Hace unos días cumplí mis bodas de plata de “no fumador”, veinticinco
años de no realizar ni una sola “pitada” a un cigarrillo. Aunque debo admitir
que han sido trescientos meses en que no hubo uno en que en algún momento no
añorara mi época de fumador. Alcancé 9131 días de una abstinencia que al
iniciarla no me imaginaba que podría resistir. Al final de la tarde del 8 de
agosto de 1994 me dijo el cardiólogo “Tu último cigarrillo ya lo fumaste”,
añadiendo que lo había hecho en la sala de espera ya que hasta su consultorio
se podía sentir el olor del tabaco.
Preocupado por una serie de síntomas, había acudido semanas antes a Rony
Torres Araoz, sobrino al que trato como primo porque es sólo dos años menor que
yo. Como cardiólogo me examinó y me dijo que así como mi padre y varios de los
hermanos Filomeno Chávez -incluida su abuela- habían sufrido presión alta
“ahora que ya pasaste los cincuenta años, te tocó…”.
De todas maneras me programó algunas pruebas que confirmaron su diagnóstico
inicial. Fue en la tercera o cuarta visita en que me quedó claro que debía
tomar un medicamento para regularme la presión por el resto de mi vida. También
en esa oportunidad me preguntó cuántos cigarrillos fumaba y cuantas tazas de
café tomaba cada día. Si bien durante varios años había fumado un par de
paquetes -40 cigarrillos- en esa época había logrado no llegar a veinte al día.
Le contesté que estaba fumando 17 ó 18 cigarrillos y tomando unas diez a doce
tazas de café diarias…
EL CARDIÓLOGO ME ASUSTÓ
La réplica de mi pariente fue contundente. Tienes que dejar ya el cigarrillo
y el café, me dijo. Desde hoy mismo comenzaré a bajar el número de cigarrillos
que fumo, contesté aceptando su recomendación. Si no quieres morirte en seis
meses o seis años, tienes que dejarlo ahora, remarcó muy serio. Y fue en ese
momento que me dijo que mi último cigarrillo ya lo había fumado. Y aunque en
ese momento me pareció imposible, lo cierto es que fue en realidad el último
que fumé en mi vida.
Cuando dejé de fumar tenía cerca de cuatro décadas de fumador ya que
había comenzado a hacerlo en mi época de colegial, ocasionalmente a los 14 años
y con frecuencia a los 15 en que aprovechaba las funciones de vermouth de un cine
de mi barrio para fumar tranquilamente cuatro o cinco cigarrillos negros apenas
se apagaban las luces (Ver
crónica “Cines de barrio en mi vida escolar” del 24 de abril de 2017). Fue a los 16 años, mientras postulaba a la
universidad, cuando comencé a caminar con cajetilla de cigarrillos en el
bolsillo y lo seguí haciendo todos los días hasta los 52.
Después de dejar el consultorio
de Rony, ya en el auto mientras me trasladaba a mi casa estaba muy nervioso. Dentro
de mí había una lucha entre el deseo de fumar y el miedo a un infarto
fulminante. Cuando ya en mi casa terminé la comida me sentí peor al no tener
una buena taza de café para tomar ni un cigarrillo para asentarla. Pero lo más
difícil vendría después de acostarme y apagar las luces para intentar dormir.
Me costó mucho lograrlo. Por momentos me sentía sofocado y sudaba profusamente
hasta empapar el pijama -a pesar que estábamos en un mes bastante frío- pero
después comenzaba a temblar con fuertes escalofríos. En algunos momentos tuve
la sensación que las paredes de mi dormitorio se cimbraban hacia mí. Creo que me
levanté agotado poco después de las seis de la mañana, racionalmente dispuesto
a comenzar mi primer día de no fumador.
CIGARRILLOS EN EL BOLSILLO COMO SEGURO
Estábamos por cumplir un año de funcionamiento de ViceVersa, la empresa
de comunicaciones que formamos con José María Salcedo, Chema. Por nuestra forma
de trabajo eran pocas las personas que concurrían a nuestra oficina. Como en
esa época Chema fumaba más que yo, no la pasé muy bien. Para mi desconcierto en
el inicio de esa etapa de abstinencia una de las personas que nos visitó a
media tarde me pidió un cigarrillo. Sin pensarlo, automáticamente le invité uno
y además se lo prendí… Hay que tener en cuenta que esa época quienes me
conocían estaban seguros que yo siempre tenía cigarrillos en el bolsillo.
