Eran cerca de las once de la noche del 6 de noviembre de 1987. Después
de la cena ofrecida por Roger Loayza, embajador peruano en la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, estaba conversando con otros
participantes cuando Carlos Roca, diputado del Partido Aprista Peruano, se me
acercó y me dijo en voz baja: Nos vamos con Alfonso a hacer un brindis en la
Plaza Roja a las doce de la noche ¿te anotas? Lo miré sorprendido. Hay que
tener en cuenta que el 7 de noviembre es una fecha histórica, añadió. Voy, dije
y pregunté quiénes más irían y a qué hora. Alfonso Barrantes, Manuel Jesús
Orbegoso, tú y yo y un secretario de la embajada que nos servirá de traductor y
guía. En unos momentos comenzara la gente a retirarse y nosotros cinco nos
iremos al final en tu carro y en el del secretario, contestó.
Me encontraba en Moscú, capital de la URSS, donde -en mi calidad de
secretario general del Partido Socialista Revolucionario, PSR- había
participado del “Encuentro de representantes de partidos y movimientos con
ocasión del 70 aniversario de la Gran Revolución de Octubre”, junto a dirigentes
del Partido Comunista Peruano y del Apra. Organizado por el Partido Comunista
de la Unión Soviética, PCUS, con participación de 178 delegaciones de los cinco
continentes, fue la reunión política más importante de esos días en que se
conmemoraba siete décadas de la revolución rusa iniciada el 25 de octubre, según el
calendario juliano vigente en Rusia en esa época, y que correspondía al 7 de
noviembre, de acuerdo al calendario gregoriano en vigencia muchos años -en
algunos casos siglos- en la mayoría de los países. También estaban en Moscú
varios dirigentes o personalidades pertenecientes al mundo sindical, agrario,
periodístico, etc. que participaron en otros encuentros e invitados a título
personal que participaron en algunos de los actos conmemorativos como era el
caso de Alfonso Barrantes, cuya impensada llegada a Moscú ya he contado en
anterior oportunidad (Ver
crónica “Con Barrantes en Moscú” del 20 de enero de 2017).
CENA DE PERUANOS EN MOSCÚ
A todos los visitantes a esas reuniones conmemorativas nos había
invitado el embajador Loayza. Yo conocía a todos los presentes y no sólo a los
que estaban de visita, ya que había tenido ocasión de tratar a los funcionarios
de la embajada que esa noche nos acompañaban porque habían también participado
de un almuerzo que el domingo anterior nos había ofrecido el embajador a los
llegados para el encuentro de partidos: Jorge del Prado y Enrique Castro del
Partido Comunista Peruano, Carlos Roca y yo. El veterano dirigente aprista
Nicanor Mújica no participó en esa primera reunión porque se sentía
indispuesto, considerando que habíamos arribado unas catorce horas antes
después de un vuelo de más de 25 horas. La conversación con nuestros paisanos
en ese almuerzo nos permitió tener información con mirada peruana de la
“Perestroika” -reestructuración económica- y la “Glasnost” -apertura política- que
venían ocurriendo en la URSS.
Aunque Roca era el segundo de la delegación aprista, en ese almuerzo
quedó claro su conocimiento y dedicación a la política internacional. De poco
más de 40 años voceado algunas veces como canciller del entonces presidente
Alan García, miembro de la comisión de relaciones exteriores de la Cámara de
Diputados y secretario de relaciones internacionales del Apra desde varios años
antes, al mismo tiempo que mostraba seguridad analizando problemas
internacionales, como dirigente del partido gobernante, Roca estaba al tanto de
los pasos que desde su propia perspectiva realizaba el gobierno aprista.
La noche del 6 de noviembre, además de los cinco participantes del
Encuentro y Barrantes, también concurrieron como invitados a la embajada -no
estoy seguro si me olvido de alguno- el veterano dirigente sindical y
presidente de la Confederación General de Trabajadores del Perú Isidoro
Gamarra, el asesor de la Confederación Campesina del Perú Ricardo Letts y el
afamado periodista Manuel Jesús Orbegozo, de quien se diría años después que
había dado el equivalente a nueve vueltas al mundo en sus numerosos viajes sobre
los que había escrito crónicas y en los que había realizado entrevistas a
personalidades de talla mundial.
