viernes, 21 de junio de 2013

ARTURO SIEMPRE DUDABA EN LA MESA (1977)

Después de reencontrarme al sur de Suecia, a fines de octubre de 1977 con los generales Leónidas Rodríguez y Arturo Valdés y con Rafael Roncagliolo, Rafo, exiliados todos en México, para presentar a partidos europeos al Partido Socialista Revolucionario, que habíamos fundado once meses atrás, tuve ocasión de conocer la particular forma de ser de Arturo a quien no había tenido oportunidad de tratar mucho en el Perú. De gran calidad humana y sagacidad en el análisis, mostraba sin embargo tremenda indecisión frente a los pequeños dilemas de la vida cotidiana (ver crónica “Llegué a Lund en avión, bus, barco, tren y auto” del 20 de enero de 2013). Uno de ellos era qué comer en cada lugar al que llegábamos.

Al día siguiente de habernos encontrado cruzamos el mar Báltico en un ferry para asistir a un par de reuniones en Copenhague. La segunda fue durante el almuerzo que nos ofrecieron nuestros anfitriones. La carta estaba en danés y en inglés. Y Arturo comenzó a preguntarle a Rafo por la traducción al español de casi todos los platos. No sólo eso sino además llamó al mozo para que le explicara –a través siempre de Rafo como traductor- en qué consistía cada uno de los platos que le interesaban. Y en ese primer almuerzo con mis compañeros noté la paciencia de Rafo para preguntar en inglés al camarero lo que Arturo quería saber y luego traducirle a éste lo que contestaba, seguido no por una sino por varias repreguntas de nuestro amigo. Luego de averiguar por unos seis o siete platos, Arturo le dijo a Rafo: ¿puedes decirle que me sirva fideos con mantequilla?
 
LOS DILEMAS DE ARTURO A LA HORA DE LAS COMIDAS
 
Regresamos en la tarde a Lund, donde disfrutamos de comida casera de los amigos suecos que nos alojaban y al día siguiente viajamos a Estocolmo donde no hubo muchos problemas con la comida de Arturo porque entrabamos a lugares baratos donde nos alimentábamos de sándwiches y café y, aunque siempre recurría a Rafo, éste sólo se limitaba a traducirle las dos o tres opciones que habían.
 
Cuando Rafo se separó de nosotros por unos cuatro días y nos dirigimos a Berlín Este, pensé que sería yo quien asumiría la tarea de ver lo que podía comer Arturo. Felizmente el joven traductor que nos puso el Partido Obrero Unificado Alemán ofició de solícito ayudante para escoger los platos, en la primera comida.
 
Al día siguiente llegué al comedor del hotel casi al mismo tiempo que Leonidas y nos encontramos a Arturo completamente alterado. “No puedo tomar desayuno”, nos dijo y añadió alguna explicación como que había cosas que no correspondían o no encajaban o algo así. Contemplé lo que había para servirse al costado de nuestra mesa: jugos, café, leche, jamones, salchichas, huevos fritos, panes, entre otras cosas, y le pregunté qué pasaba: no hay mantequilla para el pan me dijo. Come pan con jamón le dije. No hay té, me contestó. Toma café, le sugerí. No tomo café solo, replicó. En ese momento sentí que las cosas que no encajaban que creía haber escuchado tenía sentido: Arturo podía beber y comer lo que había en el desayuno, siempre y cuando hubiese sus respectivos complementos. El café con leche requería pan con mantequilla y el pan con jamón o salchichas tenía que ser acompañado de té…
 
EL MENÚ SIEMPRE REQUERÍA TRADUCCIÓN…
 
En los días que siguieron en Berlín el traductor se encargó de los pedidos de Arturo en las comidas y luego en Belgrado la mayoría de las veces comíamos de un buffet en el hotel y, en todo caso, ya nos habíamos reencontrado con Rafo. Pero la paciencia de éste comenzó otra vez a ponerse a prueba cuando pasamos a Roma, al tener que traducirle los diversos platillos y las explicaciones de los camareros del italiano al castellano. Tarea casi inútil porque terminaba las más de las veces con el mismo pedido: fideos con mantequilla.
 
Y luego en otras ciudades, Bruselas, La Haya o París, cuando se trataba de almuerzo o comidas con carta para escoger, casi siempre se repetía la rutina: pedido de traducción del menú a Rafo, pedido de explicación sobre con qué elementos y en qué forma se preparaban determinados platos, repreguntas a los camareros siempre utilizando los servicios de traducción de Rafo y finalmente el pedido de fideos con mantequilla. Hay que considerar también que muchas veces esta rutina significaba alargar el tiempo de las comidas. Felizmente en varios de los casos, se trataba de invitaciones en que no había opción de escoger…
 
En Londres donde viajamos sólo los dos (ver crónica “No hemos llegado a Londres sino a Heathrow” del 27 de noviembre de 2012), Arturo sabía que no podía contar conmigo como traductor. Felizmente en la capital británica contamos una vez con la ayuda de un amigo peruano y en las otras ocasiones comimos en casas, invitados por una sobrina de Arturo y por nuestro compatriota, que era además el contacto del PSR en esa ciudad.
 
Después de nuestro último almuerzo en París, donde Arturo había una vez más recurrido a Rafo para escoger el menú, éste me comentó “Felizmente que nuestra próxima comida es en Madrid y ya no habrá necesidad de traducir”. Fue justo cuando nos dirigíamos al aeropuerto para nuestro último vuelo en esa gira. En la capital española nos encontramos con José María Salcedo quien tenía un par de meses allí y se había ocupado de preparar un vasto plan de conversaciones y entrevistas (ver crónica “Si aunque no: Leonidas en Madrid” del 23 de marzo de 2013).
 
En el primer almuerzo de los cinco, el camarero nos alcanzó las cartas a cada uno de nosotros. Leonidas y principalmente yo nos sentimos aliviados de tener que escoger platos escritos en nuestro idioma y no tener que hacer esfuerzos para más o menos deducir lo que podían ser los platos escritos en inglés y en todo caso hacer una consulta mínima a través de Rafo. Mientras que éste sintió que por fin podía escoger sus platos con tranquilidad. Los tres sin ponernos de acuerdo tratábamos de observar, con las cartas cubriéndonos casi todo el rostro, la cara de Arturo escrutando más que leyendo el menú…
 
De pronto escuchamos que nuestro compañero de viaje por todo un mes, se dirigía a Chema y le decía: José María, tú que conoces este país puedes explicarme el menú porque hay una serie de platos que francamente no entiendo qué pueden ser… Antes de contestarle, José María se sintió sorprendido por las carcajadas de los otros tres comensales…
 
¿QUÉ COMBINACIONES DE HELADOS PUEDE OFRECERME?
 
Pero lo mejor que recuerdo de las dudas de Arturo en la mesa ocurrió un par de días después. Teniendo varias entrevistas y siendo cinco ahora los que integrábamos la delegación del PSR, en un par de oportunidades en que se nos cruzaban los compromisos optamos por dividir el grupo. En una de esas ocasiones, Arturo, Chema y yo fuimos a una reunión y Leonidas y Rafo a otra. Quedamos en vernos a las siete de la tarde –en Madrid no era posible decir siete de la noche- en una heladería cerca de la Plaza Callao. Cuando llegamos ya se encontraban los otros ahí y justo les estaban dejando sobre la mesa su porción de dos bolas de helados. Nos preguntaron lo que pediríamos y Chema y yo escogimos los dos sabores que queríamos. Arturo pidió unos minutos…
 
Cuando el camarero regresó con nuestras porciones, Arturo le preguntó por los sabores que tenía. Fresa, vainilla chocolate, menta, durazno, limón, melocotón, piña, melón, fueron por lo menos los sabores mencionados. ¿Qué combinaciones me puede ofrecer?, preguntó Arturo. Fresa con vainilla, fresa con chocolate, fresa con menta, fresa con durazno, fresa con limón, fresa con melocotón, fresa con piña, fresa con melón, contestó el hombre. Y qué combinaciones tienes sin fresa, replicó Arturo.  Vainilla con chocolate, vainilla con menta, vainilla con durazno, vainilla con limón, vainilla con melocotón, vainilla con piña, vainilla con melón, dijo hablando rápido el camarero. ¿Y hay otras combinaciones? Chocolate con menta, chocolate con durazno, chocolate con limón, chocolate con melocotón, chocolate con piña, chocolate con melón, dijo el camarero más rápidamente aun. ¿Y chocolate con fresa no tiene? fue entonces  la consulta de Arturo. Sí señor y chocolate con vainilla también, fue la respuesta ya en tono medio molesto. Tráigame sólo de fresa resultó finalmente la decisión. El camarero se retiró aliviado y cuando estaba a unos metros Arturo le gritó: De fresa pero sólo una bola, sólo una…
 
SEGURO CUANDO HABÍA QUE SENTAR POSICIONES POLÍTICAS
 
Salvo cuando nos sentábamos a pedir algo en un restaurante, cafetería o heladería, Arturo fue un excelente compañero de viaje en esa gira a Europa… En todos los otros momentos  y cualquier reunión con dirigentes políticos de los países que visitamos, las intervenciones que realizaba Arturo eran impecables. Gran conocedor de la situación que se vivía en el Perú, de lo que había ocurrido entre 1968 y 1975, se expresaba con mucha rotundidad sobre las decisiones tomadas en los últimos dos años por el gobierno del general Morales Bermúdez.
 
En una oportunidad en un auditorio con universitarios que estudiaban la política de nuestro continente, en que se encontraban dirigentes de otros partidos latinoamericanos, varios de ellos de países que vivían bajo regímenes militares dictatoriales, en que  Arturo dio su opinión sobre el rumbo tomado por el régimen de Morales Bermúdez un dirigente argentino le comentó: “No entiendo por qué te deportaron siendo general…” y ante la cara de desconcierto de nuestro compañero añadió: “…en Argentina, tus colegas te hubieran fusilado”.

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