viernes, 21 de junio de 2013

EL PPC A POCO DE NACER Y UN AMIGO A PUNTO DE MORIR (1966)

Resulta difícil olvidar el momento en que un amigo comienza a morirse en nuestros brazos, sin tener uno conciencia en ese momento de lo que está ocurriendo y pensando que se trata de un simple desvanecimiento… Y aun ahora, pese a los más de 45 años que han trascurrido, me pregunto por qué tuve la certeza que era un pequeño problema de salud y no sospeché la inminencia de un desenlace mortal.

El recuerdo de esa noche de noviembre de 1966 aun lo siento presente…

ELECCIONES MUNICIPALES DESPUÉS DE 40 AÑOS

Fernando Belaunde, en su discurso inaugural como presidente de la república, el 28 de julio de 1963, se comprometió a que los ciudadanos peruanos volvieran a elegir a sus autoridades municipales, práctica que había desaparecido por más de cuarenta años. Y pocos meses después, en diciembre de ese año se realizaron las elecciones municipales que enfrentaron en todo el país a los partidos gobernantes que integraban la Alianza Acción Popular-Democracia Cristiana y la coalición del Partido Aprista Peruano y la Unión Nacional Odriísta formada después que ambas fuerzas perdieran las elecciones presidenciales, pero obtuvieran los parlamentarios suficientes para juntos tener la mayoría en ambas cámaras del Congreso.

Con la mayoría de sus dirigentes en el Parlamento y con ministros preparados para funciones ejecutivas pero no para contiendas electorales, el presidente Belaunde tuvo que recurrir al socio menor de la alianza de gobierno, el Partido Demócrata Cristiano, para que Luis Bedoya Reyes postulara por la Alianza a la alcaldía de Lima. Bedoya era su ministro de Justicia, una de las dos carteras asignadas a la DC, y en menos de 90 días que se venía desempeñando en el cargo, había demostrado ante la prensa y en algunos actos públicos sus condiciones como para pensar que podía ser el candidato a la alcaldía de Lima, la más importante del país.

Otro destacado abogado democristiano, Emilio Llosa Ricketts, fue nombrado en reemplazo de Bedoya cuando éste quedó como candidato. Por esa época se comentaba que Bedoya le había dicho a su sucesor que le cuidara el puesto por que en un par de meses regresaría, debido a que a pesar de estar seguro de realizar una buena campaña sabía lo difícil que era remontar la diferencia en votos que tenía la Alianza AP-DC en Lima a la suma de los votos de Haya de la Torre y Odría. La proporción era de más o menos 6 a 4 a favor de la coalición. El empeño resultaba aún más difícil debido a que dicho conglomerado puso como candidata a doña María Delgado de Odría, esposa del ex dictador pero que durante el “ochenio” en que su marido gobernó había sido vista siempre como una buena mujer, que no disimulaba sus orígenes humildes y que era apreciada por los estratos más pobres de la población por su dedicación a obras sociales.

Contra los pronósticos de los entendidos y, a pesar de las cifras adversas precedentes, Bedoya obtuvo un rotundo triunfo alcanzando el 49% frente al 44% de doña María. No es el objetivo de esta crónica analizar el primer gobierno municipal de Bedoya. Sí enfatizar que realizó un gobierno moderno, eficiente y que mantuvo permanente contacto con el electorado, tanto que nunca estuvo en duda que sería candidato a la reelección, como efectivamente sucedió tres años después, para las elecciones del 13 de noviembre de 1966.

CAMPAÑA ELECTORAL EN MEDIO DE CRISIS PARTIDARIA

Quiero situarme en la etapa final de la campaña electoral de 1966. Así como tres años antes la campaña de Bedoya había descansado sobre los esfuerzos de sus camaradas y el apoyo de los populistas, en esta oportunidad el alcalde confiaba más en su entorno personal. De hecho la jefatura de campaña, en la primera oportunidad, había estado a cargo del recientemente desaparecido y uno de mis mejores amigos Federico Velarde, en ese entonces delegado de la Juventud al Comité Ejecutivo Nacional del Partido Demócrata Cristiano, mientras que para la reelección me parece estaba al mando de la campaña el candidato a concejal Santiago Castellanos Bedoya, pariente del alcalde.

