Mis
primeros recuerdos de los cines de mi barrio se remontan a 1947 o 1948 cuando
tenía 5 o 6 años y se asocian a la primera casa de la que tengo memoria,
situada en el jirón Virú 228 en el Rímac (Ver
crónica “Cambié de casa en octubre de 1948” del 27 de noviembre de 2012). Saliendo de esa casa caminando hacia
la derecha y volteando en la esquina, ya en el jirón Ayabaca, se llegaba al cine
Rialto unos cuarenta metros más allá. Pero si se salía hacia la izquierda y
volteando en la esquina, ya en el jirón Paita, se llegaba al cine Rambla también
unos cuarenta metros más allá. Caminando algo más de 100 metros y sin atravesar
pistas podía escoger entre dos películas, aunque no recuerdo
haberme dirigido a ninguno de esos cines en esa época…
No sé si fue la primera película que
vi, sí la primera de la que tengo memoria. Debo haberla visto en 1948 o 1949 en
Semana Santa, un Domingo de Resurrección y se llamaba “Vida, pasión, muerte y
resurrección de
nuestro Señor Jesucristo” o un título parecido. Mis recuerdos incluyen por
cierto las lágrimas de los espectadores a la salida, pero no tengo idea a cuál
de esos cines ingresé a verla.
LOS
CINES DE MI NIÑEZ EN EL RÍMAC
De
la misma forma que el Jueves Santo hacíamos el recorrido de las “siete
estaciones” que podía ser en el Rímac o en el centro de Lima o en iglesias de
ambos lados del puente y que el Viernes Santo en la radio sólo escuchábamos
música clásica y el sermón de las tres horas del sacerdote jesuita Salvador Tito
Otero y almorzábamos garbanzos con bacalao, el Domingo de Pascua o de Resurrección
después del almuerzo familiar los chicos íbamos al cine a ver la película que con el mismo o parecido nombre y
lógicamente el mismo argumento, veríamos en los siguientes cinco o seis años en
alguno de los cines del barrio. Creo que la mayoría de las veces que vi la
crucifixión de Cristo fue en el Rambla y quizás alguna vez en el Rialto, antes
que se modernizara para pasar a llamarse Capri a mediados de los 50.
Los
recuerdos de mis primeras idas a esos dos cines, se enlazan con la curiosidad que
tenía en esa época por conocer un cine que se inauguró el año 1949 en el jirón
Trujillo media cuadra antes de llegar a la iglesia de San Lázaro: el
Perricholi. Había visto el final de su construcción y me impresionó su fachada.
En algún momento escuché una conversación, mientras comprando en una bodega,
sobre lo moderna y elegante que era y que no parecía un cine de barrio sino “cine
del centro” que era como se calificaba a los cines de estreno que quedaban cerca
o alrededor del jirón de la Unión y La Colmena como los cines Tacna, Central,
San Martin, Metro, Excélsior y Colón, es decir en el entonces llamado centro de
Lima, a los cuales recién conocería después de terminar el colegio, salvo el
Tacna como después relataré.
Debo
haber conocido el Perricholi a los nueve o diez años y quedé impresionado por
todo: la entrada con fotos de actrices y actores famosos, lo ordenadas que
lucían sus vitrinas con afiches de próximas proyecciones y la comodidad de sus
butacas, ya que incluso pude observar que la galería -o balcón como se
denominaba a la localidad más barata- tenía asientos y no bancas de madera como
en otros cines del Rímac. También porque su escenario era muy amplio ya que también
era teatro y, principalmente, por las paredes de los dos costados de la sala.
La primera vez que me senté en sus butacas sentí que me había acomodado en una
calle limeña y que tenía a mis costados las fachadas de ambos lados, ya que se
habían colocado versiones a escala de varios balcones de estilo colonial que
daban una grata impresión a los espectadores.
OTROS
CINES DE BARRIO
Como
en alguna vez conté en los meses de verano hasta 1956 nos trasladamos a
Miraflores a la primera cuadra del jirón Porta, donde estaba el local de un
pequeño colegio propiedad de la tía Teresa, hermana de mi padre, para estar
cerca de la playa y bañarnos en el mar. Quedaba a unas tres cuadras del pequeño
cine Excélsior situado en la estrecha calle Bellavista donde actualmente se
ubica el teatro Británico. Recuerdo haber ido a ese cine y a otro no tan
pequeño llamado Leuro, en la avenida Benavides cerca de la avenida Larco. Y he
recordado anteriormente las “seriales” que exhibían en el Ricardo Palma, un
cine en pleno Parque Central de Miraflores (Ver
crónica “Recuerdos miraflorinos” del 28 de enero de 2014).
