de la zona donde yace el féretro para salir a la calle y pararme unos minutos a conversar con alguien y fumar. Curiosamente en dos o tres velorios de familiares salí a conversar con Rony Torres, quien después de invitarme un cigarrillo antes de prender el suyo se sorprendió con mi respuesta: “no fumo desde que me lo prohibiste”.

Ya que menciono a Rony, debo reconocer que me ayudó mucho a dejar el cigarrillo que también me prohibiera el café, porque tenía muy asociado a ambos. De hecho durante más de treinta años, nunca prendía el primer cigarrillo del día sin antes beber el primer sorbo de café. En enero o febrero de 1995 cuando visité a mi pariente en su consultorio y le hablé que aun extrañaba cigarrillo y café, me dijo que ya podía volver a tomar mi bebida favorita si es que yo me comprometía a tomar no más de dos o tres tazas diarias y sólo excepcionalmente llegar a cuatro. Saliendo de su consultorio me fui al Haití -cafetería a la concurría asiduamente desde la década del sesenta- y me tomé un expreso que me supo al mejor que había tomado en mi vida. Desde entonces durante muchos años generalmente tomé dos o tres cafés diarios, en algunas ocasiones sólo uno y no creo que más de unas veinte veces en más de dos décadas que llegué a tomar cuatro. Y nunca más de cuatro.

SÉ QUE NO PUEDO FUMAR NI UN SOLO CIGARRILLO

Un par de meses después cuándo Rony me preguntó cómo me iba con el café, le contesté que me había ceñido a sus indicaciones. Después dudando mucho -y hablando más como pariente que como médico- me dijo que quizás podría volver a fumar pero no más de 4 ó 5 cigarrillos diarios. Pensé inmediatamente en el infarto y no dudé en rechazar la oferta. Así como había estado seguro que podía cumplir con la cuota de café que me asignó no tenía ninguna seguridad que tres o cuatro cigarrillos inicialmente se convirtieran en dos o tres días nuevamente en una cajetilla o más. Ya tenía experiencia de haber bajado el consumo de tabaco a media cajetilla diaria por algunos meses y después de la primera excepción que me tomé terminé volviendo a fumar dos cajetillas diarias.

En esa oportunidad también le conté que desde pocas semanas antes algunas veces cuando iba a ingresar a la Vía Expresa sentía temor por lo que variaba el rumbo y me dirigía por otra avenida, pegándome siempre a la derecha. Y también que alguna vez que no había podido desviarme del rumbo al entrar a esa vía comenzaba a sudar copiosamente. Pensaba que podía tener un infarto y que en esa ruta tan concurrida podía causar mayores estragos. Rony se rió y me dijo que era un típico síndrome de abstinencia, aunque tardío ya que debió habérseme presentado meses antes. Es tu cuerpo que está pidiendo nicotina, me dijo. Cuando salí del consultorio, teniendo claro ya el origen de mis temores, me dirigí a mi casa utilizando la Vía Expresa y cuando sentí los síntomas, dije repetidamente y en voz alta -a pesar que estaba solo- “No hay cigarrillos”. Pocos minutos después me di cuenta que ya podía utilizar esa ruta sin temores.

En estos días en que he cumplido un cuarto de siglo sin fumar ha sido motivo para añorar mis inicios como fumador en la segunda mitad de la década del cincuenta, así como contrastar las costumbres de la sociedad frente a los fumadores desde una permisibilidad total en esa época hasta una marginación total a los fumadores en los últimos años (Ver crónica "Mis primeros cigarrillos del 25 de agosto de 2017).

Por los años 80, cuando las campañas y acciones antitabaco comenzaron a realizarse con fuerza, percibí que muchas veces los mayores reparos a los fumadores provenían de ex fumadores. Eran los más radicales y entusiastas objetores. Por esos años me dije que si dejaba de fumar esperaba no convertirme en militante de la lucha contra los fumadores. Y durante varios años compartimos los ambientes de ViceVersa con Chema Salcedo hasta que dejó de fumar el año 2001 ó 2002. Y también compartí año y medio de trabajo en los inicios de este siglo con dos fumadores empedernidos y grandes amigos Federico -Fico- Velarde y Francisco -Pancho –Guerra García. Y tres años más solo con Fico que no bajaba de fumar unos quince cigarrillos en cada jornada de trabajo.

Acompañando a estos amigos sin mayores problemas y compartiendo incluso el rechazo a excesos en el enfrentamiento al tabaquismo, soy un ex fumador tranquilo y tolerante. Tampoco me queda alguna alternativa si tenemos en cuenta que cuando dejé de fumar, me ayudó mucho que Ana María, mi esposa, hubiese dejado de fumar setenta días antes, pero ella volvió a fumar desde el verano de 1995 hasta hoy…

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