viernes, 24 de marzo de 2017

NADIE SABÍA QUE ERA LA ÚLTIMA GRAN CELEBRACIÓN (1987)

Eran cerca de las once de la noche del 6 de noviembre de 1987. Después de la cena ofrecida por Roger Loayza, embajador peruano en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, estaba conversando con otros participantes cuando Carlos Roca, diputado del Partido Aprista Peruano, se me acercó y me dijo en voz baja: Nos vamos con Alfonso a hacer un brindis en la Plaza Roja a las doce de la noche ¿te anotas? Lo miré sorprendido. Hay que tener en cuenta que el 7 de noviembre es una fecha histórica, añadió. Voy, dije y pregunté quiénes más irían y a qué hora. Alfonso Barrantes, Manuel Jesús Orbegoso, tú y yo y un secretario de la embajada que nos servirá de traductor y guía. En unos momentos comenzara la gente a retirarse y nosotros cinco nos iremos al final en tu carro y en el del secretario, contestó.

Me encontraba en Moscú, capital de la URSS, donde -en mi calidad de secretario general del Partido Socialista Revolucionario, PSR- había participado del “Encuentro de representantes de partidos y movimientos con ocasión del 70 aniversario de la Gran Revolución de Octubre”, junto a dirigentes del Partido Comunista Peruano y del Apra. Organizado por el Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS, con participación de 178 delegaciones de los cinco continentes, fue la reunión política más importante de esos días en que se conmemoraba siete décadas de la revolución rusa iniciada el 25 de octubre, según el calendario juliano vigente en Rusia en esa época, y que correspondía al 7 de noviembre, de acuerdo al calendario gregoriano en vigencia muchos años -en algunos casos siglos- en la mayoría de los países. También estaban en Moscú varios dirigentes o personalidades pertenecientes al mundo sindical, agrario, periodístico, etc. que participaron en otros encuentros e invitados a título personal que participaron en algunos de los actos conmemorativos como era el caso de Alfonso Barrantes, cuya impensada llegada a Moscú ya he contado en anterior oportunidad (Ver crónica “Con Barrantes en Moscú” del 20 de enero de 2017).

CENA DE PERUANOS EN MOSCÚ

A todos los visitantes a esas reuniones conmemorativas nos había invitado el embajador Loayza. Yo conocía a todos los presentes y no sólo a los que estaban de visita, ya que había tenido ocasión de tratar a los funcionarios de la embajada que esa noche nos acompañaban porque habían también participado de un almuerzo que el domingo anterior nos había ofrecido el embajador a los llegados para el encuentro de partidos: Jorge del Prado y Enrique Castro del Partido Comunista Peruano, Carlos Roca y yo. El veterano dirigente aprista Nicanor Mújica no participó en esa primera reunión porque se sentía indispuesto, considerando que habíamos arribado unas catorce horas antes después de un vuelo de más de 25 horas. La conversación con nuestros paisanos en ese almuerzo nos permitió tener información con mirada peruana de la “Perestroika” -reestructuración económica- y la “Glasnost” -apertura política- que venían ocurriendo en la URSS.

Aunque Roca era el segundo de la delegación aprista, en ese almuerzo quedó claro su conocimiento y dedicación a la política internacional. De poco más de 40 años voceado algunas veces como canciller del entonces presidente Alan García, miembro de la comisión de relaciones exteriores de la Cámara de Diputados y secretario de relaciones internacionales del Apra desde varios años antes, al mismo tiempo que mostraba seguridad analizando problemas internacionales, como dirigente del partido gobernante, Roca estaba al tanto de los pasos que desde su propia perspectiva realizaba el gobierno aprista.

La noche del 6 de noviembre, además de los cinco participantes del Encuentro y Barrantes, también concurrieron como invitados a la embajada -no estoy seguro si me olvido de alguno- el veterano dirigente sindical y presidente de la Confederación General de Trabajadores del Perú Isidoro Gamarra, el asesor de la Confederación Campesina del Perú Ricardo Letts y el afamado periodista Manuel Jesús Orbegozo, de quien se diría años después que había dado el equivalente a nueve vueltas al mundo en sus numerosos viajes sobre los que había escrito crónicas y en los que había realizado entrevistas a personalidades de talla mundial.

Del Prado y Castro se fueron en el auto asignado al PCP llevando además a Gamarra. Me parece que Roca hizo que le dijeran al chofer del auto del Apra que después de dejar a don Nicanor dejara a Letts en su hotel. Nos quedamos los cinco previstos para el brindis en la Plaza Roja, el embajador y otro funcionario diplomático. Agradecimos al anfitrión y antes de salir Roca le dijo que quería hablar un minuto con él. Regresó inmediatamente, mientras el embajador le decía algo a un mozo que poco después apareció con una botella de brandy y unos vasos de plástico. ¿No hay whisky? preguntó Carlos y el mozo negó con un ademán. Bueno brindaremos con coñac dijo. En ese momento, Loayza dijo que como conocía la ciudad y sus costumbres él y el otro funcionario nos acompañarían también.

BRINDIS FRUSTRADO EN LA PLAZA ROJA

Serían las 11 y media de la noche cuando los vehículos se estacionaron en una avenida. Se sentía el frío, ya que la temperatura estaba por debajo de los 0 grados. Debíamos caminar unos treinta metros para ingresar a la Plaza Roja. Fue imposible. Tranqueras de madera y policías cerraban el paso a los transeúntes. Se distinguía que trabajadores estaban dando los últimos toques a las tribunas de dónde a la mañana siguiente se divisaría el acto central por la revolución de octubre.

Nos quedamos confundidos por pocos segundos. El tercer secretario de la embajada, Manuel Torres, previa rápida consulta con Loayza, indicó que estábamos bastante cerca de su departamento y que allí se podía brindar… con whisky. Nos dirigimos en los autos a unas diez o doce cuadras. Subimos en dos ascensores algo estrechos. En uno los dos secretarios y Orbegozo y en el otro Barrantes, Roca, Loayza y yo. Un solo brindis porque mañana hay que estar en el acto, advirtió el embajador. Los tres asentimos.

Mientras el anfitrión sacaba vasos de una vitrina, los otros seis nos acomodábamos en la sala más bien amplia. Barrantes era el centro de las conversaciones ya que conocía ampliamente a todos, salvo a los jóvenes diplomáticos. A Roca desde finales de los años setenta. A mí desde mediados de los sesenta cuando yo era dirigente demócrata cristiano (Ver crónica “Dos políticos arequipeños hablan por primera vez” del 15 de diciembre de 2012). Con Loayza había coincidido en la universidad de San Marcos a mediados de los años cincuenta. Pero Alfonso conocía a Orbegozo desde finales de los años cuarenta en Trujillo, ciudad en la que estudió antes radicarse en Lima y eran muy amigos, tanto que algunas veces Alfonso se aparecía en su casa a almorzar o comer con algún personaje extranjero con quien quería conversar en privado. Esa noche hablaban sobre el viaje que ambos harían dos días después a Leningrado, que todos conocíamos que se había llamado San Petersburgo hasta casi 54 años antes y había sido la capital rusa entre 1703 hasta 1918. Por cierto ninguno podía imaginar que en menos de 4 años volvería a usar su nombre primigenio…

Cuando eran las doce de la noche y comenzaba el 7 de noviembre, aunque no estábamos en la Plaza Roja a través de las ventanas del departamento podíamos intuir en qué dirección se encontraba, a unos mil metros de distancia. Nuestros vasos apuntaron a esa dirección y brindamos. Pocos minutos después nos despedimos agradeciendo al joven diplomático.

NO SOSPECHABA QUE LA CONVERSACIÓN SE REPETIRÍA ANTES DE UN MES

Al momento de salir algo me pareció extraño en el departamento, aunque no pude precisar qué. Tuve oportunidad de encontrar la respuesta el siguiente domingo en que regresé ya que Manuel Torres me invitó a almorzar. Era un edificio de departamentos típicamente soviéticos con una sala comedor, un dormitorio, un baño con lavatorio y ducha y otro con inodoro, una cocina, un patio pequeño y una terraza también pequeña. Pero pensando en alojamientos para jóvenes diplomáticos acreditados en la URSS, ese departamento y varios otros en ese conjunto habitacional estaban especialmente acondicionados. Eran resultado de la unión de dos departamentos derribando la pared que los dividía a la altura de la sala, de tal manera que la habitación amplia que había visto el día del brindis era en realidad la suma de dos.

Fue un almuerzo seguido de una amena sobremesa con Manuel y su esposa Olga, donde hablamos de lo que pasaba en la URSS y en el Perú, lo dificultoso que era habituarse a un país tan distinto al nuestro, lo difícil del idioma y los problemas con el frío que recién empezaba. Manuel me dijo que el domingo anterior estaba encargado de recogerme para llevarme al Hotel Nacional al almuerzo invitado por el embajador y me recordó que llegó unos minutos tarde. Recién me enteré que había pedido a un conserje que lavaran el auto porque se había ensuciado con la lluvia y cuando quiso abrirlo para salir a buscarme, el agua con que había lavado el vehículo se había helado y mantenía cerrada la puerta. Tuvieron que buscar agua caliente para poder abrirla. Era el primer día que la temperatura había bajado de cero. Conté que yo había sido testigo de ese hecho porque esa misma mañana en mi primera salida por Moscú, cuando le pregunté a mi traductor Nicolai la razón de las tres o cuatro risotadas con el chofer del auto, me contestó que nos estábamos cruzando con varios vehículos remolcados por grúa ya que sus choferes no habían previsto la llegada de la primera helada y tenían los radiadores con hielo en lugar de agua. Con esta temperatura se necesitan aditivos, me explicó.

También hablamos con la pareja sobre cómo extrañaban la comida peruana y lo difícil que era prepararla en Moscú, particularmente cuando se trataba de algún postre. Cuando me dejaron en el hotel esa tarde, sabía que aun vería a Manuel en un almuerzo en la embajada dos días después, horas antes de embarcarme de regreso a Lima. Estaba seguro que sería muy difícil volver a ver a Olga a quien le reiteré mi agradecimiento por su invitación. En ese momento no tenía la más leve sospecha que cuatro domingos después, el 6 de diciembre, acompañado de Ana María, mi esposa, iríamos con Olga y Manuel en su auto a Zagorsk, pequeña ciudad a menos de dos horas de viaje y que no pensábamos encontrar en la URSS, ya que era una amplia localidad con una serie de iglesias, muchas de las cuales correspondían a la diversidad de la arquitectura religiosa ortodoxa rusa a partir del siglo XV, una especie de “Vaticano” de la iglesia ortodoxa. Dos días antes Manuel se había sorprendido con mi llamada a la embajada y pasó por el hotel Octubre a saludarnos y coordinar si era posible realizar un paseo como el que finalmente hicimos. Le entregamos un paquete de regalo para Olga que esta luego nos agradeció: un kilo de turrón de doña Pepa de la pastelería San Martín, situado en la plaza del mismo nombre y que por esa época era de los mejores de Lima. Y por cierto que conversamos de las razones especiales que habían motivado mi regreso tan pronto a la URSS (Ver crónica “Moscú - Surmenage - Moscú” del 21 de agosto de 2015).

NO IMAGINÁBAMOS QUE NO HABRÍA CELEBRACIONES EN EL FUTURO

Pero volvamos al 7 de noviembre. Con dos o tres grados bajo cero, estábamos en las tribunas de la Plaza Roja en el día central de las celebraciones por el 70 aniversario de la revolución de octubre. El discurso principal fue del secretario general del PCUS, Mijaíl Gorbachov, que a dos años de su encumbramiento como líder, ratificaba las grandes reformas que habían generado expectativa mundial: "glásnost" y "perestroika". Los comunistas ortodoxos miraban con suspicacia las reformas mientras la gente de izquierda más moderna estaba segura que eran muy positivos los propósitos democratizadores. No sólo quienes asistíamos a ese acto, sino todos los que en el mundo seguían expectantes el desarrollo del reformismo soviético no nos imaginábamos que nunca se celebraría el 75 aniversario de la revolución de octubre…

El PCUS fue disuelto en noviembre de 1991. La URSS desapareció en la práctica el 21 de diciembre de 1991, cuando la mayoría de las ex repúblicas socialistas soviéticas decidió constituir la Comunidad de Estados Independientes, CEI, y un ya totalmente debilitado Gorbachov renunció cuatro días después a la presidencia de un país que había dejado de existir.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario