Después
de reencontrarme al sur de Suecia, a fines de octubre de 1977 con los generales Leónidas Rodríguez y Arturo
Valdés y con Rafael Roncagliolo, Rafo, exiliados todos en México, para
presentar a partidos europeos al Partido Socialista Revolucionario, que habíamos fundado once meses atrás, tuve ocasión
de conocer la particular forma de ser de Arturo a quien no había tenido
oportunidad de tratar mucho en el Perú. De gran calidad humana y sagacidad en
el análisis, mostraba sin embargo tremenda indecisión frente a los pequeños
dilemas de la vida cotidiana (ver
crónica “Llegué a Lund en avión, bus, barco, tren y auto” del 20 de enero de 2013). Uno de ellos era qué comer en cada lugar
al que llegábamos.
Al día
siguiente de habernos encontrado cruzamos el mar Báltico en un ferry para
asistir a un par de reuniones en Copenhague. La segunda fue durante el almuerzo
que nos ofrecieron nuestros anfitriones. La carta estaba en danés y en inglés.
Y Arturo comenzó a preguntarle a Rafo por la traducción al español de casi
todos los platos. No sólo eso sino además llamó al mozo para que le explicara –a
través siempre de Rafo como traductor- en qué consistía cada uno de los platos
que le interesaban. Y en ese primer almuerzo con mis compañeros noté la
paciencia de Rafo para preguntar en inglés al camarero lo que Arturo quería
saber y luego traducirle a éste lo que contestaba, seguido no por una sino por
varias repreguntas de nuestro amigo. Luego de averiguar por unos seis o siete
platos, Arturo le dijo a Rafo: ¿puedes decirle que me sirva fideos con mantequilla?
LOS
DILEMAS DE ARTURO A LA HORA DE LAS COMIDAS
Regresamos
en la tarde a Lund, donde disfrutamos de comida casera de los amigos suecos que
nos alojaban y al día siguiente viajamos a Estocolmo donde no hubo muchos
problemas con la comida de Arturo porque entrabamos a lugares baratos donde nos
alimentábamos de sándwiches y café y, aunque siempre recurría a Rafo, éste sólo
se limitaba a traducirle las dos o tres opciones que habían.
Cuando
Rafo se separó de nosotros por unos cuatro días y nos dirigimos a Berlín Este,
pensé que sería yo quien asumiría la tarea de ver lo que podía comer Arturo.
Felizmente el joven traductor que nos puso el Partido Obrero Unificado Alemán
ofició de solícito ayudante para escoger los platos, en la primera comida.
Al día
siguiente llegué al comedor del hotel casi al mismo tiempo que Leonidas y nos
encontramos a Arturo completamente alterado. “No puedo tomar desayuno”, nos
dijo y añadió alguna explicación como que había cosas que no correspondían o no
encajaban o algo así. Contemplé lo que había para servirse al costado de
nuestra mesa: jugos, café, leche, jamones, salchichas, huevos fritos, panes,
entre otras cosas, y le pregunté qué pasaba: no hay mantequilla para el pan me
dijo. Come pan con jamón le dije. No hay té, me contestó. Toma café, le sugerí.
No tomo café solo, replicó. En ese momento sentí que las cosas que no encajaban
que creía haber escuchado tenía sentido: Arturo podía beber y comer lo que
había en el desayuno, siempre y cuando hubiese sus respectivos complementos. El
café con leche requería pan con mantequilla y el pan con jamón o salchichas
tenía que ser acompañado de té…
EL MENÚ
SIEMPRE REQUERÍA TRADUCCIÓN…
En los
días que siguieron en Berlín el traductor se encargó de los pedidos de Arturo
en las comidas y luego en Belgrado la mayoría de las veces comíamos de un
buffet en el hotel y, en todo caso, ya nos habíamos reencontrado con Rafo. Pero
la paciencia de éste comenzó otra vez a ponerse a prueba cuando pasamos a Roma,
al tener que traducirle los diversos platillos y las explicaciones de los
camareros del italiano al castellano. Tarea casi inútil porque terminaba las
más de las veces con el mismo pedido: fideos con mantequilla.
Y luego
en otras ciudades, Bruselas, La Haya o París, cuando se trataba de almuerzo o
comidas con carta para escoger, casi siempre se repetía la rutina: pedido de
traducción del menú a Rafo, pedido de explicación sobre con qué elementos y en
qué forma se preparaban determinados platos, repreguntas a los camareros
siempre utilizando los servicios de traducción de Rafo y finalmente el pedido
de fideos con mantequilla. Hay que considerar también que muchas veces esta
rutina significaba alargar el tiempo de las comidas. Felizmente en varios de
los casos, se trataba de invitaciones en que no había opción de escoger…
En Londres
donde viajamos sólo los dos (ver
crónica “No hemos llegado a Londres sino a Heathrow” del 27 de noviembre de 2012), Arturo sabía que no podía contar conmigo
como traductor. Felizmente en la capital británica contamos una vez con la
ayuda de un amigo peruano y en las otras ocasiones comimos en casas, invitados
por una sobrina de Arturo y por nuestro compatriota, que era además el contacto
del PSR en esa ciudad.
Después
de nuestro último almuerzo en París, donde Arturo había una vez más recurrido a
Rafo para escoger el menú, éste me comentó “Felizmente que nuestra próxima
comida es en Madrid y ya no habrá necesidad de traducir”. Fue justo cuando nos
dirigíamos al aeropuerto para nuestro último vuelo en esa gira. En la capital
española nos encontramos con José María Salcedo quien tenía un par de meses
allí y se había ocupado de preparar un vasto plan de conversaciones y
entrevistas (ver
crónica “Si aunque no: Leonidas en Madrid” del 23 de marzo de 2013).
En el
primer almuerzo de los cinco, el camarero nos alcanzó las cartas a cada uno de
nosotros. Leonidas y principalmente yo nos sentimos aliviados de tener que
escoger platos escritos en nuestro idioma y no tener que hacer esfuerzos para
más o menos deducir lo que podían ser los platos escritos en inglés y en todo
caso hacer una consulta mínima a través de Rafo. Mientras que éste sintió que
por fin podía escoger sus platos con tranquilidad. Los tres sin ponernos de
acuerdo tratábamos de observar, con las cartas cubriéndonos casi todo el
rostro, la cara de Arturo escrutando más que leyendo el menú…
De
pronto escuchamos que nuestro compañero de viaje por todo un mes, se dirigía a
Chema y le decía: José María, tú que conoces este país puedes explicarme el
menú porque hay una serie de platos que francamente no entiendo qué pueden ser…
Antes de contestarle, José María se sintió sorprendido por las carcajadas de
los otros tres comensales…
¿QUÉ COMBINACIONES
DE HELADOS PUEDE OFRECERME?
Pero lo
mejor que recuerdo de las dudas de Arturo en la mesa ocurrió un par de días
después. Teniendo varias entrevistas y siendo cinco ahora los que integrábamos
la delegación del PSR, en un par de oportunidades en que se nos cruzaban los
compromisos optamos por dividir el grupo. En una de esas ocasiones, Arturo,
Chema y yo fuimos a una reunión y Leonidas y Rafo a otra. Quedamos en vernos a
las siete de la tarde –en Madrid no era posible decir siete de la noche- en una
heladería cerca de la Plaza Callao. Cuando llegamos ya se encontraban los otros
ahí y justo les estaban dejando sobre la mesa su porción de dos bolas de
helados. Nos preguntaron lo que pediríamos y Chema y yo escogimos los dos
sabores que queríamos. Arturo pidió unos minutos…
Cuando
el camarero regresó con nuestras porciones, Arturo le preguntó por los sabores
que tenía. Fresa, vainilla chocolate, menta, durazno, limón, melocotón, piña,
melón, fueron por lo menos los sabores mencionados. ¿Qué combinaciones me puede
ofrecer?, preguntó Arturo. Fresa con vainilla, fresa con chocolate, fresa con
menta, fresa con durazno, fresa con limón, fresa con melocotón, fresa con piña,
fresa con melón, contestó el hombre. Y qué combinaciones tienes sin fresa,
replicó Arturo. Vainilla con chocolate,
vainilla con menta, vainilla con durazno, vainilla con limón, vainilla con
melocotón, vainilla con piña, vainilla con melón, dijo hablando rápido el
camarero. ¿Y hay otras combinaciones? Chocolate con menta, chocolate con durazno,
chocolate con limón, chocolate con melocotón, chocolate con piña, chocolate con
melón, dijo el camarero más rápidamente aun. ¿Y chocolate con fresa no tiene? fue
entonces la consulta de Arturo. Sí señor
y chocolate con vainilla también, fue la respuesta ya en tono medio molesto.
Tráigame sólo de fresa resultó finalmente la decisión. El camarero se retiró
aliviado y cuando estaba a unos metros Arturo le gritó: De fresa pero sólo una
bola, sólo una…
SEGURO
CUANDO HABÍA QUE SENTAR POSICIONES POLÍTICAS
Salvo
cuando nos sentábamos a pedir algo en un restaurante, cafetería o heladería,
Arturo fue un excelente compañero de viaje en esa gira a Europa… En todos los
otros momentos y cualquier reunión con
dirigentes políticos de los países que visitamos, las intervenciones que
realizaba Arturo eran impecables. Gran conocedor de la situación que se vivía
en el Perú, de lo que había ocurrido entre 1968 y 1975, se expresaba con mucha
rotundidad sobre las decisiones tomadas en los últimos dos años por el gobierno
del general Morales Bermúdez.
En una
oportunidad en un auditorio con universitarios que estudiaban la política de
nuestro continente, en que se encontraban dirigentes de otros partidos
latinoamericanos, varios de ellos de países que vivían bajo regímenes militares
dictatoriales, en que Arturo dio su
opinión sobre el rumbo tomado por el régimen de Morales Bermúdez un dirigente
argentino le comentó: “No entiendo por qué te deportaron siendo general…” y
ante la cara de desconcierto de nuestro compañero añadió: “…en Argentina, tus
colegas te hubieran fusilado”.
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