Del Prado y Castro se fueron en el auto asignado al PCP llevando
además a Gamarra. Me parece que Roca hizo que le dijeran al chofer del auto del
Apra que después de dejar a don Nicanor dejara a Letts en su hotel. Nos
quedamos los cinco previstos para el brindis en la Plaza Roja, el embajador y
otro funcionario diplomático. Agradecimos al anfitrión y antes de salir Roca le
dijo que quería hablar un minuto con él. Regresó inmediatamente, mientras el
embajador le decía algo a un mozo que poco después apareció con una botella de
brandy y unos vasos de plástico. ¿No hay whisky? preguntó Carlos y el mozo negó
con un ademán. Bueno brindaremos con coñac dijo. En ese momento, Loayza dijo
que como conocía la ciudad y sus costumbres él y el otro funcionario nos
acompañarían también.
BRINDIS FRUSTRADO EN LA PLAZA ROJA
Serían las 11 y media de la noche cuando los vehículos se estacionaron
en una avenida. Se sentía el frío, ya que la temperatura estaba por debajo de
los 0 grados. Debíamos caminar unos treinta metros para ingresar a la Plaza
Roja. Fue imposible. Tranqueras de madera y policías cerraban el paso a los
transeúntes. Se distinguía que trabajadores estaban dando los últimos toques a
las tribunas de dónde a la mañana siguiente se divisaría el acto central por la
revolución de octubre.
Nos quedamos confundidos por pocos segundos. El tercer secretario de
la embajada, Manuel Torres, previa rápida consulta con
Loayza, indicó que estábamos bastante cerca de su departamento y que allí se podía
brindar… con whisky.
Nos dirigimos en los autos a unas diez o doce cuadras. Subimos en dos
ascensores algo estrechos. En uno los dos secretarios y Orbegozo y en el otro
Barrantes, Roca, Loayza y yo. Un solo brindis porque mañana hay que estar en el
acto, advirtió el embajador. Los tres asentimos.
Mientras el anfitrión sacaba vasos de una vitrina, los otros seis nos
acomodábamos en la sala más bien amplia. Barrantes era el centro de las
conversaciones ya que conocía ampliamente a todos, salvo a los jóvenes
diplomáticos. A Roca desde finales de los años setenta. A mí desde mediados de
los sesenta cuando yo era dirigente demócrata cristiano (Ver crónica “Dos políticos arequipeños hablan por primera vez” del 15 de diciembre de 2012). Con Loayza había coincidido en la
universidad de San Marcos a mediados de los años cincuenta. Pero Alfonso conocía
a Orbegozo desde finales de los años cuarenta en Trujillo, ciudad en la que
estudió antes radicarse en Lima y eran muy amigos, tanto que algunas veces
Alfonso se aparecía en su casa a almorzar o comer con algún personaje
extranjero con quien quería conversar en privado. Esa noche hablaban sobre el
viaje que ambos harían dos días después a Leningrado, que todos conocíamos que
se había llamado San Petersburgo hasta casi 54 años antes y había sido la
capital rusa entre 1703 hasta 1918. Por cierto ninguno podía imaginar que en menos
de 4 años volvería a usar su nombre primigenio…
Cuando eran las doce de la noche y comenzaba el 7 de noviembre, aunque
no estábamos en la Plaza Roja a través de las ventanas del departamento
podíamos intuir en qué dirección se encontraba, a unos mil metros de distancia.
Nuestros vasos apuntaron a esa dirección y brindamos. Pocos minutos después nos
despedimos agradeciendo al joven diplomático.
NO SOSPECHABA QUE LA CONVERSACIÓN SE REPETIRÍA ANTES DE UN MES
Al momento de salir algo me pareció extraño en el departamento, aunque
no pude precisar qué. Tuve oportunidad de encontrar la respuesta el siguiente
domingo en que regresé ya que Manuel Torres me invitó a
almorzar. Era un edificio de departamentos típicamente soviéticos con una sala comedor, un dormitorio, un baño con
lavatorio y ducha y otro con inodoro, una cocina, un patio pequeño y una
terraza también pequeña. Pero pensando en alojamientos para jóvenes
diplomáticos acreditados en la URSS, ese departamento y varios otros en ese
conjunto habitacional estaban especialmente acondicionados. Eran resultado de
la unión de dos departamentos derribando la pared que los dividía a la altura
de la sala, de tal manera que la habitación amplia que había visto el día del
brindis era en realidad la suma de dos.
