viernes, 17 de julio de 2015

COMPARANDO MIS PRIMERAS IMPRESIONES EUROPEAS (1964)

Cuando el grupo de participantes de un seminario internacional para dirigentes demócrata cristianos latinoamericanos arribamos a Roma el 10 de octubre de 1964, fuimos conscientes que estaba por finalizar nuestro periplo por varios países europeos (Ver crónica “Dominga, al señor no le entiendo“ del 1 de noviembre de 2012). Pero no sólo porque ya habían pasado 40 días desde que -procedentes de 14 países distintos- llegamos al aeropuerto alemán de Colonia, entre el 30 y 31 de agosto, sino porque al escuchar y ver a los italianos, sentimos que nos acercábamos a nuestro continente.

Es que conocer las experiencias básicamente gubernamentales y de los primeros pasos de integración de seis países en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y luego en la Comunidad Económica Europea, antecedente de lo que hoy cerca de sesenta años después es –con sus altas y sus bajas- la Unión Europea, había significado un gran aporte para nuestra formación política. Pero era evidente que el temperamento y la forma de razonar en asuntos de la vida diaria de nuestros anfitriones en la República Federal Alemana, en Holanda o Austria, en Bélgica o Luxemburgo eran bastante diferentes a la forma de pensar y sentir de los latinoamericanos.

TEMPERAMENTO LATINO ES MUY DIFERENTE AL CENTROEUROPEO

Creo que una conversación en Viena sobre un asunto, que nada tiene que ver con las visitas y conferencias informativas políticas, puede ilustrar las diferencias que en esa época encontrábamos entre ciudadanos de ambos continentes. Cuando íbamos a ingresar a comer a un restaurante los ocho latinoamericanos que habíamos llegado a Austria, ya que en esos días nos habíamos dividido en tres grupos para visitar tres países distintos, reparamos que en un puesto de periódicos había varios diarios que publicaban fotos de un mismo hombre cabizbajo. Ya sentados alrededor de una amplia mesa, preguntamos intrigados a un funcionario austriaco que estaba con nosotros sobre qué era lo que había sucedido con ese hombre. Lo hicimos por cierto a través de Heinz, nuestro coordinador y traductor alemán.

Nos enteramos que había sido condenado a 15 o más años de prisión por haber matado, a estas alturas no me acuerdo exactamente, a la esposa o a su amante. El marido por razones de trabajo, viajaba con frecuencia y en una ocasión -por la cancelación de un vuelo o algo así- regresó antes de lo previsto a su casa y encontró a la pareja en su propia cama. Obnubilado, sacó una pistola con la que siempre viajaba y disparó. Los latinoamericanos le señalamos si no se había tomado en cuenta atenuantes como la falta de premeditación y el fuerte impacto emocional causado por encontrar a su esposa engañándolo. La respuesta del austriaco se centró en que la reacción, aunque cuando no hubiese causado ninguna muerte, era desproporcionada…

La explicación de la desproporción que dio el funcionario fue para nosotros una medida de la distancia entre ambos continentes. Si alguien pasa por un huerto y roba una manzana es una falta ciertamente, pero eso no justifica que el dueño dispare sobre el ladronzuelo. Una manzana más o menos no es significativa ya que la plantación no se agota ni mucho menos, añadió. Igualmente si la esposa de un hombre se acuesta una vez con otro está muy mal, pero no justifica que el marido dispare porque una aventura amorosa no significa, entonces, que la esposa agote su capacidad de acostarse con su marido muchas veces. La indignación se justificaba pero la reacción no era proporcional por lo que no se consideraba atenuante. Corto aunque cordial, el resto del diálogo nos hizo ver que nos movíamos en niveles absolutamente distintos. Pero Heinz, nuestro amigo alemán que hizo toda la traducción, al momento que dimos por concluido el diálogo, añadió sonriendo: “En asuntos como éste yo me siento más latinoamericano que europeo…”.

Pero regresemos a Roma. Desde el aeropuerto al escuchar por los parlantes indicaciones en italiano, intercambiar gestos con funcionarios de Migraciones y mirar a la gente caminando y conversando en voz alta y con muchos ademanes, nos hizo sentir más cercanos a nuestra idiosincrasia. Un paraguayo un par de años mayor que yo, Ángel José Burró, a quien no he visto desde entonces pero sé que llegó a ser parlamentario y ministro de Trabajo en su país, me comentó sonriendo mientras señalaba a varios romanos llevando posesivamente a sus parejas: “Éstos no permitirían que les roben ni una manzana…”

EN ITALIA NO SÓLO LA GENTE ERA DISTINTA

En Roma, el seminario internacional continuó desarrollándose en un local algo antiguo, austero pero cómodo, que nos permitió conocer sobre la experiencia de gobierno de la Democracia Cristiana de Italia, partido que permanecía en el gobierno –solo o en alianza- prácticamente desde terminada la Segunda Guerra Mundial cuando fue elegido presidente del consejo de ministros Alcides de Gásperi, uno de los fundadores de la DC y su líder indiscutible durante muchos años. Es considerado uno de los “padres de Europa” porque junto a Konrad Adenauer, canciller alemán, y a Robert Schuman, canciller de Francia, lograron constituir el grupo de seis países europeos –además de los suyos Bélgica, Luxemburgo y Holanda- que en 1950 dieron origen a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero o CECA, una entidad que regulaba esos sectores de la economía de los Estados miembros y cuyos seis miembros constituirían en 1957 la Comunidad Económica Europea. De Gasperi entre 1945 y 1953 encabezó ocho gobiernos parlamentarios sucesivos. Desde enero de 1954 asumió la presidencia del Parlamento de CECA, cargo en cuyo ejercicio dejó de existir en agosto de ese año.

En 1964 el Presidente de la DC Aldo Moro era el primer ministro desde el año anterior. Moro trasmitía estabilidad en su gestión, considerando que en los 10 años entre el último gabinete presido por De Gaspiri y su llegada al poder, hubo once gabinetes con siete primeros ministros. Si bien algunos analistas podían suponer que Moro se mantendría un buen tiempo como primer ministro -de hecho lo ejercería hasta 1968 al frente de tres gabinetes sucesivos- nadie podía imaginar que diez años después volvería a ser primer ministro por dos periodos entre 1974 y 1976 cuando fue asesinado por las Brigadas Rojas después de tenerlo secuestrado por 55 días.

A diferencia de las conferencias en los otros países, en Italia tuvimos expositores que tocaron también temas ideológicos. Más de uno buscaba realmente sustentar una “tercera posición” alejada del capitalismo y del comunismo, cuando en las semanas anteriores habíamos escuchado solamente deslindes claros con el comunismo. Pero sin dejar de defender los avances en el desarrollo del país, que la DC gobernaba o cogobernaba ininterrumpidamente casi 20 años, hubo alguno que nos habló sobre sus estudios de lo que sería una sociedad inspirada en valores social cristianos, creo que incluso utilizó el término “sociedad comunitaria” que ya utilizaban algunos sectores democristianos latinoamericanos.

Pero era también en los aspectos no académicos que notamos la diferencia. La comida, por ejemplo, se acercaba más a nuestros gustos. Menos vegetales y más pastas y carnes fueron bastante apreciados por los latinoamericanos. El ambiente en el comedor y en las dos o tres salitas de reuniones era más distendido. Los camareros sonrientes y mucho menos formales, marcaban también las diferencias. Y cuando salimos a las calles romanas, nos sorprendió comprobar que en algunos sitios se vendían pizzas por centímetros y que algunos compraban medio metro o más...

Poco después de llegar a Italia, tuvimos ocasión también de ver el funcionamiento de un verdadero “aparato” partidario, sin duda muy lejos de las más optimistas expectativas nuestras. El día 14, en Moscú, el Presidium y el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética votaron a favor de aceptar el retiro "voluntario" de Nikita Krushchov de sus funciones, tanto de Primer Secretario como de primer ministro de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Leonid Brézhnev lo reemplazó en el cargo partidario que años después se denominaría Secretario General, mientras que Aleksei Kosygin lo sucedió como primer ministro. Esa misma noche vimos en toda Roma afiches con las fotos de los dos nuevos “mandamases” soviéticos, junto a la de Krushchov tachada con un aspa y con una leyenda que decía algo como: EN ESTE CAMBIO, TAMPOCO EL PUEBLO DECIDIÓ. Un semanario partidario diría poco después en su primera página “Un regime creato per il popolo, ma di cui il popolo non sa niente”, que más o menos se puede traducir así: “"Un sistema creado para el pueblo, pero el pueblo no sabe nada”

A poco de llegar se programó una visita de tipo turística de todo un día por Roma, que nos convenció en lo acertado de la denominación de “Ciudad Eterna”. Comenzamos con el famoso Coliseo Romano –aún faltaba cuarenta años para que fuera declarado una de las siete maravillas del mundo moderno- que todos miramos embelesados, vimos monumentos impresionantes de distintas épocas como el Foro Romano, el Pantheon o la Fontana de Trevi, hermosas plazas como Piazza Venezia, Piazza Navona, Piazza di Spagna o Piazza del Popolo y varias iglesias.

Pero cuatro o cinco noches y un par de días desde la mañana, salimos a caminar por nuestra cuenta por las calles de la capital de Italia. Salíamos en cinco o seis grupos. En general Edwin Masseur –mi camarada peruano con quien participamos del Seminario- y yo, nos llevábamos bien con todos, aunque teníamos más afinidad con los uruguayos. La impresión que nos daba, mientras caminábamos por calles estrechas de Roma y nos encontrábamos de pronto con algo impresionante o muy antiguo, era que estábamos pisando historia. No era raro entrar a una pequeña cafetería que tenía un saloncito de atención en el sótano y ver que las paredes estaban decoradas con pintura de siglos atrás. O pasar por una calle y encontrar al costado de la puerta de una casa antigua una placa indicando que allí había nacido o vivido un personaje histórico…

EL PRIMERO DE LOS TRES PAPAS QUE VI PERSONALMENTE

Pero sin duda que lo más impactante de nuestra estancia en Roma fue visitar el Vaticano, llegar a la Plaza San Pedro, conocer el Museo Vaticano y la Capilla Sixtina e ingresar a la propia Basílica de San Pedro donde escuchamos y vimos al Papa. Cuando nos dijeron que participaríamos de una audiencia papal, nos sonó más imponente de lo que en realidad fue. Imaginábamos una reunión en alguno de los salones del Vaticano con otras cuatro o cinco delegaciones escuchando a Juan XXIII, el Papa en ese entonces. Sintiéndonos igualmente impactados, la audiencia fue en realidad nuestra presencia –al medio de la enorme nave central de la Basílica de San Pedro- junto con más de un millar de personas para escuchar un mensaje del Papa y verlo a lo lejos con alguna dificultad. Creo que fue más emotivo cuando minutos después salimos a la plaza y, junto con miles de personas, lo vimos saludar y bendecir desde una ventana del Vaticano.

Aunque no tenía por qué saberlo, seis años después, en setiembre de 1970 tendría ocasión de estar en una audiencia privada de unos quince minutos con el Papa Paulo VI sólo con una decena de personas en la residencia veraniega de Castel Gandolfo (Ver crónica “Expulsado de Ecuador, con el Papa en Roma“ del 28 de enero de 2014). Menos imaginar que el 5 de febrero de 1985, alrededor de las ocho de la mañana, cuando Juan Pablo II se dirigía en el “papamóvil” a celebrar una misa multitudinaria en Villa El Salvador y pasaba por la avenida Tomas Marsano en la esquina con la avenida Ayacucho apenas a una cuadra de nuestra casa, lo vería pasar junto con Ana María, mi esposa y mis tres hijos, a sólo unos quince metros de distancia y devolviendo con ambas manos los saludos a los miles de fieles apostados a los lados de su ruta.

Y NO NOS VOLVERÍAMOS A VER NUNCA MÁS…

El 19 de octubre terminó en Roma nuestro seminario. En la comida de despedida hubo palabras de parte de los organizadores y también de algunos de los 24 participantes. Cuando varios pidieron que yo hablara, dije al iniciar que quería llevarme de recuerdo algo de cada uno, lo que generó sonrisas y expectativas. En mi alocución me referí a todos haciendo hincapié en lo que de cada uno iba a recordar a partir de sus particulares características. Fueron bastante emotivas mis palabras, asegurando que quizá ocasionalmente alguno se encontraría con otro, pero que lamentablemente eso sería lo excepcional, que pese a la fraternidad que entre nosotros se había creado, seguramente no nos veríamos más… Por eso, remarqué al final, que el espíritu de hermandad latinoamericana era lo que nos mantendría unidos en los ideales sabiendo que era imposible que un grupo de nosotros se volviera a encontrar.

Lo expresado en esa noche romana fue rigurosamente cierto. Nunca más vi a los argentinos Francisco Cerro y Lorenzo Bustos, ni a los brasileños José Lamartine Correa de Oliveira Lyra –extraordinario intelectual y académico con aspecto de “profesor distraído” desaparecido prematuramente poco después de los 50 años- y Mario Brockmann, ni a los chilenos Humberto Palza y Mireya Catalán, ni a los colombianos Santiago Gonzales y Ricardo Tovar, ni a los dominicanos Caonabo Javier y Tomás Carbajo, ni a los mexicanos María Teresa Zazueta y Felipe Ballesteros, ni a los panameños Julio Isaac Rovi y Herminio Carrizo, ni a los paraguayos Burró y Víctor Manuel Porzio, ni al uruguayo Carlos Varela, ni al venezolano Adolfo Melchert, ni al salvadoreño Ricardo Gardiner, ni tampoco a la guatemalteca Dora Klee, quien había dejado el grupo a la mitad del seminario por tener que regresar a su país por el fallecimiento de un familiar.

En setiembre de 1970 conversé por poco tiempo en Puerto Rico con el cubano Antonio José Molina, busqué infructuosamente a los dominicanos en Santo Domingo -particularmente a Caonabo cuya intensa trayectoria seguí a través de la prensa- y recibí el solidario apoyo de la venezolana Alba Illarramendi en Caracas (Ver crónica "De Europa al Caribe sin dinero” del 21 de noviembre de 2014 y “A Caracas llegué con un dólar” del 20 de febrero de 2015). A Juan José Sotuyo lo vi una vez en Lima a inicios de los setenta y me enteré que después de los siete u ocho hijos que tenía cuando lo conocí, habían nacido dos o tres más y finalmente una mujercita completando la que sin duda debe haber sido una de las poquísimas familias numerosas de Uruguay.

Estoy seguro que si el seminario hubiese sido unos 35 años después, nos hubiéramos mantenido en contacto por correo electrónico. Pero en 1964 a nadie se le hubiese ocurrido que un mecanismo de esa naturaleza sería concebido, ni menos que resultara siendo un vehículo de comunicación usual en el futuro.

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