Cuando el grupo de participantes de un seminario internacional para dirigentes demócrata
cristianos latinoamericanos arribamos a Roma el 10 de octubre de 1964, fuimos
conscientes que estaba por finalizar nuestro periplo por varios países europeos
(Ver crónica “Dominga, al señor no le entiendo“ del 1 de noviembre de 2012). Pero no
sólo porque ya habían pasado 40 días desde que -procedentes de 14 países
distintos- llegamos al aeropuerto alemán de Colonia, entre el 30 y 31 de
agosto, sino porque al escuchar y ver a los italianos, sentimos que nos
acercábamos a nuestro continente.
Es que
conocer las experiencias básicamente gubernamentales y de los primeros pasos de
integración de seis países en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y
luego en la Comunidad Económica Europea, antecedente de lo que hoy cerca de
sesenta años después es –con sus altas y sus bajas- la Unión Europea, había
significado un gran aporte para nuestra formación política. Pero era evidente
que el temperamento y la forma de razonar en asuntos de la vida diaria de
nuestros anfitriones en la República Federal Alemana, en Holanda o Austria, en
Bélgica o Luxemburgo eran bastante diferentes a la forma de pensar y sentir de
los latinoamericanos.
TEMPERAMENTO
LATINO ES MUY DIFERENTE AL CENTROEUROPEO
Creo que
una conversación en Viena sobre un asunto, que nada tiene que ver con las
visitas y conferencias informativas políticas, puede ilustrar las diferencias
que en esa época encontrábamos entre ciudadanos de ambos continentes. Cuando
íbamos a ingresar a comer a un restaurante los ocho latinoamericanos que habíamos
llegado a Austria, ya que en esos días nos habíamos dividido en tres grupos
para visitar tres países distintos, reparamos que en un puesto de periódicos
había varios diarios que publicaban fotos de un mismo hombre cabizbajo. Ya
sentados alrededor de una amplia mesa, preguntamos intrigados
a un funcionario austriaco que estaba con nosotros sobre qué era lo que había
sucedido con ese hombre. Lo hicimos por cierto a través de Heinz, nuestro
coordinador y traductor alemán.
Nos
enteramos que había sido condenado a 15 o más años de prisión por haber matado,
a estas alturas no me acuerdo exactamente, a la esposa o a su amante. El marido
por razones de trabajo, viajaba con frecuencia y en una ocasión -por la
cancelación de un vuelo o algo así- regresó antes de lo previsto a su casa y
encontró a la pareja en su propia cama. Obnubilado, sacó una pistola con la que
siempre viajaba y disparó. Los latinoamericanos le señalamos si no se había
tomado en cuenta atenuantes como la falta de premeditación y el fuerte impacto
emocional causado por encontrar a su esposa engañándolo. La respuesta del austriaco
se centró en que la reacción, aunque cuando no hubiese causado ninguna muerte,
era desproporcionada…
La
explicación de la desproporción que dio el funcionario fue para nosotros una
medida de la distancia entre ambos continentes. Si alguien pasa por un huerto y
roba una manzana es una falta ciertamente, pero eso no justifica que el dueño
dispare sobre el ladronzuelo. Una manzana más o menos no es significativa ya
que la plantación no se agota ni mucho menos, añadió. Igualmente si la esposa
de un hombre se acuesta una vez con otro está muy mal, pero no justifica que el
marido dispare porque una aventura amorosa no significa, entonces, que la
esposa agote su capacidad de acostarse con su marido muchas veces. La
indignación se justificaba pero la reacción no era proporcional por lo que no
se consideraba atenuante. Corto aunque cordial, el resto del diálogo nos hizo
ver que nos movíamos en niveles absolutamente distintos. Pero Heinz, nuestro
amigo alemán que hizo toda la traducción, al momento que dimos por concluido el
diálogo, añadió sonriendo: “En asuntos como éste yo me siento más
latinoamericano que europeo…”.
Pero
regresemos a Roma. Desde el aeropuerto al escuchar por los parlantes indicaciones
en italiano, intercambiar gestos con funcionarios de Migraciones y mirar a la
gente caminando y conversando en voz alta y con muchos ademanes, nos hizo sentir
más cercanos a nuestra idiosincrasia. Un paraguayo un par de años mayor que yo,
Ángel José Burró, a quien no he visto desde entonces pero sé que llegó a ser
parlamentario y ministro de Trabajo en su país, me comentó sonriendo mientras señalaba
a varios romanos llevando posesivamente a sus parejas: “Éstos no permitirían
que les roben ni una manzana…”
EN ITALIA
NO SÓLO LA GENTE ERA DISTINTA
En Roma,
el seminario internacional continuó desarrollándose en un local algo antiguo,
austero pero cómodo, que nos permitió conocer sobre la experiencia de gobierno
de la Democracia Cristiana de Italia, partido que permanecía en el gobierno
–solo o en alianza- prácticamente desde terminada la Segunda Guerra Mundial
cuando fue elegido presidente del consejo de ministros Alcides de Gásperi, uno
de los fundadores de la DC y su líder indiscutible durante muchos años. Es
considerado uno de los “padres de Europa” porque junto a Konrad Adenauer,
canciller alemán, y a Robert Schuman, canciller de Francia, lograron constituir
el grupo de seis países europeos –además de los suyos Bélgica, Luxemburgo y Holanda-
que en 1950 dieron origen a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero o CECA,
una entidad que regulaba esos sectores de la economía de los Estados miembros y
cuyos seis miembros constituirían en 1957 la Comunidad Económica Europea. De
Gasperi entre 1945 y 1953 encabezó ocho gobiernos parlamentarios sucesivos. Desde
enero de 1954 asumió la presidencia del Parlamento de CECA, cargo en cuyo
ejercicio dejó de existir en agosto de ese año.
En 1964 el
Presidente de la DC Aldo Moro era el primer ministro desde el año anterior.
Moro trasmitía estabilidad en su gestión, considerando que en los 10 años entre
el último gabinete presido por De Gaspiri y su llegada al poder, hubo once
gabinetes con siete primeros ministros. Si bien algunos analistas podían suponer
que Moro se mantendría un buen tiempo como primer ministro -de hecho lo
ejercería hasta 1968 al frente de tres gabinetes sucesivos- nadie podía
imaginar que diez años después volvería a ser primer ministro por dos periodos
entre 1974 y 1976 cuando fue asesinado por las Brigadas Rojas después de tenerlo
secuestrado por 55 días.
A
diferencia de las conferencias en los otros países, en Italia tuvimos
expositores que tocaron también temas ideológicos. Más de uno buscaba realmente
sustentar una “tercera posición” alejada del capitalismo y del comunismo,
cuando en las semanas anteriores habíamos escuchado solamente deslindes claros
con el comunismo. Pero sin dejar de defender los avances en el desarrollo del
país, que la DC gobernaba o cogobernaba ininterrumpidamente casi 20 años, hubo
alguno que nos habló sobre sus estudios de lo que sería una sociedad inspirada
en valores social cristianos, creo que incluso utilizó el término “sociedad
comunitaria” que ya utilizaban algunos sectores democristianos latinoamericanos.
Pero era
también en los aspectos no académicos que notamos la diferencia. La comida, por
ejemplo, se acercaba más a nuestros gustos. Menos vegetales y más pastas y
carnes fueron bastante apreciados por los latinoamericanos. El ambiente en el
comedor y en las dos o tres salitas de reuniones era más distendido. Los
camareros sonrientes y mucho menos formales, marcaban también las diferencias.
Y cuando salimos a las calles romanas, nos sorprendió comprobar que en algunos
sitios se vendían pizzas por centímetros y que algunos compraban medio metro o
más...
Poco
después de llegar a Italia, tuvimos ocasión también de ver el funcionamiento de
un verdadero “aparato” partidario, sin duda muy lejos de las más optimistas
expectativas nuestras. El día 14, en Moscú, el Presidium y el Comité Central
del Partido Comunista de la Unión Soviética votaron a favor de aceptar el
retiro "voluntario" de Nikita Krushchov de sus funciones, tanto de
Primer Secretario como de primer ministro de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas. Leonid Brézhnev lo reemplazó en el cargo partidario que años
después se denominaría Secretario General, mientras que Aleksei Kosygin lo sucedió como primer ministro. Esa misma noche vimos en
toda Roma afiches con las fotos de los dos nuevos “mandamases” soviéticos,
junto a la de Krushchov tachada con un aspa y con una leyenda que decía algo
como: EN ESTE CAMBIO, TAMPOCO EL PUEBLO DECIDIÓ. Un semanario partidario diría
poco después en su primera página “Un regime creato per il popolo, ma di cui il
popolo non sa niente”, que más o menos se puede traducir así: “"Un sistema
creado para el pueblo, pero el pueblo no sabe nada”
A poco de
llegar se programó una visita de tipo turística de todo un día por Roma, que
nos convenció en lo acertado de la denominación de “Ciudad Eterna”. Comenzamos
con el famoso Coliseo Romano –aún faltaba cuarenta años para que fuera
declarado una de las siete maravillas del mundo moderno- que todos miramos
embelesados, vimos monumentos impresionantes de distintas épocas como el Foro
Romano, el Pantheon o la Fontana de Trevi, hermosas plazas como Piazza Venezia,
Piazza Navona, Piazza di Spagna o Piazza del Popolo y varias iglesias.
Pero
cuatro o cinco noches y un par de días desde la mañana, salimos a caminar por
nuestra cuenta por las calles de la capital de Italia. Salíamos en cinco o seis
grupos. En general Edwin Masseur –mi camarada peruano con quien participamos
del Seminario- y yo, nos llevábamos bien con todos, aunque teníamos más
afinidad con los uruguayos. La impresión que nos daba, mientras caminábamos por
calles estrechas de Roma y nos encontrábamos de pronto con algo impresionante o
muy antiguo, era que estábamos pisando historia. No era raro entrar a una
pequeña cafetería que tenía un saloncito de atención en el sótano y ver que las
paredes estaban decoradas con pintura de siglos atrás. O pasar por una calle y
encontrar al costado de la puerta de una casa antigua una placa indicando que
allí había nacido o vivido un personaje histórico…
EL PRIMERO
DE LOS TRES PAPAS QUE VI PERSONALMENTE
Pero sin
duda que lo más impactante de nuestra estancia en Roma fue visitar el Vaticano,
llegar a la Plaza San Pedro, conocer el Museo Vaticano y la Capilla Sixtina e
ingresar a la propia Basílica de San Pedro donde escuchamos y vimos al Papa.
Cuando nos dijeron que participaríamos de una audiencia papal, nos sonó más
imponente de lo que en realidad fue. Imaginábamos una reunión en alguno de los
salones del Vaticano con otras cuatro o cinco delegaciones escuchando a Juan
XXIII, el Papa en ese entonces. Sintiéndonos igualmente impactados, la
audiencia fue en realidad nuestra presencia –al medio de la enorme nave central
de la Basílica de San Pedro- junto con más de un millar de personas para escuchar
un mensaje del Papa y verlo a lo lejos con alguna dificultad. Creo que fue más
emotivo cuando minutos después salimos a la plaza y, junto con miles de
personas, lo vimos saludar y bendecir desde una ventana del Vaticano.
Aunque no
tenía por qué saberlo, seis años después, en setiembre de 1970 tendría ocasión
de estar en una audiencia privada de unos quince minutos con el Papa Paulo VI sólo
con una decena de personas en la residencia veraniega de Castel Gandolfo (Ver
crónica “Expulsado de Ecuador, con el Papa en Roma“ del 28 de enero de 2014). Menos imaginar
que el 5 de febrero de 1985, alrededor de las ocho de la mañana, cuando Juan
Pablo II se dirigía en el “papamóvil” a celebrar una misa multitudinaria en
Villa El Salvador y pasaba por la avenida Tomas Marsano en la esquina con la
avenida Ayacucho apenas a una cuadra de nuestra casa, lo vería pasar junto con
Ana María, mi esposa y mis tres hijos, a sólo unos quince metros de distancia y
devolviendo con ambas manos los saludos a los miles de fieles apostados a los
lados de su ruta.
Y NO NOS
VOLVERÍAMOS A VER NUNCA MÁS…
El 19 de octubre
terminó en Roma nuestro seminario. En la comida de despedida hubo
palabras de parte de los organizadores y también de algunos de los 24 participantes.
Cuando varios pidieron que yo hablara, dije al iniciar que quería llevarme de
recuerdo algo de cada uno, lo que generó sonrisas y expectativas. En mi
alocución me referí a todos haciendo hincapié en lo que de cada uno iba a recordar
a partir de sus particulares características. Fueron bastante emotivas mis
palabras, asegurando que quizá ocasionalmente alguno se encontraría con otro,
pero que lamentablemente eso sería lo excepcional, que pese a la fraternidad
que entre nosotros se había creado, seguramente no nos veríamos más… Por eso,
remarqué al final, que el espíritu de hermandad latinoamericana era lo que nos
mantendría unidos en los ideales sabiendo que era imposible que un grupo de
nosotros se volviera a encontrar.
Lo
expresado en esa noche romana fue rigurosamente cierto. Nunca más vi a los
argentinos Francisco Cerro y Lorenzo Bustos, ni a los brasileños José Lamartine
Correa de Oliveira Lyra –extraordinario intelectual y académico con aspecto de
“profesor distraído” desaparecido prematuramente poco después de los 50 años- y
Mario Brockmann, ni a los chilenos Humberto Palza y Mireya Catalán, ni a los
colombianos Santiago Gonzales y Ricardo Tovar, ni a los dominicanos Caonabo
Javier y Tomás Carbajo, ni a los mexicanos María Teresa Zazueta y Felipe
Ballesteros, ni a los panameños Julio Isaac Rovi y Herminio Carrizo, ni a los
paraguayos Burró y Víctor Manuel Porzio, ni al uruguayo Carlos Varela, ni al
venezolano Adolfo Melchert, ni al salvadoreño Ricardo Gardiner, ni tampoco a la
guatemalteca Dora Klee, quien había dejado el grupo a la mitad del seminario
por tener que regresar a su país por el fallecimiento de un familiar.
En
setiembre de 1970 conversé por poco tiempo en Puerto Rico con el cubano Antonio
José Molina, busqué infructuosamente a los dominicanos en Santo Domingo
-particularmente a Caonabo cuya intensa trayectoria seguí a través de la
prensa- y recibí el solidario apoyo de la venezolana Alba Illarramendi en
Caracas (Ver crónica "De Europa al Caribe sin dinero” del 21 de noviembre de 2014 y “A Caracas llegué con un dólar” del
20 de febrero de 2015). A Juan José Sotuyo lo vi una vez en
Lima a inicios de los setenta y me enteré que después de los siete u ocho hijos
que tenía cuando lo conocí, habían nacido dos o tres más y finalmente una
mujercita completando la que sin duda debe haber sido una de las poquísimas
familias numerosas de Uruguay.
Estoy
seguro que si el seminario hubiese sido unos 35 años después, nos hubiéramos
mantenido en contacto por correo electrónico. Pero en 1964 a nadie se le
hubiese ocurrido que un mecanismo de esa naturaleza sería concebido, ni menos
que resultara siendo un vehículo de comunicación usual en el futuro.
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