En febrero de 1967 varios de los dirigentes de la
Juventud Demócrata Cristiana estábamos preocupados por la siguiente Asamblea
Nacional del partido. Nuestra inquietud tenía motivo: varias bases departamentales esperaban nuestra propuesta ya que consideraban a la JDC como
factor clave en los hechos políticos que culminaron con la renuncia de un importante
sector de figuras partidarias para formar el Partido Popular Cristiano en
diciembre de 1966 (Ver
crónica “Hace 50 años: fundación del PPC vista desde la otra vereda” del 16 de diciembre de 2016).
Como venía sucediendo desde que se fundó, las asambleas
nacionales del Partido Demócrata Cristiano en que se fijaba la línea política y se
elegía a la dirigencia del PDC se realizaban en el verano. En enero de 1956 en
el caso de la fundación y en febrero o marzo las sucesivas. Cada año
inicialmente y cada dos años desde 1961, salvo la VII que se adelantó de
inicios de 1963 a noviembre de 1962 considerando el fracaso partidario en las
elecciones generales de 1962 y la necesidad de participar en las convocadas
para 1963.
LAS BASES ESPERABAN NUESTRAS DECISIONES
La IX Asamblea Nacional se realizaría en la
segunda quincena de marzo de 1967. Era evidente que la preocupación de los democristianos
en todo el país estaba en el abandono del ritmo transformador con que se inició
el gobierno de la Alianza Acción Popular - Democracia Cristiana. Al mismo
tiempo, aunque no se verbalizara, la creación del PPC era percibida como una
forma de crear un referente social cristiano que sirviera de aliado a los
sectores derechistas que parecían imponerse en el partido del presidente
Belaunde. También se consideraba que la Alianza AP - DC no se enfrentaba
suficientemente a la Coalición del Apra con la Unión Nacional Odriísta.
Además de los aspectos organizativos que debía
tocar esa asamblea, las elecciones internas eran importantísimas, en la medida
que sería el Comité Ejecutivo Nacional el órgano que llevaría a la práctica lo
acordado en la Asamblea. El CEN estaba integrado por presidente, vice
presidente, secretario general, sub secretario general y cinco miembros, al que
además se sumaban delegados de los sectores femenino, obrero, empleado y juvenil.
Y a partir de ese año también delegados de los profesionales y de los
educadores, dos sectores aun en una etapa inicial de organización. En todos los
casos, en un evento nacional se elegía una terna y entre ella los delegados a
la asamblea votaban por uno. También participaban en las reuniones del CEN un
delegado de los senadores y otro de los diputados, elegidos por el Grupo
Parlamentario DC.
A diferencia de lo que había sucedido en marzo de
1965 en que hubo una sola lista presidida por el senador Héctor Cornejo Chávez
y que incluía a uno de los integrantes de cada una de las ternas, esta vez se
esperaban dos listas. Vale como paréntesis mencionar que en ese congreso el
único cargo en que hubo disputa fue en el delegado de la Juventud DC, ya que el
primero de la terna renunció, la lista de Cornejo incluyó al segundo y la
asamblea me eligió a mí. Cuando un año después fui elegido secretario general
de la JDC, comprobamos que era mejor que el máximo dirigente de la JDC fuese al
mismo tiempo su representante en la más alta instancia partidaria. Por esa
razón, en el congreso juvenil realizado en Trujillo a principios de marzo de
1967, se aprobó que la directiva nacional fuese elegida por dos años y no uno y
que el secretario general fuese al mismo tiempo delegado al CEN del partido.
EL PELIGRO QUE GANARAN LOS QUE BUSCABAN EXCLUIR
Regresemos a febrero de ese año. Un sector de
posiciones más duras, partidarios exaltados de Cornejo, a quienes calificábamos
entre nosotros como “picapiedras”, comenzó a plantear la reelección de Cornejo
Chávez. La sola posibilidad que tal posición trascendiera, daría motivo para
que se sintieran respaldados por los hechos aquellos que habían justificado la ruptura
partidaria para fundar el PPC aduciendo que Cornejo pretendía perpetuarse en la
dirigencia partidaria. El propio Cornejo en alguna conversación que tuvimos
descartó totalmente esa posibilidad y estoy seguro que así lo manifestó a
quienes querían promover la reelección.