¿Cómo tenía cigarrillos si había dejado de fumar se puede preguntar
alguno? La explicación es simple al momento que decidí o me obligaron a decidir
dejar de fumar tenía cigarrillos y encendedor en los bolsillos y me quedé con
ellos, me sucedió algo curioso: tenerlos me dio una cierta seguridad y de
alguna manera sirvió para saber que en el peor de los casos tenía cómo
satisfacer mi ansiedad. Creo que lo asocié con el caso de mi hijo que muy pocos
años atrás a los 14 o 15 años tuvo asma y requirió un inhalador aunque lo usaba
muy poco. Cuando ingresó a la universidad, se cuidaba de no olvidar nunca el
inhalador. Cuando pasó un año sin usarlo, el médico indicó que por tratarse de
asma juvenil ya estaba superado. Nos señaló también que durante ese año en
realidad ya no era necesario el inhalador, pero saber que lo tenía resultaba
importante para darle seguridad. Para mí tener cigarrillos y encendedor en el
bolsillo me dio la misma sensación de seguridad que el inhalador para quién
había dejado ya de ser asmático.
La segunda noche sin fumar fue muy parecida a la anterior. Sudé como si
fuera un mes de verano en el norte del país pero también tirité como si
estuviera durmiendo en alguna de las ciudades sobre los 3500 metros de altura
que existen en los Andes peruanos. En el segundo día de abstinencia en la
oficina estuve tan fastidiado como el anterior. Al final del día sin embargo al
regresar a mi casa la intranquilidad pareció abandonarme lentamente. Pasé la tercera
noche con los problemas de las anteriores –sofocos y escalofríos- bastante
disminuidos. A la mañana siguiente prácticamente los temblores y sudores habían
desaparecido. Puedo decir que la sensación tan difícil provocada por la
abstinencia en mi caso duró sólo poco más de 48 horas.
Fueron sin embargo unos tres meses en los que me mantuve con cigarrillos
y encendedor en los bolsillos para invitar a los amigos. En esa época me
abastecía por cartones –diez cajetillas- y al momento que dejé de fumar tenía
en la guantera del auto seis o siete cajetillas que fui abriendo conforme se me
iban acabando. En algún momento tuve que comprar otro encendedor, pero cuando
acabé la última cajetilla de mi provisión sentí que los cigarrillos al alcance
de la mano ya habían cumplido su labor de “seguro” y ya no me eran necesarios.
INVENTÉ METAS A SUPERAR
Evidentemente el deseo de fumar no desapareció a las 48 horas que dejé
de sufrir por la abstinencia. Tuve que buscar maneras de retarme a mí mismo inmediatamente.
No sólo invitando cigarrillos a quienes me lo solicitaban. También desde el
inicio comencé a contar las horas sin fumar estableciendo metas a lograr. Los
primeros dos días estaba seguro que debía llegar a las cien horas para saber
que tenía posibilidades de dejar el vicio. Luego pensé en quinientas y
posteriormente en mil. Después de lograrlo seguir sumando horas se convirtió en
un pasatiempo hasta que llegué a contar 8760 horas, es decir un año. Después de
eso comencé a contar los días y durante muchos años sabía cuántos días estaba
sin fumar. En los últimos años sólo recuerdo la cantidad alcanzada el último
día del año anterior y sumo mentalmente lo recorrido el año en curso.
Lo anterior muestra cuán presente tengo aun el hábito. Incluso en
determinadas oportunidades siento que falta algo. Me ha sucedido en ocasiones
en que he estado invitado a algún almuerzo elegante, cuando me sirvieron al
final un café expreso acompañado de una copa de brandy. En esos casos sentía
que me faltaba un cigarrillo o, incluso, un puro. También en velorios donde
extraño alejarme de la zona donde yace el féretro para salir a la calle y
pararme unos minutos a conversar con alguien y fumar. Curiosamente en dos o
tres velorios de familiares salí a conversar con Rony Torres, quien después de
invitarme un cigarrillo antes de prender el suyo se sorprendió con mi
respuesta: “no fumo desde que me lo prohibiste”.
Ya que menciono a Rony, debo reconocer que me ayudó mucho a dejar el
cigarrillo que también me prohibiera el café, porque tenía muy asociado a
ambos. De hecho durante más de treinta años, nunca prendía el primer cigarrillo
del día sin antes beber el primer sorbo de café. En enero o febrero de 1995 cuando
visité a mi pariente en su consultorio y le hablé que aun extrañaba cigarrillo
y café, me dijo que ya podía volver a tomar mi bebida favorita si es que yo me
comprometía a tomar no más de dos o tres tazas diarias y sólo excepcionalmente
llegar a cuatro. Saliendo de su consultorio me fui al Haití -cafetería a la
concurría asiduamente desde la década del sesenta- y me tomé un expreso que me
supo al mejor que había tomado en mi vida. Desde entonces durante muchos años generalmente
tomé dos o tres cafés diarios, en algunas ocasiones sólo uno y no creo que más de
unas veinte veces en más de dos décadas que llegué a tomar cuatro. Y nunca más
de cuatro.
SÉ QUE NO PUEDO FUMAR NI UN SOLO CIGARRILLO
Un par de meses después cuándo Rony me preguntó cómo me iba con el café,
le contesté que me había ceñido a sus indicaciones. Después dudando mucho -y
hablando más como pariente que como médico- me dijo que quizás podría volver a fumar
pero no más de 4 ó 5 cigarrillos diarios. Pensé inmediatamente en el infarto y
no dudé en rechazar la oferta. Así como había estado seguro que podía cumplir
con la cuota de café que me asignó no tenía ninguna seguridad que tres o cuatro
cigarrillos inicialmente se convirtieran en dos o tres días nuevamente en una
cajetilla o más. Ya tenía experiencia de haber bajado el consumo de tabaco a
media cajetilla diaria por algunos meses y después de la primera excepción que
me tomé terminé volviendo a fumar dos cajetillas diarias.
En esa oportunidad también le conté que desde pocas semanas antes algunas
veces cuando iba a ingresar a la Vía Expresa sentía temor por lo que variaba el
rumbo y me dirigía por otra avenida, pegándome siempre a la derecha. Y también
que alguna vez que no había podido desviarme del rumbo al entrar a esa vía
comenzaba a sudar copiosamente. Pensaba que podía tener un infarto y que en esa
ruta tan concurrida podía causar mayores estragos. Rony se rió y me dijo que
era un típico síndrome de abstinencia, aunque tardío ya que debió habérseme presentado
meses antes. Es tu cuerpo que está pidiendo nicotina, me dijo. Cuando salí del consultorio,
teniendo claro ya el origen de mis temores, me dirigí a mi casa utilizando la Vía
Expresa y cuando sentí los síntomas, dije repetidamente y en voz alta -a pesar
que estaba solo- “No hay cigarrillos”. Pocos minutos después me di cuenta que
ya podía utilizar esa ruta sin temores.
En estos días en que he cumplido un cuarto de siglo sin fumar ha sido
motivo para añorar mis inicios como fumador en la segunda mitad de la década
del cincuenta, así como contrastar las costumbres de la sociedad frente a los
fumadores desde una permisibilidad total en esa época hasta una marginación
total a los fumadores en los últimos años (Ver crónica "Mis primeros cigarrillos” del 25 de agosto de 2017).
Por los años 80, cuando las campañas y acciones
antitabaco comenzaron a realizarse con fuerza, percibí que muchas veces los
mayores reparos a los fumadores provenían de ex fumadores. Eran los más
radicales y entusiastas objetores. Por esos años me dije que si dejaba de fumar
esperaba no convertirme en militante de la lucha contra los fumadores. Y
durante varios años compartimos los ambientes de ViceVersa con Chema Salcedo
hasta que dejó de fumar el año 2001 ó 2002. Y también compartí año y medio de
trabajo en los inicios de este siglo con dos fumadores empedernidos y grandes
amigos Federico -Fico- Velarde y Francisco -Pancho –Guerra García. Y tres años
más solo con Fico que no bajaba de fumar unos quince cigarrillos en cada
jornada de trabajo.
Acompañando a estos amigos sin mayores problemas y
compartiendo incluso el rechazo a excesos en el enfrentamiento al tabaquismo, soy
un ex fumador tranquilo y tolerante. Tampoco me queda alguna alternativa si
tenemos en cuenta que cuando dejé de fumar, me ayudó mucho que Ana María, mi
esposa, hubiese dejado de fumar setenta días antes, pero ella volvió a fumar
desde el verano de 1995 hasta hoy…
Excelente. Te felicito por los 25 años de abandonar el cigarrillo.
ResponderBorrarAdmirable decisión.
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