Mientras se desarrollaba la campaña electoral municipal de 1966, el PDC vivía una crisis interna, iniciada por la Juventud DC, cuyo secretario general era yo, que había cuestionado la presencia en el gabinete de uno de los más importantes parlamentarios del partido, Roberto Ramírez del Villar, hombre que en la dinámica interna partidaria era cercano a Bedoya. Semanas antes de las elecciones, el PDC había declarado que Ramírez del Villar se había autoexcluido de la organización, al no renunciar al gabinete contrariando una expresa decisión partidaria.

Los integrantes de la JDC habíamos intentado estar presentes en la campaña electoral municipal como forma de demostrar que lo de Ramírez del Villar era un asunto muy específico, que tenía que ver con su conducta política no aclarada que algunos medios lo identificaban como integrante de un denominado bloque parlamentario pesquero, y que no se trataba de ninguna manera de enfrentar con exclusiones partidarias las naturales diferencias de óptica. Los de la directiva nacional de la Juventud DC nos reunimos con Bedoya apenas se oficializó su candidatura para expresarle nuestro respaldo. Pero para él –y en su perspectiva podía creer que estaba en lo cierto- había ya un enfrentamiento de posiciones dentro del PDC y él se sentía en una orilla y estaba seguro que nosotros estábamos en la otra. De hecho, no se nos dio cabida en la campaña. Sólo pudimos participar en forma limitada a nivel distrital, apoyando las candidaturas locales de la Alianza que era una forma de aportar a la campaña provincial.

LUIS BEDOYA REYES: EL PRIMER POLÍTICO “TELEGÉNICO”

Esa campaña electoral fue la primera en que la televisión cumplió un papel muy importante. No sólo porque se pasaba propaganda electoral, que ya había ocurrido limitadamente en las elecciones generales de 1962 y 1963 y en las municipales anteriores, sino porque con Bedoya se iniciaron los candidatos “telegénicos”, es decir que se desempeñaban muy bien frente a los televidentes. Creo no exagerar si digo que así como en los Estados Unidos, en la campaña presidencial de 1960, John Kennedy inició la era de los candidatos favorecidos por su presencia en las pantallas, en el Perú le correspondió a Luis Bedoya Reyes.

Bedoya no sólo tenía una buena imagen en sus entrevistas en televisión, sino que era un excelente expositor y, como quedó claramente demostrado en esa campaña, podía apabullar a quien lo enfrentara en un debate. Resultó memorable el debate con el candidato de la Coalición Apra- UNO, el ingeniero Jorge Grieve, en ese momento integrante de una comisión internacional conocida como “los nueve sabios de la OEA”. Mientras Grieve se expresaba en términos técnicos, un cachaciento Bedoya le recordó que veinte años antes cuando integraba una Junta Municipal Transitoria, había asistido a cuatro de veinte sesiones y sólo había hablado en una ocasión. Y remató diciéndole: “O sea faltoncito y además mudo”. Lo de “faltoncito” fue lo que en los días siguientes quedó en la memoria de los electores. Así como la frase del alcalde, cuando Grieve no supo responder con qué fondos iba a realizar las obras que prometía: “Ahí está el detalle…”, le remarcó utilizando una frase que había popularizado por esa época el bufo mexicano “Cantinflas".

Unos tres días antes de las elecciones fue la última presentación de Bedoya en la televisión. Con numerosos camaradas la vimos y escuchamos en el local central del partido, en la cuadra 14 de la avenida Alfonso Ugarte. Recuerdo que fue a las 9 ó 9 y 30 de la noche, por lo que previamente nos fuimos con un grupo de la JDC a comer en un pequeño chifa de la avenida Arica en Breña.

Terminada la exposición, conocíamos que se realizaría una caravana de autos por la ciudad, particularmente en Miraflores y San Isidro que culminaría entre las cuadras 41 y 42 de la avenida Arequipa, en la calle Teruel en cuya tercera cuadra se encontraba la casa de Bedoya. Allí nos dirigimos, entre los que recuerdo, Jaime Montoya, Ramón Villanueva, Guillermo Miranda, Julio Da Silva, Ethel Hupiu, Augusto Velezmoro y yo, aunque no estoy seguro cuántos más. Me parece que fuimos en los autos de Jaime y Augusto. Nos instalamos en la vereda del frente de la casa del candidato y líder DC buscando ostensiblemente que, cuando se asomara, viera a varios dirigentes de la Juventud DC en primera fila manifestándole su respaldo. Aunque nunca supimos si nos vio o si viéndonos lo interpretara así.

A estas alturas es oportuno anotar que unos 40 días después, el 18 de diciembre, Bedoya renunciaría al PDC para formar el Popular Cristiano. Por lo que es altamente probable que en esos momentos, el PPC no sólo fuera un proyecto pensado sino incluso encaminado.

RAMÓN COMENZÓ A MORIR EN MIS BRAZOS

Pero esa noche todavía era noviembre. Estábamos parados y cada vez más apiñados frente a la casa del candidato, cuando de pronto Ramón Villanueva me dice: Flaco me estoy sintiendo mal, creo que voy a desmayarme. Apóyate en mí que seguramente te pasará rápido le dije, pensando que estaba sofocado por la aglomeración. Guillermo Miranda se dio cuenta y se puso al otro lado para sostenerlo también. Dos o tres minutos después, Ramón nos dijo que las piernas no le obedecían. Terminó pasando sus brazos por los hombros de Guillermo y los míos, mientras que el resto se dio cuenta de lo que estaba pasando y Jaime Montoya salió corriendo por su auto para llevarlo a alguna clínica.

Mientras tanto la caravana de autos, tocando bocina y coreando consignas, continuaba pasando por la calle Teruel. De pronto escuchamos un grito dentro de uno de los autos: “Para que ese es mi hermano….” Por una increíble coincidencia en uno de los autos con unas amigas iba la hermana de Ramón, Aurora, que lo distinguió colgado entre dos personas y con semblante demudado, por lo que preocupada bajó rápidamente. Cuando comenzó a averiguar lo que pasaba, casi todos coincidimos que podía ser una intoxicación violenta producida por algo de lo comido en el chifa.

Minutos después, cuando ya veíamos que el auto de Jaime avanzaba en medio de la caravana, Ramón dijo que no veía mientras que los que lo cargábamos notamos que tenía un leve temblor en el cuerpo que fue creciendo hasta hacerse evidente para el resto. Llegó Jaime y ayudamos a subir a Ramón y a su hermana y no recuerdo si alguien más los acompañó. Los que nos quedamos estábamos convencidos que se trataba de una fortísima intoxicación, pero que apenas lo vieran en alguna sala de emergencia se recuperaría rápidamente. Incluso con esa seguridad el episodio pasó a un segundo plano, mientras continuábamos con el objetivo de ser vistos frente a la casa de Bedoya.

Un par de horas después estábamos instalados en el “Versalles”, lugar donde solíamos reunirnos todo el grupo para conversar normalmente a partir de las diez u once de la noche, después de las tareas políticas en el local del partido o en el de la coordinadora estudiantil o de las actividades en las federaciones estudiantiles. No hacíamos política de café sino íbamos a tomar café, luego de hacer política. Esa noche estuvimos comentando, con quienes no habían ido, el plantón frente a la casa de Bedoya…

Cerca ya de la una de la mañana, en que los camareros comenzaban a levantar las mesas, apareció Jaime Montoya e inmediatamente nos acordamos del malestar de  Ramón y le preguntamos por el enfermo. Notamos su rostro crispado. Falleció nos dijo, en un tono que no admitía dudas. El silencio fue total… Nos contó Jaime que después de ingresar a Emergencia de la Clínica Americana los médicos hicieron esfuerzos por salvarlo pero que finalmente tuvo un paro cardíaco. Aparentemente había tenido varios derrames cerebrales previos. Jaime estuvo acompañando a la hermana en los interminables minutos mientras los médicos trataban a Ramón y cuando alguno de ellos salió de la sala de emergencias para contarles que había expirado.

Ella se quedó en la clínica viendo los primeros trámites y le pidió a Jaime que se encargara de avisar a la familia: una tía que lo había criado y su esposa María Eugenia con quien tenía un hijo de un año de nacido. Él acudió al Versalles para que alguno de nosotros lo acompañara.

VIAJE A CHILE PARA ENCONTRAR LA PAREJA DE SU CORTA VIDA

Cuando lo conocí en 1959, Ramón era un oficinista que se había vinculado a la DC desde su fundación. Sería unos diez o doce años mayor que yo. Era un entusiasta colaborador de los quehaceres partidarios. Recuerdo que participó con la comisión organizadora del V Congreso Internacional de la Democracia Cristiana, que se realizó en Lima en octubre de 1959, y que fue uno de los delegados del comité de empleados que tenía el partido. Cuando el presidente Fernando Belaunde asumió el gobierno en 1963, la Democracia Cristiana era socio menor de la alianza de gobierno y tenía a su cargo el ministerio de Agricultura, Ramón fue a trabajar como responsable administrativo a un programa de reforma agraria en la sierra central, teniendo la ciudad de Tarma como base.

En setiembre de 1961 se había realizado en Chile un congreso internacional demócrata cristiano y del Perú había viajado una nutrida delegación, conformada por unos siete u ocho dirigentes nacionales del partido y 35 ó 40 de dirigentes intermedios o militantes comprometidos que se acogieron a un plan de financiamiento de pasajes que realizó APSA, entonces línea aérea de bandera del país. Ramón, sin ingresos holgados pero también sin mayores obligaciones, se sumó al viaje. En Santiago conoció a una dirigente de la Juventud DC, María Eugenia Mansilla, y se enamoraron, a tal punto que varios de los viajeros contaron que Ramón quería quedarse...

Durante los siguientes meses el intercambio epistolar entre ambos fue constante y un año después Ramón viajó a visitar a María Eugenia y hablar con sus familiares. Quedaron comprometidos. En setiembre de 1964 Eduardo Frei fue elegido presidente de Chile y en noviembre viajaron varios dirigentes democristianos peruanos para asistir a su toma de mando. Pero también asistieron a la boda de María Eugenia y Ramón que vieron realizado su sueño de unir sus vidas.

A fines de 1965, nació el hijo de ambos al que le pusieron de nombre Eduardo, estoy seguro que en homenaje a Frei. Desde Tarma que estaba a unas seis horas de distancia por carretera, Ramón se movilizaba a Lima prácticamente todos los fines de semana luego de su matrimonio, ya que a su esposa no podía acompañarlo porque le caía muy mal la altura. Con la llegada del niño tenía doble motivo para hacer feliz el trote por carretera todos los fines de semana.

Justamente había llegado a Lima el día de la caravana que nos llevó a la casa de Bedoya, porque tenía que votar en Jesús María, distrito de su residencia habitual, y en esos tiempos se daba permiso laboral remunerado a los que no tenían libreta electoral de la zona para que se trasladaran a sus ciudades unos días antes de la votación.

BEDOYA REELEGIDO ALCALDE POCO ANTES DE SU RENUNCIA A LA DC

Dos o tres días después, Luis Bedoya Reyes fue reelegido alcalde de Lima con más del 50% de los votos. Su triunfo fue aplaudido por la Alianza AP-DC, sin embargo se cuidó de que se hiciera alguna celebración estrictamente partidaria. Incluso no se hizo presente al acto de reconocimiento en nuestro local partidario a él y a Eduardo Orrego –joven líder populista- que había sido elegido el mismo día diputado por Lima, en elecciones complementarias para cubrir la vacante producida por la muerte de un parlamentario.

En los siguientes días, la tensión interna fue creciendo y todos esperábamos que para el congreso partidario que se realizaría en marzo del año siguiente hubiera un debate a fondo entre las tendencias existentes. No fue así. El 18 de diciembre, en casa de Luis Giusti La Rosa, secretario general del PDC en el Callao, se decidió la formación del Partido Popular Cristiano. Lo presidía don Ernesto Alayza Grundy, el secretario general era Giusti y secretario de política el propio Bedoya (ver crónica “El PPC nació sin Correa” del 16 de febrero de 2013).

SOBREPONIÉNDOSE AL DOLOR UNA MUJER SACÓ ADELANTE SU HOGAR

Regresemos al “Versalles” de la Plaza San Martín la noche de la caravana. Yo acompañé a Jaime a la casa de la tía de Ramón para decirle a la señora que aquel muchacho que había criado con tanto amor estaba gravísimo. Pero sobre todo pedirle a una sorprendida María Eugenia que nos acompañara a la clínica donde Ramón se encontraba en cuidados intensivos. El trayecto en el auto fue absolutamente silencioso. Recién al encontrarse y abrazarse con su cuñada en la clínica y luego que está le contó lo ocurrido rompió a llorar. Y ahí comenzó a ser consciente de lo irremediable: después de apenas dos años del matrimonio su esposo había fallecido, se había quedado sola con un hijo de apenas un año en un país todavía extraño y donde no tenía familiares directos y cuando aún no había tenido tiempo de hacerse de una red de amigos.

En los años siguientes vi algunas veces a María Eugenia quien decidió quedarse a vivir en la tierra de Ramón y Eduardo. Incluso seis años después de la muerte de Ramón trabajamos juntos por un par de años. Y sólo en esa época se enteró que yo era uno de los que le llevó la mala noticia y también de cómo fueron las últimas horas de su esposo, luego que se lo conté al darme cuenta que ella tenía una nebulosa sobre esos días.

Unos catorce años después de la muerte de Ramón, su viuda se había recibido de psicóloga, trabajaba en su carrera, enseñaba en una universidad, había edificado su casa en el terreno que habían comenzado a pagar en vida de su esposo y estaba educando a su hijo Eduardo como el hombre de provecho que es hoy.

COMO ESPECIE DE POSTDATA

En diciembre del año pasado tuvimos con María Eugenia una larga conversación telefónica, como ocasionalmente sucedía, ya que ella venía sufriendo una larga enfermedad que la tenía casi sin dejar su casa, aunque conservándose informada y preocupada por sus amigos. Quedé en visitarla algunas semanas después junto con mi esposa, para conversar con ella y entregarle el libro en que algunos amigos míos –amigos de ella varios también- habían escrito ensayos y testimonios con ocasión de mis 70 años. Fuimos postergando la visita. En la tarde del 19 de junio la llamé para advertirle de la crónica que sobre la muerte de Ramón iba a publicar y decirle que pensaba darme un salto por su casa el sábado siguiente. Cuando pregunté por ella, la persona que al otro lado de la línea me preguntó mi nombre, lo hizo con una voz que sentí muy rara y después de un silencio me dijo: la señora falleció el 4 de febrero…
Me costó varios minutos reponerme de la noticia. Un par de horas después hablé con su hijo Eduardo y conocí de sus últimos días con vida y de su partida final.

 Que esta crónica sea sólo una parte de nuestra conversación pendiente…




2 comentarios:

  1. Felicitaciones Alfredo.

    Hermosa crónica y un relato angustiante. ¡Bravo!

    José Carlos Serván Meza

    ResponderBorrar
  2. Bella crónica Alfredito....también estuve en Chile en ocasión de lo de Frei....Estando en el Teatro Carilla me salí cuando empezó a vibrar con sus héroes de Tarapacá!
    Curiosidad: José Miguel Insulza, entonces de laJDC de Chile es hoy 2,020 comgresista x esa nuestra querida Tarapacá..de Castilla y Miles q murieron

    ResponderBorrar