viernes, 24 de marzo de 2017

ELECCIONES PARTIDARIAS HACE 50 AÑOS (1967)

En febrero de 1967 varios de los dirigentes de la Juventud Demócrata Cristiana estábamos preocupados por la siguiente Asamblea Nacional del partido. Nuestra inquietud tenía motivo: varias bases departamentales esperaban nuestra propuesta ya que consideraban a la JDC como factor clave en los hechos políticos que culminaron con la renuncia de un importante sector de figuras partidarias para formar el Partido Popular Cristiano en diciembre de 1966 (Ver crónica Hace 50 años: fundación del PPC vista desde la otra vereda” del 16 de diciembre de 2016).

Como venía sucediendo desde que se fundó, las asambleas nacionales del Partido Demócrata Cristiano en que se fijaba la línea política y se elegía a la dirigencia del PDC se realizaban en el verano. En enero de 1956 en el caso de la fundación y en febrero o marzo las sucesivas. Cada año inicialmente y cada dos años desde 1961, salvo la VII que se adelantó de inicios de 1963 a noviembre de 1962 considerando el fracaso partidario en las elecciones generales de 1962 y la necesidad de participar en las convocadas para 1963.

LAS BASES ESPERABAN NUESTRAS DECISIONES

La IX Asamblea Nacional se realizaría en la segunda quincena de marzo de 1967. Era evidente que la preocupación de los democristianos en todo el país estaba en el abandono del ritmo transformador con que se inició el gobierno de la Alianza Acción Popular - Democracia Cristiana. Al mismo tiempo, aunque no se verbalizara, la creación del PPC era percibida como una forma de crear un referente social cristiano que sirviera de aliado a los sectores derechistas que parecían imponerse en el partido del presidente Belaunde. También se consideraba que la Alianza AP - DC no se enfrentaba suficientemente a la Coalición del Apra con la Unión Nacional Odriísta.

Además de los aspectos organizativos que debía tocar esa asamblea, las elecciones internas eran importantísimas, en la medida que sería el Comité Ejecutivo Nacional el órgano que llevaría a la práctica lo acordado en la Asamblea. El CEN estaba integrado por presidente, vice presidente, secretario general, sub secretario general y cinco miembros, al que además se sumaban delegados de los sectores femenino, obrero, empleado y juvenil. Y a partir de ese año también delegados de los profesionales y de los educadores, dos sectores aun en una etapa inicial de organización. En todos los casos, en un evento nacional se elegía una terna y entre ella los delegados a la asamblea votaban por uno. También participaban en las reuniones del CEN un delegado de los senadores y otro de los diputados, elegidos por el Grupo Parlamentario DC.

A diferencia de lo que había sucedido en marzo de 1965 en que hubo una sola lista presidida por el senador Héctor Cornejo Chávez y que incluía a uno de los integrantes de cada una de las ternas, esta vez se esperaban dos listas. Vale como paréntesis mencionar que en ese congreso el único cargo en que hubo disputa fue en el delegado de la Juventud DC, ya que el primero de la terna renunció, la lista de Cornejo incluyó al segundo y la asamblea me eligió a mí. Cuando un año después fui elegido secretario general de la JDC, comprobamos que era mejor que el máximo dirigente de la JDC fuese al mismo tiempo su representante en la más alta instancia partidaria. Por esa razón, en el congreso juvenil realizado en Trujillo a principios de marzo de 1967, se aprobó que la directiva nacional fuese elegida por dos años y no uno y que el secretario general fuese al mismo tiempo delegado al CEN del partido.

EL PELIGRO QUE GANARAN LOS QUE BUSCABAN EXCLUIR

Regresemos a febrero de ese año. Un sector de posiciones más duras, partidarios exaltados de Cornejo, a quienes calificábamos entre nosotros como “picapiedras”, comenzó a plantear la reelección de Cornejo Chávez. La sola posibilidad que tal posición trascendiera, daría motivo para que se sintieran respaldados por los hechos aquellos que habían justificado la ruptura partidaria para fundar el PPC aduciendo que Cornejo pretendía perpetuarse en la dirigencia partidaria. El propio Cornejo en alguna conversación que tuvimos descartó totalmente esa posibilidad y estoy seguro que así lo manifestó a quienes querían promover la reelección.