A partir de la negativa de Cornejo, el mismo
sector partidario comenzó a ver la posibilidad que el diputado Rafael Cubas
Vinatea postulara a la presidencia del partido. Nos asustó. Y me explico. Considerábamos
que la posición izquierdista de la DC de la que nos sentíamos parte y de la
cual el liderazgo de Cornejo Chávez era indudable, debía imponer
democráticamente una línea política que fuera capaz de incluir a distintos
matices. Pero como en toda organización -y no sólo de tipo político- existían
camaradas que sólo creían que las posiciones eran “blancas o negras”. Incluso algunos
desconfiaban de los dirigentes de la JDC porque no consultaban sus posiciones
con ellos, en la medida que se auto-consideraban guardianes de la “línea
correcta” del “cornejismo”. Cubas Vinatea, quien se había destacado como
diputado y al que apreciábamos mucho, había hecho vida partidaria en Huánuco y
no conocía el “aparato” partidario y podía ser arrastrado a posiciones que en
la práctica excluyeran a algunos sectores del partido.
Pero vehemencia había en todos lados. Algunos
camaradas desde semanas antes de la celebración del undécimo aniversario del PDC,
a fines de enero, señalaban que era el momento de “tomar” el partido, como
única garantía de hacer virar no sólo la línea partidaria sino la de la alianza
AP - DC. Incluso después de mi discurso en ese aniversario (Ver crónica “Son muy jóvenes, les falta experiencia” del 23 de marzo de 2013), algún camarada me reprochó haberle dado
tribuna a Javier Correa Elías, ex presidente del partido, figura muy apreciada por
la militancia de la Democracia Cristiana y particularmente por la Juventud DC.
SE ESPERA PROPUESTA DE LA JUVENTUD DC
Pero un lunes por la noche a inicios de febrero que por alguna razón
la reunión del CEN se realizó en el local partidario de Miraflores, situado en
una casona entre Diagonal y Shell, hubo algo que me hizo pensar que no sólo
algunas bases partidarias estaban a la espera de una propuesta de
la JDC para las
elecciones partidarias internas. Al momento de salir, un camarada que había
estado esperando al diputado Federico -Fico- Hurtado para entregarle algún
documento, le preguntó qué perspectivas había para la nueva dirigencia
partidaria. Fico volteó, me llamó y le dijo a su interlocutor: pregúntale a
este flaco. Y ante la cara de desconcierto de ambos, sentenció: los que tienen
el apoyo de las bases de provincia son los de la Juventud, así que el nuevo
presidente será quien propongan. Y luego dirigiéndose a mí añadió
socarronamente: confío en el buen juicio tuyo y de tus amigos…
No estaba descaminado el parlamentario. Los cuadros jóvenes del
partido eran los que tenían mayor contacto con las bases por varios motivos: el
primero, relativamente remoto, en la campaña electoral del 61-62 parte del
esfuerzo de quienes hicimos de activistas fue afianzar la incipiente
organización partidaria y en algunos casos instalarla. En segundo lugar, como
dirigentes de la JDC, habíamos viajado a reuniones con nuestros dirigentes en
varios de departamentos. En tercer lugar, en los últimos años se estaban
organizando en Lima cursos de capacitación de tres o cuatro días para
dirigentes de todo el país y la mayoría de los expositores eran jóvenes DC. Y,
finalmente, desde cuatro o cinco años en que se había creado COFESC,
Coordinadora de Frentes Estudiantiles Social Cristianos, en la medida que se habían
realizado cursos de capacitación preparando futuros dirigentes en la mayor
parte de las universidades del país, se había logrado captar militantes -una de
sus finalidades al crear los frentes- que habían comenzado a ser parte de las
estructuras partidarias en sus departamentos. Desde 1959 y en esos siete años de
la década del 60, además de las universidades ya existentes en Trujillo,
Arequipa y Cusco, habían comenzado a funcionar universidades en Ica, Ayacucho,
Huancayo, Huánuco, Lambayeque, Piura, Puno e Iquitos.
Éramos conscientes de la influencia de la corriente que encabezábamos
en las decisiones a tomar en el congreso partidario, pero por eso mismo
sabíamos que había que pensar en una presidencia sólida que pudiese no sólo
dirigir el partido en una etapa pre electoral -las elecciones generales debían
realizarse en junio de 1969- sino también un equipo capaz de mantener en buen
nivel los sectores de gobierno bajo nuestra responsabilidad, además de
consolidar orgánicamente al PDC de todas formas resentido por la escisión. Al
mismo tiempo, considerábamos que en el CEN debían estar camaradas de reconocida
trayectoria partidaria, con capacidad para dialogar con los aliados de AP,
capaces de relacionarse con los comités departamentales para impulsar sus tareas.
También pensábamos que como corriente dentro del PDC debíamos tener presencia
en el CEN, pero manteniendo y profundizando el trabajo en la JDC y dentro de
COFESC.
