lunes, 24 de abril de 2017

CINES DE BARRIO EN MI VIDA ESCOLAR (1947/1958)

Mis primeros recuerdos de los cines de mi barrio se remontan a 1947 o 1948 cuando tenía 5 o 6 años y se asocian a la primera casa de la que tengo memoria, situada en el jirón Virú 228 en el Rímac (Ver crónica “Cambié de casa en octubre de 1948” del 27 de noviembre de 2012). Saliendo de esa casa caminando hacia la derecha y volteando en la esquina, ya en el jirón Ayabaca, se llegaba al cine Rialto unos cuarenta metros más allá. Pero si se salía hacia la izquierda y volteando en la esquina, ya en el jirón Paita, se llegaba al cine Rambla también unos cuarenta metros más allá. Caminando algo más de 100 metros y sin atravesar pistas podía escoger entre dos películas, aunque no recuerdo haberme dirigido a ninguno de esos cines en esa época…

No sé si fue la primera película que vi, sí la primera de la que tengo memoria. Debo haberla visto en 1948 o 1949 en Semana Santa, un Domingo de Resurrección y se llamaba “Vida, pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo” o un título parecido. Mis recuerdos incluyen por cierto las lágrimas de los espectadores a la salida, pero no tengo idea a cuál de esos cines ingresé a verla.

LOS CINES DE MI NIÑEZ EN EL RÍMAC

De la misma forma que el Jueves Santo hacíamos el recorrido de las “siete estaciones” que podía ser en el Rímac o en el centro de Lima o en iglesias de ambos lados del puente y que el Viernes Santo en la radio sólo escuchábamos música clásica y el sermón de las tres horas del sacerdote jesuita Salvador Tito Otero y almorzábamos garbanzos con bacalao, el Domingo de Pascua o de Resurrección después del almuerzo familiar los chicos íbamos al cine a ver la película que con el mismo o parecido nombre y lógicamente el mismo argumento, veríamos en los siguientes cinco o seis años en alguno de los cines del barrio. Creo que la mayoría de las veces que vi la crucifixión de Cristo fue en el Rambla y quizás alguna vez en el Rialto, antes que se modernizara para pasar a llamarse Capri a mediados de los 50.

Los recuerdos de mis primeras idas a esos dos cines, se enlazan con la curiosidad que tenía en esa época por conocer un cine que se inauguró el año 1949 en el jirón Trujillo media cuadra antes de llegar a la iglesia de San Lázaro: el Perricholi. Había visto el final de su construcción y me impresionó su fachada. En algún momento escuché una conversación, mientras comprando en una bodega, sobre lo moderna y elegante que era y que no parecía un cine de barrio sino “cine del centro” que era como se calificaba a los cines de estreno que quedaban cerca o alrededor del jirón de la Unión y La Colmena como los cines Tacna, Central, San Martin, Metro, Excélsior y Colón, es decir en el entonces llamado centro de Lima, a los cuales recién conocería después de terminar el colegio, salvo el Tacna como después relataré.

Debo haber conocido el Perricholi a los nueve o diez años y quedé impresionado por todo: la entrada con fotos de actrices y actores famosos, lo ordenadas que lucían sus vitrinas con afiches de próximas proyecciones y la comodidad de sus butacas, ya que incluso pude observar que la galería -o balcón como se denominaba a la localidad más barata- tenía asientos y no bancas de madera como en otros cines del Rímac. También porque su escenario era muy amplio ya que también era teatro y, principalmente, por las paredes de los dos costados de la sala. La primera vez que me senté en sus butacas sentí que me había acomodado en una calle limeña y que tenía a mis costados las fachadas de ambos lados, ya que se habían colocado versiones a escala de varios balcones de estilo colonial que daban una grata impresión a los espectadores.

OTROS CINES DE BARRIO

Como en alguna vez conté en los meses de verano hasta 1956 nos trasladamos a Miraflores a la primera cuadra del jirón Porta, donde estaba el local de un pequeño colegio propiedad de la tía Teresa, hermana de mi padre, para estar cerca de la playa y bañarnos en el mar. Quedaba a unas tres cuadras del pequeño cine Excélsior situado en la estrecha calle Bellavista donde actualmente se ubica el teatro Británico. Recuerdo haber ido a ese cine y a otro no tan pequeño llamado Leuro, en la avenida Benavides cerca de la avenida Larco. Y he recordado anteriormente las “seriales” que exhibían en el Ricardo Palma, un cine en pleno Parque Central de Miraflores (Ver crónica “Recuerdos miraflorinos” del 28 de enero de 2014).

Pero los años de mi niñez están más relacionados a los cines del Rímac, principalmente al Rialto y al Rambla, aunque hubo veces que caminábamos desde el jirón Marañón hasta la quinta o sexta cuadra de Francisco Pizarro -o avenida Francisco Pizarro, nunca avenida Pizarro- para alguna película que a nuestros padres les parecía buena. Hablo en plural porque iba con mis hermanas menores a platea o lateral y siempre a matinée, que era el nombre de la función que comenzaba entre las 3:30 y 4 de la tarde. Si íbamos al cine Rímac nos acompañaba una empleada, al igual que en las pocas veces que fuimos al Diana que quedaba en avenida de Los Próceres que era una continuación del jirón Virú, a unas dos o tres cuadras de la Iglesia de Las Cabezas. Nunca entramos al cine Estrella que estaba en una diagonal de esa misma avenida en dirección al concurrido jirón Caquetá. Ese cine lo conocía sólo por fuera, debido a que algunas veces llegábamos al Rímac por el Puente del Ejército después de haber pasado la Plaza Unión.

FUMAR EN LOS CINES ERA HABITUAL

Mis 15 años están ligados al cine Royal que quedaba en la segunda cuadra del jirón Libertad, a poco más de cuadra y media de mi casa y donde se exhibían películas mexicanas con jóvenes artistas como Silvia Pinal y Yolanda Varela, junto a las ya consagradas María Félix y Libertad Lamarque y cantantes como Pedro Infante y Luis Aguilar. Inicialmente en 1957 iba con Máximo Martínez, ahijado de mi padre, natural de Mala, que estudiaba secundaria industrial y que vivió en mi casa durante su último año de estudios. Pero a balcón y en vermouth, nombre de la función que comenzaba entre las 6:30 y 7 de la tarde. Me ponía un sacón encima de mi uniforme escolar y trataba de pasar sin ser muy visto ya que en la mayoría de los casos eran películas calificadas para mayores. Mis primeros cigarrillos, negros y de marca “Inca” los fumé en ese cine, evidentemente después de la aparición en la pantalla de “Prohibido Fumar”.

En todos los cines de Lima y me imagino que en el Perú hasta finales de la década del 60, durante unos diez o quince minutos se pasaban sinopsis de películas que se presentarían en las siguientes semanas y algunos avisos comerciales y mientras se prendían las luces para un intermedio de unos cinco minutos quedaba en la pantalla el letrero de “Prohibido Fumar”. Era como si se diera la partida de una carrera porque inmediatamente se comenzaba a sentir el ruido de los fósforos prendiendo y a ver el pequeño resplandor de los cigarrillos encendidos.

En 1958 ya solo, seguí yendo algunas veces a balcón del Royal y un par de sábados al Cinelandia que quedaba muy cerca del Rímac. Se terminaba de cruzar el Puente Balta y antes de llegar al jirón Amazonas se ensanchaba la vereda y se encontraba la fachada del cine que terminaba justo en ese jirón. Yo lo había pasado varias veces cuando cruzaba ese puente para dirigirme al Mercado Central o cuando llegaba al paradero final de los colectivos Victoria - Vitervo para irme caminando unas seis cuadras a mi casa. Eso sucedía cuando me embarcaba en Surquillo en un ómnibus que iba hacia La Parada y del que me bajaba en la Plaza Manco Cápac (Ver crónica “Las carcochas de mi tiempo” del 18 de octubre de 2013).

La primera vez que entré al Cinelandia lo hice en matinée, lo encontré bastante descuidado e incluso sucio. Como lo vi igual una siguiente vez decidí no regresar. A diferencia de los cines de mi barrio en la matinée no se sentía el fuerte olor a kreso, un desinfectante que se usaba para limpiar los pisos, lo que era señal que no se limpiaba todos los días.

DESLUMBRADO EN UN CINE DE ESTRENO

Por cierto no tenía ese olor penetrante ni mucho menos el cine teatro Tacna, donde en 1956 fui con mi padre para ver “Los diez mandamientos” una extraordinaria obra que duraba más de tres horas y media. Incluso a mitad de la película había un intermedio para salir de la sala a estirar las piernas y comprar gaseosas o golosinas. Aunque el cine se inauguró en 1948, yo sentía que estaba en un edificio acabado de terminar con gruesísimas alfombras, iluminación extraordinaria y butacas comodísimas. Me había impactado tanto como la película y así pude comentarlo en mi casa con mi madre y mis hermanas y en el colegio con mis compañeros de estudios. Fue la única vez que entré a un cine de estreno hasta que terminé el colegio.

La sala estaba situada en la amplia avenida Tacna, que era unos de los límites del entonces centro de la ciudad, el mismo que en las décadas futuras sería conocido como el “damero de Pizarro”, para evocar el trazado inicial que tuvo la capital del Perú, cuando fue fundada como la ciudad de los Reyes. Recordando ese cuadrado imaginario, para mí en esa época las avenidas Tacna y Nicolás de Piérola eran cosmopolitas, mientras la avenida Abancay y las calles al borde del río Rímac eran populosas.

El cine Tacna estuvo “de moda” en los años cincuenta, no sólo por estrenos de películas, sino además porque era el destino obligado los fines de semana de familias acomodadas que salían a “jironear”, hacer compras y tomar lonche en la Botica Francesa o el Crem Rica.

¡EL BALCÓN ESTABA ABAJO!

Pero regresando a los cines de barrio. En mis últimos años de colegial no fue el Cinelandia el único cine de barrio fuera del Rímac al que acudí. Por distintas razones estuve en cines de Surquillo y Barranco. En el primer caso, en el segundo semestre de 1957 y el primero de 1958, no para ver películas sino para hablar con los administradores y conseguir locales para realizar festivales artísticos en nuestro desesperado afán de conseguir el dinero necesario para la excursión por el sur peruano que hicimos con mis compañeros de estudios de la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma. Esa fue la razón por la que conocí y entré al cine Primavera en la hoy avenida Angamos, y al Maximil, en la calle Inca a media cuadra de esa avenida.

En Barranco sí fui al cine con compañeros de colegio. Con Oscar Álvarez y Ricardo Delgado alguna vez al cine Balta, del tipo del Cinelandia. Pero con ambos y algunas veces con algún hermano de Óscar fuimos varias veces al Raimondi, que quedaba a pocos metros de la plazuela del mismo nombre y a unos cien metros de la avenida Bolognesi. La primera vez que ingresé me llamó la atención su amplitud y que la localidad que costaba menos estaba adelante y abajo, no atrás y arriba como todos los cines que yo conocía. Pero ese cine lo recuerdo más porque allí, un día que dudamos si nos dejarían entrar a una película calificada para mayores, fumé por primera y última vez cigarrillos Country Club o simplemente Country, los rubios peruanos. El aroma del cigarrillo negro era mucho más penetrante que el rubio y nosotros creíamos o queríamos creer que fumando Country pareceríamos mayores por fumar cigarrillos más caros.

Pero de cigarrillos a finales de los años cincuenta habrá posibilidad de escribir otra crónica, incluyendo una particular apreciación que sobre los Country le escuché al senador Mario Polar en los primeros meses de 1959…

4 comentarios:

  1. Alfredo:

    Yo soy surquillano y fuí cinemero. Me agradó tu artículo y revivimos historias similares.

    Muchas gracias.

    27/04/2017

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    1. El miércoles 26, con ocasión de la presentación de su libro “El Arte del Hombre, reflexiones de un profesor de teatro” tuve ocasión de conversar con Ernesto Ráez, mi profesor de teatro en 1958. Él vivió su niñez y adolescencia en la calle Barraganes, nombre de la tercera cuadra de Virú y me recordó que el cine Rambla exhibía los fines de semana en una sola función dos películas cortas de vaqueros, que se conocían como “coboyadas”.

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  2. Me gustó la historia de los cines, lindos recuerdos de mi vida cuando vivía en el Rico Rimav !

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