A partir de la negativa de Cornejo, el mismo sector partidario comenzó a ver la posibilidad que el diputado Rafael Cubas Vinatea postulara a la presidencia del partido. Nos asustó. Y me explico. Considerábamos que la posición izquierdista de la DC de la que nos sentíamos parte y de la cual el liderazgo de Cornejo Chávez era indudable, debía imponer democráticamente una línea política que fuera capaz de incluir a distintos matices. Pero como en toda organización -y no sólo de tipo político- existían camaradas que sólo creían que las posiciones eran “blancas o negras”. Incluso algunos desconfiaban de los dirigentes de la JDC porque no consultaban sus posiciones con ellos, en la medida que se auto-consideraban guardianes de la “línea correcta” del “cornejismo”. Cubas Vinatea, quien se había destacado como diputado y al que apreciábamos mucho, había hecho vida partidaria en Huánuco y no conocía el “aparato” partidario y podía ser arrastrado a posiciones que en la práctica excluyeran a algunos sectores del partido.

Pero vehemencia había en todos lados. Algunos camaradas desde semanas antes de la celebración del undécimo aniversario del PDC, a fines de enero, señalaban que era el momento de “tomar” el partido, como única garantía de hacer virar no sólo la línea partidaria sino la de la alianza AP - DC. Incluso después de mi discurso en ese aniversario (Ver crónica Son muy jóvenes, les falta experiencia” del 23 de marzo de 2013), algún camarada me reprochó haberle dado tribuna a Javier Correa Elías, ex presidente del partido, figura muy apreciada por la militancia de la Democracia Cristiana y particularmente por la Juventud DC.

SE ESPERA PROPUESTA DE LA JUVENTUD DC

Pero un lunes por la noche a inicios de febrero que por alguna razón la reunión del CEN se realizó en el local partidario de Miraflores, situado en una casona entre Diagonal y Shell, hubo algo que me hizo pensar que no sólo algunas bases partidarias estaban a la espera de una propuesta de la JDC para las elecciones partidarias internas. Al momento de salir, un camarada que había estado esperando al diputado Federico -Fico- Hurtado para entregarle algún documento, le preguntó qué perspectivas había para la nueva dirigencia partidaria. Fico volteó, me llamó y le dijo a su interlocutor: pregúntale a este flaco. Y ante la cara de desconcierto de ambos, sentenció: los que tienen el apoyo de las bases de provincia son los de la Juventud, así que el nuevo presidente será quien propongan. Y luego dirigiéndose a mí añadió socarronamente: confío en el buen juicio tuyo y de tus amigos…

No estaba descaminado el parlamentario. Los cuadros jóvenes del partido eran los que tenían mayor contacto con las bases por varios motivos: el primero, relativamente remoto, en la campaña electoral del 61-62 parte del esfuerzo de quienes hicimos de activistas fue afianzar la incipiente organización partidaria y en algunos casos instalarla. En segundo lugar, como dirigentes de la JDC, habíamos viajado a reuniones con nuestros dirigentes en varios de departamentos. En tercer lugar, en los últimos años se estaban organizando en Lima cursos de capacitación de tres o cuatro días para dirigentes de todo el país y la mayoría de los expositores eran jóvenes DC. Y, finalmente, desde cuatro o cinco años en que se había creado COFESC, Coordinadora de Frentes Estudiantiles Social Cristianos, en la medida que se habían realizado cursos de capacitación preparando futuros dirigentes en la mayor parte de las universidades del país, se había logrado captar militantes -una de sus finalidades al crear los frentes- que habían comenzado a ser parte de las estructuras partidarias en sus departamentos. Desde 1959 y en esos siete años de la década del 60, además de las universidades ya existentes en Trujillo, Arequipa y Cusco, habían comenzado a funcionar universidades en Ica, Ayacucho, Huancayo, Huánuco, Lambayeque, Piura, Puno e Iquitos.

Éramos conscientes de la influencia de la corriente que encabezábamos en las decisiones a tomar en el congreso partidario, pero por eso mismo sabíamos que había que pensar en una presidencia sólida que pudiese no sólo dirigir el partido en una etapa pre electoral -las elecciones generales debían realizarse en junio de 1969- sino también un equipo capaz de mantener en buen nivel los sectores de gobierno bajo nuestra responsabilidad, además de consolidar orgánicamente al PDC de todas formas resentido por la escisión. Al mismo tiempo, considerábamos que en el CEN debían estar camaradas de reconocida trayectoria partidaria, con capacidad para dialogar con los aliados de AP, capaces de relacionarse con los comités departamentales para impulsar sus tareas. También pensábamos que como corriente dentro del PDC debíamos tener presencia en el CEN, pero manteniendo y profundizando el trabajo en la JDC y dentro de COFESC.

Justamente por lo anterior consideramos que yo debía ser integrante del CEN partidario junto con Alberto Péndola y Federico Velarde, quienes habían sido anteriormente delegados de la JDC al CEN, que Rafael Roncagliolo y Julio Da Silva, que integraban la directiva de la JDC que yo encabezaba, fueran a la reelección en una lista que llevara a Jaime Montoya como secretario general.

Cuando hablo de corriente interna recuerdo que nos considerábamos a la izquierda de nuestros partidos y, al igual que otras juventudes DC del continente, nos acercábamos a lo que se llamaba o se iba a llamar socialismo comunitario, reafirmando la necesidad de respetar el sistema democrático y tratar que cada vez más se pusiera al servicio de las grandes mayorías.

Éramos algunos cientos de militantes en todo el país que coincidíamos en posiciones en asambleas nacionales y que conformamos un equipo de varias decenas de dirigentes que actuábamos en distintos frentes partidarios y para partidarios. Los más comprometidos en las tareas, coordinábamos informalmente, desde 1965 o 1966, almorzando semanalmente en el chifa Kan Tu del jirón Camaná, a 30 metros de la avenida Colmena y a 100 de la plaza San Martín. No se citaba expresamente sino acudíamos unos diez o doce permanentemente y unos 15 o 20 con menos frecuencia y dirigentes de la JDC de distintos departamentos cuando estaban por Lima. En alguna oportunidad escribiré sobre algunos temas allí tratados, pero baste ahora recordar cómo que inmediatamente después de la fundación del PPC bajo el liderazgo de Luis Bedoya Reyes, alguien reparó entre carcajadas que invirtiendo el nombre del chifa resultaba la palabra Tu Kan y era justamente “tucán” el apelativo con que el periodismo había bautizado a Bedoya.

NOS ADELANTAMOS PROPONIENDO A GARCÍA LLOSA

Múltiples conversaciones y consultas nos llevaron a la conclusión que la mejor carta para la presidencia del partido era Alfredo García Llosa. Diputado por Lima quien había destacado como orador parlamentario, integrante de la comisión de enlace con AP, dedicado a labores organizativas del partido en años anteriores y secretario de asuntos parlamentarios de la Organización Demócrata Cristiana de América, ODCA, el “flaco” García Llosa era una de las mejores opciones para dirigir el PDC en esa etapa.

Paralelamente nos enteramos que se pensaba iniciar la promoción de la candidatura de Cubas y se buscaba el auspicio de Cornejo Chávez. Estábamos seguros que García Llosa o Cubas Vinatea podían contar con el apoyo de Cornejo, la diferencia era que el “flaco” no tomaría en cuenta las sugerencias que querrían imponerle los “picapiedras”. Decidimos apurar los plazos y a mediados de febrero hicimos la propuesta que fue aprobada en el CEN de la JDC. Con esa aprobación, buscamos a García Llosa y le planteamos la candidatura. Fue una conversación inicial muy cordial donde sólo hablamos de las razones por la que pensamos que era la persona indicada para el cargo y después de su aceptación y nuestro compromiso de auspiciar su candidatura, quedamos en hablar posteriormente sobre cómo pensaba conformar su lista y qué papel quería que cumpliéramos en la campaña interna. Pero su aceptación nos servía para hablar con Héctor Cornejo Chávez.

En la conversación con Cornejo participamos Rafael Roncagliolo y yo. Nuestra impresión fue que se sorprendió, pero rápidamente buscó una salida. Nos dijo que algunos dirigentes intermedios le habían conversado también y pensaban que el nuevo presidente podía ser Cubas Vinatea y García Llosa vicepresidente. Pero, nos señaló que, teniendo en cuenta el apoyo que éste tenía de la JDC y a través de ella de significativas bases departamentales, la fórmula más bien podría considerar a Cubas como vicepresidente. Seguramente García Llosa va a tomar en cuenta el sentir de esos dirigentes, le dijimos.