Pero
los años de mi niñez están más relacionados a los cines del Rímac, principalmente
al Rialto y al Rambla, aunque hubo veces que caminábamos desde el jirón Marañón
hasta la quinta o sexta cuadra de Francisco Pizarro -o avenida Francisco
Pizarro, nunca avenida Pizarro- para alguna película que a nuestros padres les
parecía buena. Hablo en plural porque iba con mis hermanas menores a platea o
lateral y siempre a matinée, que era el nombre de la función que comenzaba
entre las 3:30 y 4 de la tarde. Si íbamos al cine Rímac nos acompañaba una
empleada, al igual que en las pocas veces que fuimos al Diana que quedaba en avenida
de Los Próceres que era una continuación del jirón Virú, a unas dos o tres cuadras
de la Iglesia de Las Cabezas. Nunca entramos al cine Estrella que estaba en una
diagonal de esa misma avenida en dirección al concurrido jirón Caquetá. Ese
cine lo conocía sólo por fuera, debido a que algunas veces llegábamos al Rímac
por el Puente del Ejército después de haber pasado la Plaza Unión.
FUMAR
EN LOS CINES ERA HABITUAL
Mis
15 años están ligados al cine Royal que quedaba en la segunda cuadra del jirón
Libertad, a poco más de cuadra y media de mi casa y donde se exhibían películas
mexicanas con jóvenes artistas como Silvia Pinal y Yolanda Varela,
junto a las ya consagradas María Félix y Libertad Lamarque y cantantes como
Pedro Infante y Luis Aguilar. Inicialmente en 1957 iba con Máximo Martínez,
ahijado de mi padre, natural de Mala, que estudiaba secundaria industrial y que
vivió en mi casa durante su último año de estudios. Pero a balcón y en
vermouth, nombre de la función que comenzaba entre las 6:30 y 7 de la tarde. Me
ponía un sacón encima de mi uniforme escolar y trataba de pasar sin ser muy
visto ya que en la mayoría de los casos eran películas calificadas para
mayores. Mis primeros cigarrillos, negros y de marca “Inca” los fumé en ese
cine, evidentemente después de la aparición en la pantalla de “Prohibido
Fumar”.
En
todos los cines de Lima y me imagino que en el Perú hasta finales de la década
del 60, durante unos diez o quince minutos se pasaban sinopsis de películas que
se presentarían en las siguientes semanas y algunos avisos comerciales y
mientras se prendían las luces para un intermedio de unos cinco minutos quedaba
en la pantalla el letrero de “Prohibido Fumar”. Era como si se diera la partida
de una carrera porque inmediatamente se comenzaba a sentir el ruido de los
fósforos prendiendo y a ver el pequeño resplandor de los cigarrillos encendidos.
En
1958 ya solo, seguí yendo algunas veces a balcón del Royal y un par de sábados
al Cinelandia que quedaba muy cerca del Rímac. Se terminaba de cruzar el Puente
Balta y antes de llegar al jirón Amazonas se ensanchaba la vereda y se
encontraba la fachada del cine que terminaba justo en ese jirón. Yo lo había
pasado varias veces cuando cruzaba ese puente para dirigirme al Mercado Central
o cuando llegaba al paradero final de los colectivos Victoria - Vitervo para
irme caminando unas seis cuadras a mi casa. Eso sucedía cuando me embarcaba en
Surquillo en un ómnibus que iba hacia La Parada y del que me bajaba en la Plaza
Manco Cápac (Ver
crónica “Las carcochas de mi tiempo” del 18 de octubre de 2013).
La
primera vez que entré al Cinelandia lo hice en matinée, lo encontré bastante
descuidado e incluso sucio. Como lo vi igual una siguiente vez decidí no
regresar. A diferencia de los cines de mi barrio en la matinée no se sentía el
fuerte olor a kreso, un desinfectante que se usaba para limpiar los pisos, lo
que era señal que no se limpiaba todos los días.
DESLUMBRADO
EN UN CINE DE ESTRENO
Por
cierto no tenía ese olor penetrante ni mucho menos el cine teatro Tacna, donde
en 1956 fui con mi padre para ver “Los diez mandamientos” una extraordinaria
obra que duraba más de tres horas y media. Incluso a mitad de la película había
un intermedio para salir de la sala a estirar las piernas y comprar gaseosas o
golosinas. Aunque el cine se inauguró en 1948, yo sentía que estaba en un
edificio acabado de terminar con gruesísimas alfombras, iluminación
extraordinaria y butacas comodísimas. Me había impactado tanto como la película
y así pude comentarlo en mi casa con mi madre y mis hermanas y en el colegio
con mis compañeros de estudios. Fue la única vez que entré a un cine de estreno
hasta que terminé el colegio.
La
sala estaba situada en la amplia avenida Tacna, que era unos de los límites del
entonces centro de la ciudad, el mismo que en las décadas futuras sería
conocido como el “damero de Pizarro”, para evocar el trazado inicial que tuvo
la capital del Perú, cuando fue fundada como la ciudad de los Reyes. Recordando
ese cuadrado imaginario, para mí en esa época las avenidas Tacna y Nicolás de
Piérola eran cosmopolitas, mientras la avenida Abancay y las calles al borde
del río Rímac eran populosas.
El
cine Tacna estuvo “de moda” en los años cincuenta, no sólo por estrenos de
películas, sino además porque era el destino obligado los fines de semana de
familias acomodadas que salían a “jironear”, hacer compras y tomar lonche en la
Botica Francesa o el Crem Rica.
¡EL
BALCÓN ESTABA ABAJO!
Pero
regresando a los cines de barrio. En mis últimos años de colegial no fue el
Cinelandia el único cine de barrio fuera del Rímac al que acudí. Por distintas
razones estuve en cines de Surquillo y Barranco. En el primer caso, en el
segundo semestre de 1957 y el primero de 1958, no para ver películas sino para
hablar con los administradores y conseguir locales para realizar festivales
artísticos en nuestro desesperado afán de conseguir el dinero necesario para la
excursión por el sur peruano que hicimos con mis compañeros de estudios de la
Gran Unidad Escolar Ricardo Palma. Esa fue la razón por la que conocí y entré
al cine Primavera en la hoy avenida Angamos, y al Maximil, en la calle Inca a
media cuadra de esa avenida.
En
Barranco sí fui al cine con compañeros de colegio. Con Oscar Álvarez y Ricardo
Delgado alguna vez al cine Balta, del tipo del Cinelandia. Pero con ambos y algunas
veces con algún hermano de Óscar fuimos varias veces al Raimondi, que quedaba a
pocos metros de la plazuela del mismo nombre y a unos cien metros de la avenida
Bolognesi. La primera vez que ingresé me llamó la atención su amplitud y que la
localidad que costaba menos estaba adelante y abajo, no atrás y arriba como
todos los cines que yo conocía. Pero ese cine lo recuerdo más porque allí, un
día que dudamos si nos dejarían entrar a una película calificada para mayores,
fumé por primera y última vez cigarrillos Country Club o simplemente Country, los
rubios peruanos. El aroma del cigarrillo negro era mucho más penetrante que el
rubio y nosotros creíamos o queríamos creer que fumando Country pareceríamos
mayores por fumar cigarrillos más caros.
Pero
de cigarrillos a finales de los años cincuenta habrá posibilidad de escribir
otra crónica, incluyendo una particular apreciación que sobre los Country le
escuché al senador Mario Polar en los primeros meses de 1959…
Alfredo:
ResponderBorrarYo soy surquillano y fuí cinemero. Me agradó tu artículo y revivimos historias similares.
Muchas gracias.
27/04/2017
El miércoles 26, con ocasión de la presentación de su libro “El Arte del Hombre, reflexiones de un profesor de teatro” tuve ocasión de conversar con Ernesto Ráez, mi profesor de teatro en 1958. Él vivió su niñez y adolescencia en la calle Barraganes, nombre de la tercera cuadra de Virú y me recordó que el cine Rambla exhibía los fines de semana en una sola función dos películas cortas de vaqueros, que se conocían como “coboyadas”.
BorrarQ buena historia
ResponderBorrarMe gustó la historia de los cines, lindos recuerdos de mi vida cuando vivía en el Rico Rimav !
ResponderBorrarEstimado amigo, me ha agradado muchísimo y sorprendido su nota, MUY INTERESANTE 🤨 para los rímenses que nos gusta el cine..
ResponderBorrarCoincido con lo que escribe y fue una época maravillosa, al leerlo me hizo ingresar al túnel de tiempo y vivir nuevamente aquellas épocas, aunque soy mucho menor que usted..
Me gustaría platicar con su personal al lado de un buen café tradicional..
Muchos saludos y siga escribiendo..
Marco