Justamente por lo anterior consideramos que yo debía ser integrante
del CEN partidario junto con Alberto Péndola y Federico Velarde, quienes habían
sido anteriormente delegados de la JDC al CEN, que Rafael Roncagliolo y Julio
Da Silva, que integraban la directiva de la JDC que yo encabezaba, fueran a la
reelección en una lista que llevara a Jaime Montoya como secretario general.
Cuando hablo de corriente interna recuerdo que nos considerábamos a la
izquierda de nuestros partidos y, al igual que otras juventudes DC del
continente, nos acercábamos a lo que se llamaba o se iba a llamar socialismo comunitario,
reafirmando la necesidad de respetar el sistema democrático y tratar que cada
vez más se pusiera al servicio de las grandes mayorías.
Éramos algunos cientos de militantes en todo el país que coincidíamos
en posiciones en asambleas nacionales y que conformamos un equipo de varias
decenas de dirigentes que actuábamos en distintos frentes partidarios y para
partidarios. Los más comprometidos en las tareas, coordinábamos informalmente,
desde 1965 o 1966, almorzando semanalmente en el chifa Kan Tu del jirón Camaná,
a 30 metros de la avenida Colmena y a 100 de la plaza San Martín. No se citaba
expresamente sino acudíamos unos diez o doce permanentemente y unos 15 o 20 con
menos frecuencia y dirigentes de la JDC de distintos departamentos cuando estaban
por Lima. En alguna oportunidad escribiré sobre algunos temas allí tratados,
pero baste ahora recordar cómo que inmediatamente después de la fundación del
PPC bajo el liderazgo de Luis Bedoya Reyes, alguien reparó entre carcajadas que
invirtiendo el nombre del chifa resultaba la palabra Tu Kan y era justamente
“tucán” el apelativo con que el periodismo había bautizado a Bedoya.
NOS ADELANTAMOS PROPONIENDO A GARCÍA LLOSA
Múltiples conversaciones y consultas nos llevaron a la conclusión que
la mejor carta para la presidencia del partido era Alfredo García Llosa.
Diputado por Lima quien había destacado como orador parlamentario, integrante
de la comisión de enlace con AP, dedicado a labores organizativas del partido
en años anteriores y secretario de asuntos parlamentarios de la Organización
Demócrata Cristiana de América, ODCA, el “flaco” García Llosa era una de las
mejores opciones para dirigir el PDC en esa etapa.
Paralelamente nos enteramos que se pensaba iniciar la promoción de la
candidatura de Cubas y se buscaba el auspicio de Cornejo Chávez. Estábamos
seguros que García Llosa o Cubas Vinatea podían contar con el apoyo de Cornejo,
la diferencia era que el “flaco” no tomaría en cuenta las sugerencias que
querrían imponerle los “picapiedras”. Decidimos apurar los plazos y a mediados
de febrero hicimos la propuesta que fue aprobada en el CEN de la JDC. Con esa
aprobación, buscamos a García Llosa y le planteamos la candidatura. Fue una
conversación inicial muy cordial donde sólo hablamos de las razones por la que
pensamos que era la persona indicada para el cargo y después de su aceptación y
nuestro compromiso de auspiciar su candidatura, quedamos en hablar
posteriormente sobre cómo pensaba conformar su lista y qué papel quería que
cumpliéramos en la campaña interna. Pero su aceptación nos servía para hablar
con Héctor Cornejo Chávez.
En la conversación con Cornejo participamos Rafael Roncagliolo y yo.
Nuestra impresión fue que se sorprendió, pero rápidamente buscó una salida. Nos
dijo que algunos dirigentes intermedios le habían conversado también y pensaban
que el nuevo presidente podía ser Cubas Vinatea y García Llosa vicepresidente. Pero,
nos señaló que, teniendo en cuenta el apoyo que éste tenía de la JDC y a través
de ella de significativas bases departamentales, la fórmula más bien podría
considerar a Cubas como vicepresidente. Seguramente García Llosa va a tomar en
cuenta el sentir de esos dirigentes, le dijimos.