PLURALISMO EN LA DIRIGENCIA

En los días siguientes Alfredo García Llosa convocó a Luis Gómez Sánchez en quien tenía mucha confianza y quien se dedicó a conversar con dirigentes, ex dirigentes y militantes destacados y fue elaborando una lista plural con diferentes enfoques y distintas generaciones y que a una semana del congreso había quedado prácticamente definida. Salvo la nuestra, no había otras tendencias presentes en la lista. Como suponíamos Cubas iba la vice presidencia, César Carrillo Salinas a la secretaria general, el propio Gómez Sánchez a la sub secretaria general. Completaban la relación un ex ministro y un futuro ministro de Justicia, Emilio Llosa Ricketts y Luis Rodríguez Mariátegui, aunque evidentemente nadie lo sabía porque recién sería nombrado en setiembre de ese año. Además Alberto Péndola que había sido delegado de la JDC al CEN del partido seis años atrás y yo que terminaba mi periodo de dos años en ese mismo cargo. Y por último Julio Luque Tijero propuesto poco antes de la Asamblea luego que Federico Velarde, ex delegado también de la JDC al CEN no aceptara postular, considerando que tenía poco tiempo de regreso al país y estaba participando del esfuerzo inicial de una ONG hasta hoy vigente: DESCO.

La otra lista estuvo encabezada por Carlos Fernández Sessarego, jurista y maestro universitario, a quien muchos admirábamos y con quien en nuestra condición de dirigentes de la JDC habíamos tratado en reuniones partidarias cuando era ministro de Justicia entre febrero y setiembre de 1965. Diferencias de enfoque, de ninguna manera irreconciliables, con algunos de quienes promovieron su candidatura, motivaron que no nos sintiéramos mal por no apoyarlo sin dudar en ningún momento de su gran calidad personal y capacidad política y así se lo hicimos saber. Grande fue mi sorpresa cuando hace unos tres años al saludarlo en una reunión, Fernández Sessarego a sus 88 años les contó a quienes en ese momento lo rodeaban que se acordaba, como muestra de caballerosidad que ahora no se estila, que Roncagliolo y yo le invitamos a una cafetería en la plaza Bolognesi para indicarle las razones por las que no votaríamos por él…

Muy cerca de esa plaza estaba el cine Rívoli donde se realizó la IX Asamblea Nacional y donde las discusiones se realizaron en un clima de cordialidad y gran parte de los acuerdos se tomaron por unanimidad o muy amplia mayoría. Varios de ellos tenían que ver con la necesidad que la Alianza AP–DC recuperara su impulso transformador, particularmente priorizando la reforma y promoción agraria. A tres meses de la creación del PPC, el nombre que se acordó que tuviera resultaba muy significativo: “Asamblea de la reafirmación de los postulados revolucionarios de la Democracia Cristiana peruana”.

La lista que ganó las elecciones el domingo 19 de marzo de 1967 fue la de García Llosa en una proporción más o menos de 6 a 4. Era evidente el rol cumplido por los delegados que aglutinábamos los dirigentes juveniles. La Asamblea también eligió entre las ternas presentadas a Rosa de Contreras, Autberto Gore Baca, Roberto Robles Olarte, César Pacheco Vélez y Carlos Ramírez Alzamora, por los grupos Femenino, de Empleados, de Obreros, de Educadores y de Profesionales y a Jaime Montoya Ugarte por la JDC, luego que se estableciera que el secretario general era a la vez delegado al CEN.

TODOS GANARON PORQUE NADIE SE SINTIÓ PERDEDOR

Al momento de terminar la reunión, estábamos muy cansados después de tres días intensos de trabajo de comisiones y discusiones plenarias. Además, en las horas finales, por un recuento de votos absolutamente engorroso. Pero se respiraba un ambiente de tranquilidad y unidad. Cuando finalmente se leyeron los nombres de la lista ganadora, así como la de los delegados de cada sector partidario, todos aplaudieron y se corearon con entusiasmo los lemas partidarios. En esos momentos, sentí un abrazo enorme del “gordo” Javier Silva Ruete, en ese momento ministro de Agricultura, y que podría estar pesando casi el doble que mis 66 o 67 kilos. Ganamos me dijo, a pesar que su apoyo a Fernández Sessarego había sido evidente. Y ante mi cara de extrañeza me dijo que me fijara como todos se abrazaban y me remarcó que nadie se sentía derrotado, que no había perdedores.

Todos comenzaban a retirarse y antes de despedirse Javier me dijo que debía estar particularmente feliz. ¿Por qué? le pregunté. Fíjate en los números me contestó y se fue. Me fije en la pizarra que había estado volteada durante el escrutinio y reparé en los palotes al costado de cada uno de los candidatos de ambas listas. Se había podido votar por la lista completa o incluir a uno o más de una lista en otra. Por eso el resultado era distinto para cada uno. La votación más alta de la lista ganadora era la mía. Me sentí halagado y emocionado y estoy casi seguro que no lo comenté con nadie hasta ahora… cincuenta años después.

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