Fue un almuerzo
seguido de una amena sobremesa con Manuel y su esposa Olga, donde hablamos de
lo que pasaba en la URSS y en el Perú, lo dificultoso que era habituarse a un
país tan distinto al nuestro, lo difícil del idioma y los problemas con el frío
que recién empezaba. Manuel me dijo que el domingo anterior estaba encargado de
recogerme para llevarme al Hotel Nacional al almuerzo invitado por el embajador
y me recordó que llegó unos minutos tarde. Recién me enteré que había pedido a
un conserje que lavaran el auto porque se había ensuciado con la lluvia y
cuando quiso abrirlo para salir a buscarme, el agua con que había lavado el
vehículo se había helado y mantenía cerrada la puerta. Tuvieron que buscar agua
caliente para poder abrirla. Era el primer día que la temperatura había bajado
de cero. Conté que yo había sido testigo de ese hecho porque esa misma mañana
en mi primera salida por Moscú, cuando le pregunté a mi traductor Nicolai la
razón de las tres o cuatro risotadas con el chofer del auto, me contestó que
nos estábamos cruzando con varios vehículos remolcados por grúa ya que sus
choferes no habían previsto la llegada de la primera helada y tenían los
radiadores con hielo en lugar de agua. Con esta temperatura se necesitan
aditivos, me explicó.
También hablamos con
la pareja sobre cómo extrañaban la comida peruana y lo difícil que era prepararla
en Moscú, particularmente cuando se trataba de algún postre. Cuando me dejaron
en el hotel esa tarde, sabía que aun vería a Manuel en un almuerzo en la
embajada dos días después, horas antes de embarcarme de regreso a Lima. Estaba
seguro que sería muy difícil volver a ver a Olga a quien le reiteré mi agradecimiento
por su invitación. En ese momento no tenía la más leve sospecha que cuatro
domingos después, el 6 de diciembre, acompañado de Ana María, mi esposa, iríamos
con Olga y Manuel en su auto a Zagorsk, pequeña ciudad a
menos de dos horas de viaje y que no pensábamos encontrar en la URSS, ya que era
una amplia localidad con una serie de iglesias, muchas de las cuales correspondían
a la diversidad de la arquitectura religiosa ortodoxa rusa a partir del siglo
XV, una especie de “Vaticano” de la iglesia ortodoxa. Dos días antes Manuel se había
sorprendido con mi llamada a la embajada y pasó por el hotel Octubre a
saludarnos y coordinar si era posible realizar un paseo como el que finalmente
hicimos. Le entregamos un paquete de regalo para Olga que esta luego nos
agradeció: un kilo de turrón de doña Pepa de la pastelería San Martín, situado
en la plaza del mismo nombre y que por esa época era de los mejores de Lima. Y
por cierto que conversamos de las razones especiales que habían motivado mi
regreso tan pronto a la URSS (Ver crónica “Moscú - Surmenage - Moscú”
del 21 de agosto de 2015).
NO IMAGINÁBAMOS QUE NO HABRÍA CELEBRACIONES EN EL
FUTURO
Pero volvamos al 7 de noviembre. Con dos o tres grados bajo cero, estábamos
en las tribunas de la Plaza Roja en el día central de las celebraciones por el
70 aniversario de la revolución de octubre. El discurso principal fue del
secretario general del PCUS, Mijaíl Gorbachov, que a dos años de su
encumbramiento como líder, ratificaba las grandes reformas que habían generado
expectativa mundial: "glásnost" y "perestroika". Los
comunistas ortodoxos miraban con suspicacia las reformas mientras la gente de
izquierda más moderna estaba segura que eran muy positivos los propósitos
democratizadores. No sólo quienes asistíamos a ese acto, sino todos los que en
el mundo seguían expectantes el desarrollo del reformismo soviético no nos
imaginábamos que nunca se celebraría el 75 aniversario de la revolución de
octubre…
El PCUS fue disuelto en noviembre de 1991. La URSS desapareció en la
práctica el 21 de diciembre de 1991, cuando la mayoría de las ex repúblicas
socialistas soviéticas decidió constituir la Comunidad de Estados
Independientes, CEI, y un ya totalmente debilitado Gorbachov renunció cuatro
días después a la presidencia de un país que había dejado de existir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario