En la noche del
16 de agosto de 1976, luego de haber pasado tres días “retenido” -un eufemismo
para no decir detenido- en la agencia funeraria de la Policía de
Investigaciones del Perú, PIP, mientras me dirigía en un taxi hacia mi casa
tuve muy claro que el gobierno de Morales Bermúdez no se cansaría de buscar a
Rafael Roncagliolo para detenerlo por unos días u horas para después
deportarlo. Al presidir la Federación de Periodistas del Perú que integraba la
mayoría de los periodistas que habían participado en el intento de reforma de
la prensa, era el vocero que con su sola presencia, recordaba a los gobernantes
el retroceso en una serie de medidas destinadas a estrechar las grandes brechas
sociales existentes en el país.
Después de
llegar al borde del toque de queda a mi casa, tranquilizar a mi esposa y mirar
a mis hijos durmiendo, le conté dónde me tuvieron detenido y, ante su cara de
asombro al saber que había dormido entre ataúdes, le dije algo que era real: el
sitio me había parecido mucho más sino agradable por lo menos tolerable, que el
calabozo de la estación PIP de Pueblo Libre donde una semana antes me habían
tenido encerrado (ver
crónica “Durmiendo entre ataúdes” del 14 de setiembre de 2013).
BÚSQUEDA INFRUCTUOSA POR COMISARÍAS Y
ESTACIONES POLICIALES
Luego del
recuento que le hice de lo ocurrido, Ana María me contó que acompañada de mi
madre en algunas ocasiones y de Mary, la esposa de Henry Pease, en muchas otras,
había recorrido infructuosamente cuanta comisaria o estación policial lograba
ubicar, para entrar muy respetuosas a esos recintos, cómo quien va a averiguar
sobre un trámite o a hacer una denuncia, para una vez adentro gritar varías
veces mi nombre a todo pulmón hasta que terminaban por acallarlas. También de
su frustración cuando no lograba saber nada de mí, como tampoco se sabía nada
del hermano y un cuñado de Rafo, que nunca habían tenido ningún tipo de actividad
política y que habían sido detenidos la misma tarde que yo, detenciones de las
que en ese momento me enteré.
Ese lunes, Ana
María había ido temprano a su oficina y sus compañeros -la gran mayoría con
pensamientos políticos bastante distintos a los míos- le habían expresado su
solidaridad con total sinceridad. Sus jefes le habían dado el día libre,
indicándole que se tomara los que fueran necesarios.
También me contó
que fue a DESCO donde yo trabajaba y allí había escrito una carta dirigida al
presidente de la República, como mi esposa y madre de mis hijos menores,
pidiendo “se me informe el lugar donde se encuentra y las causas de su
detención”, luego de mencionar las incursiones y visitas a mi casa por parte de
los policías de Seguridad del Estado. Además en la carta indicó que esos
policías le habían dicho que “el día que aparezca Roncagliolo desaparecerán los
problemas de su esposo”. Consultó la carta con dos amigos de entonces y de
siempre: Federico “Fico” Velarde y Henry Pease y a ambos les pareció que estaba
bien, aunque sentían que algo faltaba. La misma sensación la tuvo Ana María.
Finalmente cayeron en cuenta que en la carta se refería varias veces a su
esposo, pero en ninguna se señalaba mi nombre. Después de las carcajadas, en
medio del nerviosismo de esos momentos, se subsanó la omisión y a mediodía del
lunes 15, ella y Fico iniciaron las gestiones para intentar que algún periódico
lo publicara.
UNA SIESTA PERMITIÓ QUE SE DIFUNDIERA
PERSECUCIÓN
Tantearon inútilmente
en casi todos los diarios, pero al llegar al El Comercio hubo una sorpresa: la secretaria del director era Rosa
María Uzátegui, que por cierto me conocía, aunque mucho más a Fico porque había
trabajado en la 4ª Región de SINAMOS cuando él era director. Ella había llegado
al periódico llevada por los integrantes de la Confederación Nacional Agraria,
CNA, dado que a esa organización le tocó presidir el Consejo Directivo de la
Asociación Civil a cargo del diario cuando al iniciarse la reforma de la prensa
se asignó El Comercio a las
organizaciones agrarias.
A fines de
agosto de 1975, con ocasión del relevo de Velasco Alvarado por Morales
Bermúdez, el primer director nombrado en julio de 1974, Héctor Cornejo Chávez, renunció
y pasaron algunas semanas antes del nombramiento de su reemplazo Hélan
Jaworski. En ese lapso quedó de director interino el presidente de la
Asociación Civil, el dirigente campesino Alex Noriega, quien llevó a Rosa María
como secretaria, cargo que mantuvo con Jaworski. Al variar radicalmente la
línea gubernamental en marzo de 1976, al veterano periodista Alfonso Tealdo fue
nombrado director en reemplazo de Jaworski y, para sorpresa de Rosa María, le
pidió que permaneciera como secretaria de la dirección ya que no tenía a
ninguna persona para reemplazarla.
No se preocupen
que la carta sale publicada mañana de todas maneras, les dijo Rosa María a mi
esposa y a Fico. Eran como las dos y media de la tarde y explicó que Alfonso
Tealdo estaba por llegar al diario después de almorzar. Llega de frente a su
oficina para dormir su siesta y me dice que no lo moleste salvo que haya algo
urgente, les comentó sonriente y añadió “muchas veces le he pedido que firme
cosas que necesitaba autorizar antes que se eche a descansar”. Y esa vez Rosa
María hizo lo mismo. Don Alfonso acá hay algunos documentos que necesitan su “visto
bueno”, le dijo cuando ingresó a su oficina, y entre seis o siete papeles que
firmó estaba la carta de Ana María.
Esa noche, además
de la tranquilidad al estar de vuelta a mi hogar, conocer la preocupación y las
muestras de solidaridad de mis familiares y amigos me dieron mayores motivos de
satisfacción.
HABÍA QUE TENER MÁS CUIDADO AUN…
En la mañana
siguiente, después de dejar a Ana María en su oficina acompañada de los niños,
ya que desde allí los llevaban al local de la guardería de la propia empresa,
me dirigí a DESCO. Me tocó sonreír cuando alguna gente se sorprendió al verme
llegar a trabajar cuando acababa de leer en la página 5 ó 7 de El Comercio la carta de Ana María
reclamando mi libertad. A mí mismo me resultó curioso leer el periódico con esa
nota…
El mismo día se
publicó en Expreso una carta de
Carlos Urrutia, integrante de la directiva de la federación que presidía Rafo y
director de la clausura revista Marka, denunciando los atropellos a los
integrantes de las revistas clausuradas y a los periodistas de los diarios. Posteriormente
nos enteramos que horas después se le detuvo y recién una semana más tarde fue
puesto en libertad.
Me encerré un
rato a conversar con Fico y Henry para analizar entre los tres la situación de
Rafo y coincidimos que, más que en mi caso donde podían haber razones de
afinidad política, las detenciones de sus familiares de las que me había
enterado la noche anterior, marcaban el inicio de una escalada peligrosa. La
persecución en su contra persistiría, ya que cada día en libertad de Rafo sería
un día más de ineficacia de la política represiva del régimen…
También
coincidimos que gracias a la acción resuelta de Rosa María Uzátegui, la
publicación de la carta si bien no consiguió mi libertad que ya se había
producido horas antes que el periódico estuviera en las manos de sus lectores,
sí tuvo por lo menos dos otros efectos. En primer lugar, se hizo conocer al
país que el gobierno estaba detrás de Rafael Roncagliolo, pese a reiteradas
públicas negativas del ministro del Interior. Y en segundo lugar, se conoció que
se utilizaba la coacción y las detenciones arbitrarias para enfrentar a los
opositores políticos.
Hacia mediodía
Rafo me llamó a la oficina. Por cierto que cumplí con trasmitirle el teléfono
del policía que la noche anterior me lo había dado, como compromiso para
dejarme en libertad. Aunque sabíamos ambos que no lo iba a llamar, si alguien
escuchaba la conversación sabría que cumplí lo prometido. Conversamos un buen
rato, me contó que sus parientes también habían sido puestos en libertad y
convinimos en no reunirnos por lo menos en lo que restaba de la semana. Encontramos
la forma de mantenernos informados a través de una tercera persona. Aunque en
ese momento no hablamos del tema, al despedirnos tuve claro que el asilo dejaba
de ser una palabra asociada a amigos de otros países para convertirse en una
posibilidad a considerar seriamente.
PUDE RECOGER UN AUTO QUE QUEDARÍA
CLANDESTINO
Los siguientes
días fueron algo agitados, ya que después que en la semana anterior habían
dejado de seguirme, los policías volvieron a hacerlo. Dos días después, cuando se
dieron cuenta que recogía a mi esposa e hijos y me encaminaba hacia la avenida
La Marina con rumbo al Callao, donde más de una vez habían comprobado que
estaba la casa de mis suegros, dejaron de perseguirme. Felizmente, porque en el
camino recogí mi nuevo Volkswagen, que las siguientes semanas quedaría en casa
de mi hermana para permitirme utilizarlo en algunas reuniones clandestinas (ver crónica "El Volkswagen rojo" del 14 de setiembre de 2013).
Llegó el 21 de
agosto. Sin mencionarlo Ana María y yo estábamos tensos. Era el tercer sábado
de ese mes. El primero había amanecido en una estación de PIP, después de haber
sido sacado de mi casa en la madrugada en un operativo que incluyó metralletas
en el techo de mi casa. En el segundo me habían vuelto a sacar de mi casa
inmediatamente después de almorzar para “desaparecerme” por tres días. Esa
mañana fuimos por las compras al mercado con los chicos. Después de almorzar y
mientras nuestros dos hijos descansaban, Ana María y yo instintivamente mirábamos
desde la ventana de la sala por si aparecía alguna camioneta sin placa. Dieron
las tres de la tarde y no pasó nada. Le dije a mi esposa que iba a echarme un
rato en la cama, ya que de alguna manera la tensión de las semanas anteriores
me tenía con el cuerpo adolorido, y fui hacía al dormitorio. En mi cama, medio
adormecido, sonreí para mi mismo: me acordé de la siesta de don Alfonso Tealdo
y cómo había servido para que se hicieran públicos los métodos de persecución
del gobierno.
CONSERVAR EL HUMOR ES UNA BUENA
RECETA PARA LA TENSIÓN
En realidad creo
haber tenido buen humor siempre, pero en etapas como las de esos meses de 1976,
ayuda mucho mantenerlo. O incluso buscar ocasiones para sonreír o reír
abiertamente. En la semana siguiente, un día a las cinco de la tarde salí presurosamente
de DESCO, subí al viejo Volkswagen y me dirigí volteando casi en cada esquina
por algunas calles estrechas de Jesús María. Para cualquiera que observara mis
desplazamientos, estaba intentando burlar algún seguimiento. Llegué a la zona
donde hoy está la embajada de Japón, por un parquecito que quedaba a media cuadra
de la avenida San Felipe. Estacioné debajo de un gran árbol, como si quisiera
esconder el auto y bajé mirando nerviosamente a ambos lados. Por cierto que me
percaté -pero lo disimulé- que el carro que había seguido mi errática marcha
desde mi oficina se estacionaba unos veinte metros atrás. A los pocos minutos
pude ver la sorpresa de dos de los tres pasajeros del vehículo que habían
bajado e instalado a pocos metros de mi auto, al comprobar que yo regresaba al
vehículo tomando con una mano a mi hijo de dos años y medio, mientras cargaba
con la otra a mi hija de un año. Acomodé a ambos con tranquilidad dentro del
auto y partí conteniendo la risa. Pude ver por el espejo retrovisor que los
policías se rascaban la cabeza al comprobar que en esa casa medio escondida era
donde funcionaba el Centro de Educación Inicial que pertenecía a la empresa
donde trabajaba Ana María. Y calculo que también se dieron cuenta que me había
dejado seguir adrede por un recorrido complicado, ya que era fácil comprobar
que hubiera podido llegar rápidamente tomando las avenidas Salaverry y San
Felipe.
DEJAR EL PAÍS POR VOLUNTAD PROPIA Y
NO POR LA AJENA…
El 25 de agosto,
El Comercio publicó una carta de la
esposa de Rafo, Ketty Lohmann, denunciando la persecución contra su esposo,
incluyendo el amedrentamiento que significaba la detención de dos de sus
familiares. Poco después se conocieron declaraciones del ministro del Interior,
general Luis Cisneros, quien dijo que el periodista Carlos Urrutia estuvo
detenido por actividades subversivas y por lo mismo se estaba buscando a Rafael
Roncagliolo.
Después de
varios días en que los contactos con Rafo eran sólo telefónicos, a finales de
agosto en dos o tres ocasiones use mi nuevo Volkswagen -que lo seguía
manteniendo “clandestino” en casa de mi hermana- para un par de encuentros con él.
En el análisis y consultas que hacía por su parte, así como las que yo realizaba
por mi lado, principalmente con Fico, Henry, Marcial Rubio y José María Salcedo
apuntaban en un solo sentido: el asilo. Si en algún descuido resultaba
arrestado luego de algún interrogatorio y algunos días de detención era seguro
que se le deportaría. Si las cosas eran así era mucho mejor salir del país por
voluntad propia que por ajena…
Por otro lado,
más de dos meses de clandestinidad era mucho desgaste y se involucraba a
demasiada gente. Esto era particularmente importante, porque paralelamente se
estaba gestando lo que en menos de tres meses después sería el Partido
Socialista Revolucionario y la seguridad en la etapa previa al lanzamiento era
vital.
Al terminar
agosto ya todo estaba claro. Se asilaba en la embajada de México, país
tradicionalmente solidario con los perseguidos políticos. La fecha escogida: el
primer lunes de setiembre…
En la noche del
domingo anterior, un grupo de cuatro o cinco personas nos reunimos con Rafo. A uno
recién lo conocí esa noche. Aunque era para ver algunos detalles de su ingreso
al local de la embajada, en las primeras cuadras de la avenida Javier Prado
Oeste, la reunión en realidad tenía mucho de despedida a un amigo al cual no
sabíamos en cuánto tiempo volveríamos a ver.
El 6 de
setiembre alrededor de las 9 de la mañana, unos sorprendidos funcionarios de la
embajada abrieron la puerta a un visitante no convocado. Era Rafo que se
presentó y les dijo que en ese momento estaba pidiendo asilo político.
Inmediatamente hubo nerviosos movimientos, apresuradas llamadas telefónicas
internas y, luego de muchos minutos, se le dijo que podía sentirse tranquilo, que
avanzarían en los trámites respectivos y que le prepararían una habitación para
alojarlo mientras tanto.
Había quedado
con quien manejaría el auto que iba a dejar a Rafo en la puerta de la embajada,
encontrarme en un café cercano para que me confirmara el ingreso. Cuando lo
hizo, con esa seguridad llegué a DESCO con mi nuevo auto, justo cuando los
policías que en esas semanas ya sólo me observaban esporádicamente daban una
vuelta por allí. Al verme bajar de un Volkswagen flamante, se acercaron sin
ninguna discreción para tomar nota de la placa, seguramente para pasarla a sus
jefes. Sólo sonreí…
¿SALVOCONDUCTO
CONCEDIDO PORQUE LA CONCIENCIA LO ACUSA?
En los días
siguientes, el ministro del Interior declaró que Roncagliolo había realizado
“actividades subversivas” y que era posible que hubiera solicitado asilo porque
“la conciencia lo acusa”, pero no había ninguna orden de detención contra él.
Incluso una semana después, el general Cisneros aseguró que no se le concedería
salvoconducto. Horas después, el ministerio de Relaciones Exteriores informó en
comunicado oficial publicado el 15 de setiembre que se le había concedido
salvoconducto para que viajara como asilado político a México.
Recordé que un
mes antes, al borde del toque de queda, mientras me dirigía en un taxi a mi
casa después de haber estado tres días “desaparecido” en la funeraria de la
PIP, estaba seguro que el gobierno de Morales Bermúdez no descansaría hasta
detener y deportar a Rafo. No lo logró…
El mismo día 15 despedimos
desde la terraza del Aeropuerto Internacional a Rafo en su primer asilo a
México. Al momento de ingresar la policía requisaba las máquinas fotográficas
de familiares, amigos y periodistas indicando en tono amable que era “sólo
hasta que abandonen la terraza”. El recordado fotógrafo Carlos “Chino”
Domínguez entregó solícito su cámara incluso antes que se la pidieran y luego
se dedicó a ver la partida de Rafo con un largavista que extrañamente sonaban
“click”, “click” a cada instante.
Mientras que
observaba la subida de Rafo al avión, me preguntaba cuándo volveríamos a
vernos. Aunque estaba seguro que no pasarían más de dos o tres años, dado que
ya estábamos embarcados en un mismo proyecto partidario, nunca se me hubiera
ocurrido dónde…
Nos
reencontramos poco después de un año en Suecia el 30 de octubre de 1977, en una
pequeña ciudad al sur de ese país que ese mediodía en el aeropuerto Jorge
Chávez yo ni siquiera sabía que existía y estoy seguro que Rafo tampoco… (Ver
crónica “Llegué a Lund en avión, bus, barco, tren y auto” del 20 de enero de 2013). Menos
nos imaginábamos que en esa gira europea él tendría que usar un documento de
viaje mexicano dado que las autoridades peruanas se negaban a renovarle el pasaporte…
a quien sería canciller del Perú 34 años después.
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