PLURALISMO EN LA DIRIGENCIA
En los días siguientes Alfredo García Llosa convocó a Luis Gómez
Sánchez en quien tenía mucha confianza y quien se dedicó a conversar con
dirigentes, ex dirigentes y militantes destacados y fue elaborando una lista
plural con diferentes enfoques y distintas generaciones y que a una semana del
congreso había quedado prácticamente definida. Salvo la nuestra, no había otras
tendencias presentes en la lista. Como suponíamos Cubas iba la vice
presidencia, César Carrillo Salinas a la secretaria general, el propio Gómez
Sánchez a la sub secretaria general. Completaban la relación un ex ministro y un
futuro ministro de Justicia, Emilio Llosa Ricketts y Luis Rodríguez Mariátegui,
aunque evidentemente nadie lo sabía porque recién sería nombrado en setiembre
de ese año. Además Alberto Péndola que había sido delegado de la JDC al CEN del
partido seis años atrás y yo que terminaba mi periodo de dos años en ese mismo
cargo. Y por último Julio Luque Tijero propuesto poco antes de la Asamblea
luego que Federico Velarde, ex delegado también de la JDC al CEN no aceptara
postular, considerando que tenía poco tiempo de regreso al país y estaba
participando del esfuerzo inicial de una ONG hasta hoy vigente: DESCO.
La otra lista estuvo encabezada por Carlos Fernández Sessarego,
jurista y maestro universitario, a quien muchos admirábamos y con quien en
nuestra condición de dirigentes de la JDC habíamos tratado en reuniones
partidarias cuando era ministro de Justicia entre febrero y setiembre de 1965.
Diferencias de enfoque, de ninguna manera irreconciliables, con algunos de
quienes promovieron su candidatura, motivaron
que no nos sintiéramos mal por no apoyarlo sin dudar en ningún momento de su
gran calidad personal y capacidad política y así se lo hicimos saber. Grande
fue mi sorpresa cuando hace unos tres años al saludarlo en una reunión, Fernández
Sessarego a sus 88 años les contó a quienes en ese momento lo rodeaban que se
acordaba, como muestra de caballerosidad que ahora no se estila, que
Roncagliolo y yo le invitamos a una cafetería en la plaza Bolognesi para
indicarle las razones por las que no votaríamos por él…
Muy cerca de esa plaza estaba el cine Rívoli donde se realizó la IX
Asamblea Nacional y donde las discusiones se realizaron en un clima de
cordialidad y gran parte de los acuerdos se tomaron por unanimidad o muy amplia
mayoría. Varios de ellos tenían que ver con la necesidad que la Alianza AP–DC
recuperara su impulso transformador, particularmente priorizando la reforma y
promoción agraria. A tres meses de la creación del PPC, el nombre que se acordó
que tuviera resultaba muy significativo: “Asamblea de la reafirmación de los
postulados revolucionarios de la Democracia Cristiana peruana”.
La lista que ganó las elecciones el domingo 19 de marzo de 1967 fue la
de García Llosa en una proporción más o menos de 6 a 4. Era evidente el rol
cumplido por los delegados que aglutinábamos los dirigentes juveniles. La
Asamblea también eligió entre las ternas presentadas a Rosa de Contreras,
Autberto Gore Baca, Roberto Robles Olarte, César Pacheco Vélez y Carlos Ramírez
Alzamora, por los grupos Femenino, de Empleados, de Obreros, de Educadores y de
Profesionales y a Jaime Montoya Ugarte por la JDC, luego que se estableciera
que el secretario general era a la vez delegado al CEN.
TODOS GANARON PORQUE NADIE SE SINTIÓ PERDEDOR
Al momento de terminar la reunión, estábamos muy cansados después de
tres días intensos de trabajo de comisiones y discusiones plenarias. Además, en
las horas finales, por un recuento de votos absolutamente engorroso. Pero se
respiraba un ambiente de tranquilidad y unidad. Cuando finalmente se leyeron
los nombres de la lista ganadora, así como la de los delegados de cada sector
partidario, todos aplaudieron y se corearon con entusiasmo los lemas
partidarios. En esos momentos, sentí un abrazo enorme del “gordo” Javier Silva
Ruete, en ese momento ministro de Agricultura, y que podría estar pesando casi
el doble que mis 66 o 67 kilos. Ganamos me dijo, a pesar que su apoyo a Fernández
Sessarego había sido evidente. Y ante mi cara de extrañeza me dijo que me
fijara como todos se abrazaban y me remarcó que nadie se sentía derrotado, que
no había perdedores.
Todos comenzaban a retirarse y antes de despedirse Javier me dijo que
debía estar particularmente feliz. ¿Por qué? le pregunté. Fíjate en los números
me contestó y se fue. Me fije en la pizarra que había estado volteada durante
el escrutinio y reparé en los palotes al costado de cada uno de los candidatos
de ambas listas. Se había podido votar por la lista completa o incluir a uno o
más de una lista en otra. Por eso el resultado era distinto para cada uno. La votación
más alta de la lista ganadora era la mía. Me sentí halagado y emocionado y
estoy casi seguro que no lo comenté con nadie hasta ahora… cincuenta años
después.
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